El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

jueves, 21 de enero de 2010

El adiestrador de mandriles. ( Un viaje del terror. )










































-¿Qué me está pasando? Lo he dejado todo y regreso apresurado.¿Qué hago aquí? Estos bosques y estas colinas encrespadas me dan miedo. Quedé atrás el puerto y siento la mirada de las montañas clavándose en mi espalda.
La noche no es oscura, pero la luna aparece y desaparece con su áurea nebulosa entre los árboles. No consigo rebasarla y creo que me sigue como la silueta del coche que se dibuja siniestra en su sombra deforme, y se confunde con otras que se revuelven frenéticas. Sombras fantasmales de hayas y de robles agitados por el viento salvaje que golpea en los cristales.
La lluvia intermitente arrecia con frecuencia agolpándose en el parabrisas.
¡Y ese impacto terrible!¿ Qué ha sido?¿Un búho, una lechuza? No lo se. Se ha estrellado de pronto desparramando sus fluidos en la luna del vehículo. Estoy impresionado, percibo fuerte el latido de mi corazón en todo el cuerpo y me ha dado un vuelco el estómago. Siento nauseas y un frío sudor me inunda las manos apretadas con fuerza en el volante.
No puedo ver mi cara, que imagino más pálida que el lucero que me persigue.
Relajarme; eso exactamente, necesito tranquilizarme. Mas este fiel compañero de viaje ha decidido no ayudarme: soy incapaz de sintonizar algo mínimamente audible. Hasta que no me aleje lo suficiente de aquí, se que será imposible. Pero debo aplacar mis nervios, espoleados por la presión a la que están sometidos por la necesidad de acabar esto cuanto antes .
No debí dejarme engañar. Es evidente, cuando un amigo te pide algo que sabe que no le debes dar. Contó con mi lealtad y yo con la que nunca tuvo, por eso decidí pasar a sus amigos, a quienes no conocía. En Burdeos, casi todos los españoles somos turistas.
Antes no hubo preguntas ni pedí explicaciones, sólo confié en él. Pero ahora todo es ya distinto, tras pasar la aduana quedó claro: mi coche ya no me pertenece, es una bomba. Una bomba que tengo que conducir hacia su punto exacto y no puedo fallar. Mañana denunciaré el robo de mi coche y pasado, tal vez, lo harán estallar en mil pedazos Dios sabe donde.







Un hombre que amaba los animales. Cap. 14































- No se preocupe más, alférez; este asunto quedará zanjado cuando usted salga de aquí por esa puerta. A muchos, puede que les parezca una inmoralidad, pero el ejército no pude permitir la indisciplina y el desorden en sus filas. Ha actuado correctamente. Estamos en tiempo de guerra, no lo olvide; en tiempos de paz las cosas serán de otra manera, pero ahora debemos ser expeditivos, no podemos consentir que cualquier incidente dificulte el ritmo de nuestras operaciones. El más mínimo conato de subversión dentro de las filas debe ser reprimido sin miramientos rápidamente. Tranquilice su espíritu, alférez, y no se sienta responsable; en la guerra es muy difícil mantener la serenidad y actuar con firmeza como usted lo ha hecho. Como habrá comprobado las circunstancias no dan tiempo para reflexionar, por ello es muy importante tener antes las ideas; y creo que usted las tiene, Alonso. Saldrá de aquí con la cabeza bien alta con estas estrellas en la mano, se las ha ganado. 

El coronel se adelantó unos pasos dejando atrás el escritorio, y acercándose a José, depositó en su mano derecha tres estrellas de seis puntas.

-Me gustaría mandarle unos días de permiso y mantenerlo alejado por un tiempo, hasta que se olvidase el incidente, pero usted es muy necesario aquí, ahora. Parte del Cuerpo de Ejército Provisional de Brunete será desplazado al frente de Aragón, pues se espera una fuerte ofensiva republicana en esa zona. La 13División, a la que pertenece ahora su batallón, será una de las desplazadas. A partir de mañana usted se encargará de mandar su compañía. Todo está dispuesto para ejecutar el relevo. Ahora ya puede marcharse capitán.

