El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

domingo, 27 de febrero de 2011

INVISIBLE.





- Vemos el mal por doquier a nuestro alrededor mientras que el bien se esconde - dijeron las palabras -; como si fuera parte de la debilidad que trata de ocultarse, de no ser detectada por miedo a desaparecer al ser descubierta.


Y el sentir se reveló:


- Es difícil ver el bien si creemos que éste siempre es interesado.


Frecuentemente confundimos lo bueno con lo que nos parece  conveniente y lo malo con aquello que no resulta de nuestro agrado, o que contraría nuestras decisiones.
Si algo nos reporta bienestar intentamos hacerlo propio, poseerlo, como si únicamente de nosotros fuera el mérito de sentirlo; y si algo nos perjudica pensaremos que en ello no influyeron nuestras decisiones, que es culpa de otros intereses. 
Nos negaremos siempre a reconocer que el mal parta de nosotros, pues consideraremos que hicimos lo que debimos y que no es nuestra la responsabilidad última, pues actuamos por legítimo interés. 
Por esto resulta tan difícil ver el bien, aunque sólo de él partamos.
¿ Cómo ver el bien en los demás si suponemos que actúan como nosotros, por interés personal ? ¿ Cómo ver el mal en nosotros si defendemos actuar por necesidad ?






El mal y el bien tienen el mismo engendro, la misma raíz, y también parten de nosotros y del resto de las cosas. Algo que para el hombre es perjudicial no quiere decir que sea malo, y por el contrario, todo lo que creemos beneficioso no nos es benigno.

lunes, 21 de febrero de 2011

Un hombre que amaba los animales. Cap. 34




Teruel se está convirtiendo en un amasijo de escombros infranqueable para las fuerzas nacionales, pero Franco quiere acabar con el simbolismo que la República ha forjado sobre su conquista y pretende borrar la más mínima sombra de triunfalismo en su ejército, al cual desea exterminar. 
El día 17 de Enero desata un ataque frontal de norte a sur en toda la linea del frente, después de una devastadora preparación de la artillería apoyada por toda la fuerza aérea que puede concentrar, y que convierte el enfrentamiento en una batalla de desgaste donde siempre cuentan más los muertos que los vivos. Le resulta indiferente el número de bajas si sus divisiones pueden ser relevadas y las republicanas no. Precisamente ese factor es básico para debilitar de muerte al ejército republicano, y él no tiene prisa. Como tampoco le importa, ahora que sus tropas cercan la ciudad, que las condiciones climatológicas sean nefastas, pues añade más leña al crematorio en que se ha convertido Teruel.

El día dieciocho las divisiones de Aranda consiguen rebasar las posiciones republicanas en los altos de Las Celadas y presionan en dirección al Muletón, donde los combates que se libran son atroces. Los hombres de la 35 División Internacional de Walter se baten con bravura y heroísmo frente a un enemigo muy superior que consiguen detener durante tres largos días, al cabo de los cuales cederán a la enorme presión de una maquinaria bélica que los supera y que los arrollará en su retirada. La legendaria división quedará prácticamente aniquilada desde ese momento; se ha desangrado esperando refuerzos que nunca llegaran, pues la 84 Brigada Mixta que debe apoyarlos en aquel punto, se ve envuelta en uno de los episodios más desgarradores de la batalla; algo que añadirá al carácter épico de la misma, un tono aún más tétrico, más atroz.


