El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

sábado, 26 de abril de 2014

MARTES NEGRO.







Aparcó con suavidad la furgoneta en el ancho arcén de la autovía, sin rebasar al agente que con la mano en alto le obligaba a detenerse. Había visto un destello de luz por el retrovisor al remontar la última cuesta, la cuál había tomado con brío aprovechando la pronunciada pendiente anterior. Apenas se fijó en el marcador de velocidad, siempre lo hacía de igual modo; no tenía una máquina a la que hubiese que llevar "tirando del ramal"; más al contrario, los años y el uso habían hecho que su vieja furgoneta se convirtiera en un montón de hierros dolientes y chirriantes, que sólo cuando se le animaba un poco aprovechando las ventajas en el camino, como había sido el caso, parecía resucitar a otra vida.

En aquellos instantes, mientras se detenía al lado del agente y bajaba la ventanilla, recordaba que en apenas tres días concluiría la validez de la revisión anual de la inspección técnica de su vehículo, y eso superando con casi el mes su vencimiento. ¡Es que andaba sin un duro! Para colmo se había estropeado la maldita lavadora y el próximo día uno llegaba el recibo del seguro. Todo se había complicado de golpe. El mes anterior había cobrado el último recibo de la prestación social, y para colmo, ahora esto.

Pensaba en todo ello cuando el agente, tras identificarse, amablemente le pidió la documentación del vehículo tras comunicarle que había superado en 20 kilómetros el límite de velocidad, infracción que suponía una multa de 300 euros y la retirada de dos puntos en el carnet de conducción.
Por su mente corrió en aquellos instantes toda una diversidad de dolorosos sentimientos contradictorios. Imaginaba a su mujer regañándolo y descargando con él su enojo. Le había dicho que lo de ir a por la lavadora vieja de la casa del pueblo no era buena idea, que era mejor comprar otra en un rastrillo. Pero la falta de recursos económicos le hacía siempre difícil la toma de decisiones, y no, no había sido la mejor idea. Encima martes, que "ni te cases ni te embarques". Aquel dicho pasó por su imaginación al levantarse por la mañana como pájaro de mal agüero, pero logró desecharlo en la creencia de que aquello no le podía pasar, sería tener demasiada mala suerte por su parte.






Embobado en sus cavilaciones, apenas  consciente de lo que el agente le explicaba, firmó la denuncia de infracción sin más consideraciones. Tras estampar su rúbrica devolvió el portafolio al agente, quien deseándole un buen viaje le conminó a ponerse de nuevo en marcha.

Y al hacerlo, cuando miraba por el retrovisor para incorporarse a la circulación, observó como era detenido una flamante berlina de alta cilindrada de color crema, un Mercedes de clase C.  Se dijo que todo lo malo que estaba siendo para él el día, igual que para el compañero de carretera que dejaba atrás, resultaba excelente para el estado.

Y pensando en ello se sintió decepcionado, aunque no podía determinar exactamente porqué. El otro no había tenido mejor suerte que él, aunque bien mirado, si podía disponer de un vehículo de aquella categoría, mejor podría pagar la sanción impuesta. 

Sus tripas rugieron con fiereza en aquel momento. Recordó que sólo había tomado un vino y una tapa de tortilla con pimientos antes de salir de vuelta a casa, pensando que en aquella hora de la comida los controles de carretera bajarían su guardia favoreciendo su viaje, lo cuál no había resultado cierto. Rugió de nuevo su caverna, que vacía y comprimida por el nerviosismo propio de la situación apretó su bajo vientre invitándole a detenerse en la siguiente estación de servicio. Apenas disponía de dinero para un café.

-Vaya día - pensaba -; y casi son las tres de la tarde. Ya no llegaré para la comida, y encima con "sorpresita".  Veremos cómo se lo toma Choni. ¡Joder, hay días que sería mejor no levantarse de la cama! Cada paso que se da es para meterse en otro bache. 
Bueno, ahora lo importante es parar cuanto antes, estoy que no me aguanto.

El Mercedes de alta gama le adelantó dejando una especie de turbulencia a su paso que hizo que su furgoneta se meneara un poco con la corriente de aire. Se dijo: 


- Ahí le tienes, acaban de multarle y como si nada. ¡Ale, zapatilla que aquí no ha pasado nada! ¡Hay que joderse, que mal repartido está el mundo! Bueno, yo no tengo de que quejarme,"Poderosa"- refiriéndose a su furgoneta -; no me has dejado tirado nunca. Vaya, parece que tenemos cerca una gasolinera.






