El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

lunes, 28 de junio de 2010

Un hombre que amaba los animales. Cap. 22














Los días transcurrían eternizándose en la espera. José se impacientaba ante la ausencia de noticias de Micaela y los nervios le empezaban a pasar factura. Su alma intranquila no dejaba que el sueño acudiera cada noche y el cansancio hacía mella en su cuerpo. Prácticamente no comía, y el recuerdo de la última misión fracasada atormentaba sus pensamientos. No podía prever cuanto más duraría aquel sin vivir, aquella agonizante espera sin noticias de su familia y sin nuevas órdenes que entretuvieran su cabeza cavilosa. Una y otra vez le daba vueltas al sentido que tenían en su vida los acontecimientos por los que atravesaba, y se sentía más desdichado cuanto más reconocía que de ellos no era responsable; que como el resto, había sido arrastrado sin quererlo a aquella locura.


Al lado de su perra Berta se alejaba de las barricadas siempre que podía, buscando estar solo; de tal modo trataba de relajar su mente atormentada en compañía de quien creía entendía su dolor en silencio, sin buenos consejos ni comprensiones compasivas. Solos en la inmensidad del paisaje árido, casi desértico de las llanuras aragonesas, verdaderamente impresionantes de cielo y tierra, que le recordaban a las suyas de Castilla.


En sus cavilaciones nada más encontraba amargura y su carácter afable fue volviéndose introvertido y esquivo, hasta el punto de que evitaba todo contacto que no fuera estrictamente profesional, incluso con quienes habían sido sus mejores amigos hasta entonces. No dejaba de ocuparse de sus hombres, pero sólo desde el punto de vista de la supervivencia militar, lo cuál lo traía obsesionado; del resto de sus vidas parecía no preocuparse demasiado. Deseaba recibir pronto nuevas órdenes para otra misión y la espera lo impacientaba.

Una de las últimas tardes de verano, aún caluroso, sentado sobre una gran piedra mientras contemplaba el rastreo de Berta sobre las pajas de cereal y los terrenos perdidos que se abrían ladera abajo, intentaba sin conseguirlo poner orden a sus pensamientos. Sacó su petaca de tabaco y se lió un cigarro; después apuró un trago de aguardiente que guardaba en una pequeña botella metálica que tiempo atrás le regalara Sergio, y tras encender el cigarrillo y exhalar la primera bocanada de humo al atardecer, dejó escapar un ligero suspiro que dio una tregua a sus nervios afilados por la impaciencia.

- ¡ Maldita sea ! - se decía -. Los poderosos siempre encuentran la misma solución a sus desmanes, a su propia decadencia. Y siempre pagamos los mismos sus culpas. Primero nos explotan como si fuéramos un rebaño, y cuando les suponemos una carga, nos conducen al matadero a precio de saldo con tal de que no seamos el cubo roto por donde se escapen sus ganancias. Nos condenan a la incultura para poder manejarnos; a la miseria y el hambre para doblegar nuestro espíritu, y si no servimos ya para sus fines, desde la sinrazón y la ceguera nos acercan a la guerra para que nos degollemos entre nosotros. Ellos no son más fuertes, sobreviven a costa de nuestras necesidades, las cuales alientan y estimulan en nuestras mentes confusas, deliberadamente no preparadas. Eso es lo que les da su fuerza. Son como vampiros que se alimentan de nuestra sangre joven, de nuestra nobleza. Y aquí estamos de nuevo, devorándonos a nosotros mismos en tanto que ellos dirigen la carnicería. Inventaron y patentaron el dinero para apropiarse de todas las riquezas, que a todos nos corresponden y que han robado al mundo, al que realmente pertenecen. Otra vez nos han hecho creer que nuestra es la culpa y que sólo nosotros podemos arreglarlo, cuando de ellos son los desmanes, el lucro desmedido y las injusticias; y perdidos, hambrientos y desilusionados, nos lanzamos al vacío como demonios expulsados a una piara de cerdos.
¡Malditos, malditos sean ! ¡ Mas... espera; debo evitar que me desborde la cordura. Eso, eso es precisamente lo que pretenden, que como el resto me vuelva loco ! No, no lo conseguirán si no pierdo la calma, si estoy dispuesto a asumir que ésta, como cualquier otra etapa de mi vida y que nunca más sucederá, es importante para mí. Tengo que mantener a raya los nervios relajando mis pensamientos.



