El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

sábado, 23 de agosto de 2014

IMPOSICIÓN.







- Fui vendido, avergonzado y ultrajado por lo que en verdad desconocía y que estaba obligado a cumplir - dijeron las palabras -; que confundí con mi seguridad y resultó ser mi dueño. Que consideré único, absoluto y neutral, y después se mostró dividido, parcial e interesado.
La ley limitó mi acción hasta el extremo de socavar mi voluntad, mas en mis entrañas rebrotó la rebeldía. “Ley no es justicia” – me dije -. “Ley que no suma, sino que se divide para desunir voluntades; que no tiene una cara reconocible por todos, sino incalculables definiciones de su naturaleza; que se pliega ante la arrogancia del poder y del dinero despreciando a quienes, por no poseerlos, se hacen sumisos a su déspota potestad, no es ley, sino imposición.”

Y el sentir reveló su complicidad:

-Vi como los hombres cargaban resignados con su yugo, el cual les impedía elevar los ojos al cielo con esperanza para creer en sus sueños de realización necesarios; obligados a mirar siempre al suelo polvoriento bajo los pies, cansados de su penoso camino. Y comprendí su juego, su auténtico fin: imponerse.

Todas las leyes de la naturaleza son universales y gravitan sobre todos los seres, sobre todas las cosas; ¿por qué no así la ley de los hombres? ¿Acaso, a falta de reconocer otro ser superior, se comporta el ser humano como un dios inconsciente de su transcendencia?

La ley del hombre parece ir en su contra limitando su capacidad de transformación, de movilidad, de progreso, al no recaer sobre todos con la misma fuerza y rigor; por hacer distinciones entre los hombres antes de reparar en sus particularidades; por intentar poner orden en el libre albedrío de la vida sin observar sus principios.


Podremos imponer una ley para cada ser, otra para cada uno de sus actos, mas no conseguiremos por ello un mundo mejor, sino más complicado. No, sin entender que aquello que nos diferencia como individuos, nos complementa como sociedad. Y que es ésta la que realmente tiene transcendencia, donde el hombre desarrolla su plenitud como ser libre y creativo.






domingo, 17 de agosto de 2014

RECOBRAR LA FE.






-Miré a mi alrededor buscando la esperanza de la fe por un futuro mejor, pero mis ojos sólo reconocieron un mundo decepcionante que se levantaba frente a los sueños de bondad.
Dudé del hombre y de Dios, y tras ello certifiqué la duda sobre mí mismo, aquella que acerca al ser al fondo vacío de la insustancialidad, en el transcurso de su tiempo breve.
Y de tanto dudar llegó la revelación necesaria, que me hizo comprender que todo lo que contenía el horizonte no era más que el resultado de la materialización de las pretensiones humanas; muchas equivocadas, otras, imperfectas, algunas extraordinarias, pero todas posibles gracias a la voluntad humana de crear.
Reconocí entonces a Dios en el hombre y me reconcilié con el ser que daba forma a mi cuerpo, con la suerte que acompañaba mi paso por el tiempo, para admitir por fin en mi corazón las eternas palabras: “A su imagen y semejanza.”

Miré de nuevo, pero esta vez al interior de mi consciencia; para poner alas a mis sueños, para entregar mi alma a su dueño, la vida, y contribuir a su valor. Mi fe resurgió intacta, novísima y provocadora, poniendo en marcha la ilusión necesaria para transformar en realidad los anhelos, que sólo habían sido sueños de mi débil voluntad domesticada por la pereza, por la resistencia a desgastarme y envejecer.