-A sus órdenes señor. ¿Me permite una petición?

-Diga, diga Alonso; veré lo que se puede hacer.

-Señor, me gustaría que el sargento primero Huertas continuara en la compañía. Le pido que no le cambien de destino; tengo en él gran confianza.

-No se preocupe capitán, se de la buena relación que ustedes mantienen. No, no será trasladado, seguirá a su lado.

-Muchas gracias Señor.

-El capitán Elorriaga le entregará la orden de relevo. Suerte Alonso, la va a necesitar. Confío en usted.

José abandonó el despacho del coronel un tanto consternado. Nunca imaginó que matar a otro soldado, un compañero suyo, habría de significar un ascenso tan importante. Pero por otra parte se sentía bien, su decisión había discurrido pareja con lo que el deber obligaba y para ello no había dudado, consideró solamente el momento y el resultado que de él se derivaría e hizo realmente lo que creía necesario, sin importarle las consecuencias que en contra suya recayesen.

Cuando llegó a la compañía, Huertas le estaba esperando en el puesto de mando con el nuevo uniforme de capitán colgado del antebrazo. Parecía nervioso y angustiado, como si no quisiera ser sorprendido en momento tan especial por su antiguo jefe, a quien José pronto relevaría. Le resultaba un tanto engorrosa tal situación y estaba seguro de que no sabría que decir. Pero José apareció al fin por la puerta.

-Vamos hombre, me estaba muriendo de angustia -. Dijo Huertas.

-Cuádrese sargento - le ordenó José -. Muestre respeto por su nuevo capitán.
Huertas, inmediatamente se situó en posición de firmes.

-Pero señor, usted me dijo que entre nosotros.... 


José no pudo evitar que una sonrisa burlona se dibujara en sus labios y explotara en forma de sonora y sincera carcajada. Después abrazó a su incrédulo amigo mientras le decía:


-¿Cómo has podido pensar que he cambiado? Debería castigarte por tu falta de confianza Sergio.

-Lo siento José, lo siento; pero estaba tan nervioso...

-Bueno, vamos a mi camarote antes de que venga alguien por aquí. Veremos si eso que traes ahí es de mi talla.

Berta dormía sobre una pequeña manta que hacía de alfombra a los pies de su cama. Cuando entraron en el camarote se levantó con el rabo en alegre movimiento lateral y se dirigió a José retorciendo el cuerpo con la cabeza agachada, haciendo ademanes para que la acariciase.


-¡Hola Berta, mi perra bonita! Ven aquí, mira lo que te he traído. 

Sacó de uno de sus bolsos un mendrugo de pan duro y un cacho de costillar de cerdo curado que había envuelto en papel de "estraza". Lo abrió y se lo puso en la alfombra donde dormía. Berta regresó a recostarse para roer el regalo que su amo le había traído.


- Bueno Sergio, no se si lo que nos deparará el destino será algo grande, o por el contrario nos sumirá pronto en el olvido como a tantos otros que han perecido ya en esta guerra. De todas las formas no se detendrá, y si somos parte misma de él, debemos tener confianza. Vamos a brindar, tengo una botella de vino guardada en el baúl que espera tener un buen fin. 


José sacó del baúl una botella de vino de Mentrida y dos vasos metálicos porcelanados, y los puso sobre una pequeña mesa camilla que se encontraba junto a la ventana del cuarto.


-¡ Hombre, "chiquiyo" ! ¿Y éste lujo?-. Exclamó Sergio.

-Hay que estar bien relacionado. No es difícil encontrar pan, pero si vino. Igual que el tabaco, que nos sobra; no así el papel. Pero para algo están los servicios médicos y de salvamento. Son los únicos en esta apestosa guerra que pueden encontrarse y realizar su trabajo sin necesidad de tener que matarse. Son el cordón umbilical que nos une. Esta botella la conseguí a través del conductor de una de las ambulancias que regresaron ayer del frente. La cambié por una "petaca" de tabaco.

-Pues sirve un vaso y brindemos por nuestra amistad.

-Sí; porque crezca y perdure durante el tiempo que estemos juntos-. Terminó José antes de brindar. 


