El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

sábado, 30 de abril de 2011

El adiestrador de mandriles.






- Surgieron en mi boca las palabras y desde entonces tengo miedo a morir; me niego a desaparecer. 
Se van los míos sin apenas poderme despedir, y con ellos todo aquello que moldeó mi ser. Su pérdida me deja vacío y consternado, confundido; me recuerda que también yo moriré y la angustia ahoga mi garganta y deja mi alma desolada.

- La muerte sólo es un trance, el resto es vida que cambia su forma, su estructura - se reveló seguro el sentir -. Estaba vivo antes de nacer al mundo para adaptarme a su metamorfosis y sólo la inconsciencia evitó que recordara que llegué entre sufrimiento ajeno y propio, pues necesité llorar para poder respirar, el mundo me asfixiaba.
Tomé aire en mis pulmones y noté el alivio de la vida, que de nuevo surgía adoptando otra forma; me enamoré para siempre de ella pues se había materializado en mí.
Y tardé en darme cuenta que desaparecería en el tiempo de este mundo, en esta forma; y que la muerte sería el telón que cerraría mi consciencia, cuando la vida que reconocemos se retirara de mis pulmones secando mi garganta para sentir la asfixia de nuevo; la misma que me trajo aquí y que tampoco recordaré, como no recordamos todos nuestros sueños en la noche, mientras dormimos.
No estamos preparados para nacer al mundo - de otros depende ese momento -, como no lo estamos para morir. Quien viene al parto de nalga y se resiste a salir no está predispuesto a esta vida; tal vez demasiado apegado a la madre, tendremos que obligarlo a salir.

Estaremos predispuestos a desprendernos de nuestra forma vital para superar mejor el trance que significa morir, resistirnos es prolongar nuestra agonía, que aún siendo de este mundo, nos negamos a desterrar.

Si hasta la materia cambia de estado, y somos materia, ¿cómo no cambiará todo en nosotros?
Debemos asumir la muerte como un paréntesis que se abre y se cierra definiendo los cambios de estado por los que muta la vida.










lunes, 25 de abril de 2011

Un hombre que amaba los animales. Cap. 38







Era la hora de recontar bajas, la batalla había terminado.
Teruel se mostraba como un gran cementerio profanado aquella fría mañana del 22 de febrero de 1938,  tras cesar el fuego que lo dejaría convertido en una escombrera donde quedaría sepultado para siempre el corazón de la República.
En las retinas de los hombres de Aranda y Valiño que tomaron la plaza del Torico al amanecer, se grabaría para siempre la imagen de la desolación de una ciudad destruida hasta los cimientos, que devolvía sus muertos de las entrañas del infierno en que se había convertido, y donde los vivos que aún quedaban reaparecían como fantasmas saliendo de sus refugios, entre los escombros; almas en pena que se iban juntando en silencio con las manos levantadas, apoyadas en las nucas, y que con sus rostros desencajados, desdibujados por el agotamiento, por el hambre, el frío y la amarga huella de la derrota, imploraban piedad.  
Tres días más tardaría "Modesto" en estabilizar el frente al otro lado del río Alfambra, una frágil estabilidad que pronto se rompería, pues Franco no estaba dispuesto a parar su avance hacia el Mediterráneo; sólo necesitaba tiempo para maniobrar el gran ejército que había concentrado en la punta de lanza que significaba Teruel.


Cuarenta mil muertos, otros tantos heridos y casi veinte mil prisioneros,  fue el balance total de bajas que entre ambos ejércitos acumularon durante dos meses y medio de lucha, además del gran éxodo de refugiados que provocaron y la enorme cantidad de muertos civiles que la crudeza de la batalla hizo posible.
El ejército Popular Republicano perdió veinte mil hombres y otros quince mil fueron hechos prisioneros; sus mejores divisiones duramente machacadas, como la moral de sus tropas, que habían visto cómo la falta de cohesión de sus mandos, sus desavenencias personales y rivalidades, hicieron imposible la coordinación y cooperación necesarias para contener el avance de un enemigo más numeroso y mejor armado.
La bajas eran sólo comparables con la gran perdida de material, que para una República abandonada, olvidada de sus socios europeos, suponía una herida abierta por donde se desangraría si no conseguía cerrar pronto.


El Ejército Nacional logró recuperar Teruel, a pesar de sus diecisiete mil muertos y treinta mil bajas por congelación. El frío diezmó a los ejércitos de África habituados a otro clima y mal equipados. Pero en cambio, además de estabilizar el frente de Aragón, Franco  había logrado armar y concentrar en aquella zona el mayor número de tropas y material bélico visto hasta entonces en el transcurso de la guerra.
Del mismo modo que en el caso republicano, se produjo una explosión de moral en sus filas, pero en sentido inverso; la resistencia primero y la posterior reconquista de Teruel, se convertirían en un nuevo estandarte de la "cruzada nacional".
Igual en un bando que en el otro, la larga sombra de la batalla dejaría una huella imborrable en los combatientes que sobrevivieron a ella, para los que nada volvería a ser igual a partir de entonces.
Teruel se iba a transformar en un símbolo para todos. Unos creerían haber dejado allí traicionadas sus esperanzas, lo mejor de sí mismos, y un gran sentimiento de pérdida que humillaba todo su ser se adueñaría de sus corazones.
Los otros verían la demostración de su fuerza como el resultado de ser asistidos por la razón. Teruel sería desde aquel momento un referente ideológico de máxima importancia para ellos.





