La 84 Brigada Mixta había llegado al frente de Teruel con la 40 División del ejército republicano en la primera fase de la batalla, combatiendo desde las primeras lineas de fuego hasta conquistar la ciudad casa por casa. Su jefe, Benjamín Juan Iseli, recibió de Rey d´Harcourt la rendición de la plaza; sus hombres habían mantenido durante las últimas semanas el asedio al Gobierno Civil y al Hospital de la Asunción. Tres días después lucharían encarnizadamente por recuperar La Muela hasta el 15 de Enero, cuando serían relevados en cumplimiento de una orden del mando que les compensaba con unos días de descanso por los méritos conseguidos y por el gran número de bajas sufrido tras más de veinte días de lucha, casi una cuarta parte de sus efectivos. Pero tan sólo dos días después Franco inició su ofensiva y fueron reclamados de nuevo para asistir al sector del cementerio viejo y a los hombres de la 35 internacional, lo que provocó un conato de rebelión en algunos de sus batallones que retrasó la maniobra. Apenas tres días más tarde serían fusilados por in-subordinación cuarenta y seis soldados republicanos en Rubielos de Mora - donde se encontraban emplazados los de la 84 -, y otros muchos serían juzgados en tribunales sumarísimos.
Mandaba la 40 división el teniente coronel de carabineros, Andrés Nieto Carmona. No le tembló la mano a la hora de ordenar los fusilamientos de sus soldados con tal de salvar su cara; había sido responsable del abandono de Teruel el mismo día 31 por la noche, teniendo que retomar al día siguiente las posiciones por órdenes de Rojo, lo que le costaría bajas inútiles. No usó con sus hombres la misma vara de medir con la que sus superiores sopesaron su valía. 
Aquel hecho destrozaría la moral de los soldados republicanos a partir de entonces, además de poner la nota más trágica de toda la batalla. Las noticias corrían en el frente más deprisa que los acontecimientos.


José se bate ahora con sus hombres en el sector del convento de Franciscanos, a la entrada del viejo puente de hierro sobre el río Turia. En el otro lado los republicanos controlan la salida del puente hacia la ciudad con un nido de ametralladoras en su flanco izquierdo y una pieza antitanque que no para de vomitar fuego en el derecho, junto al convento. Pero allí precisamente, la doble linea de trincheras que rodea Teruel se interrumpe; aquellas dos piezas suponen el escollo más importante que habrán de superar para alcanzar las primeras casas de la ciudad, y José tiene claro que conseguirlo no va a ser tarea fácil.
Los combates en el sector del cementerio se han encajonado, ninguno de los dos bandos avanzaba, sino en número de bajas. El Campesino con su 46 División, se enzarza en tremendos ataques a bayoneta calada contra la cota 1205 para intentar frenar el avance nacional desde Las Celadas y recuperar antiguas posiciones, mientras, más al norte, en Sierra Palomera, la 27 División republicana intenta cortar la carretera de Calatayud por Singra, en el valle del Jilorca. La idea de Rojo consiste en impedir a las divisiones de Aranda la comunicación con la retaguardia, algo que está a punto de conseguir en un principio, pero Aranda reacciona empleando a la aviación, e inflige un durísimo castigo a las divisiones del XIII cuerpo de ejército republicano.
  




Todo el frente se colapsa en el choque de fuerzas que ambos ejércitos mantienen. La tenacidad, el arrojo desesperado de los soldados republicanos y el buen manejo de sus tanques, compensan durante un tiempo la superioridad aérea y de la artillería nacionales, que a la larga terminaran decidiendo el signo de la batalla. 
Franco y su Jefe de Estado Mayor, el general Fidel Dávila Arrondo, quien coordina las operaciones en el frente de Teruel desde el principio de la batalla, se dan cuenta de que ésta ha llegado a un punto muerto y que no podrá ser ganada con ataques frontales, por lo que deciden cambiar de planes. Detienen unos días la decisión porque Franco tiene que ausentarse del frente para tomar posesión en Burgos del primer gobierno de la España nacionalista.


-¡Malditos! No ganaremos nunca esa puta posición -. Le dice Sergio a José.


-Tenemos que neutralizar la pieza anticarro para debilitar su fuego por este lado del puente - le contesta éste -, o al menos que modifiquen su emplazamiento en otra dirección de disparo. El nido de hormigón donde esta emplazada la ametralladora es otro cantar, pero si conseguimos mover ese puto cañón quedará desprotegida y deberá atender a varios sectores de fuego a la vez; puede que esa sea nuestra oportunidad.
Atacaremos su flanco derecho más abajo para que concentren su fuego en aquella zona, es posible que así consigamos que la desplacen allí. Si sale bien emplearemos todos nuestros esfuerzos en tener entretenida a la ametralladora por el otro lado mientras intentamos abrirnos camino a través del puente. Tendremos bajas, mas es la única posibilidad.
 Movilizaremos dos secciones de tiradores apoyadas por dos escuadras de morteros río abajo, para que machaquen allí el interior de sus lineas - continua José -, y haremos todo el ruido posible para captar su atención en aquella zona. En cuanto reorienten la pieza anticarro contraatacaremos con el resto de las secciones; una a este lado, abriendo fuego contra el nido de ametralladoras, y la otra cruzando el puente tan deprisa como nos permitan las dificultades.