Ambos apuraron hasta el fondo el vaso de vino; después Sergio continuó:

-Y ahora, porque nuestra amistad no concluya con esta guerra, si no que continué más allá de lo que la distancia nos separe -. Brindó de nuevo Sergio.

-Gracias amigo; muchas gracias por todo. Brindemos por ello -. Terminó José.



El tren que los transportaba al frente de Aragón tenía destino en Zaragoza y hacía escala en Valladolid, Burgos y Logroño. 
El paisaje de la meseta castellana, inmenso de cielo y tierra, con sus campos desiertos, pintados de amarillo por el sol de agosto reinando implacable sobre el firmamento azul, pasaba a través de los ojos de José y Sergio como el aire caliente que penetraba la ventana bajada del departamento del vagón. Berta, entre las piernas de los dos, se incorporaba a veces para apoyarse con sus patas en la ventana abierta, sacando la cabeza con su lengua babeante para sofocar el calor, y después volver a recostarse a sus pies.


José miraba aquellos campos, echaba de menos el contacto con las mieses, la siega, el trillo y las mulas; el acarreo de la paja y las cuadrillas en el campo, todo lo que sentía tan cerca ahora y de lo que se alejaría tanto y sin saber por cuanto tiempo. A su mirada perdida en la lejanía regresaba el recuerdo del rostro de Micaela, como una virgen aparecida que borraba de su mente cualquier otro pensamiento llenándolo de paz.

-Ancha es Castilla, si señor... Y áspera y dura - le comunicó Sergio a José, que continuaba con la vista perdida en el horizonte, mirando a poniente -. Tu eres de por aquí, ¿no?

- Sí, de Castilla la Vieja. Aunque mi tierra queda a unos cien kilómetros más al oeste. Me gustaría estar allí, al lado de mis padres, de mi novia, y hablar con mis amigos mientras echamos un vino merendando en cualquier bodega. Ahora, en este tiempo, es cuando más frecuentadas están. La gente sale a sentarse por las noches a las puertas de sus casas y hablan y se pasan las noticias mientras los niños bulliciosos juegan felices corriendo a oscuras por las calles.

-Parece que amas mucho tu tierra, según lo dices..

-Sí, a pesar de ser dura y áspera como afirmas, y no sin razón. Helada en invierno y tórrida y asfixiante en verano, extremos que a veces se prolongan años seguidos y que hacen prácticamente testimoniales a la primavera y al otoño. A pesar de todo la amo, y aunque me encuentro a gusto por el mundo, hay demasiadas cosas allí que ansío.

-Parece una tierra donde el tiempo se hace viejo - reflexionó en voz alta Sergio, que contemplaba como los pueblos de casas de barro que surgían del relieve y las iglesias de piedra que alzaban al cielo sus orgullosas torres desaparecían en la distancia, sobre las ondulaciones de la inmensa llanura castellana.

-¿ No añoráis por aquí un trocito de mar ?

-No somos hombres de mar y cielo, somos hombres de cielo y suelo - le respondió José -. El mar para nosotros ha sido sólo un pretexto, un instrumento más para conquistar el mundo. Mi abuelo estuvo en la guerra de Cuba y cruzó el charco varias veces, pero no le gustaba demasiado, creo. Recuerdo que pocas veces le oí hablar del mar, y sólo para evocar el triste y humillante regreso de las tropas de Cuba tras la catástrofe de la batalla de la bahía de Santiago, contra los " yanquis". Lo describía como algo más allá de lo vergonzoso, de lo inhumano: los soldados moribundos, plagados de enfermedades contagiosas, desnutridos y hambrientos, convivieron durante la travesía por un mar enfurecido con las ratas, que buscando su sustento entre los despojos, caminaban sobre los hombres muertos y a punto de morir sin importarles los vivos, entretenidos en su interminable ir y venir de la barandilla para vomitar sus bilis al mar.

-Supongo que nunca has visto el mar - insinuó Sergio -.

-No, aún no lo he visto. Pero al paso que va la guerra no será muy tarde.