Berta subía hacia él ladera arriba con un gazapo en la boca, que orgullosa le entregó. Movía el rabo y aullaba feliz reclamando babeante una recompensa de José. Éste

sacó un trozo de "pasta" de piñones y almendras dorada al horno que había cogido de ranchería la noche anterior y que envolvió con cuidado en una servilleta para, como siempre, tener algo con que recompensar los buenos ratos de paz y aprendizaje que su amiga le otorgaba a diario, y se la dio. Después la acarició en el cuello y por debajo de sus orejas, lo cual la complacía sobremanera.




- Tu si que eres buena Berta, perrilla mía. Nunca me faltará tu afecto y tu generosidad. Tengo tanto, tanto que aprender de ti... Berta se inclinaba sobre sus piernas zalamera, buscando más caricias, y José respondía con afecto al cariño conque la perra se mostraba. Se subía sobre sus rodillas y le lamía las barbas y las orejas mientras él la acariciaba apretándola contra su cuerpo. 


- Sí Berta, eres muy buena. Gracias por devolverme a la calma. Ya lo se, no cambiaré nada; sólo cambiaré yo si no contengo mis pasiones y mis miedos. Debo continuar como si nada hubiera aprendido, como si mañana fuera mi primera lección; sin dejarme sorprender como este conejillo que me has traído y con el que ha rebrotado mi apetito. 

Cogió de nuevo la botellita para darse un trago de satisfacción, pero un último rayo de luz del sol que se ocultaba bajo las colinas a su espalda, le insinuó que la satisfacción no debe sofocarse - y menos en un trago - sino disfrutarla al máximo mientras se retiene dentro; como el destello instantáneo y fugaz de aquel rayo de luz que irremediablemente desaparecía tras las sombras.

En ese preciso instante se serenó definitivamente y respiró con profundidad para llenar sus pulmones compungidos por la ansiedad pasada. Después encendió la mecha de su

"mechero" de bolsillo dándole a su ruleta con la palma inclinada de la mano, soplando luego sobre aquella para avivar la brasa. Encendió el cigarro apagado, y tras dar un par de caladas distendidas, se levantó con el conejo de la mano que Berta le cazara. Ambos subieron animosos la colina.




Sergio lo esperaba para darle nuevas de retreta. Además tenía órdenes recién llegadas del cuartel general de Alcañiz que José esperaba desde hacía días. 

Apareció decidido entre las sombras del crepúsculo, con el conejo de la mano y la perra a su lado. Sergio sonrío al verle, percibiendo en él un cambio que imaginó sería bueno para encajar lo que supondrían las nuevas órdenes.




- Buena caza José - le felicitó -. Te esperaba con impaciencia. Han llegado nuevas órdenes - y le entregó la carta que guardaba en su camisa.

- ¿Qué tal todo por aquí? ¿Alguna novedad? -. José abrió el sobre para leer el comunicado.

- Todo bien. Como siempre te he traído un poco de comida. Supuse que no pasarías a la cena y no te encuentro bien.

- Nada más lejos de la realidad. Me encuentro perfectamente, y hoy si que traigo hambre. Quiero que lleves esto al ranchero para que me lo prepare ahora mismo junto a una botella de vino. Mientras iré mirando los detalles de las órdenes recibidas. Estaré en el puesto de mando. Regresa pronto, estudiaremos juntos la jugada. ¿De acuerdo? 






José se sentó, con Berta como siempre a su lado, en el parapeto de la trinchera que les servía de refugio. Sobre la pequeña mesa que utilizaba como escritorio y comedor extendió el comunicado con los planos topográficos de la zona donde se desarrollaría su nueva misión. Miró con nostalgia al otro lado, entre las ranuras de los sacos de tierra y las piedras que servían de muro de contención. Ya se había acostumbrado a aquellos hombres, que ahora comprendía como a hermanos levantados uno contra el otro y que estaban condenados a reconciliarse. Sentía cierta pena por todo lo ocurrido en el fondo del barranco. Por los hombres perdidos y por los no recuperados, igual que por los otros, que murieron también por nada; por defender una matanza que se cernía a sus espaldas y que seguro tampoco deseaban.
Pero la realidad retornaba en los planos. La acción lo reclamaba y pronto entraría con sus hombres en combate. Fuentes de Ebro era el objetivo, un pequeño pueblo de no más de quinientos habitantes enclavado en el discurso del Ebro a escasos treinta kilómetros de Zaragoza en dirección sureste.
Tendrían que atravesar el extenso macizo calcáreo hacia el este, hasta enlazar con el siguiente frente atrincherado antes de llegar a Fuentes, a unos veinte kilómetros de donde se encontraban; por Roden.
Los esperaban con urgencia. Una ofensiva con tanques apoyada por la XV brigada internacional de "Walter" intentaba abrir brecha en ese punto, por lo que deberían hacer el camino de noche, evitando el menor ruido posible a su salida para no alertar demasiado a las tropas destacadas frente a ellos.



