El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

sábado, 26 de marzo de 2011

PADRES E HIJOS.




Invocaron de nuevo las palabras al sentir, para que revelara su verdad sobre los padres y los hijos; y el sentir se reveló:


- Aprendemos a ser hijos cuando nos convertimos en padres, pues ya en ese mismo momento nos reconocemos en ellos tal como somos, con toda nuestra carga emocional, nuestras necesidades e ilusiones, inquietudes y debilidades, en las que ellos también se fijarán desde el primer día.


El hijo es la huella del padre, como éste su calzado. La misma senda conducirá a los dos aunque no caminen juntos. 


Cualquier cosa que damos o quitamos a nuestros hijos, nos la damos o quitamos a nosotros mismos. Muchas veces damos por lo que nos quitaron, nos negaron; otras veces quitamos o negamos por lo que nos dieron, o nos permitieron. Lo estamos haciendo también por nosotros.


Los hijos son el resultado lógico de vivir, por eso no nos pertenecen; aunque sí el derecho y la obligación de velar por ellos, pues son nuestra prolongación, nuestra propia existencia y el siguiente eslabón de enlace que perpetúa la vida, para que sea eterna.


Somos verdaderamente padres cuando llegamos a comprender que el respeto no tiene edad, que la experiencia sólo es más tiempo vivido y que todo está por aprender, por hacer; que para ello cuentan igual los conocimientos como las fuerzas necesarias.





Somos hijos 
verdaderos cuando nuestro sentir corre parejo a su sentir, nuestro afán y compromiso son los suyos, y a pesar de todas las contrariedades e impedimentos que lleva nuestro subsistir, no les abandonamos, como ellos tampoco lo hicieron con nosotros.


viernes, 18 de marzo de 2011

Un hombre que amaba los animales. Cap. 36







Releyó la carta que Micaela le escribiera de parte de sus padres. Había llegado con algo más de retraso de lo habitual, pero las comunicaciones en el frente a veces se colapsaban y el correo ordinario era el principal afectado, siendo relegado por el gran transito de información militar que circulaba.

Desde que recibiera la carta de Daniel sospechaba que algo le pasaba a Alfredo, pero igual que sus sentimientos se negaban a admitirlo, él intentaba apartar su mente de todo aquello que no tuviera que ver con el combate; la situación en aquel momento no le permitía luchar en dos frentes y toda su alma y su entrega estaban puestas ahora en sobrevivir con sus hombres a la batalla.

Mas, al contrario que Micaela, que había encontrado la calma al saber de Alfredo, los nervios de José se afilaban en los momentos de tensa espera entre los sucesivos ataques que se repetían sin alterar las posiciones. Le era muy difícil descifrar la situación real con noticias tan escasas y dispares. Tres cartas contenían la verdad que conocía y ninguna de ellas por sí mismas le decían nada. Su corazón se debatía entre tantas dudas que le resultaba imposible inclinarse por alguna de ellas, y era aquello lo que le llenaba de ansiedad, dejándolo solo frente al vacío de un gran desasosiego. 

Era un hombre frío y responsable, que no le gustaba dejar entrever sus emociones; y aunque dentro de sí mismo una gran tormenta estuviera fraguándose lentamente, él hacía todo lo posible por aplacarla para evitar que afectase a sus decisiones, y con ellas, al destino de sus hombres.
Mantenía aún el parche de cuero en el ojo, lo que potenciaba la dureza de su rostro serio y sereno. Su mirada era profunda y oscura, tocada por la delgadez que hacía más hondos los cuencos de los ojos y prominentes los pómulos, donde terminaba una larga barba negra y sin cuidar con un ligero mechón gris en el mentón, que cubría unos labios correctos, más bien delgados, y que realzaba su nariz recta, algo aguileña. En su pelo castaño oscuro comenzaba a definirse un mechón canoso sobre la frente, y de su carácter fuerte y rebelde resultaba un amasijo aplastado cuando se quitaba la gorra, lo que le daba un aspecto realmente precario. 
Era alto, de complexión fibrosa, y el descuido con la alimentación el tiempo que llevaba en la guerra había hecho que aumentara su delgadez, y con ella su estado siniestro.

Acurrucada entre sus pies descansaba también Berta en el puesto de mando de las trincheras, junto al tímido calor de una vieja estufa de carbón que mantenía siempre caliente un puchero con café. Inseparable, a su lado en todo momento donde él estuviera. Como su sombra, como otra alma gemela; como la pelliza azul de lana con mullido de paja y cuello de astracán, de la que nunca más se separaría después de aquel invierno cruel, el más duro que había conocido.