-¿Y qué hacemos si no pican el cebo? - le preguntó Sergio -.


-Entonces esperaremos refuerzos, no voy a mandar a mis hombres si no tienen una oportunidad de sobrevivir.


Durante los escasos instantes que la refriega permitía, los sentimientos de José se agolpaban confusos y los recuerdos afloraban a su mente. Una mirada retrospectiva al tiempo pasado que le había tocado vivir dibujaba con más claridad en su consciencia los acontecimientos que llevaron al desastre en el que se encontraba sumido:


[ A la plaza del pueblo acudían cada día jornaleros como siempre había sido; sin perder la esperanza de ser elegidos para el trabajo de la jornada por el criterio y la arbitrariedad caprichosa de los capataces, que controlaban su voluntad sorteando un salario miserable. De aquel modo los amos se aseguraban tenerlos divididos, enfrentados siempre por su miseria. Sólo una parte menor de trabajadores disponía de la confianza de los amos y el privilegio del trabajo y de un salario seguro, aunque miserable. Procedían principalmente de familias que durante generaciones les habían servido y que recogían el relevo de sus mayores; un mayor grado de servilismo y de sumisión era lo que les diferenciaba en principio del resto de los trabajadores. Cuando los convulsos tiempos de principios de siglo cambiaron de signo político y parieron la República, en las masas trabajadoras se instaló un sentimiento de propiedad que cambió las tornas.







La reforma agraria y el auge de los sindicatos en el campo propiciaron que aquel sentimiento de propiedad se hiciese más fuerte en todos los estamentos de la sociedad rural. Quienes disponían de capital, temiendo perderlo, se aferraron a él como nunca antes discriminando aún más a sus trabajadores, buscando ganar para su causa a aquellos que siempre le fueron fieles y que ahora estaban en el punto de mira de los otros.
Por otra parte estaban los pequeños arrendatarios,
labradores de toda la vida a quienes las reformas del campo afectaban negativamente, pues no se contemplaban sus peculiaridades y se veían enfrentados con los movimientos obreros y su afán de colectivización de los medios de producción; algo con lo que no podían estar de acuerdo y que les acercaba más a los propietarios y terratenientes que a la clase obrera, campesina de la que provenían, y de la cuál trataban de salir con su iniciativa individual, con su manera de creer en el progreso.
Desde aquel punto de cosas, en la enorme depresión que por aquel entonces sufría la economía española con su tremendo tira y afloja entre el Estado y el Capital, los trabajadores en el campo avivaron sus diferencias; y en los pueblos, donde todos se conocían, se creó un ambiente envenenado en el que los odios y los recelos, las envidias y las venganzas se adueñaron de sus vidas. El alineamiento fue inevitable, e incluso aquellos que como José, que por una u otra causa consiguieron estar al margen, al estallar el conflicto se vieron también afectados y tuvieron que decidir.]


Todas estas y otras conjeturas surgían en la cabeza de José al tiempo que vivía los combates, intentando explicarse porqué se veía en aquella encrucijada, al lado de unos y enfrente de otros que eran también sus iguales, y que como él tratarían de explicarse qué los había conducido allí.
Entretanto la vida continuaba en el campo de batalla devorándose a sí misma. La intensidad de los combates y del frío polar no daba tregua a los combatientes; estar vivo significaba estar luchando.





