El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

jueves, 31 de diciembre de 2020

SABIDURÍA Y FELICIDAD.











 

-Como un necio que ignora otras razones que no sean sus deseos, busqué la felicidad por el camino del conocimiento. Pero sólo decepción y desánimo recogí después de cada descubrimiento de mi ferviente curiosidad, pues encontré mi mente desnuda y me sentí solo ante la realidad cambiante - dijeron las palabras -. Hoy vengo a preguntarte de que sirve la sabiduría entonces, si no logra la felicidad que pretende.


Y el sentir se reveló:

El conocimiento es la memoria de la experiencia acumulada con el tiempo, un camino arduo donde la ilusión y la sorpresa tropiezan a menudo con la frustración y el desengaño. La sabiduría resulta de la contemplación y la aceptación de la realidad cambiante de las cosas sin tomar partido por ninguna - lo que significaría debilidad frente a los deseos propios, que no tardarían en entrar en conflicto con otros ajenos -; y sólo pretende la serenidad necesaria para participar de la armonía que las hace posible.
La felicidad depende del acierto en las decisiones que las circunstancias requieren en cada momento, para lo cual la sabiduría en el mejor aliado. Mas, la felicidad es una dimensión sumamente inestable en la naturaleza del ser, el cual debe su realidad a los permanentes cambios de estado a los que las circunstancias le condicionan. Por ello que la sabiduría no persigue la felicidad, sino la armonía con el resto de las cosas.
La felicidad es para el ser como un río subterráneo que aparece y desaparece constantemente en su camino, en la misma medida que es capaz de permanecer o no en armonía con todo aquello que le rodea, sin pre-valencias que produzcan alteraciones.




 






 

martes, 1 de diciembre de 2020

COMO AGUA FRESCA.







Las palabras, arrasadas por las llamas de la ira, se alzaron en grito de dolor frente al silencio de la soledad. Intentaban escapar de la incomprensión de la verdad incómoda que contenían y que ardía víctima de una época que agonizaba, que se resistía a la despedida poniendo en peligro el transito pacífico hacia la nueva era inminente.

Dudaron de haber nacido alumbrando un sueño esperanzado en la realización creativa del ser humano, aquella capaz de encontrar en la sencillez de lo cotidiano la felicidad posible. Y temieron caer en el vacío de una generación adormecida en el confort, que exigía el premio antes del esfuerzo y necesitaba halagos y aplausos para poner en marcha metas necesarias . Una generación ignorante de la importancia de los sacrificios personales, del valor del ser enfrentado en soledad a las contradicciones de la personalidad ante el compromiso de las decisiones. Una generación que, ciega de sí misma, había priorizado los deseos por encima de las necesidades, despreciando el valor de la experiencia de quienes les habían precedido y exigiendo todo del mundo para saciar la ansiedad de nuevas sensaciones.

Y el sentir se reveló:

Hasta en las fisuras de la piedra, allí donde se deposita el polvo transportado por el viento, nace la semilla de la vida. De igual modo se materializan las palabras de esperanza en los corazones necesitados de piedad, pues ellos son las grietas de la sociedad monolítica e intransigente que intenta perpetuarse en contra de los cambios necesarios que conllevan los nuevos tiempos, haciendo infelices y enormemente necesitados a los seres que la conforman.

El rostro de la sociedad es el reflejo de la evolución de sus individualidades, pero sólo en unas pocas se encuentra el principio que activa el mecanismo del cambio necesario.
Sólo las palabras de vida pueden germinar en ellos, y sólo ellos pueden hacerlas germinar. Es un terreno abonado, que necesita ser cultivado sin descanso hasta obtener su predominio para que el resto adopte su forma.

No caen en terreno estéril las palabras verdaderas que transportan vitalidad a la sociedad que se resquebraja acosada por la incertidumbre y el miedo al porvenir. Siempre llegan como agua fresca a las bocas sedientas por tanta súplica, a los corazones incendiados con las pasiones desbordadas, a las mentes cegadas por el humo de los sueños rotos.








 

lunes, 16 de noviembre de 2020

MI ADICCIÓN.









Hace ya tiempo que inicié un camino, el del escritor, que no pienso abandonar aunque la tormenta arrecie y los elementos enfurecidos azoten mi transitar, pues por él escapé con lo que le robé al destino, caprichoso y tirano.

