El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

viernes, 29 de julio de 2011

Un hombre que amaba los animales. Cap 43



- ¿Qué te parece el mar, José? - Le preguntó Sergio.

José miraba la linea del horizonte que separaba un mar
sereno, plateado por la claridad crepuscular del cielo iluminado por el sol naciente y cubierto con nubes grises. Por un momento no dijo nada,  fue descendiendo la vista hasta llegar con ella a sus botas, que recibían el suave oleaje que se deshacía en la orilla dejando un rastro de espuma en la arena. Después se volvió para responder a su amigo, y al hacerlo sintió una extraña sensación de indefensión que heló por un momento su espalda.


-Sólo su inmensidad iguala a su hermosura - dijo -. Pero impresiona, como impresiona el vacío cuando miras hacia abajo desde una gran altura; todo parece más pequeño, más insignificante.


-Es fácil acostumbrase - siguió Sergio -. Llega a ser como una madre protectora, a quien echamos de menos cuando salimos fuera. Otras veces es como el padre que respetamos, y que tememos cuando se enfurece.


-A nadie puede resultar indiferente su grandeza; además presiento que cualquier otro momento no hubiera sido mejor para descubrirlo; hace una mañana maravillosa.

Y así era. Acababan de llegar a Vinaroz, eran las ocho de la mañana y el viento de levante apenas suponía una brisa ligera, que de vez en cuando refrescaba la masa de aire caliente proveniente del sur . 
La costa estaba tomada por contingentes de fuerzas nacionales y defendida desde mar adentro por navíos de la armada fieles a su causa. La playa aparecía a la vista como un gran hormiguero humano en plena ebullición de su actividad; hombres, bestias y máquinas, eran llevadas de un sitio a otro buscando su asentamiento, produciendo la impresión de un gran caos que sólo al atardecer parecía disiparse y que resurgía de nuevo cada mañana.
   La concentración de tropas y armamento continuaba diez días después de que la IV de Navarra entrara en Vinaroz el 15 de abril. Se esperaba reunir más de cien mil hombres con todo su material bélico. Franco en persona llegaría  para pasar revista a las tropas.


Aquella misma noche, después de cenar, José, Sergio y el teniente Vázquez decidieron acercarse a la ciudad buscando un poco de distracción; el tiempo suave que reinaba en toda la costa invitaba a ello. A Vázquez le apasionaban los juegos de cartas, sabía tenerlas en la mano sin transmitir la más mínima emoción y sus ojos no pestañeaban una vez empezada la jugada. Algo de tahúr corría también por sus venas, y el "Julepe" - juego de naipe español donde los "Triunfos" son determinantes - era el juego de apuestas que prefería. Tenía una habilidad especial para escaparse con malas cartas de situaciones complicadas y de saltar la mesa con jugadas inteligentes. Podía pasarse toda la noche jugando, sólo levantándose para remediar sus necesidades vitales. Una tras otra caían las copas de brandy sin que pareciese que pasara nada por su cabeza, ni frío ni calor; sólo en sus ojos inyectados en sangre y en los párpados inflamados por el insomnio se apreciaba el cansancio de última hora y el sofoco alcohólico, que cuando se levantaba finalmente de la mesa, mientras recogía del tapete sus ganancias, hacía que se tambalease y que más de una vez tuvieran que sujetarlo por detrás para que no diera con sus costillas en el suelo.


Vinaroz estaba repleto de militares por doquier. Todos sus bares, las cantinas y los mesones se encontraban abiertos, abarrotados de soldados. Vázquez preguntó a un paisano por el Casino, o el mejor lugar para jugar una partida de cartas a esas horas.
El paisano le indicó un bar situado a escasa distancia de allí, a pocos pasos después de tomar la primera calle que salía a su mano izquierda. 