Se lió otro cigarro y llenó de café su taza de metal porcelanado. Casi se quemó cuando fue a agarrar la cafetera,  no le había parecido tan caliente al tratar de sacarla de las cenizas, aparentemente apagadas, que la tapaban parcialmente desde su base. Vendó con un pañuelo la mano y se lamentó de que fuera la derecha, pues le molestaría cuando empuñara su pistola.



¡Señor! - Se presentó Vázquez -. Buenas noches mi capitán. Le di las órdenes recibidas al sargento Huertas para que se las entregase. ¿Me necesita señor?



- Vaya acostumbrándose, teniente, a la confianza entre nosotros; es importante. ¿ Si no confiamos en nosotros mismos, en quien hacerlo ? Debería haber sido usted quien me entregara las órdenes.


Hizo una pausa, y después cambió el tono totalmente para tratar a su subordinado de forma diferente, como nunca antes lo había hecho: 

- Pero siéntate camarada, debemos estar en perfecta coordinación. Échale un vistazo a estos planos, tomaremos dirección este. Trata de encontrar la mejor ruta para tus piezas ligeras. Lo debatiremos y nuestros hombres seguirán por donde se decida. Ten en cuenta las dificultades del relieve y la distancia, que nos permita en todo momento estar fuera del alcance de su fuego artillero. No podemos estancarnos por suelo imprevisto o un mal cálculo de sus posiciones... 
¿Quieres un café caliente? Saldremos esta noche.



- ¡ Esta noche ! No tenemos el tiempo suficiente para planificarlo y hay por delante dieciocho o veinte kilómetros de travesía.

- Bueno, ¿quieres el café, o prefieres seguir lamentándote?

- Sí, sí; quiero ese puto café.



- Pero relájate - dijo José -, aún no he cenado -. Y dejó correr una buena sonrisa pretendiendo la complicidad
 y camaradería de Vázquez. Necesitaba más que nunca que su equipo de hombres estuviera sincronizado como un reloj suizo, unido como una piña recién tirada al suelo.

- A sus órdenes mi capitán -. Se presentó Sergio.

- Déjate de formalidades y dime, ¿donde está el conejo?

- Me ha dicho el ranchero que ya lo tiene limpio, ¿qué cómo lo quieres?

- Haciéndote el gracioso ¿no? Te dije que tenía hambre.

- Me has dicho que me olvide de formalidades.

- Pretendía que lo comiéramos aquí los tres. Tiene que ser tierno y sabroso - dijo José -.

- Y yo que te relajes - replicó Sergio -, vendrá pronto con él. Lo está guisando en "moje colorao".

- Cojonudo; Como lo hace mi madre..

- Además, dos botellas de "claretillo" de la parte de Cariñena. ¡ Ah ! Yo he traído los puros -. Desenvolvió la servilleta que los contenía y en la mesa aparecieron media docena de puros.

- ¡Joder, no se si tendremos tiempo! Son demasiado grandes -. Dijo Vázquez.



- No te agobies como siempre Vázquez - le soltó José -, nos los fumaremos sobre la marcha -. Los tres se echaron a reír.

- ¿ Ya conoces las noticias Sergio ? -. Le preguntó el teniente Vázquez.



- No, pero ya estaba deseando moverme de aquí. Los hombres se aburren y eso los corroe por dentro. Dice el ranchero que está harto de echar de su tienda a soldados que le piden más brandy. Quieren estar borrachos antes de derrochar su tiempo en una espera tan deprimente. No se entienden demasiado bien con los italianos y a la mínima levantan chispas.

- Pues vete preparándote, tu querido amigo, el capitán, dice que saldremos esta noche -. Le explicó Vázquez.

- No te preocupes, los hombres estarán preparados. Tienes que creer en sus posibilidades -. Le dijo Sergio.

- Ya, si lo creo; pero el trecho es largo para una noche, son casi veinte kilómetros.

- Bueno Vázquez - dijo José -, creo que tendrás ya definida la ruta.

- José, camarada, pero si no me has dado ni tiempo.

- Así no vamos a ninguna parte; creo que necesitas un trago. ¡Sergio, saca tu petaca; la mía está seca!