Es un camino que construyo día a día para conducir mis pasos en la búsqueda del conocimiento del alma. Pasos, nunca como ahora tan ciertos, tan seguros de sí mismos, tan decididos a avanzar a pesar de las nuevas dificultades que vislumbro cerca, de los desafíos que vendrán y las energías mermadas con las que contaré para afrontarlos. Porque se, que cuando concluya mi existencia el camino permanecerá por mí, pues di a luz una vida que palpita con fuerza, que camina ya por su cuenta tirando de mi mano. Una vida construida con palabras extraídas de la cantera de los pensamientos, forjadas con las razones de mis sentimientos por la comprensión de lo experimentado.

Escribiendo he encontrado sosiego para reflexionar, algo tan necesario cuando se quieren iluminar las sombras de la personalidad y a la vez protegerla del destello de sus luces. Para poner en la balanza del tiempo lo pretendido en principio y lo conseguido al final, y llegar al ser real que todos reconocen.

Mas, no es fácil el camino del escritor, pues es una distancia que recorre en soledad arrastrado por su ser más íntimo y escurridizo, al que realmente ignora y que, sin saberlo, se esfuerza en descubrir. Un camino muchas veces tedioso, lleno de espinas de desánimo que invitan a olvidarse, a abandonar el recorrido. Un camino de flores marchitas en la distancia del tiempo inexorable.

Ha dejado de importarme si lo que escribo importa o no al resto del mundo, y si es poco o mucho lo que logro con mi esfuerzo, pues es una necesidad imperiosa que me arrastra sin saber adónde, por y para qué, lo que tampoco me importa en absoluto. Un síndrome que me reclama para saciar su abstinencia y del que no quiero ni me puedo liberar. ¿Cómo podría liberarme de mí mismo sin perecer en el intento?
Escribir se ha convertido en mi droga, mi adicción suprema. Se que me acompañará por siempre hasta el final y que nunca más trataré de evitarla.





 

lunes, 12 de octubre de 2020

MÁS PALENCIA.


 


BASÍLICA DE SAN JUAN DE BAÑOS.

BAÑOS DE CERRATO.
































































































































































































































Fuente de Recesvinto.

















ASTUDILLO.




































































































































































































































































































viernes, 1 de mayo de 2020

LA DECISIÓN DEL PROFETA.









Apesadumbrado, quiso alejarse. Temía verse arrasado por la ola creciente de intolerancia que la tormenta de confusión estaba levantado, cuando los dados de la muerte rodaban de nuevo sobre el tablero de la vida. La cuenta atrás había terminado y el cambio, largamente esperado, producido al fin. Sus premoniciones se habían cumplido, pero no eran momentos de celebración pues el triunfo era amargo y doloroso. Hubiera preferido equivocarse, aunque ello significara seguir enfrentado a un mundo que no le comprendía, al que amaba a pesar de su indiferencia. Mas los peores augurios se cumplieron primero y un torrente incontrolado de ira se estaba desatando como respuesta a la impotencia frente a la muerte, que no hacía distingo ni reparo en su capricho. 
Sintió entonces clavarse en su espalda cada mirada que antes se apartaba de la suya, y ser escuchado con atención en cada momento por los oídos de quienes negaban crédito a sus palabras cuando nada había cambiado todavía; e intuía que se precipitaba el tiempo de las preguntas inevitables para las que no tenía respuesta, pues el impacto de aquel cambio mayúsculo suponía romper con una época que perecía asfixiada por sus excesos, colapsada por la falta de reflejos ante la adversidad.
Todas las respuestas dependían de una reacción que todavía no se había producido, y confiaba, tanto como temía, en la respuesta de una sociedad que despertaba bruscamente de un sueño feliz y se enfrentaba al golpe de la realidad adversa, llena de desafíos ineludibles donde sacrificar lo mejor de sí misma. Él, sólo había querido revelar el mensaje que contenía la visión del mundo que contemplaba, jugando inconscientemente a ser profeta del porvenir. Ahora todo le decía que no podía huir de la realidad que había re-definido el tiempo y el espacio de los seres iniciando un nueva era que él mismo había anunciado. Su destino en adelante debería ser reflejo de adaptación para la supervivencia en una sociedad cegada por la contundente claridad de la nueva era. Una sociedad confundida y desorientada que aún le miraba incrédula. Apartarse de ese destino suponía dejarse vencer por el miedo contagioso y letal, traicionando a una generación de la que era superviviente. Ser testigo del pasado y ejemplo de adaptación al cambio producido sería su misión. Había alumbrado un futuro que acababa de nacer, que había contado con él para materializarse. Debía ser parte activa en su realización presente sin eludir los retos y los sacrificios necesarios.
No existía vuelta atrás, ni lugar donde escapar al nuevo tiempo. Y como buen sabio, después de dejarse aconsejar por la meditación de sus pensamientos, rectificó y decidió quedarse. 












martes, 31 de marzo de 2020

EL REFRESCO.


