Sentado sobre una banqueta de madera, con una manta por encima de los hombros y los codos apoyados en los muslos, apretaba la carta de Micaela entre sus manos con la mirada perdida sobre el oscuro fondo del estrecho refugio atrincherado. El cigarro apagado en sus labios y el vaso vacío de brandy sobre la mesa, con la botella mediada como sujetapapeles. La Astra 400 reglamentaria descansando allí su peso y la pequeña lata con la biblia, que Piedad le regalara en Algairén, abierta por la última cita leída. Aquella fue la escena que Sergio se encontró al entrar en el refugio.

-Viéndote así - le dijo Sergio - uno piensa que vamos a perder la guerra. ¡Chico, es lamentable tu estado!

Sergio cogió en sus manos la botella para echarse un trago y la ladeó para comprobar su contenido.

-¡Joder, no pasarás frío! Aún no son las once de la mañana.

-No creas, la puta estufa mientras calienta el café - contestó José -. ¿Quieres uno?

-No me vendrá mal - afirmó Sergio, que había entrado tiritando y que se había colocado al lado de la estufa -. Si no salimos de aquí, pronto moriremos congelados. No hay dios que aguante este frío.

-¿Qué tal todo por ahí fuera?

-Seguimos en la misma.

-No tardaremos en salir de este impás - dijo José -. Ya ha comenzado la gran ofensiva. Ayer Yagüe ha conseguido romper el frente entre Corbatón y Pancrudo abriéndose paso por Argente y Visiedo, y ha ocupado Perales de Alfambra. Ha sido un ataque relámpago que ha cogido desprevenidos a los de la 42 División y la ha dejado fuera de combate.

-Pero eso está casi cincuenta kilómetros al norte ¿no?

-Si, pero ahora queda asegurado el margen izquierdo del río Alfambra y el XIII Cuerpo de Ejército republicano ha resultado muy tocado. Aranda está movilizando todo su ejército desde Las Celadas en dirección norte para encontrarse con el de Yagüe. Nosotros nos quedaremos aquí con parte de la 62 División y la 1ª de Navarra.






La ofensiva había sido concebida por el Estado Mayor de Franco con el objetivo fundamental de hacer que las lineas de defensa enemigas se movieran, pues hasta el momento permanecían fuertemente encajonadas en férrea defensa de sus posiciones.
Aprovechando la incorporación del Ejército Marroquí de Yagüe, se eligió la zona más al norte de la capital turolense atacando desde Sierra Palomera una larga franja, a lo largo de la cual se desplegaba la 42 División republicana débilmente guarnecida en sus flancos por unidades de la 27, la 19, la 39 y la 66 divisiones. La 27 trataba entonces de reorganizar sus fuerzas, que habían sido castigadas duramente los días anteriores por la aviación y la artillería nacionales en la lucha que mantenía por cortar la carretera Teruel-Zaragoza en Singra, y la 39 se encontraba en reserva por detrás del dispositivo, un tanto alejada de las zonas donde se librarían los combates.

Sería un triple ataque coordinado, donde se utilizarían dos cuerpos de ejército apoyados en el centro por la 1ª de Caballería a las órdenes del General Monasterio, y la V de Navarra como punta de lanza. Aquella vendría a ser la última vez que se emplearía la caballería como fuerza de choque. Hasta entonces participó en algunas batallas (Jarama) de forma ocasional y concreta. Su misión principal había consistido en asegurar el enlace de las distintas divisiones nacionales en su avance desde el sur al principio de la sublevación, y limpiar de bolsas de combatientes los territorios ganados para garantizar su control.

La1ª de Caballería estuvo presente en la limpieza y estabilización del frente del Tajo al principio de la guerra y fue llamada a Teruel a última hora para participar en las operaciones, resultando ser el factor decisivo que inclinó la balanza de la batalla a favor del ejercito nacional.
El porqué es fácil de explicar, considerando que España aún dependía en gran medida de la fuerza animal, sobre todo en el medio rural, donde continuaba siendo el principal medio de transporte y el factor sin el cual la mecanización en el campo era inviable. El caballo era todavía un símbolo de poderío y aún despertaba admiración y temor en el campo de batalla.

