El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

El adiestrador de mandriles. ( Un spot para Navidad. )























Le despertó como siempre una llamada de la oficina. Marta, su secretaria, surgía del móvil con voz melosa y suplicante pidiéndole que acudiera sin falta para una reunión comercial con un cliente a quien no se le podía hacer esperar. Se dio la vuelta para el otro lado de la cama y tapó con la almohada su cabeza. La tenía dolorida y cargada de la noche anterior y le molestaba la luz que entraba filtrada por los estores del apartamento de lujo que disfrutaba en La Castellana. El alcohol y la coca habían corrido como el mosto recién pisado sobre la piel joven de su amiga Laura.

Era mucho más pronto de lo habitual cuando miró la hora en su Rolex de oro con diamantes. Al levantarse sintió la sensación de que su cabeza retumbaba como el eco en una caverna, y casi se cae al tropezar con el taburete enmoquetado donde dejaba la ropa para acostarse. Cuando se acercó al servicio para darse una ducha y aderezarse un poco, observó el reguero de objetos caídos por el pasillo, seguramente resultado de su abordaje a la vivienda la noche anterior, cuya hora de llegada no tenía clara en su memoria.

En la agencia estaba esperándole la jefa de producción, carpeta en mano y un montón de papeles garabateados. Como una cotorra, desde la puerta hasta el décimo piso en ascensor fue describiéndole todos los detalles de la reunión, a la que, como siempre, llegaba tarde.

Su cabeza aún no se había recuperado a pesar de la estimulante ducha, el desayuno más que rápido y una "linea" un poco más larga de lo normal. Cuando entró en la sala de reuniones todo el mundo estaba esperándole, sentados en torno a la larga y ovalada mesa de acero y cristal que ocupaba el centro de la estancia. Todos se quedaron mirando al nudo fofo de su corbata y a su pelo, suelto y desordenado.

- Gracias por su paciencia señores; siento haberles hecho esperar. Ahora ya estoy a su entera disposición. Bien; me comentaba nuestra jefa de producción, la señorita Marian, aquí con nosotros, que la idea era un nuevo spot sobre su gama de turrones navideños, para lo cual ustedes nos aportaban sus ideas y las directrices generales de producción. Gracias. Aún no he estudiado el informe de su propuesta en ése sentido; de todos modos, solemos acomodarnos a los requerimientos de nuestros clientes. Mi trabajo es crear ideas nuevas, que por sí solas o adaptadas a otros clichés, consigan una imagen publicitaria de gran gancho comercial, que es por lo que ustedes están aquí.

- Señor...

- López -. Ratificó rápidamente la jefa de producción.

- Señor López, creo que ya conoce nuestra gama de productos, todos destinados al gran consumo familiar en las próximas fechas navideñas. Nos hemos destacado siempre por la tradición en la elaboración de nuestros dulces y turrones, algo que queremos se refleje en el spot. Aunque sabemos que el modelo de familia actual no se corresponde con la imagen estereotipada de la publicidad, basada en un modelo familiar más tradicional, queremos que éste siga prevaleciendo. Del mismo modo estaremos abiertos a la incorporación de elementos más actuales, pero siempre dentro del marco de unificación y reencuentro familiar, que es la base del consumo en estos días y a la cual nosotros nos debemos.

- De acuerdo señores, creo que está claro lo que quieren. El espíritu navideño entrará por las puertas, las ventanas y las chimeneas de los hogares como un soplo de viento mágico bañado en polvo de estrellas, que recogiendo los mejores sentimientos de cada uno, reunirá a todos los miembros de la familia en torno a la mesa tras convertirse en los turrones de su marca.

- ¡ Fantástico ! - dijo Marian, la jefa de producción -.
 ¡Perfecto, creo que es una idea maravillosa! ¿Qué les parece señores? Les dije que su decisión había sido acertada encargándonos su trabajo.

- Nos parece una idea acertada - comento el director comercial del anunciante -. Estaremos esperando su proyecto para poder discutir los detalles técnicos y creativos antes de su producción definitiva.

- Muy bien. Nuestra productora se pondrá en contacto con ustedes en cuanto esté diseñado el primer boceto del proyecto. Marian se encargará de ello y nos mantendrá en contacto permanente.

Tras terminar la reunión, Carlos bajó a tomar café. Había quedado para almorzar con María, después de que lo llamara al móvil mientras acudía a la oficina en taxi. Llegaba tarde y el tema estaba últimamente demasiado peliagudo con su novia. No sabía que disculpa inventarse esta vez para decirle que le había sido imposible quedar con ella para cenar la noche anterior. Era una chica de "familia bien"- la cuál le había proporcionado muy buenos contactos - que se había enamorado ciegamente de él y llevaba dos años intentando subirle al altar sin éxito. El carácter libertino de él hacía que esa posibilidad se alejase, por lo que ya no aceptaba las escusas que él ponía para casarse, por proceder de una familia humilde y desarraigada que en nada favorecía a la suya. A María eso ya le daba igual, y hasta habría llegado a prescindir de la suya por él, pero ahora se sentía engañada y no estaba dispuesta a aceptar cualquier escusa.

Cuando traspasó la puesta de cristal de la cafetería, vio a María esperándole sentada en una mesa mientras tomaba café y fumaba un cigarrillo. Se la veía nerviosa y muy enfadada. En sus labios tensos y excitados apreció un humor de perros. Tendría que aguantar lo que le cayese, después se calmaría y entonces podría disculparse como siempre. No era la primera vez que se deshacía cuando le pedía perdón prometiendo que no volvería a hacerlo, que ella era lo más importante para él, y que dejaría cualquier cosa por ella. Así, sin imaginar que aquella iba a ser la última vez que hablaría con María, saludó:

- Hola María.

- Hola -. Contestó de forma seca, mirando hacia otro lado.

- ¿He dicho algo que no debía, o a caso tengo mala pinta?

- Tú, como siempre, pensando como si el mundo girara en torno a ti.

- Bueno; ¿se puede saber que te pasa? Habíamos quedado para almorzar juntos y vernos. ¿A que vienen esos humos?

- Pues deberías saberlo. Ayer estuve esperando una llamada tuya toda la tarde, ya que tu teléfono estaba fuera de servicio y era imposible localizarte. Te recuerdo que habíamos hablado de quedar para cenar. ¿Se puede saber donde pasaste toda la noche? Estuve todo ese tiempo llamándote al piso sin que me contestaras.

