El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

LA CESTA DE NAVIDAD.








- Casi no había terminado de abrir el portillo de la vieja puerta de madera, cuando se encendió la luz en la escalera. Al ver asomar su cabecita, llena de rulos dorados, salvajes y alborotados, pensó que ella era el mejor de los regalos. No había día, que tras el turno de tarde, no le esperara impaciente en el descansillo de la escalera para que la cogiera en sus brazos y le estampara la cara con un montón de besos. Era su pequeña. 

Su hermano mayor daba la alarma desde la ventana y ella corría a la escalera para recibirlo siempre con una sonrisa jalonada de alegría por los hoyitos de sus carrillos generosos, sonrosados. Lo agarraba por los pelos mientras él la estrechaba con fuerza entre los brazos, y después de darle unos besos, ella empujaba contra su pecho para que la soltara y así escapar de su barba reciente y dura. 

Saltó y chilló al verlo entrar cargado con el macuto del trabajo y una gran caja de cartón decorada con motivos navideños.


- ¡Mamá, mamá, papa ya está aquí; y trae una caja grandota! -decía -. ¡Es la cesta, la cesta!



Cerró la puerta y saludó a Pluto, que ladraba con fuerza desde el hueco de la escalera, tras la puerta del patio. Después subió lo más dispuesto y entregado que pudo para repetir el ritual, que aquel año era especial, pues era el primero que en una empresa para la que trabajaba le daban por navidad una cesta llena de dulces y bebidas.



- ¡Mamá, mamá, mira que caja le han dado a papá! - repetía el hijo mayor, que tiraba de ella con fuerza para subirla del descansillo a la vivienda que ocupaban en la primera planta de la casa. - ¡Pesa mucho mama! 


La esposa detectó enseguida en la cara de él que todo había salido mal otra vez. Después de darse un beso de bienvenida, él dejó a la pequeña en el suelo para que saliera corriendo tras su hermano, que arrastraba la caja de cartón hasta el salón para enseñársela a los abuelos en medio de una explosión de chillidos, risas y gritos. 

El matrimonio entró en la cocina, primera estancia que se abría en la vivienda desde el pasillo, donde una pequeña estufa de carbón en la que cocinaban expandía su calor al resto de la vivienda. Era el principal punto de calefacción de toda la casa. El salón, por ser la estancia más grande y donde pasaban la mayor parte del tiempo, lo calentaban con dos estufas de gas. 

Él la miró sin decir nada.

-Te han despedido, ¿a que sí? - Pero él calló; dejó escapar una mueca de dolor bajo los ojos apunto de desbordarse por las lágrimas contenidas. Cuando consiguió tragar la saliva que se había hecho un nudo en su garganta, dijo:

- Otra vez.

- Bueno, no te preocupes - respondió ella - habrá más trabajos.



Él se fue hasta la estufa y apoyó sus codos sobre la encimera de azulejos saltados por las calorías y dejó correr las lágrimas mientras su pecho se convulsionaba por el hipo del llanto desgarrado.



-Tú no tienes la culpa - le aseguró ella -. Son unos cabrones, se aprovechan de cómo está el trabajo.


- Sí, pero de todas las formas, siempre me toca a mí. - Dijo él.



- No te preocupes demasiado, todo cambiará.


-Ya, pero entre tanto y no, mira lo que te he dado; sólo trabajo y más trabajo.



- Tenemos para comer, ¿te parece poco?



-No se mujer, es humillante. Si no es por un compañero... Ni siquiera el encargado me ha dicho que cogiera la cesta.


-¡ A ver !- dijo ella -. Si la dejas allí, alguno se la llevaría después.

- ¿Por qué siempre me pasa esto?

- Bueno, no siempre - le replicó -. Recuerda que en la última, fuiste tú quien no quiso renovar. Ya, ya lo se, no te enojes. Eres un hombre de palabra y no cumplieron el trato.

- Lo sabes, dijo él. Sabes que el chaval estuvo conmigo, sentado a mi lado en la entrevista de trabajo; y que quedó claro que aceptaba las condiciones como periodo de prueba para demostrar mi valía, pero que en la renovación ellos debían corresponder en la misma medida para re-negociar otras condiciones. Perdí mi puesto, no por falta de valía, profesionalidad y esfuerzo, sino porque temían que contagiara a la plantilla. En aquellos seis meses conseguí que pagaran a toda la plantilla el complemento salarial anual, algo que nunca se había hecho. Y sabes que no he tenido que ver con sindicatos, que siempre he ido por libre. ¿Cuantos hombres de honor hay? Dime. Recogí mi funda de trabajo delante de veinte compañeros que frente a sus jefes no fueron capaces de levantar la vista del suelo para darme una despedida afectuosa. Hoy el director gerente de la fundición me hablaba de falta de pedidos, de perdida de mercados y de necesidad de despedir, pero cuando me contrató buscaba de mí la más alta productividad.