Se sentó con él bajo la sombra de la higuera que crecía vigorosa junto al pozo, y que hundía sus raíces a su lado buscando el frescor del agua profunda. No era la primera vez que a media tarde, cuando el calor estival comenzaba a ceder, su padre le invitaba a disfrutar juntos del refresco de una cerveza recién extraída del pozo. Era su debilidad hidratar de aquel modo su boca, seca tras la rigurosa siesta diaria, por lo que acostumbraba a mantener sumergido en el pozo el viejo cubo de cinc con el que se sacaba el agua, cargado con media docena de botellines de cerveza.

Descorchó uno y se lo dio, y tras hacer lo propio con el suyo, lo alzó al aire en su mano y le dijo:

-Esto es vida, brindemos. ¡De hoy en un año!

Era la fórmula que usaba su padre para brindar en cualquier celebración o reunión amistosa.

-¡De hoy en un año! - Respondió mientras alzaba también el botellín. 
-Pero, ¿por qué brindamos? - Continuó. -¿Y porqué siempre de hoy en un año?¿Por qué no, por ejemplo, de hoy en mañana?

-No se debe al vicio, que sí a una sana costumbre, este momento entre los dos. Brindamos por un instante que nos une en salud, bienestar y entendimiento - continuó el padre -. Y porque podamos repetirlo de nuevo cuando pase el verano, las hojas caigan al suelo en otoño y la tierra repose en el agua y el hielo todo el invierno. Cuando, después de la loca primavera, regrese el verano y su calor nos obligue de nuevo a sentarnos aquí para mitigar su exceso. Podremos estar seguros, entonces, de haber conseguido renovar nuestra amistad a pesar del tiempo y sus circunstancias. Este brindis es un deseo y un propósito a la vez.

Un hilo de comunicación muy especial, que nunca se había cortado, existía entre los dos. El hijo admiraba del padre la sencillez de sus hábitos, ninguno excesivo, y la forma sosegada y conformista de afrontar las cosas, sin pretender de ellas más que adaptarse a su paso.
El padre admiraba la vehemente ilusión de juventud de su hijo, que comenzaba a abrirse paso en la vida como ser responsable de otros también, pero que aún no había perdido la esperanza de realizar sus sueños.

-Se que has sorteado una peste, sobrevivido a la guerra y matado el hambre a fuerza de más hambre para que tus hijos comieran. Que trabajaste como un animal durante muchos años para poder ser libre en el bienestar de tu casa, entre los tuyos, y que has visto cambiar el mundo varias veces mientras sentías que sólo se acordaba de ti a la hora de pagar sus excesos. Hoy te veo disfrutar orgulloso de lo que tus antepasados no obtuvieron, una merecida, humilde pero suficiente pensión que garantiza tus necesidades, que no son muchas ni especiales. Eres un hombre afortunado, tu familia aún crece y te acompaña. Yo, que tanto te debo, te admiro por ello y por enseñarme a disfrutar de las cosas buenas que nos trae cada momento. Como ésta que compartimos.

-Anda, dame un cigarro de esos que fumas tú - dijo el padre -. No me estará mal, aunque después de tanto tiempo sin fumar no creo que lo termine. Pero me han entrado ganas mientras te escuchaba. Quizás me he dejado llevar por los recuerdos, por la ansiedad que produce rememorarlos, y he despertado al compañero pernicioso que abandone hace tiempo.

El joven sacó su cajetilla de cigarrillos americanos y se la dio.

-El encendedor está dentro -. Le dijo.

El padre prendió un cigarro y aspiró su humo, echándolo después por la nariz.

-No me sabe a nada este tabaco - dijo -. No tiene más que aire. Lo que te decía, no creo que lo termine.

-Es igual, no importa. Si te ha servido, pues bien.

-Sí, claro que me ha servido. Pero ya no hay tabaco como el de antes. Es el mismo vicio, pero no es el mismo género. 

-Quizás no sea mejor ni peor - dijo el joven -. Cada época tiene sus gustos, y quizás por eso los nuestros no coinciden.

-Una sabia observación - le reconoció el anciano - . Los gustos, las aficiones, las modas, vienen y van con las épocas. En la mía las cosas no eran tan refinadas. El tabaco era sólo eso, tabaco.