- María - dijo él -, sabes como estoy de liado en el trabajo. Ayer después de la última sesión de rodaje, que terminó muy tarde, salí a cenar con un cliente que me pidió encarecidamente que le acompañara. No conocía Madrid y quería comer bien. No quise llamarte porque sabía que te ibas a enfadar, y esperaba hoy tener un momento para disculparme.

- Eres un farsante - dijo ella -; te crees que con unas palabras bonitas y otra mentira más podrás convencerme esta vez, sin tan siquiera intentar cambiar en lo más mínimo tu postura. Ayer llamé también a la agencia, tu secretaria me dijo que habías salido pronto y que no habías dicho el motivo. Suponía que ese motivo era inconfesable para mí, como así he comprobado. Espero que para ti sea suficientemente importante, aunque creo que nunca has valorado lo que tienes y no va a ser distinto ahora. No se si algún día cambiaras, pero siento no estar ya para verlo. Nuestra relación se ha terminado, espero no volver a verte más. Me da pena que tengamos que acabar así.

María se levantó de la mesa, recogió las llaves de su coche, el "móvil" y la cajetilla de Marlboro, y dejando una moneda en el mostrador mientras se despedía del camarero, abandonó el bar.
Carlos quedó desconcertado por unos momentos, no esperaba que María reaccionase de esa manera. No le había dado tiempo ni para pedir un café, cosa que solicitó al camarero. Mientras le servía se acercó al baño con la intención de aclarar su mente confusa dándose un "tiro por la nariz", algo que no lograría por mucha coca que se metiese; al contrario, la euforia y la excitación no le reportaban bien alguno. Salió repeinándose el pelo con las manos y con algo de polvillo blanco sobre su chaqueta de "Caramelo".
Sacó su móvil y llamó a Laura. Respondió después de varias señales el contestador automático:

- Hola soy Laura. Si quieres hablar conmigo, inténtalo en otro momento. Estaré fuera todo el fin de semana. Me voy con Clara, Pablo y Esteban a la sierra. Nos veremos pronto.

Así era Laura, no tenía miedo que le robaran mientras estaba ausente. A decir verdad, poco había de valor en el piso que compartía con su amiga Clara cuando ambas faltaban.
Carlos se sintió aún más solo, y de pronto, la euforia que hacía que sus fosas nasales se contrajeran y expandiesen excitadas, dio paso a un bajonazo impresionante que le obligó a sentarse. Aflojó el nudo de la corbata para intentar tomar el oxígeno que le abandonaba de repente. Un sudor frío comenzó a correr por su frente y sentía como si el corazón galopara descontrolado. El miedo acudió a su piel, que parecía la de un pollo recién pelado; y sus ojos quedaron mirando como al vacío, concentrados en sus pensamientos.

Alguien pasó a su lado buscando la máquina expendedora de cigarrillos y le tocó en su rodilla, lo que hizo que reaccionara en ese momento tratando de reponerse. Se había quedado pálido y helado. Era la primera vez que le pasaba y no sabía como responder. Se rehízo lo mejor que pudo y sacudió la muestra del pecado en su ropa. Se situó en la barra y levantando la mano advirtió al camarero de que quería pagarle.











Al salir al exterior le abofeteó la ola de calor que apretaba fuerte, antes incluso del medio día, y en su cabeza se situó una niebla aplastante que doblegaba su capacidad de decisión. No sabía qué hacer y a donde ir; estaba totalmente descolocado y una pesadez mental le impedía pensar con coherencia. Paró un Taxi y regresó al apartamento. No quería hablar con nadie, y mucho menos tener que dar explicaciones. Intentaría recuperar el sueño perdido la noche anterior, si es que aquella "rara excitación en la más aplastante calma" terminaba de irse y le dejaba descansar definitivamente. Apagó su teléfono móvil y conectó el contestador automático de su "fijo". Cuando se acostó en la cama, prácticamente desnudo, aún sus axilas sudaban abundantemente y las sienes le palpitaban con fuerza. Una amalgama de pensamientos se agolpaban desordenados en su mente, igual que los sentimientos contradictorios que afloraban inesperadamente. Acudían a él imágenes que no le gustaba recordar y que ahora le atormentaban, pues estaba solo, enfrentado a sí mismo. Por primera vez comprendió que no podría seguir huyendo cada vez que algo no le gustara, como había hecho hasta entonces.

El aire climatizado suavizaba la atmósfera de la habitación mientras intentaba tranquilizarse y pensar con un mínimo de serenidad. Poco a poco fue ralentizándose su loco corazón y la respiración se relajó. Pensó entonces que debería consultar el "episodio" con su médico particular. Nunca antes la salud le había dado un aviso tan claro. Creyó que su corazón se había resentido de verdad, que algo le fallaba. Además, aquel desánimo, aquel tedio que le impedía iniciar nada, no era normal. Esa misma tarde llamaría a su médico y amigo, Alfredo, para pedirle consulta.

- Buenas tardes Alfredo, ¿qué tal?

- Ya lo ves Carlos, aquí al pie del cañón, como siempre. Esperaba que me llamaras para tomar unas copas. Hacía tiempo que no te veía... ¿Pero, qué te pasa? Te veo un poco demacrado.

- Pues no lo sé, la verdad. Y por eso estoy aquí. Perdona, pensarás que soy poco considerado, pero como tu dices, para charlar y pasar un buen rato, éste no es el mejor sitio.
Hace unos días, a primeros de agosto, María cortó nuestra relación harta ya de tantas infidelidades por mi parte, lo cuál veo lógico. Pero entonces algo me pasó, como un síncope o algo parecido, que me ha dejado desde entonces en un estado de tedio que no puedo superar. Mi cabeza siente la presión de una gorra inexistente y por dentro un estado de nerviosismo constante que me bloquea por fuera incapacitándome para cualquier cosa. Hasta ducharme por las mañanas me supone un gran esfuerzo. Siento en los peores momentos galopar a mi corazón y parece que me asfixio al respirar. Llevo así todo este mes y no se me pasa. He tenido que tomarme la baja y tengo pendiente un proyecto importante para la campaña de Navidad. Así que tras reflexionar, he decidido venir a verte para pedirte consejo.