- ¿Y no se la has dado? - Le pregunto ella de una manera que no ponía en duda su confianza en que así fuera.

- No lo se ya; creo que no se trata de si se la he dado o no, valoran tanto el rendimiento como la sumisión, y en mí no ha existido nunca tal virtud, siempre he pretendido ser el protagonista de mi destino; lo sabes. 

- Entonces - dijo ella - no debes sentirte mal porque no te salgan bien las cosas, un día lo conseguirás. Cada uno debe cargar con su forma de ser y luchar por ello. No te preocupes, saldremos adelante; pronto tendrás un nuevo trabajo.

- Cariño, eres maravillosa. Estaría hundido de no ser por ti, que nunca te quejas de mí, que siempre compartes todo conmigo, hasta mis peores ratos y mis mayores decepciones. Sí, saldremos adelante, ¿cómo no?

La estrechó entre sus brazos mientras por sus mejillas corrían lágrimas de amargura. Eran un matrimonio jovencísimo con dos niños pequeños y una pareja de abuelos a los que asistían en una vieja y desvencijada casa de alquiler que compartían. 

- Papá, mamá, venir - decía el hermano -, mirar cuantas cosas trae la cesta.

- ¿Recuerdas que el primer año de casados te toco la cesta de navidad en casa de un amigo que tenías entonces por Benavente, y que fuiste hasta allí para recogerla? - Le dijo su esposa.

-Sí - dijo él -, fue un feliz augurio; tal vez el del amor que nos une todavía. ¡Y que buena salió la paletilla de jamón serrano que contenía! Sí, mi amigo Jeremías... 

- ¿Vamos al salón a ver la cesta y a disfrutar la alegría de los chicos? Venga, están esperándonos -. Le susurró ella al oído.

- Sí - le contestó él suavemente, después de espetarle un beso sordo en su cuello, bajo la oreja -. Y abriremos una botella de ese vino bueno que decían que nos darían. 




miércoles, 24 de diciembre de 2014

LA LLAMADA.




La inconsciente felicidad de su amor adolescente ablandó su alma, educada para dirigir el mundo que coexistía por debajo de sus pies y más allá, dónde su visión no alcanzaba. Se preguntó si, como futuro rey, podría acabar con las necesidades que producían la infelicidad de sus súbditos, que pululaban cual enjambre frenético en torno a sus designios. Y después de mirar a su padre, a quien todos reconocían como un soberano justo y ejemplar, se dijo que él tampoco sería capaz de evitar las desigualdades que traían injusticias y aumentaban los padecimientos de las gentes, y pensó que ganarse el corazón de la mayoría para sentirse honrado, no sacaría de las penurias al resto. Y sintió piedad por todo lo que le rodeaba.

Meditó sobre su destino, aquel para el que fue educado desde la niñez, y no se creyó preparado: no era lo mismo dirigir la vida de los hombres, que entrar en sus almas para aliviar sus insatisfacciones, superar sus miedos y transformarlos en seres felices. Para ello debería ser uno de ellos, sentir como ellos, vivir como ellos, dejar de ser príncipe para ser mendigo y saber de las limitaciones de la pobreza, el hambre y la enfermedad, que doblegan al ser humano igual que al resto de las especies. Y a esto lo llamó comprensión.

Durante tres días logró alimentarse con el hueso de un dátil, sentado bajo la sombra de una higuera estéril donde llegó conducido por la suerte caprichosa, regulando la respiración con el ritmo lento de sus dientes royendo la cuña. Había querido dejarse llevar por la vida para sentirla en plenitud y saber de la resistencia de su cuerpo y la preparación de su mente, hasta llegar a aquel momento de contemplación de su alma en gravitación exterior con el resto de las cosas, de los seres. Y a esto lo llamó clarividencia.


Decidió entonces cumplir su destino, aquel para lo que un día fue llamado y que desoyó por sentir incompleto: dirigir, conducir a las gentes hacia la superación. Regresaría para enseñar a los hombres a descubrirse a sí mismos y encontrar la plenitud en la naturaleza de las cosas sin decantarse por ninguna, sin necesidad de posesión, sin necesidad de ambición, sin necesidad de felicidades incompletas, sin necesidad de tener que conformarse. A esto lo llamó iluminación.







martes, 16 de diciembre de 2014

CAMBIAR LA MENTALIDAD.