- ¡A sus órdenes mi capitán! - contestó Sergio - que no pudo menos que soltar una sonora carcajada que se unió a la de José, socarrona y efusiva. Tras la distensión de la burla y una vez que terminaron de reír, José continuó:



- Nos dirigiremos al Este algo más de veinte kilómetros en linea recta sobre el macizo, a Fuentes de Ebro. Entraremos directamente en acción. Vázquez está estudiando esos planos, ya veremos cuales son los obstáculos más importantes.

- No podemos utilizar una linea recta sin meternos en su área de tiro y sin romper sus defensas. El frente no es una linea recta hacia el este. Sería un suicidio probablemente -. Argumentó Vázquez.

- No tenemos tiempo - dijo José -; de otro modo llegaríamos demasiado tarde. Y confían en que lo consigamos.

- Una compañía entera es imposible que pase desapercibida, sin ser vista; aunque sea bajo la oscuridad de la noche -. Insistió el teniente.

- ¿Y por qué hemos de ser vistos si nos ayudamos de la oscuridad y las sombras? La guerra no consiste sólo en matar y pegar tiros, en destruir. El reto siempre está en tener el menor número de perdidas, y para ello es la estrategia. No se trata únicamente de atacar o defender, evitar el enfrentamiento en condiciones desfavorables es tan importante como que el enemigo no conozca tus posiciones, pues no sabrá nunca por donde ni cuándo le vas a atacar; y para ello lo más importante es que piense que te encuentras en un punto donde realmente no estás. Utilizaremos el camuflaje y la distracción, y haremos que vean y oigan lo que nosotros queramos.



El frente se rompe aquí, aquí y aquí, a poco de Roden - indicó José sobre el plano -; coincide con nuestras coordenadas de destino. Sólo una cota de 260 metros nos separa de ese punto, la cuál tendremos que superar con astucia y audacia. Disponen de artillería y defensa contra carros. El resto es tierra de nadie. Salvando un par de inconvenientes, que es lo que espero que Vázquez nos detalle, pan comido.

- ¡Joder ! Lo has expuesto de maravilla José - interrumpió Sergio -. Supongo que nos contarás tu táctica para no ser vistos, si no, será imposible superar esa cota.

- Todo a su tiempo - continuó José -; ahora tendremos que enfrentarnos a estos suculentos manjares que Ángel nos trae -. En ese momento entraba por la puerta el ranchero con su guiso de conejo de monte y dos botellas de vino.

- ¡Mejor no puede oler! - observó Sergio -. ¡Joder Ángel macho, hoy te has esmerado!

- Todo por nuestro capitán, que necesita comer bien. Se está quedando delgado. Se alimenta más de líquidos que otra cosa, y eso no puede ser bueno.

- No exageres Ángel, que también me alimento, sólo que a mi manera. Anda, siéntate con nosotros, a algo tocaremos .




El ranchero sacó de entre su mandil una cuña de queso de oveja curado y lo colocó también encima de la mesa diciendo:

- No, yo no me quedo. Tengo aún que recoger la cocina. Se haría tarde.

- Bueno, otra vez será; tal vez tengas razón; nos vamos esta misma noche. Vete levantando tienda y recogiendo equipaje. Seremos breves - le dijo José -. Pero antes abre esa botella y brinda con nosotros.

El cocinero abrió la primera botella, y tras servir en los vasos brindaron por la buena marcha de la larga noche que les esperaba.


- Y reserva doble cantidad de brandy para los hombres; lo van a necesitar.



Tras la marcha del ranchero los tres quedaron degustando el escaso y exquisito plato que aquel les preparara. El vino era de primera, al fresco de la noche entraba de maravilla y calentaba sus corazones algo aletargados por lo inesperado y repentino de aquella misión. José escurrió los últimos vasos de la segunda botella y mirando para su puro, dijo:



- ¡Buenos puros, si señor! Quizás nos duren toda la noche. Nos van a venir bien y no sólo para calentar nuestro aliento.
Sergio: tendrás que preparar a los hombres. Necesitaremos un grupo que se dedique a recoger y hacer manojos de escoba, de retama o Jara, cualquier cosa que arda bien y con la que podamos confeccionar antorchas. Se encargarán de prepararlo sobre la marcha, aprovechando lo que nos otorgue el terreno en cada sitio.
Vázquez: necesito que tus hombres camuflen bien su material. Intentaremos pasar inadvertidos, pero necesito un señuelo. Deberán encontrar también el modo de que sus piezas se multipliquen a la vista del enemigo. ¿Me comprendes, no? Nos serán tan valiosas las que no existan como las de verdad.
Quiero orden, agilidad, y el más absoluto silencio. No deben sospechar nada, por lo que aprovecharemos esta baza de salida. El brandy llegará más tarde. Al más mínimo problema o contratiempo quiero estar informado. El armamento preparado y listo para entrar en combate y los cargadores con la munición disponibles en todo momento. ¡En marcha caballeros!