-Sois, como tenía entendido, gente orgullosa de sí misma - dijo Sergio -. Hasta puede que arrogantes en la seguridad de vuestras convicciones y de vuestra clase. Añoráis otro tiempo en el que no os sentíais vasallos, sino dueños, y despreciáis a menudo todo aquello que estorba a vuestras ambiciones.

-No lo se, pero hemos liderado un sueño de nación que se convirtió en un imperio, y ahora que el hecho diferencial está tan de moda, no somos nada. Por eso está guerra tiene sentido.
Mira lo que ha pasado y está pasando en Cataluña. No existe orden, ni proyecto en común; existe una anarquía desorientada que reniega de la patria que le da sentido como elemento diferente y que lo articula en un proyecto mayor. Insisten en defender lo único, lo pequeño, olvidando que uniendo lo pequeño se hacen cosas grandes. 

-Quizás sean ellos los que quieran capitanear ahora el siguiente cambio de modelo ¿no? - Dijo Sergio.

- Sí, eso parece; y mira a lo que nos está llevando - respondió José -. Somos ahora una nación en descomposición que lucha por sobrevivir mientras se desangra.

En parte eran ciertas las apreciaciones que José le hacía a Sergio sobre el conflicto que se desarrollaba. Desde Cataluña los sectores nacionalistas y anarquistas reclamaban a la República un mayor protagonismo en la guerra y achacaban al gobierno central un cierto olvido del frente de Aragón. El gobierno republicano estaba preocupado por la influencia que ejercían los anarquistas y el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) sobre el Consejo Regional de Defensa de Aragón, que gobernaba en la zona de forma prácticamente autónoma.
La República había creado recientemente el Ejercito del Este, al que decidió reforzar incorporando las fuerzas comunistas y anarquistas - unas tres divisiones más - con el propósito político de neutralizar la independencia de las milicias anarquistas. 
El objetivo militar era Zaragoza, pues por aquellas alturas de la guerra se consideraba que lo importante a nivel estratégico y propagandístico era el control sobre las ciudades importantes - Zaragoza era el centro neurálgico que articulaba las comunicaciones del frente de Aragón -. Ya no se consideraba tanto el hecho de dominar enormes espacios despoblados, como hasta entonces.
Todo aquel conjunto de cosas derivaría en la que pronto iba a convertirse en la batalla más cruel, sangrienta y a la vez heroica, de cuantas se sucederían en el transcurso de la guerra.



Había pasado casi un mes desde Brunete, y tras ser reorganizadas las Divisiones, los dos amigos se encontraban embarcados rumbo al siguiente enfrentamiento, el cuál ignoraban que acababa de empezar. 

Era el veinticuatro de Agosto de 1937, cuando el recién creado Ejército del Este republicano al mando del general Pozas - el cuál instala su cuartel general en Bujaraloz -, lanza un ataque en siete puntos distintos a lo largo de cien kilómetros de norte a sur, desde Zuera hasta Belchite en dirección a Zaragoza. Empezaba la famosa y aclamada Batalla de Belchite. Apoyando a este ejército, las brigadas internacionales XI y XV y tres escuadrillas de aviones rusos "moscas y Chatos"- unos noventa -, además de cien tanques t-26 soviéticos. Un contingente de más de 80.000 hombres con sus máquinas de muerte y destrucción. Las fuerzas nacionales sólo disponían de tres divisiones desplegadas en la zona: la 51, la 52 y la 105, con la mayor parte de los efectivos concentrados en las ciudades.

-¿Cuanto tiempo crees que se recordará nuestro dolor y lo que significa? - preguntó José a Sergio.

-La historia nunca lo olvidará, pero también será necesario el olvido para que las próximas generaciones curen las viejas heridas, de otro modo no habrá futuro. Aunque mucho me temo que para entonces se estará fraguando el siguiente conflicto. Espero que cuando ese momento llegue tengan otro modo de arreglarlo.


-Dice mi padre -continuó José -, no se si por eso de que lee cualquier cosa que cae en sus manos, que un día el hombre pisará la luna, y después se ríe para terminar diciendo, que también los hombres tendrán que subirse a los árboles perseguidos por las mujeres. ¿Te imaginas un futuro así?


