Solemos encadenar nuestra realidad al pasado más inmediato, sin caer en la cuenta de que es el futuro más próximo lo que provoca los cambios. Nuestro presente es el futuro que otros soñaron y así sucesivamente mientras el ser humano no pierda sus sueños, su capacidad de ilusionarse, su ímpetu creativo.
Demasiadas veces renunciamos a lo mejor de nosotros mismos por negarnos a soñar, a imaginar, a crear y poner en marcha otra realidad que no sea la impuesta por las circunstancias, incapaces de creer disfrutar del porvenir.
Sin embargo, cuando miramos a nuestro alrededor y contemplamos serenos las cosas, ¿cómo dudar de que son así, porque así lo hemos querido?
Nuestra realidad es como nosotros la definimos, y el sólo hecho de imaginar supone el principio de una nueva realización, de otra posibilidad de sentir y de trasmitir, de expandir la vida eternamente.
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