Por otra parte, al principio de la guerra se habían formado rápidamente partidas, cuadrillas y escuadrones a caballo que surgieron como milicias y actuaron de forma autónoma, limpiando y controlando el territorio de la retaguardia. Muchas de ellas participaron en la represión inicial y todas quedaron absorbidas por el ejército durante el transcurso de la guerra. Además, la memoria de batallas pasadas, donde la Caballería era el arma cumbre, perfecta y decisiva, infundía temor a las gentes, incluso a los combatientes que ya luchaban contra armas superiores. 
Y la velocidad, unida al factor sorpresa que sólo la simbiosis entre hombre y animal pueden producir, hicieron posible una hazaña que cambió el curso de la batalla; tal vez una de las más épicas y brillantes cargas de caballería acaecidas en la historia de España.








Tres mil jinetes, sable en mano, se abalanzaron vertiginosamente por la retaguardia de las lineas republicanas arrollando todo a su paso, mientras los combatientes republicanos huían en desbandada toda vez que el pánico hizo presa en ellos. Ametralladoras, piezas de artillería, incluso los temidos tanques rusos T-26 quedaron abandonados por el terror producido en una carga de jinetes a caballo, que aparecía de pronto a sus espaldas tras levantarse la niebla entre una nube de polvo y el imponente fragor de los cascos de tres mil caballos al galope; como fantasmas en tropel saltando las barricadas.

El día 5 el ejército nacional había iniciado una demoledora preparación aérea donde participaron la Legión Cóndor alemana, la Aviación Legionaria Italiana y las escuadrillas españolas de González Gallarza, a la vez que más de 120 baterías de artillería machacaron aquel sector con su fuego convergente. Cuando el fuego terminó, las defensas republicanas quedaron totalmente destruidas. Yagüe atacó entonces al norte de Sierra palomera desde Vivel del Río, mientras Aranda lanzaba sus divisiones desde Las Celadas en dirección norte, hacia Alfambra. Por el centro aquel día sólo intervino la V División Navarra, que consiguió profundizar entre las lineas enemigas abriendo un corredor de más de 15 kilómetros.

La presión de las divisiones de Yagüe y la brecha abierta en la linea Argente-Visiedo por la V División, movieron a los republicanos a cubrir allí sus lineas desplazando tropas en dirección Lidón-Argente. Monasterio, desde Rubielos de Cérida, concentra sus fuerzas el día 6 en la zona del Hondo de Más. Dispone la división en tres brigadas que avanzarán en dirección Lidón-Argente- Visiedo, para encontrarse con las unidades de Yagüe que ya han ocupado Perales de Alfambra; mas, el movimiento de tropas republicano que se percibe en aquella linea, hace que Monasterio reconsidere sus planes ante el inminente choque frontal de fuerzas. Maniobra entonces, y manda el contingente principal en dirección Argente, y el resto a Aguantón, más al oeste, donde colaboran con la V División en su toma y limpieza. Después cruzan la sierra por el túnel de Aguantón uniéndose al resto de la 1ª División de Caballería, penetrando por el flanco izquierdo republicano y cogiendo a sus fuerzas por retaguardia. Los soldados republicanos, totalmente desbordados, se rindieron sin disparar un sólo tiro. 

Más de diez mil fueron hechos prisioneros aquel día, además de un número importante de armas y algunos tanques; otros fueron inutilizados por la acción de los aviones nacionales que no dejaron de surcar los cielos con más de quinientas salidas diarias, arrollando con sus mortíferas cargas las posiciones y la retaguardia republicanas.
La superioridad de la artillería fue también decisiva, y todo ello contribuyó a que las tropas de Yagüe y Monasterio cruzaran el día 7 el río Alfambra por tres sitios.

Durante los días que siguieron, y tras derrumbarse el frente en el norte, se completó la limpieza de bolsas y las tropas de Yagüe avanzaron más de diez kilómetros hacia Teruel. La moral de los soldados republicanos, que habían visto como una fuerza muy superior, arrolladora, se les venía encima; sin medios, sin relevos, al pairo de una organización desastrosa aquejada por demasiados intereses políticos, demasiadas rivalidades personales que les habían llevado a aquel estado de indefensión, de impotencia, provocó que se rindieron en masa.
La suerte estaba echada para el ejército republicano, que retrocedía empujado hacia una ciudad muerta, indefendible, que se estaba convirtiendo en su tumba.