- Siéntate ahí - le indicó el diván de reconocimiento - voy a auscultarte y a medirte la tensión arterial. 

Carlos se sentó, desabrochó su camisa de seda italiana y se arremangó la manga de su brazo izquierdo.

- Bueno sí, la tensión la tienes un poco baja. Voy a mandar que te hagan un electrocardiograma. No noto nada extraño, pero conviene descartar. Y una analítica completa. Creo que peso no has perdido. Súbete a la báscula, veremos. Lo que te dije, incluso has engordado algo más de un kilo desde el último reconocimiento.

- No, si yo por lo demás me siento como siempre y tengo apetito, lo que no consigo es conciliar el sueño por las noches. La presión que siento en todo el cráneo se transforma al caer la noche en un fuerte dolor de cervicales que no me deja asentar el cuello sobre la almohada. Todos estos días llevo a base de calmantes y no sólo no se pasa, sino que siento que va a más.

- Carlos, creo que puede que estés pasando por una crisis. No veo en ti otra cosa que los síntomas de una gran ansiedad. Y tendrás que andar con cuidado, estas cosas conducen a la depresión si no se controlan. Voy a recetarte un tratamiento suave mientras te realizan las pruebas y ya me vas contando. Creo que es algo que aún puedes controlar perfectamente, pero no te aconsejo para nada la relajación; al contrario, intenta estar activo como siempre, no dejes de salir. Pero eso sí, tendrás que ir dejando el alcohol y todo lo demás, si iniciamos un tratamiento sería contraproducente.

- Haré lo que tu me digas Alfredo, sabes que confío en tus consejos. Eras el mejor en el instituto, siempre tenía que recurrir a ti, como ahora.

- Por cierto Carlos, ¿ qué tal tu madre ?

- Bueno, bien creo que está. Ya sabes que yo con mi hermano apenas mantengo relación. Llamo de vez en cuando y siempre se pone mi cuñada. Discutí con Miguel porque no quiso aceptar mi dinero, y con él mi olvido de la familia. Yo quería sentirme bien. Ya sabes que mi trabajo siempre me ha tenido alejado, y tal vez me haya escudado en ello para estar libre de responsabilidades. Ahora dudo. Mi madre es muy mayor, el próximo día de Reyes cumplirá noventa y dos años.

- ¿ Y qué tal está ? Era una mujer muy fuerte y enérgica.

- Pues está muy limitada en todos los aspectos: tiene la columna hecha una ese y camina totalmente encorvada, sujeta a un "andarín" metálico. Las articulaciones brutalmente deformadas por la artrosis y la vista y el oído prácticamente perdidos. Pero lo peor es la demencia senil que padece, que está convirtiendo en un infierno la vida a la familia de mi hermano, después de casi veinte años que llevan atendiéndola. Yo apenas voy a verlos. Es tan grande la pasión y la obsesión que por mi siente, que visitándola no consigo otra cosa que acentuar el sufrimiento a mis hermanos. Ella siempre ha esperado que me la llevara conmigo, y culpa a mi hermano de que no lo haya hecho. Lleva dieciocho años echándoselo en cara. Yo procuré alejarme de esos problemas, aunque siempre he sentido por mi madre algo muy especial que nos ha mantenido unidos sentimentalmente.

- Quizás sería bueno que fueras pronto a verles y que intentes suavizar la relación con tu hermano. Son la familia que te queda. Siento que María y tu hayáis"roto", pero quizás sea la oportunidad para recuperar lo que has perdido.

- Hay cosas que no se recuperan nunca Alfredo. Consideraré tu consejo, aunque creo que ahora no me siento con fuerzas para enfrentarme a otro conflicto.

- Cuanto más pospongas tu decisión, menos capacidad tendrás para asumirla. Enfréntate con ello Carlos; si tú no lo haces, los acontecimientos pueden llegar a superarte, y no podrás evitar lo imprevisible.

- Gracias por todo Alfredo. Eres un buen amigo, además de mi médico, intentaré hacerte caso. A ver si un día de estos te llamo para salir a cenar.

- La semana que viene pásate para hacerte las pruebas. Mi secretaría te concretará el día y la hora. Y recuerda, el mínimo alcohol.











Tras dos meses ininterrumpidos de trabajo, el spot publicitario estaba conformado para su realización. Todos los detalles del rodaje concretados. Faltaba hacer el "casting" de actores y comenzar las primeras tomas. Si todo marchaba bien, debería estar dispuesto para montar a principios de noviembre. Saldría para su emisión la segunda quincena de ese mes.

- No, no quiero nada que transporte al espectador a sentimientos oscuros y tristes. La nieta no puede ir con esas pintas "góticas" y el novio como si fuera un "punkie" con el pelo chupado por una vaca. Como la abuela... Quiero una abuela moderna, que se cuide; con la piel tersa como su nieta. No una reliquia familiar que está sólo para sacar como se sacan los santos, en procesión. Los padres y los hermanos quiero que sean como los miembros de una expedición que comienza, no como viejos esperando tener nietos que les animen un poco su desengañada existencia. El espíritu que queremos en la Navidad es joven, vitalista, que invite a la gente a relacionarse en un ambiente familiar distendido, atractivo. Para ello impregnaremos todo con los productos de la marca, que irán desfilando de boca en boca y de mano en mano por una mesa donde se reúnen la cordialidad, el buen ánimo y el sentimiento de felicidad.

- Carlos - le llamó su jefa de producción -, se han puesto en contacto con nosotros los anunciantes. Quieren saber como va el anuncio y si cumpliremos los plazos de entrega. ¿Qué les digo?

- Diles que todo va bien, que empezaremos a montar la próxima semana y que tendrán el spot para la segunda quincena del mes que viene, como convenimos. Pero por favor, encárgate tú de todo. No me pases más preocupaciones, estamos rodando y ahora necesito tiempo. Tenemos en proceso de producción otro par de proyectos. Es necesario que me dejes tranquilo.

- Sólo quería tenerte al corriente de las conversaciones. No te molestaré más.

- Gracias Marian.

- Bien, a ver todos...Sigamos.

A mediados de noviembre, el spot estaba listo para su entrega. Se concertó con los ejecutivos de la empresa anunciante una sesión de visualización del spot antes de su entrega definitiva. Todo fue como se esperaba, se habían conseguido los objetivos planteados por el anunciante de forma más que satisfactoria. El anuncio era un alarde de creatividad técnica, repleto de reclamos navideños girando en torno a los dulces de la marca, invitando al consumo con las mejores intenciones.