Estaba lleno, como todos los otros bares que habían dejado atrás en el camino, pero entraron por fin. Vázquez dejó escapar una ligera sonrisa que era como una mueca y que aparecía siempre en su rostro en ciertos casos, provocando que sus labios se estiraran hacia un lado de su rostro más que hacia el otro y que su bigote fino, perfectamente recortado, se levantara del mismo lado aportando cierto aire de burla a su sonrisa. Al fondo del local, entre la marea de hombres que lo abarrotaban y la gran nube de humo de tabaco que cargaba la atmósfera, divisó al instante varias mesas en torno a las cuales se habían formado corros de espectadores.



Berta iba con ellos, como siempre al lado de José, que tampoco sabía prescindir de ella las pocas veces que salía buscando algo de esparcimiento. Se detuvo primero a la entrada ante el imposible bosque de piernas que aparecía a la altura de su vista, y luego miró para José. Éste, adelantándose, le abrió el paso siguiendo a Vázquez; detrás pasaba el gigante Sergio, cuya cabeza sobresalía del resto y su cuerpo enorme agrandaba a su paso la brecha que los otros dos iniciaran entre la masa.
Un grupo de legionarios fanfarroneaban al fondo de la larga barra, donde empezaba el espacio dedicado a las mesas de juego. Allí, sobre una de ellas, se agolpaban bulliciosos y ebrios de vino para jugarse a "pulsos de fuerza" la paga del mes.

Se situaron en la esquina de la barra y Berta se sentó a los pies de José, bien pegada a sus piernas.


-Voy a ver que se cuece por ahí, pedir lo que queráis - dijo Vázquez -; ahora vengo. 
Y se fue hacia la primera mesa de juego. A su alrededor un montón de curiosos impedían ver a los jugadores, por lo que era imprescindible hacerse un hueco entre ellos para poder saber que sucedía de verdad sobre el tapete.
Era una partida de "Giley" y se apostaba fuerte. Tres oficiales y un hombre de paisano de aspecto elegante componían la partida. El de paisano lucía en su chaqueta de punto de espiga gris un pañuelo azul de lunares blancos, que brotaba a modo de flor del bolsillo superior, dejando colgada una de sus puntas. Llevaba gemelos de oro cerrando los puños de su camisa de "popelín" azul celeste, en algodón puro. En frente se situaba un capitán de Requetés a quien Vázquez recordaba desde el día que entraron en Morella, un teniente del mismo cuerpo a su lado izquierdo, y en el derecho un brigada de la legión alto y corpulento que lucía unas barbas pelirrojas, largas y espesas, que llegaban a su pecho descubierto en la camisa sin abotonar por encima del ombligo, dejando entrever el tatuaje de una rosa y un ruiseñor prendido en los espinos de su zarza. La camisa remangada por encima de los bíceps mostraba unos brazos descomunales, igual que sus manos, donde las cartas prácticamente desaparecían para los ojos de los otros jugadores.
El teniente de requetés servía de mano a su capitán, a quien se notaba nervioso, como si la noche no empezase bien para él. Su ansia por obtener buenas cartas, que por más que se enfurecía no llegaban, lo llenaban de impaciencia y lo hacían caer mano tras mano en apuestas desafortunadas.
Llevaba perdida una suma importante de dinero cuando Vázquez pidió entrar en la partida tras regresar de la barra con una copa de brandy.

-Oye José, ¿qué te parece si nosotros buscamos otra distracción? - le dijo Sergio con una sonrisa de oreja a oreja.

-¿Como cuál? - respondió José tras echar el humo del cigarrillo que en esos momentos fumaba.

-Ya sabes hombre, un par de "lumis" no nos vendrían mal.

-¿Para cada uno?

-Vamos José, no te burles. Bien sabes que estaría dispuesto. He estado hasta con cinco mujeres a la vez y ninguna ha tenido queja -. José se echó a reír, más por la sinceridad y la espontaneidad con que su amigo se expresaba sobre el asunto, que por la incredulidad que sentía.

-De verdad; si yo te contara...Me gustaría que conocieras los "serrallos de los Pachas", son algo único. Allí puedes encontrar preciosas hembras de los cinco continentes y aprender a ser cosmopolita.
Hermosas, dulces y cariñosas; experimentadas todas en las artes amatorias e insaciables.