Y allí estaba - tal como pensó al ver el Mercedes de color crema en el aparcamiento y mientras se deshacía de sus necesidades en el servicio de caballeros - con aquel peinado de peluquería y su flamante traje gris, tomando un desayuno en la barra casi vacía en ese momento; con ese aire de superioridad propio de los de su clase, que busca siempre una distancia necesaria y segura.


- Buenas tardes - dijo al llegar a la barra y tras situarse cerca del hombre del traje gris, que le devolvió el saludo antes que el camarero, en ese momento atareado en una esquina de la barra.


-Buenos días. ¿Qué le pongo? - dijo éste cuando logró deshacerse de la labor que realizaba.


- Un café con leche - contestó mientras hurgaba en su bolsillo recontando con los dedos la calderilla que le quedaba.


- Perdone, pero me ha parecido usted la persona que estaba detenida en el control de velocidad instalado en la autovía después de pasar la última población - le comunicó el del traje gris sin apenas despegar el codo del mostrador, mientras sostenía un refresco que agitaba constantemente en su mano como para deshacer los hielos que contenía, y que bebía a sorbos pequeños y repetidos -.


- Sí; era yo - le contestó.


- No hemos tenido suerte, ¿verdad?


- Yo he tenido demasiada, pero mala de verdad - replicó algo enojado -. Y a usted ¿cómo le ha ido?


- Dos puntos de carnet y 300 "parches" por superar en veinte kilómetros el límite. La verdad es que sujetar el auto que llevo es cosa de tener mucha paciencia. Pero ya estoy acostumbrado. Éstos, - por los de la policía de carreteras - cuando ven de lejos algo como lo que llevo, se preparan enseguida para la mordida. Piensan, como muchos en este país, que la gente cómo yo tenemos la obligación de contribuir más que el resto por el sólo hecho de haber nacido más ricos que otros, de haber ganado más dinero y tener más medios. Ya ve usted, la mayoría cree que hasta deberíamos asegurarles su trabajo. Ahora, con la crisis, nos hacen responsables a nosotros y al gobierno de turno de sus desarreglos y desgracias económicas, y hasta de su salud.

Además, en mi profesión -  empresario, dijo -, todo el día estamos de aquí para allá y con las prisas de los mil asuntos que te reclaman y que no pueden esperar, y forma parte de nuestra rutina esto de las multas por velocidad. Así que, ¡qué se le va a hacer! A pagar y a continuar como si nada hubiera ocurrido. Lo único, lo de los dos puntos del carnet; pero lo que decía mi padre: "Problema que con dinero se resuelve, no es tal, si rápido se atiende". Ahora, con esto del pago de la sanción en el momento y lugar de la infracción, pues oye, te ahorras el cincuenta por ciento y te despreocupas. Les dejé mi tarjeta de crédito y asunto cerrado. No merece la pena amargarse, aún queda mucho día con demasiados asuntos estresantes por atender.

"La tarjeta de crédito - pensaba -. Si supiera este pollo donde mandé yo mi tarjeta de crédito y que aún no me ha abandonado del todo su perfume..." 


- Camarero - alzó la voz el del traje gris -. Cóbreme por favor. También el café de este señor, le invito.


- No, no se preocupe - respondió nuestro amigo.


- No tiene importancia - dijo el otro -; es de mala educación hacerlo de otro modo con la persona con quien en ese momento compartes algo más, aunque sea por desgracia, que una simple conversación.


Tanteó de nuevo la calderilla por saber si podría devolver la invitación, pues aquello había sido otra puñalada más en aquella desdichada mañana. Ni para ello le quedaba.


-"Maldita mi estampa" - se dijo -; ni para poder quedar bien. Y sus labios, impedidos para otra negación, se sellaron sin decir palabra.

- Queda invitado por el caballero - le anunció el camarero -.


- Gracias - contestó tímidamente, sabiendo que se la jugaba -. Sirva al señor lo que desee, por favor.


- Oh no; no gracias. Nada más he parado a estirar un poco las piernas. Espero y deseo que le vaya bien el resto del viaje. ¿Va muy lejos?