Ambos se echaron a reír. A decir verdad, José siempre encontraba la forma de salir del tema. Y aquellos puntos de sarcasmo casi siempre terminaban haciéndoles reír.






-Muy ingenioso tu padre - observó Sergio -. ¿Siempre muestra tan buen humor?

-No te creas - siguió José -. Cuando se enfurece de verdad, hasta yo le tengo respeto.

-¿Sois más hermanos?


-Éramos tres; dos chicos y una chica. Mi hermana, que era la segunda, murió de viruela antes de cumplir los cinco años, y a mi hermano el mayor le perdimos en la revolución de Oviedo, en el treinta y cuatro. Marchó a Mieres a las minas y participó en las revueltas de ese año. Fue fusilado cuando Yagüe entró en Oviedo. Pero bueno, la cuestión no era ésa, sino cómo será el día en que gobiernen las mujeres.

-No creo que cambie mucho, pues detrás de cualquier hombre está siempre la influencia de una mujer -. Aseguró Sergio.

- Sí, pero todavía decidimos nosotros -. Replicó José.

-Lo hacemos siempre bajo su mediación- continuó su amigo -. Posiblemente en el futuro sólo cambien las formas, pero siempre les interesará más el papel de mediadoras que el de directoras; les gusta estar a la sombra, no implicarse demasiado para no sentirse en algo responsables. Saben que la culpabilidad nos hace manejables, y ellas nunca caerán en ese error. Tal vez las protegeremos demasiado, en contra nuestra, por miedo a sentirnos culpables; será entonces cuando llegaremos a sentirnos perseguidos por ellas y nos veremos obligados a buscar algo más alto que nos salve.

-Así que son nuestro mayor enemigo, pero no podemos librarnos de ellas - dijo José -. Nos sigue dominando el instinto animal.

- Sí, eso creo. Pero no tiene solución, ¿no?

-Creo que no Sergio, no tiene solución. En el fondo somos como una marioneta en los dedos de la mujer que amamos. ¿Tienes novia?

-Aún no tengo un amor formal, amo a cualquier mujer que me ame. No me importa que sean varias mujeres, mientras me amen. Me gustaría tener muchas novias, muchas esposas como los moros, pero soy cristiano y nunca podré. ¿Has estado en un burdel alguna vez José?

-No, no he estado nunca, ¿por qué?

-Según las órdenes pasaremos la noche en Valladolid, ¿verdad?

-Supongo que sí. El convoy necesita aprovisionarse de víveres y munición para estar completo antes de entrar en acción. En Burgos se nos unirán más efectivos seguramente, pero eso será mañana.

-Podríamos escaparnos un rato por ahí esta noche, para ver como son de apasionadas las mujeres en vuestra tierra. ¿Qué te parece?

- Supongo que las mujeres a quienes te refieres son iguales en todos los sitios. Van a lo que van, nada más.

-No, no; aunque te parezca lo contrario todas no son iguales; ni igual de simpáticas, ni igual de generosas. ¿Tu conoces Valladolid?

-Que va, no he estado nunca. Tendríamos que preguntar. Supongo que por aquí estas cosas están muy controladas. Debemos tener cuidado en dónde nos metemos, mañana a las siete los hombres deben estar preparados para seguir el viaje.
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-No te preocupes por eso, sólo sera un escarceo. Volveremos pronto-. Le aseguró Sergio.


-Bueno, supongo que tendremos un rato para divertirnos. Salgamos después de la cena, cuando todo haya quedado organizado. No quiero mañana ningún contratiempo del que tengamos que arrepentirnos.


-No te preocupes, no pasará nada. Hace varios meses que no estoy con una mujer y lo necesito más que cualquier otra cosa.