-No te calientes Sergio, que ya me conozco como acaba todo al final.

-Esto es un antro infecto de soldados - dijo Sergio -; nos merecemos algo mejor. Una casa de citas no es difícil que encontremos por aquí; un ambiente refinado no nos vendría mal.

-Acabamos de llegar y ya quieres irte; tranquilo, no vamos a dejar sólo a Vázquez.

-A ése le da igual lo que hagamos mientras tenga cartas en la mano y no decaiga la noche. 

-Bueno, hay tiempo para todo - le dijo José -; veamos que tal le va a nuestro socio; no le dejaremos sin saber primero donde se ha metido.







Se abrieron paso entre el grupo de legionarios que bulliciosos se agolpaban en la mesa cercana al mostrador, sobre la cuál parecía que dirimieran sus diferencias más que su dinero, si se tenía en cuenta el énfasis que ponían en ello y que provocaba que estuviesen en continua bronca. Uno de ellos quiso acariciar a Berta mientras pasaba al lado de José, pero la perra le mostró los dientes dejando escapar un gruñido amenazador. El legionario, ebrio de vino, se espantó de la amenaza de Berta echándose para atrás y derramando sobre los otros la jarra medio llena que mantenía en su mano izquierda. Luego perdió el equilibrio y cayó sobre sus compañeros en el centro de la mesa produciendo un gran estruendo y revolución. Quienes disputaban la fuerza de sus brazos en discutido pulso quedaron atrapados entre su espalda y la mesa, que no pudiendo aguantar el impacto quebró sobre sus patas dando con su tablero en el suelo. El revuelo fue impresionante. Berta comenzó a ladrar más fuerte contra ellos al tiempo que José y Sergio hacían enormes esfuerzos para no reír a carcajada abierta.

Como una ola se extendió el suceso por el local logrando captar la atención de todos los que allí se encontraban en aquel momento, incluidos los de las mesas de juego.
Tras levantarse del suelo, varios de ellos quisieron encararse con José y Sergio - los legionarios no eran buenos amigos de los regulares, odiaban a los moros pero sentían cierta admiración  por la categoría de sus mandos españoles -, pero al fijarse en la corpulencia de uno y las estrellas del otro, desistieron al instante abriéndoles paso en la dirección que llevaban.

Se acercaron a la mesa donde Vázquez disputaba la partida. Como siempre su cara no mostraba ni la mínima emoción, y en su puesto empezaba a acumularse una cantidad importante de dinero. El de paisano, que estaba a su derecha, enseguida se fijó en Berta. Echaba humo de un gordo y largo puro que degustaba de una forma fina y pausada, algo que ponía aún más nervioso al capitán de requetés, que no fumaba y que se estaba tragando cada bocanada que salía de su boca. El brigada de la legión fumaba también un cigarro tras otro y no dejaba de beber vino; en aquellos momentos perdía una buena suma.
Vázquez dio las dos primeras cartas en sentido contrario a las agujas del reloj empezando por el de paisano, que era mano suya, y continuó hasta llegar al legionario. No hubo envites, por lo que repartió dos nuevas cartas. Su "mano" puso un "duro" en la mesa, el teniente de requetés pasó del envite mientras el resto lo aceptaron. Llegó el descarte final y el paisano se deshizo de dos cartas, el capitán de una, otras dos el brigada legionario, y tres Vázquez. Una vez repartidas las últimas cartas estaba listo también el último turno de apuestas.
El capitán mostraba unos ojos que parecían saltar de sus órbitas tratando de encontrar en los otros la verdad que necesitaba. El de paisano echó otra gran bocanada de humo sobre la mesa al tiempo que bajaba su mirada para coger otro duro con el que envidar, lo cuál repitió el capitán y después el brigada que estaba al lado de Vázquez, quien también quiso al envite y al que añadió otros dos duros. El de paisano se retiró de la apuesta, del mismo modo que el brigada, que se debatía con una nueva jarra de vino, pero el capitán de requetés le quiso al envite con la intención de ver las cartas. Vázquez lanzó de nuevo al centro del tapete un duro más - cinco pesetas - ante los ojos estupefactos del capitán. Se hizo el silencio en el corro de la mesa por un momento hasta que el capitán tiro sus cartas. De nuevo regresó el bullicio, y cuando Vázquez intentaba hacer acopio de sus ganancias, el capitán se levantó de la silla y lo agarró por la muñeca.