Los dos hombres abandonaron el refugio y José empezó a recoger su equipaje. Berta miraba cada uno de sus movimientos y parecía como si comprendiera lo que pasaba por su mente cuando se paraba y oteaba al otro lado entre los huecos de la barricada, hacia aquellos hombres que abandonaba y que tras semanas de hostil enfrentamiento ahora sentía como hermanos; seres queridos, lejanos en la distancia del tiempo y con quienes un día quisiera reiniciar la relación perdida, sin rencor.

Pero los sentimientos empezaban a quedar en un plano secundario en su cabeza, pues sabía que la sinrazón lo exigía; de otro modo sería imposible no volverse loco antes de comenzar una nueva misión donde la muerte sería compañera inseparable y el tiempo la cuerda que estrangularía su respiración.

Cuando terminó de recoger todas sus cosas desenfundó su pistola para comprobar el estado en que se encontraba y la munición. Tiró para atrás el carro y dejó cargada la recámara. Después puso de nuevo el seguro y la volvió a enfundar. Salió entonces fuera, con Berta siguiéndole los pasos. Comenzó a caminar barricada abajo para ver a sus hombres y comprobar su estado de ánimo. Cuando llegó a la mitad del recorrido, entre un grupo de hombres numeroso, paró y se dirigió a ellos de la siguiente manera:

- Soldados: me ha comunicado el oficial ranchero que os aburrís demasiado y que con el brandy de todos los días no llega para cubrir vuestras necesidades. Tendréis hoy ración doble y un buen café caliente y bien cargado. Desde ahora se acabó el sueño hasta nueva orden. Necesito de vosotros lo mejor; la noche va a ser larga, y espero fructífera, si sabemos comportarnos. Tendremos delante de nosotros siempre su sombra, la cuál aprovecharemos para no ser vistos. Sólo una ligera colina nos separa de nuestro destino y os necesito vivos a todos, pues ella no es el objetivo. He dado instrucciones a los oficiales, pero sin vuestra colaboración, sin vuestra capacidad de sacrificio y vuestra valía, no conseguiremos nada. Nada son las ideas sin la fuerza que pueda desarrollarlas, y vosotros sois ahora esa fuerza. Yo estaré el primero a vuestro lado, seguidme sin dudar. Todos dependemos de todos. No quiero individualidades, si no son para sacar a nuestros compañeros de una muerte segura. Aténganse a las órdenes de sus superiores y todo saldrá bien. El silencio primero, y después el ruido, serán nuestros aliados; ténganlo en cuenta.
Siento mucho que comience el "Ramadam", pero por hoy no habrá fiesta. Apuren sus pipas de "kif" y sus licores, pronto nos pondremos en marcha.

José reunió de nuevo a sus oficiales para darles las últimas instrucciones mientras la tropa se preparaba para partir. Tomás paso a despedirse y lo hizo con un largo abrazo a su amigo, de quien se separó obligado por éste, que prometió volver a verle pronto, pues le reclamaría para que en adelante estuviera siempre a su lado.



lunes, 14 de junio de 2010

LA PROTESTA.


Y abatidas por tanta injusticia, por la impotencia y el desengaño, preguntaron las palabras al sentir por la protesta. Y el sentir se reveló:

- La protesta es necesaria para combatir la injusticia, el saqueo y la explotación de los oprimidos, de los marginados y los débiles; de los que son, aunque no tengan nada; de los que tienen que pagar por todo.

La protesta es la voz de la impotencia y del desengaño, que da respiro a los corazones asfixiados por la injusticia y la voracidad de los poderosos.

Mas, cuando nos presentamos unidos en masa ante los muros de la incomprensión y la prepotencia, nos convertimos en rebaño fácil de pastorear, fácil de manejar. Y nuestra suerte se encuentra a merced de quien nos dirige.

No necesitamos pastores; no somos un rebaño. Nuestros sentimientos pueden ser iguales, no así las necesidades, que son individuales, como requieren nuestras diferencias. Por eso no debemos comer todos de un mismo pesebre.

