El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

martes, 31 de marzo de 2020

EL REFRESCO.


























Se sentó con él bajo la sombra de la higuera que crecía vigorosa junto al pozo, y que hundía sus raíces a su lado buscando el frescor del agua profunda. No era la primera vez que a media tarde, cuando el calor estival comenzaba a ceder, su padre le invitaba a disfrutar juntos del refresco de una cerveza recién extraída del pozo. Era su debilidad hidratar de aquel modo su boca, seca tras la rigurosa siesta diaria, por lo que acostumbraba a mantener sumergido en el pozo el viejo cubo de cinc con el que se sacaba el agua, cargado con media docena de botellines de cerveza.

Descorchó uno y se lo dio, y tras hacer lo propio con el suyo, lo alzó al aire en su mano y le dijo:

-Esto es vida, brindemos. ¡De hoy en un año!

Era la fórmula que usaba su padre para brindar en cualquier celebración o reunión amistosa.

-¡De hoy en un año! - Respondió mientras alzaba también el botellín. 
-Pero, ¿por qué brindamos? - Continuó. -¿Y porqué siempre de hoy en un año?¿Por qué no, por ejemplo, de hoy en mañana?

-No se debe al vicio, que sí a una sana costumbre, este momento entre los dos. Brindamos por un instante que nos une en salud, bienestar y entendimiento - continuó el padre -. Y porque podamos repetirlo de nuevo cuando pase el verano, las hojas caigan al suelo en otoño y la tierra repose en el agua y el hielo todo el invierno. Cuando, después de la loca primavera, regrese el verano y su calor nos obligue de nuevo a sentarnos aquí para mitigar su exceso. Podremos estar seguros, entonces, de haber conseguido renovar nuestra amistad a pesar del tiempo y sus circunstancias. Este brindis es un deseo y un propósito a la vez.

Un hilo de comunicación muy especial, que nunca se había cortado, existía entre los dos. El hijo admiraba del padre la sencillez de sus hábitos, ninguno excesivo, y la forma sosegada y conformista de afrontar las cosas, sin pretender de ellas más que adaptarse a su paso.
El padre admiraba la vehemente ilusión de juventud de su hijo, que comenzaba a abrirse paso en la vida como ser responsable de otros también, pero que aún no había perdido la esperanza de realizar sus sueños.

-Se que has sorteado una peste, sobrevivido a la guerra y matado el hambre a fuerza de más hambre para que tus hijos comieran. Que trabajaste como un animal durante muchos años para poder ser libre en el bienestar de tu casa, entre los tuyos, y que has visto cambiar el mundo varias veces mientras sentías que sólo se acordaba de ti a la hora de pagar sus excesos. Hoy te veo disfrutar orgulloso de lo que tus antepasados no obtuvieron, una merecida, humilde pero suficiente pensión que garantiza tus necesidades, que no son muchas ni especiales. Eres un hombre afortunado, tu familia aún crece y te acompaña. Yo, que tanto te debo, te admiro por ello y por enseñarme a disfrutar de las cosas buenas que nos trae cada momento. Como ésta que compartimos.

-Anda, dame un cigarro de esos que fumas tú - dijo el padre -. No me estará mal, aunque después de tanto tiempo sin fumar no creo que lo termine. Pero me han entrado ganas mientras te escuchaba. Quizás me he dejado llevar por los recuerdos, por la ansiedad que produce rememorarlos, y he despertado al compañero pernicioso que abandone hace tiempo.

El joven sacó su cajetilla de cigarrillos americanos y se la dio.

-El encendedor está dentro -. Le dijo.

El padre prendió un cigarro y aspiró su humo, echándolo después por la nariz.

-No me sabe a nada este tabaco - dijo -. No tiene más que aire. Lo que te decía, no creo que lo termine.

-Es igual, no importa. Si te ha servido, pues bien.

-Sí, claro que me ha servido. Pero ya no hay tabaco como el de antes. Es el mismo vicio, pero no es el mismo género. 

-Quizás no sea mejor ni peor - dijo el joven -. Cada época tiene sus gustos, y quizás por eso los nuestros no coinciden.

-Una sabia observación - le reconoció el anciano - . Los gustos, las aficiones, las modas, vienen y van con las épocas. En la mía las cosas no eran tan refinadas. El tabaco era sólo eso, tabaco.

-Ya, pero los tiempos han cambiado, todo ha cambiado. Y mientras tanto hemos ido ganando cosas que antes no teníamos, hemos evolucionado hacia algo mejor.

-Yo no estaría tan seguro. Acostumbro a ver como las gentes prescinden, abandonan lo que tienen por otra cosa. Tal vez con ello no ganan nada, simplemente cambian buscando otra suerte. Cambian familia por amigos, hijos por un empleo seguro con el que ser independientes y realizar sus sueños, mayores por animales de compañía. Cambian la vida sacrificada, pero tranquila del campo, por la urbana, más dinámica y competitiva.
El afán de esta sociedad de ahora, de acaparar cosas lo más rápidamente posible, de conocer y vivir nuevas sensaciones sin saber si un día serán ventaja o inconveniente, les conduce a sacrificar su tiempo de relajación y descanso, de contemplación y meditación, para emprender una trepidante y desaforada carrera en contra de una vida más acorde con lo natural, que conlleva menos necesidades superfluas.