-Un momento - dijo -. No me fío de ti.

-No tienes porqué fiarte, no me has querido a la apuesta -. Y  dando un tirón de brazo se deshizo de la mano del otro.

-Juegas con ventaja; te has descartado de tres cartas, tu escondes algo.

-Creo que todos lo han visto, no se han descubierto las cartas. Estás un poco nervioso, nada más; será mejor que te tranquilices y que te sientes.

-Teniente - le dijo mientras echaba para atrás la silla amenazante - póngase firme ante su capitán.

-Su capitán soy yo y no le he mandado nada. 

Soltó entonces José fríamente a su igual en el rango, quien, al mirar para él, sintió la mirada de José clavada en sus ojos. 
El capitán de requetés reconoció de pronto aquella mirada bizca y un nudo le ató la garganta, por lo que sin decir nada se sentó de nuevo a la mesa. Entre tanto el brigada de la Legión apuraba con otro trago la jarra, que se veía más tiempo vacía que llena dada la insaciable sed del legionario; y dando con ella un golpe en la mesa, dijo:

-No enfadarse caballeros; aprovechemos la oportunidad que nos brinda este merecido descanso. Bebamos y disfrutemos el momento. 

Y después de dar una profunda bocanada que exprimió también la maltrecha colilla que casi le quema los dedos, expulsó de sus pulmones con fuerza el humo, que fue a parar a la cara del consternado capitán. Luego gritó:

-¡Camarero, aquí enseguida. Si no, mando a la Legión! - 

Una carcajada general surgió en el corro cerrando el incidente.

-¡Caballeros! - Continuó dirigiéndose a sus rivales en el juego -. Es preciso comunicarles que mi "resto" no alcanza la mínima, y quiero que me acepten ésto. Deben valorarlo primero. 

Y lanzó sobre el tapete una plancha de oro igual que la que Piedad le diera a José en Algairén. Ésta tenía casi borrada por completo la inscripción de la CNT, pero para alguien como él, que ya conocía aquel cuño, no pasó desapercibida.








lunes, 11 de julio de 2011

El adiestrador de mandriles.



- Otra vez me he perdido navegando por la dualidad que entra por mis ojos, que perciben mis oídos, que aprecia mi tacto. De nuevo, envuelto en el remolino de las dudas soy transportado hacia las simas de la indecisión, y tanto un sí como un no resultan para mí como olas gigantes que me arrastran al vacío. Aún no se cuál me costará más rebasar, pues mi barco zozobra y se balancea con cada envestida que sacude mi ánimo.

Acabaron así las palabras cuando el sentir se reveló:


-El sí y el no son herramientas que utiliza nuestra voluntad para definirse respecto al "medio" que nos zarandea constantemente.





Ambos extremos no suponen dificultad mientras nuestra voluntad sea firme, consciente; asumiremos nuestra decisión de igual modo en ambos casos pues sólo a nosotros compete.
Los dos lados contienen las mismas aristas, los mismos vértices, y suponen un desafío que condiciona nuestra conducta. 


Lo mejor es navegar por un mar tranquilo, dejándonos llevar por el viento suave que nos conduce, pero inevitablemente nos cruzaremos con otros vientos, tempestades que tratarán de alejarnos de nuestro rumbo y para lo que tendremos que decidir la dirección a tomar.
Remar hacia un lado o remar hacia el otro no es lo importante, sí nuestra voluntad de hacerlo. Sin ella no habrá compromiso de nuestra parte, e infaliblemente naufragaremos.
Sin comprometernos, un sí puede resultar un no y viceversa.