Aquella noche quedó para cenar con su secretaria Marta, Marian la jefa de producción y el productor de la compañía. Cuando llegó al restaurante todos estaban esperándole.

- Buenas noches. No creía que seríais tan puntuales - dijo -.

- Ni nosotros que tu serías puntual alguna vez - replicó Marian -.

- Bueno - intervino el productor - estamos aquí para celebrar el éxito de nuestro anuncio. Te felicito Carlos. Te aseguro que hacía mucho tiempo que no recibíamos tantos elogios por la realización de un spot.


- Es un trabajo de todos Ricardo. Te recuerdo que sin tu aportación nada sería posible. Sin olvidar el afán y la dedicación abnegada de nuestras chicas, aquí presentes.


- Gracias por las flores - le recordó Marian -, pero me gustaría que mostraras otro humor en el trabajo. A veces estás insoportable. Ricardo, tienes que regañarle, últimamente no se puede razonar con él.


- Y tu Marta, ¿no dices nada? - le preguntó Ricardo - Conoces mejor que nadie a Carlos. A lo mejor tú puedes abrir un poco de luz en este asunto.


- Creo que es Carlos quien debe dar esa explicación, yo sólo gestiono su vida telefónica en parte, y no creo saber más que vosotros de sus verdaderas preocupaciones.


- Gracias Marta. Tu siempre tan correcta - comentó Carlos -. Os aseguro que no me pasa nada y que me siento mucho mejor que este verano. Aquel mal trago pasó y sigo estando en la brecha, ¿o no? Perdonar mi ritmo salvaje a veces, pero el mundo de las ideas es repentino y urge su realización, si no, se pierden.

- ¡ Estupendo, estupendo ! - dijo el productor - ése es el espíritu de trabajo que necesitamos -. Ambas mujeres se miraron con complicidad. 

- Bueno, olvidemos por un buen rato el maldito trabajo y veamos que nos depara hoy la carta.

- ¿ Donde pasarás este año la Navidad Carlos ? - le preguntó Marta -.

- Pues todavía no lo he pensado. Otras veces, con María, no tenia que preocuparme por ello. No se, tal vez me acerque al pueblo para ver a la familia. Mi madre ha estado ingresada un par de veces este otoño. Creo que durará poco, está muy mayor.

- Supongo que el Año Nuevo lo pases en Madrid como siempre. No me imagino una Noche Vieja sin que estés - le dijo Marta -.

- Me alagas Marta, pero no se que haré. Este año lo mismo descanso. Me vendría bien.

- Estaremos con los regalos esperándote después de "Reyes" - continuó Marian -.

- Gracias, gracias, pero veamos que cenamos. Al menos, elijamos el vino, el camarero espera.










Todo estaba preparado el día veintidós de diciembre. La sala de reuniones adornada con motivos navideños y mucho confeti para arrojar; con matasuegras y el monitor de televisión emitiendo la lotería nacional. La mesa llena de bandejas de dulces, canapés y botellas de champán francés y cava.

- Señores, señoritas, un momento por favor - alzó la voz el productor ejecutivo -. Quisiera que brindásemos juntos por los buenos resultados que este año hemos obtenido. Gracias a todos, y también por tener con nosotros al mejor creativo del momento, nuestro compañero y amigo Carlos.

Todos levantaron sus copas en torno a la mesa mirando hacia Carlos. La celebración siguió en un tono festivo y distendido. El champán fue calentando los ánimos y los villancicos y las canciones de navidad estallaban a coro. El confeti inundó la sala y los matasuegras empezaron a ponerse pesados. Carlos hablaba con Marta mientras tomaban una copa cuando recibió una llamada en su móvil. El ruido del ambiente impidió que oyera la señal a tiempo y cuando lo cogió para recibir la llamada, la señal se cortó. Salió fuera, al pasillo, para comprobar el número desde donde habían llamado. Era el número de su hermano Miguel. Marcó llamada y al momento se puso al otro lado su cuñada Begoña.

- Sí, soy Carlos. ¿Eres Begoña?

- Hola Carlos, ¿qué tal estás?

- Bien, ¿y tú? He visto una llamada vuestra en mi móvil. ¿Qué pasa, está la abuela mala de nuevo?

- No, no. La abuela está como siempre, pero a tu hermano Miguel le ha dado un infarto al corazón. Lo tenemos ingresado en el hospital clínico de Valladolid desde ayer tarde.

- Pero, ¿cómo? Nunca había estado enfermo.

- Creemos que le ha afectado esta vez el paro laboral que viene sufriendo desde hace más de un año. Además, ya sabes la afición que tenía al tabaco. Fumaba mucho, aunque por lo demás llevaba una vida sana. Casi no bebía. Estaba ahora muy centrado con su jardín y sus plantas, pero creo que tanto tiempo en casa al lado de tu madre, que está ya muy debilita y muy perdida de cabeza, le ha hecho mal. Te llamo para que lo sepas. Puedes hacer lo que creas conveniente.

- Gracias Begoña. Claro que iré a verlo. Cogeré el primer AVE que salga para Valladolid. Pero dime, ¿cómo está?

- Pues bueno... está estable dentro de la gravedad. Lo mantienen en la "UCI" y lo operarán mañana a primera hora.

- Intentaré por todos los medios estar ahí para acompañarte. Quiero ayudar en lo que pueda.

- No te preocupes, con tu presencia es suficiente.

- Gracias por todo Begoña. Me mantendré en contacto contigo. Carlos regresó a la fiesta para despedirse de Marta. No quería demorarse si pretendía estar a primera hora con su hermano antes de que lo metiesen en quirófano. 

- ¿Qué pasa Carlos? - Le preguntó Marta cuando volvió a la sala, donde el ambiente se había caldeado y las botellas empezaban a vaciarse.

- Mi hermano ha sufrido un infarto. Está ingresado esperando que le operen. Ahora se debate entre la vida y la muerte.

- ¿Y qué vas a hacer?