-Ya, pero los tiempos han cambiado, todo ha cambiado. Y mientras tanto hemos ido ganando cosas que antes no teníamos, hemos evolucionado hacia algo mejor.

-Yo no estaría tan seguro. Acostumbro a ver como las gentes prescinden, abandonan lo que tienen por otra cosa. Tal vez con ello no ganan nada, simplemente cambian buscando otra suerte. Cambian familia por amigos, hijos por un empleo seguro con el que ser independientes y realizar sus sueños, mayores por animales de compañía. Cambian la vida sacrificada, pero tranquila del campo, por la urbana, más dinámica y competitiva.
El afán de esta sociedad de ahora, de acaparar cosas lo más rápidamente posible, de conocer y vivir nuevas sensaciones sin saber si un día serán ventaja o inconveniente, les conduce a sacrificar su tiempo de relajación y descanso, de contemplación y meditación, para emprender una trepidante y desaforada carrera en contra de una vida más acorde con lo natural, que conlleva menos necesidades superfluas.

-Sí, es verdad - continuó el joven -. Nos hemos dejado llevar por una ola que cada vez avanza más rápido y que no sabemos dónde nos conduce. El mundo gira más despacio que nuestro movimiento dentro de él, y puede que pronto se nos quede pequeño. Hemos viajado a la luna y ahora podemos ver vía satélite lo que hacemos unos y otros en cualquier parte del mundo. Y esa misma tecnología nos ha llevado a crear también armas de destrucción masiva con las que nos amenazamos a diario. No se, lo veo complicado, difícil manejar siempre a favor esa dualidad del ser humano, donde cohabitan en delicado equilibrio lo mejor y lo peor que puede contener la naturaleza. De todos modos, los avances de la ciencia son innegables, y marcan el camino a seguir con su evolución imparable, pues nos aportan calidad de vida. Podemos decir entonces, que nunca como ahora fueron mejores los tiempos. 

-Los tiempos nunca han sido mejores ni peores, creo yo - replicó el anciano -, pues siempre ha habido ricos y pobres. Un mismo cielo ha amparado a todos y un mismo sol alumbrado las vidas, y cuando las catástrofes han azotado no han hecho distinción. Los seres humanos somos menos visibles desde la altura de una nube que un microbio en la platina desde la lente del telescopio, pero el conjunto de nuestra actividad se observa de otro modo en la naturaleza, en los seres vivos, en el clima, que ya no es el mismo, que comienza a reaccionar frente a nuestro modo de vida. Estamos rompiendo el orden natural de las cosas para adaptarlas a las pretensiones individuales, triunfando de ese modo la parte más egoísta y perniciosa, voraz y consumidora de recursos de la naturaleza humana, que nos conduce a una competición feroz, en la que mostrar piedad por el perdedor es un signo de debilidad. Y esto no es evolucionar en positivo, de tal modo que llegando a un límite, la sociedad comenzará a perder lenta, pero inexorablemente, todo aquello que antes disfrutaba y que logró con esfuerzo, pues lo habrá cambiado por otras metas.
Vengo de una época en la que, después de las duras experiencias que nos tocó vivir, sólo queríamos paz, un trabajo digno y pan; tranquilidad para una vida sosegada y un sustento asegurado después de los años de lucha, sacrificio y esfuerzo que tendríamos que afrontar para salir adelante.
Las nuevas generaciones parecen haberse olvidado de quienes les condujeron hasta aquí, que también fueron jóvenes y se revelaron contra la generación anterior. Creen, tal vez, que disfrutarán siempre del bienestar que otros hicieron posible sacrificando sus sueños.

-En parte estoy de acuerdo con tu análisis - replicó el hijo -, pero no creo que la culpa sea sólo de las nuevas generaciones. Quizás las anteriores, por lo natural más sabias y experimentadas, cansadas de luchar y tras haber conseguido el objetivo pretendido, han cedido prematuramente el protagonismo y las responsabilidades inherentes a su experiencia a los más jóvenes, con el loable deseo de que no pasaran por las mismas circunstancias. Han querido desterrar de su memoria todo el dolor pasado, toda privación sufrida, toda rabia contenida, toda impotencia sentida, ocultándolas a sus descendientes con la esperanza incierta de que no se volviera a repetir. Y creo que en eso, las viejas generaciones se han equivocado coartando la verdad.

-Sí, es cierto - afirmó el padre -. En eso sí que hemos fallado, y no sería realista poner la falta de fuerzas como escusa, o la incomprensión de los más jóvenes. Creo que las viejas generaciones hemos sido las primeras en dormir en los laureles. Ya nada podemos hacer, no está en nuestras manos. Y puede que tampoco en la voluntad de muchos. Hemos quedado relegados a la cola del cambio.