Recorrieron las calles de Valladolid entre taberna y taberna. Desde la plaza de la Universidad hasta la catedral, pasando por La Antigua y el barrio de Cantarranas, siempre bullicioso a esas horas de la noche de verano. El teatro Calderón estaba abarrotado, incluso sus soportales soportaban una acumulación importante, así como toda La Bajada de la Libertad, por donde se extendía una masa uniformada mezclada con gente de paisano. Se celebraba un acto de Falange al cuál habían asistido los más importantes dirigentes de la región. Las calles colindantes mantenían un flujo importante de personal militar que iba y venía buscando diversión y relajación. Entre todo, las escuadras de Falange, uniformadas de azul y gris, con botas y correas de cuero negro embetunado a juego con sus corbatas y su pelo brillante, engominado, pulcramente peinado para atrás, rondaban sin cesar por las calles en formación militar intimidando a cualquiera que no fuera uniformado o pareciese sospechoso de disidencia con el régimen marcial implantado. Actuaban de forma autónoma y descontrolada, impunemente, sin que nadie se metiese con ellos. Eran gente a sueldo dispuestos a hacer cualquier cosa y que se comportaban como guardianes del orden, como una policía aparte. Ellos pretendían ser el orden; todo lo que no comulgara con sus propósitos estaba fuera de él.

La plaza mayor estaba llena de viandantes y militares sentados tomando alguna cosa en las terrazas de los soportales. También en el teatro "Zorrilla" los soldados se agolpaban en sus puertas esperando poder entrar y ver la función que una compañía de variedades representaba gratis aquella noche, en honor al "Ejército Salvador de la Patria". José y Sergio pasaron de largo, y tras preguntar a un grupo de legionarios que llevaban con jolgorio su embriaguez mientras cantaban el himno de la Legión, se dirigieron hacia San Pablo buscando la calle Padilla, famosa en la ciudad por sus casas de citas y sus burdeles. Ambos quedaron impresionados ante el magnífico retablo esculpido en piedra en la enorme fachada de la sin par iglesia de San Pablo, la cuál dejaron a su izquierda caminando hacia el Colegio de San Gregorio, otra joya del gótico renacentista que contemplaron con asombro y maravillados al pasar por su puerta. Al final de la calle salía a mano derecha la buscada "Padilla", que tomaron con ánimo y un poco de tímido nerviosismo por parte de José.


-No te preocupes por nada José, pago yo. Ya veras como las chicas son un encanto.

-Sólo quiero que no perdamos el control - dijo José -, mañana tenemos que estar serenos.


-Bueno vale; sólo me beberé un cántaro de vino.






Entraron en el burdel que los legionarios le habían recomendado, donde, según ellos, habían unas chicas preciosas y muy cariñosas, además de limpias y aseadas. Cuando abrieron la puerta, un fuerte olor a sexo, vino y tabaco, golpeó sus narices. Era un local alargado y estrecho, con una barra en forma de ele sobre su pared derecha, sin sillas ni banquetas donde sentarse para no estorbar el transito de señoritas y clientes que subían y bajaban a la planta de arriba, donde se encontraban las habitaciones. Sergio aprovechó su corpulencia para hacerse un sitio en la barra y poder pedir algo, pues realmente el local estaba abarrotado de soldados. que buscaban pasar una buena noche antes de reincorporarse al frente.

Sergio era un hombre de carácter dulce y bonachón, con una cierta gracia en el hablar que sólo la gente del sur tiene. Al momento acudieron al fondo de la barra donde se habían colocado, dos muchachas fogosas que lucían sus atributos exuberantes en ropa interior, cuyo color combinaban con el de su pelo. Así la rubia lucía de blanco y la morena de negro, ambas tapadas con un finos chales, casi transparentes, que dejaban vislumbrar perfectamente sus curvas peligrosas y sus carnes trémulas. Comenzaron a flirtear con ellos echándose encima de forma descarada y provocadora. Se llamaban Marta y María, como las hermanas de Lázaro en el Nuevo Testamento. Marta era la morena y destacaba por su trasero asombroso, totalmente redondo y un poco respingón. María por el contrario lucía una figura esbelta y estilizada, con piernas de vértigo y dos senos erectos que tomaban vida con cada uno de sus movimientos, los pezones pronunciados, anhelantes, se sugerían a través de los encajes de su ropa interior. 

-Hola chicos, es la primera vez que venís por aquí, ¿no? - Dijo Marta.