Un nuevo cambio de mentalidad en la sociedad se hace imprescindible para afrontar los desafíos que nuestro modo evolutivo requiere. Los descubrimientos científicos nos acercan soluciones, pero la sociedad no es un laboratorio experimental donde se puedan crear las condiciones optimas bajo constantes programadas y sostenidas desde el exterior; todo cambio motivado tiene que ser acometido desde el interior y eso requiere un periodo largo de incubación en las mentes, que ha de producirse de una forma individual y voluntaria; cualquier resistencia supone un receso en el tiempo de evolución.

Aún se utiliza la enseñanza, la educación, con parámetros socializadores, sin tener en cuenta al individuo, que debería ser formado antes como ser único e irrepetible, pues necesita conocer sus valores y limitaciones para desarrollarse en la aceptación de sí mismo y en su resolución de adaptarse a las circunstancias para evolucionar. Sólo una sociedad de individuos conscientes, seguros de su aportación positiva y felices por su contribución, es una sociedad sana, que camina hacia adelante con marcha adecuada y es capaz de imprimir los cambios necesarios que las herramientas de su tecnología posibilitan.

El desarrollo humanista del individuo - que no individualista, egocéntrico, y como tal consumista compulsivo de artificios con los que llenar su espíritu vaciado de contenidos propios - creará la nueva civilización necesaria  para que la especie humana sobreviva a sí misma. Y no existe duda de que lo hará, sólo la resistencia de la vieja mentalidad, que se aferra a lo palpable, lo material, aquello con lo que se ha rodeado para darse sentido y de lo que se siente sierva, ralentiza su puesta en marcha.


Educar en, y para el humanismo, es enseñar a descubrir al individuo en su integridad primero, para que pueda reconocer los valores propios, exclusivos y necesarios en el entorno que comparte con otras individualidades. Nos confundimos socializando la educación, preparando a los individuos para las cualidades requeridas por la sociedad de cada momento, sin tener en cuenta su carácter individual y diferente; sin contemplar el grado de felicidad conque se entregan al cometido social requerido. Estamos formando profesionales despersonalizados que no saben resolver las dificultades en su ámbito personal, las cuales trasladan a su entorno social creando dificultades mayores, que requieren de otros profesionales que tampoco saben resolver las propias.

El individuo es el germen social, portador de vida, y debe conocerse a sí mismo primero antes de participar plenamente en libertad en el juego social. Hoy en día, la educación de los individuos todavía es herramienta para la esclavitud del pensamiento, pues, obviando la naturaleza pura de cada ser, predetermina a los mismos a destinos diferentes de los que, por su naturaleza, estarían mejor capacitados. Todo ello lleva a un grado de infelicidad social exacerbado cuando se incumplen los objetivos para los que fueron formados, y el concepto de modelo social se resquebraja. Si los individuos no se conocen suficientemente como para saber de sus capacidades únicas e intransferibles, serán siempre reos de las necesidades de otras individualidades y la sociedad nunca tendrá un rostro definido, sino que seguirá evolucionando de forma descontrolada y amorfa.






sábado, 6 de diciembre de 2014

PARA HACER LIBRE AL CORAZÓN.





Has aceptado que no volverás sobre tus pasos para llegar al punto de partida, al instante anterior de tomar el camino que crees equivocado, pues sabes que nada en la vida tiene marcha atrás, que todo queda zanjado desde su comienzo. Que lo que confundió tu orientación para llevarte donde no pretendías ir era sólo un espejismo, una ilusión de tu espíritu joven e inexperto que necesitaba definirse, hacerse un sitio en el tiempo.

Ya no sientes miedo del porvenir que desconoces, has comprendido que cura las heridas y se lleva todo lo caduco; que lo imprescindible es sobrevivir al instante presente para llegar a otro distinto, y que para conseguirlo no son necesarias más pretensiones, que nos encadenan con fuerza al pasado que necesitamos dejar atrás.


Respirarás fuerte otra vez para tomar aliento, para recuperar las fuerzas necesarias que harán que te levantes aprovechando la corriente favorable que vendrá, indudablemente, pues así lo requiere cada tiempo nuevo para repetir la vida y perpetuarla.


Y darás lo mejor de ti a los demás para conquistar sus corazones, aunque el alma te duela por lo que perdiste en otros intentos, pues éste lo has elegido tú desde la consciencia y la clarividencia de tu experiencia, que ya nunca te abandonará, que será tu aliada para siempre .


Sientes la libertad que da alas a tu espíritu, aprisionado hasta ahora en los condicionantes que impusiste a tu existir. Comprendes que nada ni nadie puede atar al destino nuevo que has elegido porque es más fuerte tu decisión, y en ella emplearás toda la energía para vivir por vez primera el ser que deseaste, que con extremo cuidado fuiste modelando en silencio para guardarlo después como un tesoro, escondido en lo más íntimo de tus entrañas para que nadie pudiera destruir su pureza, su inocencia, aquella en la que necesitaste creer para no perecer en cada intento por sobrevivir.