El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

viernes, 27 de febrero de 2015

PALABRA DE HONOR.




Preguntaron las palabras:

- ¿Se ha perdido el sentido del honor? ¿Dónde queda entonces la confianza, el respeto y la lealtad ¿De quien fiarse si las palabras se las lleva el viento? 

Y el sentir se reveló:

Desterramos de nuestra conducta el sentido del honor cuando negamos la palabra dada, cuando renegamos de ella rompiendo el compromiso adquirido. Cuando damos por respuesta el silencio esperando que el interesado desista o se olvide de lo pactado. Y apuramos el trago amargo de la deuda pendiente mirando para otra parte, intentando convencernos de que hicimos lo apropiado, lo que más interesaba. Igual que cuando empeñamos nuestra palabra, también así lo creímos.

La vanidad, la soberbia y la ambición conducen al deshonor propio y ajeno, pues la vanidad mata a la confianza, la soberbia al respeto y la ambición a la lealtad.
El hombre de honor no es vanidoso, no empeña por nada su palabra. No es soberbio, al contrario, la humildad le destaca. Y su ambición no es otra que respetar y ser respetado. 





lunes, 23 de febrero de 2015

MÁS QUE UNA DECLARACIÓN DE INTENCIONES.





La desigualdad en la formación técnica y humanista de los individuos afianza el sistema de clases y contribuye a perpetuar la pobreza en los menos preparados.
Hemos construido un método de estimulación al aprendizaje basado en los premios y en los castigos, y en ello salen perjudicados los más desfavorecidos económicamente, que no pueden premiar o privar a sus vástagos con las mismas cosas.
De esta manera la pobreza se perpetúa en los menos formados, condicionados a actividades más primarias y elementales para sobrevivir, que se apoderan hasta del tiempo necesario para la atención adecuada en la correcta formación de los hijos.
En los progenitores, el desempleo actúa como agente destructivo de su autoridad moral sobre los hijos y roba su legitimidad para pedirles unos resultados que ellos mismos son incapaces de obtener en sus vidas.
Se cierra de este modo el ciclo involutivo que condena a los menos preparados a la precariedad de nuevo y perpetúa el régimen de la pobreza que posibilita la supremacía de unos individuos sobre otros.
En la base de esta desigualdad social está la escala de valores por los que son premiados también los adultos. Siendo todas las profesiones importantes, vitales para el mantenimiento social, sigue habiendo enormes diferencias de retribución entre ellas, lo que provoca una competencia salvaje por unas en detrimento de otras, en las que se produce una devaluación en la misma proporción. Un cirujano no podría operar por mucho tiempo, durante muchas horas, si no estuviese bien alimentado y descansara el tiempo necesario. ¿Por qué quien recolecta los frutos que se lleva a su boca no es igualmente retribuido, no merece el mismo descanso?
Si queremos orientar nuestro sistema educativo para conducir a las nuevas generaciones a una madurez feliz y regeneradora de su realidad futura, habremos de revisar el sistema de valores, de premios y castigos con los que ahora medimos nuestra contribución social, para que los derechos individuales que reconocemos como universales y legítimos no se queden en una simple declaración de intenciones. 



















martes, 17 de febrero de 2015

ACERCARSE.




Existe un tiempo necesario para la soledad admitida, para enfrentarse con los fantasmas de las dudas de lo aprendido. Para afianzar al ser en su convencimiento y prepararlo para la misión encomendada. Único tiempo de alejamiento exterior, de concentración absoluta en el objetivo buscado, fraguado lentamente en el intelecto.
Mas, es un tiempo pasajero del que se debe escapar en el momento adecuado para acudir de nuevo al mundo y entregarse a él. Nuestro valor no tiene sentido sin la entrega necesaria.

Crece el ser y se desarrolla en su entorno humano más próximo. De relaciones y manifestaciones sociales nutre su día a día. Pocos hombres asumen la soledad como única compañera.
Mirar desde la distancia empequeñece las cosas que cobija el horizonte, las mismas que se engrandecen cuando a ellas nos acercamos. Así sucede en nuestras relaciones sociales. Igual que los demás para nosotros, somos grandes para ellos en la medida que nos aproximamos y rozamos la nuestra con sus vidas. Y pequeños e inalcanzables al distanciarnos, cuando ciegos por la ignorancia escondemos de nosotros lo que les corresponde como parte.
La prudencia y la mesura son los soportes de las relaciones fructíferas y duraderas, pues el acercamiento agranda la felicidad y el dolor en el mismo grado.
En nuestra relación con los demás descubrimos lo que vislumbrábamos desde la distancia, pero también aquello que no habríamos sido capaces de imaginar por muchas suposiciones que nos suscitasen de lejos sus formas.
Todos cargamos con un peso intransferible que habremos de llevar con dignidad, mirando para los que nos preceden con el afán de aprender a soportarlo sin cargarlo en exceso en otros, a quienes la paciencia y la perseverancia necesarias intentarán resistirse a su voluntad de soportar el suyo.