- Pienso coger el primer AVE que salga para allá. No quiero que les digas nada a la gente, es mejor; estropearles la fiesta es hacer que comiencen la navidad con mal pie. Despídeme y diles que han pasado a recogerme para un viaje que tenía previsto a París. Ahora debo irme.
- Cúidate Carlos, y que todo vaya bien.

Carlos regresó al apartamento dispuesto para hacer el equipaje. El día había empeorado, hacía un frío intenso y comenzaba suavemente a nevar. El calor interior empañaba los cristales. Fuera, las calles adornadas de luces navideñas se vestían de blanco y los escaparates empezaban a iluminarse.

Se duchó sin prisas, intentando relajarse un poco mientras el agua, casi ardiente, corría por su cuerpo desnudo. No hacían más que aflorar a su recuerdo las imágenes de su hermano y de su madre, de quienes tanto tiempo había permanecido alejado. El resultado de la enemistad con su hermano lo perseguía ahora como culpable. Sentía responsabilidad por el sufrimiento que, por atender a la madre, su hermano pudiese padecer, evitándole a él ese sufrimiento. Pesaba en él la culpa de haber deseado vivir sin que la familia fuera un estorbo para ello. Empezaba a pensar si no sería demasiado tarde para poder reparar el daño.

Después de vestirse revisó su cartera, las tarjetas de crédito y su documentación. Cogió algo de ropa y unas mudas, preparó su ordenador personal, su cámara de fotos y completó el equipaje. Echó mano a su "polvera", pero al abrirla recordó que hacía ya un tiempo que no la necesitaba, e instintivamente volvió a cerrarla y la dejó sobre la mesilla de noche.

Cuando bajó a la calle, la nevada era tan intensa que impedía ver mucho más allá de unos pocos metros, y en el suelo se acumulaban varios centímetros de nieve. Miró hacia arriba, pero las luces de neón y los focos del alumbrado público reflejaban su luz impidiendo ver el cielo.

Quería comprar algunos regalos para Begoña y los chicos, pero empezaba a oscurecer y el tiempo apremiaba. Intentaría coger algo en la galería comercial de la terminal de trenes en Atocha. Paró el primer taxi que apareció, el cual lo condujo hacia la estación no sin grandes dificultades, pues el tráfico se había ralentizado debido a la nevada. Tardaron casi una hora en llegar. El caos en la estación era monumental. Los trenes permanecían en las terminales sin salir. La gente se agolpaba en las ventanillas de recepción pidiendo explicaciones; todos los trenes habían cancelado por el momento su salida por motivos de seguridad y no se sabía con exactitud cuando comenzarían a partir hacia sus destinos. Los monitores de la sala de espera anunciaban que todos los vuelos en el aeropuerto de Barajas estaban cancelados por el mal estado de las pistas y que en las carreteras había grandes retenciones a la salida de la capital.

Todo se estaba complicando de forma inesperada como le dijera su amigo Alfredo, y ahora eran los acontecimientos los que se desbordaban sin que pudiera hacer nada por cambiar las cosas. Cada minuto que pasaba se alejaba más de su hermano, la única familia que aún le quedaba después de su madre, quien quizás ya no le conociera.

Aprovechó para pasarse por las tiendas y comprar unos regalos, pero su mente no dejaba de cavilar y la ansiedad crecía por momentos.

- Señor... ¿Le pasa algo? Aquí tiene sus regalos y la tarjeta. Muchas gracias.

- Gracias a usted, perdón.

Salió de la tienda y se dirigió a la cafetería para sentarse un poco mientras esperaba y entre tanto tomar un café caliente. Allí, con tanta gente, se sentía solo mientras veía como su vida cambiaba. Inútil, impotente, sin armas ni recursos para salir al paso. Las circunstancias le habían dejado fuera de juego. Trató de hablar por el móvil con su cuñada pero no le cogió el teléfono. Los nervios los tenía a flor de piel y sus piernas no dejaban de moverse del asiento. Volvió a la sala de recepción para informarse. Todos los viajes habían sido cancelados hasta el día siguiente. Sacó entonces el billete para el primero de la mañana y decidió no irse a casa, no quería encontrarse con nadie. Dejó la estación y se alojó en el primer hotel que encontró a su paso. Fue a refugiarse en su habitación, y tendido en la cama intentó dormir un poco. Cuando se despertó eran poco más de las siete de la mañana. Su tren saldría a las ocho en punto. Se aseó y bajó a cafetería para desayunar antes de irse. No se afeitó ni se duchó, por lo que su aspecto parecía un poco descuidado.

- ¿ Ha pasado buena noche señor ? - le dijo el recepcionista -.

- Hacía mucho tiempo que no dormía tan bien, gracias.

- Gracias a usted señor por haber pasado por nuestra casa. Le esperamos de nuevo.

- Adios, que pase buenas Navidades.

- Igualmente señor, que todo le vaya bien.

Cuando llegó a la estación los trenes rezumaban la humedad exterior convertida en vapor por sus motores calientes y el aire acondicionado de los vagones. Subió a su tren sin demora, y al sentarse en la butaca sintió como un alivio largamente esperado. Ahora sí estaba en camino. Tal vez pudiera conseguirlo.
Llamó de nuevo por teléfono a su cuñada para decirle que por fin partía y para preguntarle por Miguel. La imagen de su madre había desaparecido de su mente, ahora solamente quería que su hermano se recuperara para poder hablar con él y pedirle perdón; sí, perdón, si eso fuera necesario. Begoña tardó en cogerle la llamada, pero tras varios intentos respondió:

- Si, Carlos.

- Si, soy yo. Voy para ahí. ¿ Qué tal mi hermano ?

- Acaban de ingresarlo en quirófano. No puedo decirte más de momento, estamos a las puertas con parte del equipo médico. Te llamaré después.

- Haz el favor de mantenerme informado.

- No te preocupes, que yo te llamo.