La protesta debe imponerse desde la individualidad primero, y será más efectiva cuanto más tiempo se prolongue. Si nos unimos para protestar sólo habrá una protesta, una voz que clame justicia; pero si esa protesta la dividimos en multitud, serán muchas las voces que se escucharán por doquier, consiguiendo la unión universal en la diversidad; que rasgará los oídos y los nervios a quienes va dirigida, que siempre son los mismos. Así, dividiendo, conseguiremos sumar y evitaremos que los poderosos, seguros de nuestro cansancio, nos puedan manejar a su antojo comprando ellos nuestra división, que entonces resultará inútil.



Hoy yo, mañana tú y al día siguiente

otro, y otro después. Y así, sucesivamente, conseguiremos con nuestras voces derribar las murallas de la nueva Jericó. 

jueves, 10 de junio de 2010

El adiestrador de mandriles. ( El sabio y el burro. )



Un sabio anciano caminaba animoso acompañado de un burro perezoso y desgarbado. Mirando al frente siempre, hablaba con el animal de vez en cuando como si le entendiera. De este modo sentía más llevadero su camino y también - pensaba - el de su cansino compañero.

Atravesaban un lugar extremadamente seco y abrupto, donde la tierra y el cielo se confundían cuando el sol calcaba sus llamaradas en el horizonte. Descansaban cuando apretaba el calor, tapados a modo de tienda por una manta vieja colgada sobre el báculo que servía de apoyo al sabio para caminar. Después emprendían la marcha otra vez.
Un día al caer la tarde, al poco de echar a andar, un diminuto punto oscuro en la lejanía se fue haciendo visible ante sus ojos tomando forma lentamente. Muy difuminado al principio, un contorno humano comenzó a dibujarse en la mitad de la llanura. El sabio concentraba su mirar en la visión que poco a poco se iba definiendo, mientras que el asno caminaba cabizbajo, con sus grandes orejas caídas hacia adelante y sin ocuparse en otra cosa que no fuera el soportar su hastío.

Cuando el sabio tuvo suficientemente cerca aquella forma como para conocer su talle, las ropas y su equipaje, al momento reconoció que se encontraba delante de un sabio que caminaba en dirección opuesta. En estos pensamientos estaba cuando el burro levantó su cabeza alzando las orejas para mirar adelante. Justamente, a poca distancia, el burro creyó ver otro burro. 


lunes, 7 de junio de 2010

El adiestrador de mandriles.( Se buscaba, no lo puro, sino lo perfecto.)

Cierto día un hombre se interesó por la urgencia de otro que trabajaba a su lado, y descubrió su secreto: consistía su preocupación en un regalo con el que obsequiar a un ser querido por su cumpleaños; cuando regresase a casa el fin de semana siguiente, pues trabajaba fuera. El regalo en cuestión era un pajarillo cantor.
Motivado por el deseo de agradar a quien nunca antes había sido amable con él y ablandar su duro corazón, el primero le habló al compañero de un amigo que criaba pajarillos. El otro había estado buscando uno muy especial, por su bello y prolongado trino; pero las posibilidades de encontrar algo tan preciado en época de cría y en tierra desconocida donde se encontraba, eran escasas. Además, pocos días más tarde tendría que irse para no volver definitivamente, y no le agradaba el tener que hacerlo sin haber conseguido su anhelo.

Nada había que uniera a ambos hombres, exceptuando el hecho de tener que trabajar juntos; y para el primero resultaba penoso tener que hacerlo al lado de alguien que parecía no comprender que el trabajo - siempre penoso - no es propiedad de nadie, sino obligación de todos.
No sabía nada de esos pajarillos a excepción de aquello que sobre ellos le contara su amigo, quien los criaba en cautividad por pura afición, pero comprendía que aquello que es susceptible de deseo resulta conductor básico del negocio; y apremiado por la petición acosante del otro, aquella misma noche, antes de regresar a casa, visitó al amigo.
Después de contarle el motivo de su visita, se sorprendió cuando su amigo le comunicó que se había deshecho de los pájaros por falta de tiempo para atenderlos. Le dijo que si hubiera ido una semana antes, que aún le quedaba una pareja que después regaló a un familiar suyo, habría podido complacerle.