José y los suyos permanecen varios días combatiendo en aquel sector sin conseguir ningún avance. Los republicanos que defienden el monasterio de Franciscanos no pican el anzuelo y ahora refuerzan con un tanque y otra ametralladora el paso del puente. Los movimientos que realiza con sus hombres no consiguen que aquellos varíen sus posiciones y en el camino pierde a varios de los suyos. No le queda otra y espera que desde el norte las divisiones nacionales rompan el frente por algún punto, para que los republicanos tengan que mover sus posiciones desplazando fuerzas a la sangría. Y ésta llegará pronto, aunque en la guerra no corran igual los minutos y cada uno de ellos suponga una eternidad de vida. 


jueves, 10 de febrero de 2011

El adiestrador de mandriles.


































- Nuestro anhelo por lo eterno nos ha llevado como siempre fuera del mundo que conocemos a descubrir otros mundos, otras formas de vida para hacerlas también nuestras. Hemos salido al espacio exterior como lo hicieron los primeros marineros que se adentraron en el mar, en medio de la inmensidad que todo lo abarca. Y como el primer hombre, que comprendió que lo era cuando oyó el primer sonido que reconoció como propio, la primera palabra, lanzamos las nuestras a las puertas del universo esperando que un día retornen hechas carne. Igual que aquella que se encontraron sus ojos y que reconoció como suya el hombre primario, el animal primitivo al cual su instinto lo llevó a buscar entre todos los ruidos, todos los sonidos de la naturaleza para reconocer su voz en otro ser. 








Y por un momento cesó el sentir esperando el retorno de las palabras:








- Reconocemos que somos la especie superior, pero nos negamos a creer que seamos la elegida, sin reflexionar sobre la verdad de que, el pasado que conocemos, el presente que sentimos y el futuro que anhelamos, surgen de la memoria y de las creencias del hombre, de su vitalidad y de su fuerza creadora, de su emotividad y su deseo de descanso.
El espíritu del corazón humano da su llama a la hoguera de la vida para que ésta nunca cese y se renueve. La vida no tendría sentido sin nosotros, somos el último eslabón de la cadena que no cesa de girar sobre el plato y el piñón; somos, el eslabón de enlace de un mecanismo mucho mayor del que formamos parte, pero que sin nuestra presencia no existiría.












  

jueves, 3 de febrero de 2011

Un hombre que amaba los animales. Cap. 33



Micaela, que día a día seguía por la radio las noticias que llegaban desde el frente, aguardaba con angustia cualquier novedad que pudiese venir de allí y que afectase a José.
Ignoraba que el "Fortu" había marchado de nuevo a la guerra agobiado por las investigaciones que se seguían contra él y que impedían que continuara con sus actividades. No podía imaginar que había sido incorporado en el ejército para el frente de Aragón como capitán de una bandera de Falange, y mucho menos que ahora luchara codo con codo al lado de José, su amor, por quien tantas preocupaciones sentía.
De Alfredo tampoco tenía noticias ciertas, sólo la intuición, casi la seguridad de que se encontraba vivo, que le estaban protegiendo. Un par de días atrás alguien había dejado escondida bajo la persiana de su ventana una cadena plateada que le pertenecía; anclada en ella estaba la diminuta medalla de la Virgen del Carmen que ella le regaló un día por su cumpleaños.
Se llevaban muy bien. Micaela le sacaba poco más de un año, pero mantenía por él un cierto sentimiento protector, como de madre; tal vez debido a que Alfredo, desde niño, era un ser débil y enfermizo que pronto despertaría en ella un sentimiento de ternura que llegaba mucho más allá de los lazos familiares.
Nació con una pierna más corta que la otra, lo que le acarreó problemas para aprender a caminar. Se desplazaba de nalga arrastrándose por el suelo y el miedo a caerse impidió durante más tiempo del normal que caminase erguido. Y fue precisamente Micaela, que siempre jugaba a su lado, quien propició que por fin se soltase y empezara a caminar.
También en la escuela era su protectora, pues el defecto de la pierna de Alfredo motivaba las burlas de los otros chicos, así que era ella quien evitaba que se pasaran con él en los recreos. Y ese instinto de protección que Micaela mostraba por su primo llamó fuertemente la atención de José, que desde entonces no dejó de sentirse atraído por ella, y que buscó en la amistad con Alfredo la forma de estar a su lado. A partir de aquel momento José se convirtió en su protector y Alfredo en su mejor amigo. Micaela se enamoraría para siempre de José.