El tren recorría a gran velocidad los campos castellanos disfrazados de blanco, y su mirada se perdía en el horizonte tras los cristales empañados por el calor interior. Las escasas dos horas que duraba el trayecto se convirtieron en una eternidad para Carlos, que ansiaba el momento de poner el pie en el andén para correr hasta el hospital. Era como si en ese tiempo se jugara su vida, la nueva vida que estaba pariendo en mal momento en un frío quirófano de hospital. No sabía cómo, pero por primera vez para él alcanzaba un sentido aquel tiempo de Navidad. Ahora recordaba los juegos y las peleas con su hermano el día de Reyes, y el pavo asado que su madre preparaba todos los años en Noche Buena. Volvían a su boca los sabores y los aromas de la Navidad, y las calles llenas de nieve con niños con gorro y bufanda de la mano de sus madres, viendo pasar la caravana de los Reyes Magos. Las lágrimas acudieron a sus ojos y no pudo reprimir un ligero "puchero" en sus labios. Hacía tanto tiempo que no se sentía tan niño, tan lleno de emociones, que aquello lo consoló por dentro y se sintió bien. Bien por primera vez desde hacía mucho tiempo. Cuando bajó del tren su sobrino Óscar estaba esperándole. Lo abrazó con fuerza y le beso en las mejillas.

- ¿Donde está Olga, tu hermana?

- Está con la abuela.

-Pero si sólo tiene trece años.

- Sabe lo que tiene que hacer. No te preocupes tío.

Juntos se dirigieron al hospital, hasta la sala de espera donde se encontraba Begoña. Pasaron horas llenas de tensión y casi en absoluto silencio. Trató de consolar a Begoña, que estaba pasando un mal rato, y se sentó junto a ella abrazándola hasta que se tranquilizó. Así estaban cuando el cirujano salió del quirófano.

- ¿La familia de Miguel López?

- Si - dijeron todos a un tiempo.

- Todo ha salido bien. Ahora debe descansar. Lo tendremos de momento en observación hasta que se estabilice su estado. En cuanto esto se produzca lo subiremos a planta.

- Pero doctor, ¿como está? - le preguntó Carlos -.

- No se preocupen, ya les he dicho que todo ha salido perfectamente y que él se encuentra bien. Deben tranquilizarse. Procuren también descansar.

El doctor se fue y los tres quedaron abrazados en el pasillo un rato. Carlos secó con su mano las lágrimas de Begoña y le dijo:

- ¿ Puedo pasar estas navidades con vosotros ? Me gustaría ver a mi madre y estar con mi hermano.

- Por favor Carlos, nunca nuestras navidades fueron completas sin ti. Queremos que te quedes, serás el mejor regalo que podamos ofrecer a tu hermano.












jueves, 3 de diciembre de 2009

Un hombre que amaba los animales. Cap. 13


















La llamó "Berta", tal como ponía en la chapa plateada del collar de cuero que llevaba. La perrita había tenido amo, estaba gorda, limpia y bien cuidada. Denotaba raza y buena clase, se la veía siempre inquieta y a la expectativa de todo lo que se movía. José pensó que habría pertenecido a algún cazador de la zona, y aunque él no lo era y no sabía tantear al animal en el arte de la caza, decidió de todos modos llevársela. La perra se hizo bien a su compañía desde el primer momento y no se separaba de su lado. Tampoco se asustaba de los disparos, pero era receptiva a las voces salvajes de algunos hombres.
A pocos metros por delante de José, cruzaba con sus soldados el campo sembrado de cadáveres, parándose a veces para respirar los vientos que le traían nuevas percepciones. Levantaba la cabeza y las orejas, orientando al viento su hocico húmedo, que parecía moverse con autonomía buscando los olores, los aromas que aquel transportaba. Cuando José la observó por primera vez con la cola en tensa posición horizontal y su mano derecha agazapada contra el tórax en una pose inmóvil, comprendió rápidamente lo que había encontrado.




Volverían a Boadilla del Monte, pero sería por poco tiempo. Esta vez no tendría permiso para escaparse y ver a Micaela, la guerra estaba tomando una fuerza que arrastraba los acontecimientos como un torbellino asesino y pronto deberían reincorporarse a la acción que el desarrollo de la contienda imprimía.


En parte la República había conseguido uno de sus objetivos, que Franco distrajera fuerzas del frente del Norte, pero el coste había sido elevadísimo y el cerco sobre Madrid permanecía intacto prácticamente. Tras caer Irún, que cerraba la frontera con Francia, el "Cinturón de acero", así llamado el conjunto de fortificaciones levantadas para defender Bilbao, cedería pronto a la presión de las tropas nacionales, y sólo quedarían Santander y Asturias por sucumbir a sus manos. Para la República era muy importante mantener vivo el frente en el norte y poder atacar por retaguardia el avance nacional, de esta manera trataban de evitar lo que sólo sería cuestión de tiempo, que los sublevados consiguieran romper en dos la zona republicana penetrando hacia el Mediterráneo.



José recibió en aquellos días una carta de Micaela donde le contaba que su padre había muerto y que desde entonces no dejaba de acosarla un mozo de las Juventudes Falangistas llamado José Luis, sobrino del "Chino", que regresado del frente del Norte herido en un hombro, se había encaprichado con ella. No hacía más que hacerle alagos con regalos y acosarla hasta el punto de haber asustado a sus amistades y familiares, que no veían buena la relación con el sobrino de un "carnicero" que intentaba amasar fortuna a través de la extorsión y el asesinato de sus más allegados congéneres.

A José no le faltaban preocupaciones, y aquella carta suponía un motivo más para estar preocupado y medio ausente en una situación que requería el máximo de su concentración y energías. Los últimos acontecimientos de la guerra estaban llegando al paroxismo de la barbarie y los combatientes sufrían secuelas psicológicas. Él también padecía su propia lucha interior, y aunque no era hombre dado a expresar sus sentimientos y emociones, se sentía afectado igualmente. Veía como el destino lo arrastraba inexorablemente sin que él pudiera hacer nada; cómo su vida era manejada por otros hilos que no controlaban sus manos y que lo forzaban como a los demás a ser una simple pieza de ajedrez en el tablero de la muerte.

Por un lado intentaba pensar en positivo, mirando todo aquello que había conseguido mientras otros sucumbieron en la primera oportunidad, pisados tal vez por sus compañeros en su intento por avanzar unos metros más, antes quizás de morir. Él tan sólo había perdido un ojo y buena parte de una de sus orejas, entre un sin fin de posibilidades de perecer. Era un afortunado, seguramente, sin habérselo propuesto había logrado una posición que otros nunca tendrían por mucho que lo planearan meticulosamente, y se estaba empezando a convertir en un héroe. Y aún cuando aquello no venía más que a recordar la importancia de la casualidad, un instinto le empujaba a pensar que también su decisión era importante y que influía en el hecho de sobrevivir. Mas aquel contrasentido le obsesionaba y le deprimía en los momentos de soledad, que a Dios gracias eran pocos, pues la guerra apenas dejaba respiro a quien tenía la responsabilidad de mandar hombres de forma directa. Los generales estaban muy lejos de la realidad del campo de batalla, miraban a distancia suficiente como para no tener que contemplar la individualidad humana, sino la masa que la suma de individualidades forma, la cuál es posible dirigir hasta la misma muerte.