-Tal vez haya sido inevitable - continuó el hijo - pues la sociedad pretende bienestar, posibilidades de realización personal, lo que es bueno; y los adelantos de hoy en día, la comodidad y las posibilidades de realización que reportan, son algo que todos han deseado y desean. No se puede nadar siempre contra corriente sin ser arrastrado por ella en algún punto. A veces es más fácil dejarse llevar, y eso es lo que hace la sociedad, dejarse llevar por las consignas, por la publicidad y sus promesas de realización y felicidad personales. El cauce de dicha corriente es demasiado caudaloso para oponerse a su paso

-Todo cauce desemboca su caudal en un mar donde se disuelve inexorablemente un día. Esperemos que ese mar nos acoja a todos en calma, que no sea un mar tempestuoso donde naufraguen otra vez nuestras aspiraciones.
Bueno, esto se ha acabado, ¿quieres otra cerveza?

-No, he quedado con un amigo para salir a pasear en bici. Hace un tiempo que no la cojo. Voy a comprobar cómo están de aire las ruedas.

-Creo que están bien. Estuve con ella por la mañana, pero mira a ver. Yo también daré un paseo con el perro por el campo. Ya están terminando de cosechar el cereal y seguro que hay mucho tirado en los caminos del que cae de los remolques. Voy a ver, la cosecha es buena. Se van a poner buen cuerpo las gallinas este año.








miércoles, 29 de enero de 2020

RECONSTRUCCIÓN.








Salí del ensimismamiento de la relajación buscada y observé mi cuerpo encorvado sobre el asiento, frente a la ventana tapada por la cortina traslúcida. Me incorporé un momento para derrumbarme otra vez al poco tiempo, esta vez sobre mis codos, los cuales apoyé en las rodillas para contener con las manos el peso de la cabeza plomiza. Luego miré las piernas desde aquella perspectiva, habían adelgazado hasta el punto de parecerme infantiles, ridículas.
Me incorporé apoyando mis manos doloridas y deformadas - como el resto del cuerpo por la enfermedad incipiente del paso del tiempo -, y me pregunté sorprendido cómo después de lo experimentado en carnes propias me había dejado conducir hasta aquel estado de decadencia física.

Una voz apareció en mi pensamiento confuso:
-Recuerda: "Cuando la mente sufre el cuerpo pide auxilio."

Me había dejado llevar hasta el punto de olvidar la vieja metáfora del cuerpo y el alma, del templo y el espíritu que en él habita. Apostando otra vez lo que tenía, la salud, en la enésima batalla contra el mundo, contra mí mismo, contra el tiempo escaso.
Reconstruir los muros tras la batalla, la cubierta que protege al templo de la intemperie, sería el objetivo vital; sin tener en cuenta el tiempo y dejando descansar la mente abochornada; sabiendo que sin espíritu estable (en permanente conflicto) el templo se derrumba en su vacío; y que del templo abandonado el espíritu huye.
Recompondría mi cuerpo de nuevo, mi templo, que había resistido el asedio del mundo y los excesos de la entrega de mi alma en su lucha contra él.
    






























lunes, 6 de enero de 2020

LO QUE TODOS APRECIAN Y NINGUNO COMPRENDE.



























-Siempre he creído que la memoria es un valor imprescindible para la supervivencia del individuo, capacidad de la que he presumido como un necio. Jamás consideré que esa misma cualidad pudiera convertirse en auténtica esclavitud para el alma que intenta escapar de la insatisfacción del momento, que se refugia en la soledad buscando serenidad para obtener respuestas que apaguen el volcán de preguntas que la consume-. Dijeron las palabras.

Y el sentir reveló:

-La memoria nos conduce siempre al tiempo pasado, del que parte y al que se debe. Por eso no es bueno hacerla compañera de nuestra soledad. No se puede vivir demasiado tiempo en el recuerdo del pasado sin ser arrollados por la incomprensión propia y ajena.
La memoria sirve para conducirnos en el presente, no para vivir de nuevo o experimentar de forma diferente el pasado, intentando repetir aciertos, corregir errores. Los errores y los aciertos obtenidos de nuestra experimentación vital sólo pueden encauzarse en el presente sin exigir nada al futuro inmediato. De otro modo los recuerdos se convierten en un laberinto de sentimientos que conduce a la locura que todos aprecian y ninguno comprende.