-Sí, es la primera vez - respondió Sergio -; pero estoy seguro de que un día volveré a por ti -. Y dándole un azote en el culo la atrajo hacia sí con fuerza, apretándola contra su cuerpo.

-Y te lo digo en serio - agarró mientras la mano de ella y se la llevó a su miembro -, porque nunca otra me la había puesto como tú. 


Marta miró a su amiga con cara de asombro, tratando de comunicarle la grandeza de lo que acababa de encontrarse. Ambas sonrieron maliciosamente. María, por su parte, descansaba apoyada sobre el hombro izquierdo de José, rodeando su cuello con los brazos.

-Vamos José - insistió Sergio - ¿es que no te gusta María ?

- No, no; María es preciosa y encantadora - respondió José - pero sabes que sólo pretendía acompañarte. No me importa disfrutar de los encantos de María, pero aquí, tomándonos algo mientras espero.


-¡Bah chicas, no le hagáis caso, es un aburrido! Tiene novia, ¿sabéis? Y eso marca mucho. Pero no os apuréis porque a "Papi" le sobra cariño para las dos. ¡He cielo! ¿Verdad que no estaría bien que dejáramos aquí a tu amiga con este aburrido ?

Sergio sacó dinero y se lo dio a la "madama". Después cogió a ambas chicas por la cintura, y entre risas y magreos tomaron camino de las habitaciones. José quedo solo en su esquina por un momento, perdido entre el humo y el jaleo del ambiente. Pero pronto otra mujer vino a abordarlo. Tenía más edad, era morena y algo rellenita; vestía con algo más de discreción, pero lucia un vestido con amplios escotes que destacaban su naturaleza exuberante. Atesoraba unos ojos grandes y oscuros, casi negros a la media luz que reinaba en el burdel.

-¿Qué pasa Capitán? - dijo la mujer - ¿No te gustan las chicas?

-No tiene nada que ver con eso. - Contestó .

-Entonces, ¿por qué estás aquí? Sólo conseguirás hacerte daño con esa aptitud.


-Nada más he venido a acompañar a un amigo; yo no tengo necesidad.


-¿No, soldado?¿Estás seguro? Mira, toca mi cuerpo y dime si no lo necesitas.


-No necesito probar, lo se. Pero si quieres puedo invitarte, no te pagaré nada por hablar y prometo que sabré escucharte. Anda, cuéntame como descubriste que tu mundo era éste.

















- ¡ He," señora"!- Dijo a la madama que servía. - Ponga unas copas, por favor.

martes, 12 de enero de 2010

El adiestrador de mandriles. ( Un poema postrimero y un recordatorio póstumo. )





















.... Del adolescente que despertó entre las nieblas de su alma.


- Tardes lluviosas de invierno,
llenas de amor, nostalgia y misterio.
Tras mi ventana, las tardes de invierno,
eternidad, angustia y lamento.


Eternidad insaciable que paso en silencio.
Angustia vil, que en mi mente siento
que destroza mi alma y revuelve mi cuerpo.
Lamento sordo, inútil, que grita un momento
para no ser escuchado y perderse en el tiempo.


Tras mi ventana, las tardes de invierno :
eternidad, angustia y lamento -.














































VEN AQUÍ. ( Hilario Camacho. )






Porque no has muerto en mi corazón,
te recuerdo. ( El autor. )











Ven, ven aquí,
cobija tu pena en mi hombro una vez más y ven,
si todo va mal
y sientes que algo se apaga dentro de ti,
que el dolor te tiene aprisionado
y la angustia no te deja ni llorar.


Ven, ven aquí,
cobija tu pena en mi hombro una vez más y ven
si todo va mal,
te espero ven.


Sí, ven aquí.
Dame tus manos vacías.
Sí, ven aquí.
Las llenaré con las mías.

Ven, ven aquí,
cobija tu pena en mi hombro una vez más y ven
si todo va mal.
Si tu voz se ha roto, no digas nada;
tu tristeza se ha clavado ya en mi piel.


Tus ojos dicen todo lo que he de saber.
No hables,
simplemente ven.