Pero aquella carta de su novia no le había dejado indiferente. Odiaba a los falangistas, y más a toda aquella nueva casta de desalmados oportunistas que amparados en una ideología autoritaria intentaban alcanzar el poder a través de la violencia sin otro propósito que enriquecerse y ser respetables, algo que nunca de otro modo conseguirían pues sólo eran sanguijuelas, parásitos improductivos. Como el tal José Luis, activista de las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas) hasta que se alistó para ir al frente. Prepotente y fanfarrón, amparado en su "camarilla" de cómplices secuaces intimidaba a los trabajadores asalariados para que no se afiliasen a las gestoras obreras del campo, tratando de conseguir votos por medio de la extorsión y el terror en los años primeros de la República. Sabía que era un individuo peligroso y que tenía amparo en ciertos estamentos políticos del alzamiento militar.




Las JONS se unificaron en 1934 con Falange Española, el partido fundado por José Antonio Primo de Rivera que terminó apoyando el alzamiento militar planeado por el general Mola contra la II República dentro de un sector del ejército totalmente en desacuerdo con las últimas reformas promovidas por ésta. Las JONS contribuyeron primero a la desestabilización político-social en los años previos a la guerra, ejerciendo contra los grupos sindicales obreros un activismo violento que su ideología promovía para alcanzar el poder y con ello el modelo social que pretendían: un estado autoritario que se organizase a través de un único sindicato vertical que aglutinara de arriba a abajo toda la sociedad. La violencia no era un impedimento, más al contrario, la herramienta fundamental. Por eso, cuando se produjo la rebelión militar fueron implantando el terror en aquellas provincias donde triunfaba, ejerciendo una represión brutal contra la población civil.


José quería estar con Micaela en aquel momento y deseaba que llegara el día de poder echarse a la cara a aquel engreído fanfarrón del "herrero". Nunca tuvo nada que hablar con él, y mucho menos ahora. Estaba encendido por la cobardía que mostraba su oponente, que estando él ausente aprovechaba el momento para cortejar a Micaela. Denotaba que le menospreciaba y eso le ponía rabioso.









-!José¡  

Estaba ensimismado, apoyado en el tronco de una encina con la carta de Micaela en la mano y la mirada perdida en el atardecer rojo que dejaba un sol poderoso de finales de Julio. La perra "Berta", sentada junto a sus piernas sin moverse de su lado todo el tiempo, parecía sufrir el mismo impás de su nuevo amo y se mostraba inmóvil, como una estatua clavada al suelo mirando al horizonte que lentamente comenzaba a apagarse.



-¡Ah si! Hola Sergio. Que pasa, ¿alguna novedad, algo importante?


-No, no; nada que realmente corra prisa. Sólo que tenemos reunión dentro de una hora. He aprovechado para dar un paseo fuera del "fregao" de la compañía; sabía que estarías por aquí.


-Si, me gusta estar solo un rato y a veces no se encuentra el momento. Hace bueno ahora aquí, a la sombra. Seguro que en tu tierra estarías apoyado sobre una palmera mirando el mar azul.

-También tenemos limoneros y naranjos, y un hermoso puerto pesquero con un mercado de casetas y tiendas donde comprar de todo, beber y fumar. Comemos pescado frito, bebemos Whisky, vinos de solera y fumamos kif. Nos llaman "caballas" y somos comerciantes de toda la vida, pero también somos soldados. 
Sí, supongo que si pudiera estaría en el Paseo de la Marina viendo desfilar a las hijas de los oficiales al atardecer, y las "moritas", con esos grandes y hermosos ojos negros que destacan entre el arco iris de sus "sarees" y "chilabas", de los uniformes y galas militares de los soldados de paseo. Siempre mirando al mar, hacia la amada España, a quien consideramos nuestra madre.


-Tu Sergio, al menos sabes por qué luchas. Tienes una causa, vives de ello, eres un profesional y tu sangre es española, razón de más para intentar defender la patria con la que soñáis. Pero no es así para mí. Creo que esta guerra es absurda y una locura estúpida. Yo tenía mi vida en el pueblo, comenzaba a caminar por mi pie y ser independiente, y la guerra partió por la mitad todas mis expectativas. Todos esos ideales de patria, de nación por los que luchamos, no han conseguido otra cosa que llevarnos a nuestra propia ruina. Nos han jodido la vida. Pero dime Sergio, siento curiosidad; ¿tu crees en Dios?


-Bonita pregunta a esta hora, que casi nos tenemos que ir. Bueno, pues creer, lo que se dice creer... Pienso que hay un algo, sí; algo que no podremos nunca entender ya que está sobre todas las cosas, que no podemos ver. Tal vez su grandeza sea lo que nos lo imposibilita.


- ¿Y por qué ahora no se manifiesta, si es cuando más lo necesitamos ? - siguió José - ¿Por qué no para esta masacre? Es injusto un Dios que existe para dejarse manejar por los destinos de los hombres.


-No creo que Dios deba estar para resolver los problemas de los hombres, porque entonces no sería un Dios verdadero, sino una herramienta en nuestras manos, manos siempre inexpertas. Dios debe ser una guía segura en la que encontremos confianza para nuestras decisiones, pues son importantes y trascienden al tiempo.


-Entonces Dios no tiene nada que ver en esta guerra. Es curioso que se hayan quemado tantas iglesias y saqueado conventos como nunca en la historia, y Dios no haya estado presente. Sólo cuestión de los hombres, seres tontos que no saben porqué se matan. Unos luchan para abolir un Dios que según ellos no existe y los otros para defender unas tradiciones basadas en la creencia de un Dios imperceptible, sólo presente en sus mentes. Que les enseña a ser resignados con su suerte aunque para la mayoría sea la miseria y los padecimientos el destino reservado, mientras desde fuera contemplan la opulencia y los excesos de una minoría casi divina para ellos.