- No; me quedan por recorrer unos cincuenta kilómetros para llegar a casa. ¿Y usted?


- Aún tengo cuatro horas de viaje - le dijo -. Pero para mí es algo normal. Y cuando no, aeropuerto va y viene. Me alegro de haberlo conocido, y lo dicho: buen viaje.


"Buen viaje..- se decía al ver salir de la cafetería a su compañero de desdichas. Buen viaje el que me espera a mí cuando llegue a casa y se lo explique a Choni. ¡La puta lavadora de marras...! Se tenía que estropear precisamente ahora. Bueno, la verdad es que llevaba más de un año con el rodamiento del bombo machacado, pero como ahora todo lo hacen de plástico, a tirar la lavadora. Y mientras tanto sufriendo el ruido de su centrifugado, parecido al que provoca el despegue de un jumbo. ¡Música Divina con la que Choni atronaba a diario mis oídos. ¡Joder, y ponía en la publicidad cuando la compre que era de funcionamiento silencioso!


En estas conjeturas andaba cuando volvió a ponerla en marcha la furgoneta:


-Es para volverse loco - pensaba mientras se incorporaba de nuevo a la marcha, embobado como al salir de un mal sueño en una noche complicada -. Este perro mundo nunca cambiará. ¿Dónde queda aquí la justicia, con una ley igual para todos? ¿Es que acaso todos somos iguales? A mi me costará un veinte por ciento más la sanción si no consigo pagarla a tiempo, y con mis recursos, no se...

¿Sobre quien recae con más fuerza un mismo peso de la ley? ¿Dónde reside su igualdad y justicia? 
Pero Kike, no te "comas mucho el coco", nada cambiará por hacerlo. Atento, que el día no ha acabado para ti y aún puede caerte otra por el estilo".



   


  

jueves, 17 de abril de 2014

DECIDÍ NO SOÑAR OTRA REALIDAD.





Me enseñaron que en este mundo no hay nada seguro, sólo la muerte; pero he aprendido, que aún más seguro es cada momento que respiro mientras mis ojos adsorben la luz, para transformar en imágenes la materia que me rodea y que contiene mi libre movimiento.

No necesito la certeza de lo que nadie conoce y que todos aceptan como inevitable, de nada sirve. Reconozco la vida como instante fugaz que se repite de forma constante, difícil de reconocer sin nuestro sentimiento, sin nuestra voluntad de fundirnos en él para alimentarlo y hallar sentido a nuestra existencia: la felicidad.












Demasiada vida no vivida, sino ansiada. Demasiadas imágenes irreales de los sueños de nuestra mente inquieta, que a menudo perseguimos inútilmente sin tomar parte de lo que nos rodea, de lo que se presenta en cada momento.
Demasiados planes, proyectos del intelecto ambicioso; demasiado pensamiento sin acción que lo consume. Demasiado tiempo perdido esperando momentos mejores, oportunidades imposibles sin nuestro sentimiento vital, entretenido constantemente en pretensiones que se solapan unas a otras sin materializarse, y que alimentan deseos inconformistas, incómodos con la vida que transcurre sin parar en nuestras contemplaciones. 
















Decidí no soñar otra realidad. Mis sueños son visiones de la realidad que palpo en cada instante y que transformo en experiencia, en vida contenida.
Y quiero absorber de cada momento la luz que alimenta la realidad que contemplo, y de la que no deseo escapar, pues es la fuente que nutre de vida mi alma para conformar mi ser auténtico. 













miércoles, 2 de abril de 2014

LA UTILIDAD DE LA ENSEÑANZA.





La enseñanza que sólo trasmite datos sin concretar la utilidad práctica de los mismos, se asemeja a la información que volcamos en la memoria de un ordenador personal para luego manipularla a nuestro antojo.

El receptor de la enseñanza, cuando recibe ésta de manera codificada, aparentemente desconectada de su utilidad práctica, se convierte en un ser sombrío y sin voluntad propia, que sólo responde a estímulos de la información previamente adquirida, descodificada interesadamente; cediendo a otros la posibilidad de alterar su destino, de forjar su ser.

La enseñanza debe tender a motivar inquietudes personales, auténticos motores del desarrollo colectivo, no a producir autómatas sin motivación propia; sólo preparados para consumir los productos inútiles que ellos mismos fabricarán.