Ella recordaba, cómo siendo unos rapaces aún, agarrados de la mano y tendidos sobre una meda de paja mirando al atardecer, al discurrir del río mientras el sol se escondía perezoso, se habían prometido estar juntos para siempre. Y cómo, mientras los hombres y las mujeres recogían los aperos y las herramientas para regresar a sus casas tras otro día agotador de trabajo, ellos permanecieron escondidos en su cabaña de paja mirando a la corriente, a los peces que saltaban y a los pájaros lanzándose con su vuelo veloz para rozar con su vientre el agua, que apenas parecía discurrir.
Y así esperaron el último momento, hasta que sus padres les llamaron voceando sus nombres. Entonces se abrazaron fuertemente, y con ternura infantil juntaron sus labios en un beso inocente.







En aquellos momentos, en los que Micaela curaba su nostalgia con recuerdos felices, los pensamientos de José discurrían por otro cauce. Sabía que los disparos que le habían herido, y que mataron a su cabo, no provenían de fuego enemigo; que aquel resplandor en el edificio colindante pertenecía a los tiradores del Fortu, aunque no pudiera demostrarlo. Cesaron tras disparar en aquella dirección y cuando los republicanos estaban ganando la Escalinata, era imposible que pertenecieran a estos. Además había fuego cruzado entre ellos y los del edificio colindante. Estaba seguro de que la mano negra de su paisano estaba detrás de aquello, lo que le inducía a pensar que se había descuidado, que el Fortu no había desaprovechado la primera oportunidad y que la guerra entre los dos era ahora real y cruda, como la misma batalla.

A su mente acudió el recuerdo de aquella tarde de mayo al salir de la escuela, cuando el Fortu y otros dos chicos que siempre seguían sus correrías amedrentaban a Alfredo. Acosado, éste permanecía inmóvil y mudo contra la pared del patio, con los libros de la mano y sin decir palabra mientras los otros lo provocaban con insultos. Entre tanto empezaron a propinarle empujones y patadas en las piernas hasta que cayó al suelo. El Fortu reía mientras animaba a sus amigos para que le siguieran pegando, y humillaba a Alfredo aludiendo maliciosamente a su madre, diciéndole que era un bastardo y que su cojera era el castigo de ella por su pecado.
José los vio, se agachó para coger del suelo un par de piedras, y sin pensarlo dos veces lanzó una con todas sus fuerzas que impacto en el hombro de uno de los que golpeaban a Alfredo, derribándole en el acto. Y amenazante, con la otra de la mano, les dijo a los que quedaban en pie:

-¡Soltarlo ahora mismo! ¡Si no, os rompo la cabeza!

-No podrás - dijo José Luis - somos dos.

-¡Tres cojones me importa! - replicó José, que se agachó para coger otra piedra -. Los otros callaron un momento sorprendidos. 

- ¿Entonces ? - les dijo - ¿Vais a dejarlo en paz, o queréis continuar conmigo?

-Vale, vale, ya nos vamos. No queremos nada contigo. Ahí te queda esa piltrafa que tienes por amigo.

José les amenazó levantando el brazo, amagando con lanzar otra piedra. Los tres salieron corriendo.

-¡Maldito hijo de perra, no debería haber nacido! -. Se dijo. Siempre ha sido igual y no cambiará. No dudaré cuando tenga la oportunidad, pero no me dejaré arrastrar. Lo único que pretende es que pierda los nervios, es su última esperanza. Sabe que no le perdonaré, que si lo hago será para que su sufrimiento sea mayor. Pero no, lo que deseo es matarlo con mis propias manos. ¡Maldito sea! De un modo u otro ha sido la parte del mal que me ha acompañado toda mi vida.