-Los hombres debemos controlar nuestros propios excesos, somos libres y responsables realmente de nuestro destino. Los desordenes y la violencia han superado al hambre y las penurias y los jinetes de la muerte desbocaron sus caballos, que corren furiosos aplastando todo a su paso. Es muy difícil comprender cuando no se tiene fe. No es fácil abrir el corazón a sentimientos incomprensibles.


-Sí, - dijo José - creo que tenías razón en que era un tema poco apto para debatir en un tiempo tan escaso. ¿Que hora es? - José sacó del bolsillo junto a la cintura de su pantalón un viejo reloj de bolsillo que sólo tenía la aguja que marcaba las horas, cuyo metal estaba tan sobado que había perdido la capa de baño plateado -.
- Vaya, son casi las nueve, debemos regresar; quiero pasar primero por la compañía y reponerme un poco.


-Regresemos - dijo Sergio -. Yo también tengo cosas que hacer antes de presentarme en el puesto de mando. Encargaré a los "cabos primera" que organicen las guardias de la noche y dispongan las "imaginarias". Nos veremos de nuevo en el puesto de mando.






Ambos se dirigieron de nuevo al pueblo dando la espalda al atardecer rojizo con Berta a su lado. Regresarían pronto a la acción. Tras varios días más de descanso merecido serían transportados en tren al frente del Este, en Zaragoza, donde se observaban maniobras de las tropas republicanas y se esperaba un ataque inminente. Franco quiso reforzar sus fuerzas con la 13 División de Barrón - División en la que estaba agregado el batallón al que José pertenecía - y la 150 de Sáenz de Buruaga.


Por la noche Sergio y José fueron al viejo salón de baile, donde una pequeña compañía de teatro y variedades daba una función para la tropa. Llevaban una "cupletista" joven y atractiva, que aunque no destacaba por la interpretación, exaltaba a los hombres con sus curvas sinuosas y sus escotes más que llamativos. Era morena, de piel clara y ojos oscuros. Sus carrillos sonrosados aportaban calor y sensualidad a su rostro igual que sus labios rojos, que guardaban la sonrisa de unos dientes blanquísimos. Esbelta, con un cuerpo como no habría soñado ningún soldado presente y unas piernas por las que cualquiera perdería el sentido.
Iba acompañada al piano por un maestro que hacía las veces de compositor, relaciones públicas y bufón de la función, y que trataba de levantar la voz entre los silbidos y el murmullo intenso de los soldados, que excitados por el alcohol y el deseo exhibían sus peores perlas y groserías voceando, haciendo prácticamente imposible oírla desde fuera de las primeras filas junto al escenario.


Los dos amigos intentaron abrirse paso para llegar hasta la barra de bar, cerca de la cuál se encontraba montado el pequeño "tablao" de la farándula. No sin esfuerzo consiguieron introducirse en el ambiente y pedir una jarra de vino y dos vasos, que la hija del mesonero les sirvió sin demorarse. No habían empezado a beber todavía cuando una trifulca comenzó por delante de ellos, más allá del escenario. Los hombres se expandieron en corro mientras las sillas volaban por el aire. Trataron de adelantarse y ver que estaba pasando, pero la masa de hombres se lo impedía. José desenfundó su pistola y disparó al aire. Cesaron las voces y los hombres se contuvieron un momento. Se abrieron paso pistola en mano hasta el centro del corro donde yacía muerto un legionario. Un moro de regulares le había segado el cuello. Parecía que la disputa había comenzado porque el moro había pisado al legionario en su afán por ver a la cantante, y éste había reaccionado "cagándose en Dios y en toda su puta raza". El africano tomó el asunto más como blasfemia que como ofensa personal, y contestándole con respeto le dijo: - Deberías rezar por los pecados de tu boca, en vez de estar aquí. ¡Alá es grande y misericordioso!


-Yo sólo rezo cuando estoy cagando - le gritó el legionario -; el resto del día es para mí, y no para que me lo joda un hijo de la gran puta de Alá.


En ese momento, sin darle tiempo a reaccionar, el moro sacó su cuchillo de media luna y le seccionó el cuello de un tajo. Se creo un gran charco de sangre y el hombre cayó al suelo. Todos se apartaron con violencia. Cuando Sergio y José llegaron al centro del corro el moro aún tenía su cuchillo en la mano.


-¡Tíralo al suelo! -. Le ordenó José al soldado, que aún respiraba con violencia ante la situación que acababa de protagonizar. 
-¡Tíralo al suelo te digo!


Nadie se movió ni dijo nada en ese momento. El soldado mantenía en su mano el arma y en sus ojos se apreciaba un brillo asesino. José dio un paso hacia él sin dejar de apuntar con la pistola, y como el moro no obedecía, le dijo: 

-Tu Dios no será responsable si ahora te mato; igual que no responderá por la muerte de este compañero. Entrégame el arma y tendrás tu juicio justo; pero no me temblará la mano si tengo que quitártela.


El moro tiró al suelo el cuchillo y se limpió las manos en sus ropas antes de levantar los brazos en alto. 

- ¡Alá es grande y misericordioso! - Dijo.

En ese momento otro soldado disparó a quemarropa sobre la cabeza del africano saltándole la tapa de los sesos. José tuvo que emplear su arma disparando sobre el otro soldado, que cayo al suelo muerto por la bala que atravesó sus pulmones.


-¡Sáquenlos, inmediatamente! - Gritó José -. Huertas, asegúrese de que los compañeros de escuadra de estos hombres se encargan de enterrarlos. Yo daré parte en el puesto de mando del incidente. Retengan, si tienen, sus acreditaciones. Tendremos que informar de ello a sus familiares.


-A sus órdenes mi alférez.

































José trataba de ordenar en su cabeza el sin fin de pensamientos que afluían a su mente mientras caminaba con paso lento hacia el puesto de mando. Sentía por momentos como si todas las contradicciones se unificaran en una sola dirección para convertirse en respuestas claras, donde la lógica de lo natural lo explicaba todo. Y todo partía del hombre y a él volvía. La misma idea de Dios en el hombre era un hecho natural, y como tal existía. El preguntarse porqué era absurdo, pues ninguna sociedad sobrevivía sin la esperanza de perdurar. José empezaba a entender por qué Dios estaba sobre todas las cosas y por qué no podía verse.