-Sí, es verdad - continuó el joven -. Nos hemos dejado llevar por una ola que cada vez avanza más rápido y que no sabemos dónde nos conduce. El mundo gira más despacio que nuestro movimiento dentro de él, y puede que pronto se nos quede pequeño. Hemos viajado a la luna y ahora podemos ver vía satélite lo que hacemos unos y otros en cualquier parte del mundo. Y esa misma tecnología nos ha llevado a crear también armas de destrucción masiva con las que nos amenazamos a diario. No se, lo veo complicado, difícil manejar siempre a favor esa dualidad del ser humano, donde cohabitan en delicado equilibrio lo mejor y lo peor que puede contener la naturaleza. De todos modos, los avances de la ciencia son innegables, y marcan el camino a seguir con su evolución imparable, pues nos aportan calidad de vida. Podemos decir entonces, que nunca como ahora fueron mejores los tiempos. 

-Los tiempos nunca han sido mejores ni peores, creo yo - replicó el anciano -, pues siempre ha habido ricos y pobres. Un mismo cielo ha amparado a todos y un mismo sol alumbrado las vidas, y cuando las catástrofes han azotado no han hecho distinción. Los seres humanos somos menos visibles desde la altura de una nube que un microbio en la platina desde la lente del telescopio, pero el conjunto de nuestra actividad se observa de otro modo en la naturaleza, en los seres vivos, en el clima, que ya no es el mismo, que comienza a reaccionar frente a nuestro modo de vida. Estamos rompiendo el orden natural de las cosas para adaptarlas a las pretensiones individuales, triunfando de ese modo la parte más egoísta y perniciosa, voraz y consumidora de recursos de la naturaleza humana, que nos conduce a una competición feroz, en la que mostrar piedad por el perdedor es un signo de debilidad. Y esto no es evolucionar en positivo, de tal modo que llegando a un límite, la sociedad comenzará a perder lenta, pero inexorablemente, todo aquello que antes disfrutaba y que logró con esfuerzo, pues lo habrá cambiado por otras metas.
Vengo de una época en la que, después de las duras experiencias que nos tocó vivir, sólo queríamos paz, un trabajo digno y pan; tranquilidad para una vida sosegada y un sustento asegurado después de los años de lucha, sacrificio y esfuerzo que tendríamos que afrontar para salir adelante.
Las nuevas generaciones parecen haberse olvidado de quienes les condujeron hasta aquí, que también fueron jóvenes y se revelaron contra la generación anterior. Creen, tal vez, que disfrutarán siempre del bienestar que otros hicieron posible sacrificando sus sueños.

-En parte estoy de acuerdo con tu análisis - replicó el hijo -, pero no creo que la culpa sea sólo de las nuevas generaciones. Quizás las anteriores, por lo natural más sabias y experimentadas, cansadas de luchar y tras haber conseguido el objetivo pretendido, han cedido prematuramente el protagonismo y las responsabilidades inherentes a su experiencia a los más jóvenes, con el loable deseo de que no pasaran por las mismas circunstancias. Han querido desterrar de su memoria todo el dolor pasado, toda privación sufrida, toda rabia contenida, toda impotencia sentida, ocultándolas a sus descendientes con la esperanza incierta de que no se volviera a repetir. Y creo que en eso, las viejas generaciones se han equivocado coartando la verdad.

-Sí, es cierto - afirmó el padre -. En eso sí que hemos fallado, y no sería realista poner la falta de fuerzas como escusa, o la incomprensión de los más jóvenes. Creo que las viejas generaciones hemos sido las primeras en dormir en los laureles. Ya nada podemos hacer, no está en nuestras manos. Y puede que tampoco en la voluntad de muchos. Hemos quedado relegados a la cola del cambio.

-Tal vez haya sido inevitable - continuó el hijo - pues la sociedad pretende bienestar, posibilidades de realización personal, lo que es bueno; y los adelantos de hoy en día, la comodidad y las posibilidades de realización que reportan, son algo que todos han deseado y desean. No se puede nadar siempre contra corriente sin ser arrastrado por ella en algún punto. A veces es más fácil dejarse llevar, y eso es lo que hace la sociedad, dejarse llevar por las consignas, por la publicidad y sus promesas de realización y felicidad personales. El cauce de dicha corriente es demasiado caudaloso para oponerse a su paso

-Todo cauce desemboca su caudal en un mar donde se disuelve inexorablemente un día. Esperemos que ese mar nos acoja a todos en calma, que no sea un mar tempestuoso donde naufraguen otra vez nuestras aspiraciones.
Bueno, esto se ha acabado, ¿quieres otra cerveza?

-No, he quedado con un amigo para salir a pasear en bici. Hace un tiempo que no la cojo. Voy a comprobar cómo están de aire las ruedas.

-Creo que están bien. Estuve con ella por la mañana, pero mira a ver. Yo también daré un paseo con el perro por el campo. Ya están terminando de cosechar el cereal y seguro que hay mucho tirado en los caminos del que cae de los remolques. Voy a ver, la cosecha es buena. Se van a poner buen cuerpo las gallinas este año.