Berta lo miraba como si sintiera la preocupación de sus devaneos. Acurrucada entre sus piernas buscaba los ojos de José, que permanecían perdidos, secuestrados por sus pensamientos en medio de una guerra que ya no parecía afectarle. A veces sus miradas se cruzaban en el estrecho espacio que ocupaban en las trincheras antes de saltar de nuevo al ataque, o cada vez que se sobrevivía para ocupar un espacio, un lugar donde protegerse del fuego, de la destrucción de la batalla y de las terribles inclemencias del tiempo, pero Berta encontraba ausente siempre la de José. El conflicto profundo de su alma hacia insensibles sus oídos tapando el estruendo de los combates, y aquella hoguera parecía iluminar su decisión para actuar en cada momento con la determinación necesaria, como quien cumple con su trabajo, nada más. Berta intuía que aquella forma de actuar, que se había ido afianzando en él con el trascurrir de la guerra, no obedecía sólo a su experiencia y profesionalidad, sino que estaba más que nunca activada por su conflicto interior. Y contemplaba a un hombre que ponía sus fuerzas en sobrevivir por encima de todo, pues sus enemigos no sólo estaban en el frente de batalla, también alguno cubría sus espaldas.
Silbaban las balas, los obuses se estrellaban al lado y llovían las bombas, pero en los peores momentos José mantenía su entereza sin la más mínima fisura. Era el primero entre sus hombres, coordinaba sus movimientos y les infundía valor con su forma de moverse en medio de los combates, pues inducía a pensar que estaba allí de paso, haciendo el trabajo con la seguridad de que lo terminaría. Eso trasmitía esperanza de sobrevivir a sus soldados y por ello lo admiraban.
Hombre y animal habían formado hasta entonces una pareja perfecta, y ella sentía que ahora él, sin olvidarse de sus cuidados, le prestaba menos atención, pues había dejado de hablarle en voz baja para consolarse cuando estaban solos. Mas, en los pensamientos de José estaba el regresar un día a casa con su noble compañera, pues sentía una profunda gratitud hacia ella, pero la dureza de los combates y la realidad desquiciante en la que se encontraba, sumido por aquella otra guerra subterránea, le impedía mostrarse como lo había hecho hasta entonces.

Berta se había convertido también en todo un símbolo para los hombres de José: sobrevivía combate tras combate al lado de él y luchaba cada día con más arrojo, con más entrega y pasión. Su inteligencia e instinto le habían prevenido muchas veces y otras tantas fueron la clave de sus misiones. Su olfato, su oído y su intuición, eran algo de lo que su amo se servía con éxito en la lucha y que hasta entonces había asegurado la supervivencia de sus hombres. Detrás quedaban compañías enteras prácticamente aniquilas, algunas por el propio frío y otras por la intensidad de los combates, las decisiones equivocadas y la crueldad de la guerra, que con su boca feroz y descarnada engullía hombres y más hombres para llenar su vientre insaciable.

Transcurridos siete días desde la rendición de la plaza, durante los cuales Franco de nuevo detuvo los ataques aéreos por el hielo y la nieve, en Madrid se respiraba triunfalismo. Haber ganado Teruel suponía un impulso a la idea de que era posible cambiar el rumbo de la contienda, y tanto el gobierno de la República en ese momento, como la cúpula militar con Vicente Rojo a la cabeza, se apuntaron un tanto que aún no se había decidido, pues los ejércitos nacionalistas estaban a las puertas de la ciudad esperando el mejor momento para iniciar la contraofensiva final.


Rojo, una vez reorganizado el ejército republicano y tras dejarlo en manos de Saravia con el V Cuerpo de Ejército de Modesto puesto en acción, se había retirado a Madrid pensando poner en marcha su ofensiva en Extremadura, el famoso "Plan P". Pero no contaba conque ese mismo día 14 de enero Franco trasmitiera órdenes a sus generales para que iniciaran la contraofensiva final. Aranda atacaría toda la linea de Las Celadas y el Muletón por el norte, Varela se encargaría del sur del Turia desde Villastar hasta la Muela, y un nuevo cuerpo de ejército a las órdenes del general Yagüe se incorporaría al frente por el centro para cerrar la maniobra. Franco a la vez, iniciaría sobre Teruel los bombardeos aéreos más terribles y devastadores de toda la guerra después de la destrucción de Guernica por la Legión Cóndor alemana, en la toma de Bilbao.
Así, el día diecisiete se iniciaría la segunda fase de la batalla por Teruel, la batalla del Alfambra.