- Pero no te preocupes - le dijo el amigo -, llamaré ahora mismo a un compadre; ese si que tiene, seguro.
- Me hablaste una vez de tu sobrino. Dijiste que también criaba.
- Sí - le contestó -; pero mi sobrino sólo cría canarios, y no se dedica a comerciar con ellos. Los selecciona y adiestra para concursos y exposiciones. Además, tu me hablaste de un mixto, no de un canario. Los mixtos son difíciles de encontrar, y mucho menos en tiendas especializadas cuando no te conocen. Estos pájaros se consiguen cruzando canarias con jilgueros, los cuales están especialmente protegidos por la ley. En época de cría se hacen más inaccesibles, puesto que el mixto no recibe su valor por el color de su plumaje, sino por su canto, casi perfecto.
- No entiendo, ¿ dónde radica el problema ? Supongo que todos estos pájaros están protegidos. ¿ Por qué con los canarios se puede comerciar libremente y con los mixtos no ?
- Los canarios se reproducen perfectamente en cautividad, pero los mixtos son difíciles de sacar. Para poder conseguir un mixto se necesitan los huevos de jilguero, los cuales habrá que quitar del nido en el momento preciso, para ponerlos a incubar por una canaria en  cautividad. Los jilgueros nacidos en cautividad al calor de una madre adoptiva, harán que cuando estos sean adultos, "pisen" - fertilicen - a las canarias. Es prácticamente imposible que un jilguero nacido en libertad llegue a pisar a una canaria en cautividad; y esta práctica está prohibida porque atenta contra la conservación del ecosistema donde se reproducen los jilgueros.


Gracias al amigo comprobó lo que ya sospechaba: el compañero no había sido franco con él. Recordó cuando éste le dijo que también tenía canarias y que criaba; y que no le importaba adquirir, en caso de que no hubiera mixtos, uno, o un par de " colorinos " - así llamaban a los jilgueros en su tierra -; eso sí, siempre que no fueran excesivamente caros. Él mismo le indicó lo que cobraban por allí. Recordó también, que a eso había contestado diciéndole que le transmitiría el precio que le pidieran, pues en su misión sólo existía el deseo de ayudarle a conseguir su propósito; como un detalle por haberse conocido.
A pesar de todo, y después de comentar con el amigo tales detalles, insistió en conseguir aunque sólo fuese algún jilguero; para poder cumplir así su palabra.


























Pero ya había cambiado su interés por el asunto el hecho de comprobar lo que siempre pensó, que al compañero sólo lo movía el capricho interesado, económicamente hablando; y para lo que él sólo era el instrumento con el que el compañero pretendía conseguir su objetivo.
Pensaba ahora que cualquier solución sería válida para el otro; incluso una salida por la puerta de atrás, lo que empezó a planear en su cabeza al tiempo que acudía a su memoria el día en que le conoció:
Era un tipo rudo, de lengua sucia y suelta. La mirada enojosa y llena de ira mostraba una expresión fruncida y provocadora. El cuello, grueso y corto, se unía a una montaña de hombros que extendía su cuerpo más allá de lo proporcionalmente correcto, derivando en unas piernas cortas y poderosas. Sus movimientos eran enérgicos y rápidos a pesar de la corpulencia; y su presencia irradiaba enfrentamiento. Instigaba a los demás con el único propósito de ahorrarse algún esfuerzo y darse a respetar, lo que confundía con la sumisión más miserable. No sabía que el respeto parte de la admiración, no de la imposición; pero así  era como él percibía su realidad, cayendo en un juego que siempre terminaba poniéndolo a la defensiva; como si el mundo entero se pusiera en su contra.


Aquel día, un viernes por la tarde, habían trabajado juntos y su primer contacto no podía haber sido más bronco: él era un hombre menudo, seco por sufrimientos no pasados; de mirada profunda y sonrisa burlona. En su cara se reflejaban la sobriedad y la resistencia que lo habían enfrentado siempre con el mundo dejando surcos en vez de arrugas, y convirtiendo en dura una fisonomía, que más que disimularse se potenciaba tras unas negras gafas de sol.
El otro le agredió verbalmente desde la distancia que los separaba, aludiendo contra el una supuesta falta de capacidad para el trabajo y quejándose de mal servicio; a lo que él contesto enérgicamente sin titubear, dejándole claro que la capacidad se la otorgaba su categoría y grado profesional; y que si lo que quería era irse pronto a casa, ya podía hacerlo; el trabajo se haría sin él de igual modo. Esto provocó que el nombre de Dios estallara en ambas direcciones.
Pero al no esperar aquel una respuesta tan contundente, sintiendo que nadie lo apoyaba, ceso de inmediato en la disputa y el trabajo continuó sin más problemas.
El enfrentamiento le proporcionó un grado de respeto en los demás, pero perdió al otro, en quien comenzó a anidar el resentimiento que habría de propiciar nuevos enfrentamientos entre los dos. Desde aquella tarde de viernes hasta entonces eso era lo que había pasado siempre que se encontraban; y aunque el otro de sobra sabía quien tenía más autoridad, no dudaba en absoluto que era más fuerte y trataba constantemente de intimidarlo de algún modo cada vez que trabajaban juntos, como si en ello estuviera su forma de resarcirse de la impotencia que sentía por no estar por encima de su oponente.
Pero el pájaro cambió todo aquello de pronto, y la posibilidad más que real de conseguirlo, hizo que cediera en su hostilidad. Además ya no tenía sentido algo que más que con él como compañero, se extendía al resto, lo que desde el principio dificultó su adaptación y terminó impidiendo su continuidad en el puesto. Aquello era lo que condicionaba su próxima partida y la impaciencia que mostraba en aquel asunto.
Él sabía que ese era el único motivo que había producido el acercamiento entre los dos, y que de no haber sido por ello el pájaro no hubiera significado nada; incluso hubiera sido el último en enterarse.
Aquello le dolía, pero sentía la necesidad de quedar a la altura. Le resultaría difícil explicarle al otro lo de su amigo sin caer en el ridículo más estrepitoso. Por ello insistió al amigo sobre la imperiosa necesidad de encontrar un pájaro. No importaba el precio que tuviese, lo que importaba era tener algo que ofrecer al otro.
Después de llamar a su compadre, el amigo le dijo:


- Ya tienes pájaros. Otras veces tiene mixtos, pero como te conté antes, últimamente escasean mucho. Dispone de jilgueros y me ha dicho lo que están cobrando, pero para mi y para ti, que eres mi amigo, sus pájaros son gratis.
- ¿ Sabes ? Me sentía angustiado. Desde el momento que inicié este trato siempre pensé que me sería fácil realizarlo, y muy al contrario he sentido por un tiempo como si yo mismo me hubiera tendido una trampa de la que es imposible salir airoso, con honor.
Ahora ya, realmente no necesito los pájaros. Antes de poder disponer de ellos se imponía la necesidad de una respuesta, y ésta la tengo en mis manos. Te explico:
Nuestro "socio" entiende sobradamente del tema; tanto, que es clavado el precio que él me insinuó al que te ha dado el criador, por lo que no aceptará un incremento del cincuenta por ciento, que es exactamente lo que pienso pedirle.
- Entonces - exclamó el amigo - ¿ A santo de qué tanto revuelo buscando pájaros ? ¿ Todo para esto ? Además, los pájaros nos los regalan, el beneficio es seguro. ¿ Por qué pedirle un cincuenta por ciento más ?
- En un principio - le contestó - no fue mi intención sacar provecho económico alguno de esto; sólo pretendía que él se llevara su pájaro, tu ganaras algo, que para eso eres mi amigo, y para mi quedara la satisfacción de su comprensión.
Pero como sospechaba y he comprobado a medida que se iba desarrollando el asunto, él no tiene nada que perder y nosotros, todos perderemos algo: el criador que nos regala sus jilgueros a pesar de saber que no son para ti, sino para un amigo, y que te muestra así su agradecimiento, no se sentiría especialmente bien si se enterara que los hemos vendido a un tercero; él no habría ganado nada y tu perderías su afecto. Yo por mi parte me sentiría debiendo algo por haber querido hacer un favor, y no por ello el compañero comprendería el esfuerzo que por su causa estoy haciendo, puesto que la humildad se aleja más cuanto más fácil nos resulta conseguir las cosas. No te preocupes, mañana conoceremos su respuesta y sabremos que persigue realmente. Si lo que pretende es lo puro, aquello por lo que con urgencia quería un pajarillo - un regalo para un ser querido -, nosotros hemos hecho lo posible para que así sea; pero precisamente lo puro tiene un precio especial. Y si por el contrario pretende lo perfecto, eso no existe y no tiene precio.


Al día siguiente en el trabajo, antes del almuerzo y forzando un poco el encuentro, el compañero le pregunto por la entrevista con el amigo. Él había estado esperándole mientras rumiaba lo que tenía que decirle y contaba con su impaciencia.





































- Ya te dije que no era seguro que encontrase un mixto, pero si puede cederte un par de jilgueros, colorinos de esos que llamáis por allí. Este es el precio que me ha dado -. Y le dijo el precio que el mismo había calculado.
- ¡ Tu estás de broma, o es que pretendéis reíros de mi ! ¡ Ese precio es de risa ! Dentro de cuatro días puedo coger los que yo quiera allí.
- Es el precio que me han dado - le espetó -. Como comprenderás, no pretendo ganar nada con ello; sólo quería ayudarte a encontrar lo que buscabas. Ya sabes... así somos en esta tierra.