martes, 8 de marzo de 2011

Un hombre que amaba los animales. Cap. 35





En las provincias sublevadas de la vieja Castilla, de donde había partido la guerra sin dejar huella de su devastadora destrucción, seguía imperando el terror que producía la sangrienta depuración llevada a cabo por el nuevo régimen militar.
Por aquellas fechas de finales de enero del año treinta y ocho del siglo XX se constituía el primer gobierno nacional en la zona sublevada. Franco daba el paso decisivo para ganar la guerra: entrar en la escena política. Era realista, sabía que las guerras no se ganan sólo con la fuerza de las armas, que sin el reconocimiento político internacional tendría dificultades serias para conseguir una victoria sin contestación que mantuviera la estabilidad de un régimen que pretendía largo, pues las heridas abiertas por la guerra no cicatrizarían pronto.
En Europa no le faltaban aliados, éstos ya lo estaban ayudando en el campo de batalla. Mas, su cruzada, debía ser legal al menos a los ojos del resto del mundo. Para la República y sus aliados en el extranjero, el reto que suponía un gobierno paralelo en España era suficiente para deteriorar definitivamente la imagen de un modelo social que no sólo estaba perdiendo posiciones en el campo de batalla, sino que se encontraba abandonado en el juego de intereses de sus aliados, para quienes ya no significaba nada. 

La expansión de los totalitarismos en Europa había aplastado las enormes expectativas de progreso y libertad que los movimientos obreros de principios del siglo veinte encendieron en la política del viejo continente, aquejada por el progresivo derrumbe del sistema colonial que mantenía hasta entonces el orden establecido. El gobierno de Negrín 
no suponía más que un problema para los intereses de un mundo dividido, donde una República socialista estribada cada vez más hacia el radicalismo, había dejado de ser el bocado exquisito que todas las potencias europeas trataron de tener en su mesa.


El nuevo gobierno nacionalista pretendía un doble objetivo:
primero, que en el exterior se reconociera su legitimidad, la cuál conseguiría con el reconocimiento inmediato de Alemania, Italia, Portugal e Irlanda en un primer plano.
Además significaba una nueva vuelta de rosca de Franco para apretar las tuercas dentro del Alzamiento, donde también se libraba una lucha por el liderazgo. El Decreto de Unificación fue un "golpe de mano" que asentó sus bases, pero que no había dejado claro el signo político que en adelante adoptaría el nuevo orden. Las divergencias acalladas tras el "decreto" aún estaban latentes y Franco pondría siempre por delante al Estado, relegando al partido único que Falange pretendía monopolizar a un segundo plano, supeditado siempre a la Jefatura de Estado de la que él era presidente. No pretendía un partido único sino un estado fuerte, y en el nuevo gobierno incluyó todas las fuerzas que habían iniciado juntas la sublevación y que aún luchaban unidas en los frentes, aunque sus ideas de nación defirieran tanto en algunos casos. Tenía la certeza de que el liderazgo no contempla alternativas, así que asumió el poder absoluto desde el primer momento.

La represión interior de la zona controlada pasó a un plano más institucional, más burocrático, donde empezaban a firmarse las sentencias de muerte y el ejército controlaba las actividades paramilitares. Falange en las tierras de Castilla y el Requeté en Navarra, que hasta aquel momento camparon a sus anchas haciendo de las suyas en la retaguardia, pasaron a un segundo plano, aunque sólo sus nombres causaban terror entre la población.




La vida de Alfredo, como la de otros muchos españoles durante la guerra civil, se convirtió en una reclusión forzosa autoimpuesta para sobrevivir. Fueron seres subterráneos y oscuros apartados de la luz del día y de las miradas del mundo; aliados de las sombras y del silencio; temerosos de ser vistos, detectados. Contemplaban la vida y la muerte a través de una claraboya, una ventana lejana o una simple rendija; a veces tan sólo por medio de las noticias que traían las palabras en voz baja, precavidas y siempre temerosas de ser escuchadas, de quienes eran sus únicos contactos con el mundo exterior; seres piadosos y amantes de la vida ante todo, que aseguraban su anonimato y su sustento. En el caso de Alfredo, Daniel era su protector.
Quien antes luchara al lado de José convencido de que no cabía otra solución que salir al paso de un estado de cosas endiablado, aseguraba ahora la subsistencia de quien había evitado luchar y que no conocía más enemigos que aquellos que lo buscaban para matarlo.
Daniel regresó del frente y se convirtió en un héroe para unos, y en alguien con quien se debía tener cuidado para otros. Pero él había cambiado, la guerra que viera no era admisible para su conciencia y no sentía odio por sus adversarios, más bien compasión; el odio había arrasado su vida y no le quedaba nada para avivarlo. Su moral llegó resquebrajada y hundida de la maldita guerra, y ayudando a  Alfredo a esconderse encontró un nuevo sentido para vivir con honestidad. Había comprendido que en las guerras no se vencen los males que envenenan a los hombres, al contrario afloran con más fuerza la envidia y la avaricia, la mentira y la traición, la ira y la venganza, la soberbia y la lujuria, que sólo sacian su gula, pero que no desaparecen con los hombres muertos.



