Madre, ¿por qué nos negamos si fuimos lo mismo? - invocaron las palabras al firmamento oscuro de su alma - ¿Por qué nuestra lucha la dirigimos a destruirnos, si yo siempre te amé? ¿Por qué de nuestra vida juntos hicimos nuestro infierno? Te tuve siempre a mi lado y nunca estuviste de mi parte; juré llegar por ti hasta el final y lo hice, aunque después tu renunciaste. Aún así me siento orgulloso. Pero todavía desgarras mi alma y tu recuerdo a veces me hiere. Perdóname, fui un mal hijo: te amé, pero no lo suficiente; tal vez te odie demasiado madre. Y aunque te cuidé, jamás valió para ti, no supe hacerlo.
Mas por entero me entregué a ti y no comprendiste mi amor, me negaste mi inocencia y jamás obtuve tu perdón. Lo siento madre, no debimos terminar así. Sólo en la eternidad recuperaremos el tiempo perdido, no así el sentimiento de la mutua comprensión; eso nunca lo tendremos ya. La muerte nos unió en un mismo destino por fin y la guerra terminó sin vencedores, solamente vencidos, como en todas las guerras madre. ¿Lo olvidaste, o pensabas que nada perderías? Me destrozaste madre, desgarraste mi corazón que siempre estará atormentado.
Quisimos vivir nada más, pero ninguno de los dos supimos hacerlo, y arrastramos nuestras vidas por el odio y el interés a cambio de la ternura y el afecto. Me sentí sucio madre, indigno de ti, de mi mismo. Pero tu me enseñaste así a ser fuerte, perseverante a pesar de las dificultades, de las negaciones de la vida. A agotar todas las posibilidades hasta el final y nunca renunciar a los propios principios. Gracias por eso madre, aunque para ello dejaras mi carácter gris por la sombra negra de tu alma.
El sentir se contuvo.
El sentir se contuvo.