Podía ser un nuevo asesino, que aprovechando la situación favorable ahora, intentara vengarse de todo aquello que había sufrido sin culpa ni pena y que dejó destrozada su vida y su hacienda, pero la dura experiencia de la guerra lo había saciado en su intento por no enloquecer y no estaba dispuesto a dejarse arrastrar de nuevo por su torbellino. 
Ayudaba a Alfredo, era quien mejor podía hacerlo, nadie sospechaba de él.


Al entrar en la cocina golpeó la tarima del techo dos veces primero, y otra a continuación. Por encima de él un "sobrado" oscuro, utilizado como desván camuflado al que había que acceder con una escalera de mano empujando una portilla disimulada en las maderas, cobijaba a Alfredo desde el día que decidió pedir protección a Daniel. 
Además de un pequeño quinqué de aceite no existía más iluminación que la que permitían sendas luceras abiertas en el tejado gracias a un par de tejas habilitadas para ello, y que podían ser corridas hacia atrás con la mano desde el desván.
Allí, entre una multitud de trastos viejos y cosas que habían perdido su uso, Alfredo gastaba su vida. Un colchón de mullido de lana sobre las mismas tablas y una mesilla antigua de dormitorio donde guardaba sus escasas y vitales pertenencias, eran sus compañeros. También los ratones, que al principio le sorprendían por la noche con sus idas y venidas cuando intentaba dormirse.
Sólo las visitas de Daniel, que día tras día se repetían a las horas de las comidas, eran sus únicos contactos con el mundo exterior. Las mañanas permitían un mayor grado de relajación, puesto que con el día comenzaba el trabajo en el campo y cada cual se veía obligado a atender sus tareas. Daniel subía entonces a llevarle el almuerzo, el agua limpia para lavarse, y a retirar el orinal usado la noche anterior; después se quedaba un poco hablando con él, refiriéndole las noticias que acontecían.
Aquella mañana, tras subir al desván y saludar a Alfredo, le dijo:


-Prepárate, hoy tienes visita. Viene tu prima a verte.


-¿Cómo sabe que estoy aquí? - dijo Alfredo sorprendido -.


-Tranquilo, he sido yo quien se lo ha dicho - respondió Daniel -. Necesitaba saber de ti, esta muy angustiada desde que desapareciste sin dejar rastro. Además José no ha vuelto a escribir. El último día de feria me la encontré en la ciudad de compras. La paré, le conté lo tuyo y le di noticias de José. Se que está bien por Tomás, que me escribe de vez en cuando.
No te entretengas, llegará pronto. Ponte lo más guapo que puedas, se va a alegrar mucho de verte.


-Pero es peligroso que venga aquí; puede que alguien la vea y la relacione conmigo.


-No te preocupes, nadie sospechará nada - insistió Daniel -.Viene aquí a ver a tus tíos. Tu tía Julia lleva un tiempo en cama; aprovechará para pasar a verte y llevarle unas patatas. He preparado el desayuno abajo para que también ella pueda tomar algo. Quiero que bajes, que no te vea aquí, se llevaría una desilusión y no merece la pena que sufra más.


-Gracias Daniel; nunca olvidaré todo lo que estás haciendo por mí -. Le dijo Alfredo visiblemente emocionado.


-No te preocupes, es lo menos que debo hacer por un buen amigo de José.


Cuando entró Micaela en la cocina, Alfredo, que la estaba esperando, comenzó a caminar cojeando hacia ella, pero la emoción y la precipitación del momento hicieron que sin querer golpeara con su bastón al gato que dormía bajo las faldillas de la mesa y que éste saliera corriendo entre sus pies haciéndole tropezar, lo que le habría llevado al suelo de no ser por Micaela, que también iba a su encuentro y que lo sujetó en sus brazos. Ambos quedaron inmóviles por un tiempo en un tierno abrazo, mientras que por sus ojos corrían las lágrimas y sus pechos se unían en mutuo estremecimiento de alegría.
Ella lo beso en la frente y en las mejillas, y él, como un niño pequeño, se dejó querer sin decir nada.