Tanto en unos como en los otros, los recuerdos de Teruel grabarían para siempre en sus sueños imágenes que los despertarían sobresaltados en mitad de la noche, haciendo del día un recordatorio de todo aquello que no desearon vivir, retornando de nuevo a sus bocas las malditas y eternas palabras: "la guerra; la puta guerra".
Los enemigos más enconados y los amigos que ya nunca encontrarían, por quienes habían luchado hasta el límite de sus fuerzas, aparecerían como fantasmas en el insomnio de sus peores noches para recordarles sus pecados y devolverles al tremendo sentimiento de pérdida que los dejó vacíos, y que de nuevo haría que se sintieran culpables. Porque las batallas las dirigen los generales, pero las ejecutan los soldados, y una misma responsabilidad asiste a todos.


Aquella misma noche el "Campesino" había emprendido una escapada desesperada y sangrienta, abriéndose paso a bombazos de mano y ráfagas de metralleta por la ribera del Turia en dirección sur, hacia Villaespesa.
La 46 División republicana estaba encerrada en el corazón de la ciudad sin relevos, sin suministro de munición, y no quería ser él quien pagara los platos rotos de la derrota. Lister le había negado su ayuda aduciendo que su división estaba muy debilitada y falta de refuerzos - algo que el Campesino siempre le recriminaría -. Modesto odiaba a los dos por sus eternas rivalidades, que hacían que sus órdenes no sonasen al unísono y que siempre provocaban tiranteces y malestar.
La megalomanía y el narcisismo dominaban el carácter en ambos hombres, que comenzaron juntos la lucha en el V Regimiento encumbrándose de fama durante la ofensiva de "Mola" en la sierra del Guadarrama, en la defensa de Madrid y en la batalla del Jarama, pero que a partir de lo de Brunete iniciaron una lucha personal que afectaría seriamente a las operaciones militares del ejército republicano en el transcurso de los acontecimientos.


Enrique Lister era el hombre fuerte del Partido Comunista en el ejército republicano. Su carrera, impulsada por el partido durante los primeros años de la República, lo llevó a la Unión Soviética para cursar formación militar y política en la Academia Frunze de Moscú. El ejército soviético disponía entonces de la primera división acorazada que existía en Europa. Siendo formado en su disciplina, extrajo de ella sus conocimientos tácticos, los cuales emplearía durante la guerra civil para conformar, instruir y movilizar las mejores  tropas del Ejército Popular Republicano.
Era un hombre carismático, con un sentido especial para ganarse a la gente, en quien despertaba siempre múltiples simpatías. Su fuerte personalidad, unida a una forma de vivir licenciosa, extravagante, que compartía con sus hombres en el frente, por quienes se preocupaba para que recibiesen la mayor comodidad y formación, resultaba campechana y cercana; pero realmente era un hombre duro y autoritario, a quien no le temblaba el pulso si tenía que disparar sobre sus soldados para castigar cualquier in-subordinación.
Lister fue el hombre encargado por el gobierno de "Negrín" para anular las "colectividades" y suprimir el Consejo Regional de Defensa de Aragón - efímero y único estado anarquista que ha existido en la historia -, lo cuál hizo de forma enérgica empleando su 11 División. Aquello se convertiría en el capítulo más oscuro de su carrera y le grajearía numerosos detractores, como Valentín González el"Campesino", quien simpatizaba con el "comunismo libertario" de los anarquistas aragoneses - procedía de la CNT cuando se afilió al Partido Comunista a principios de la década de los años treinta - y odiaba a Lister por su aire de privilegiado.
Hijo de un minero y jornalero del campo extremeño que emigró con su familia a Peñarroya (Córdoba), el "Campesino" no recibió formación académica y comenzó a trabajar de forma esporádica en las minas de Guadiato con quince años, pero debido a su corta edad, el reparto de propaganda libertaria entre los mineros de la cuenca y los obreros del campo supuso durante un tiempo su principal actividad. En esto siguió la estela de su padre, quien fue detenido en distintas ocasiones por el mismo asunto. Participó en diferentes huelgas y sabotajes, y llego a ser acusado del atentado que hizo volar por los aires el puesto de la Guardia Civil en la cuenca minera.
Después de un breve periodo de tiempo en Sevilla tras ser llamado a filas, desertó del ejército, aunque pronto es apresado y enviado preso a Larache - antiguo protectorado español -, de donde se libra de la pena de muerte gracias a una amnistía general.















En tiempos del gobierno "radical - cedista" de la República, en los momentos de la Revolución de Octubre en Oviedo, el Campesino intentó lo mismo en Madrid demostrando por primera vez su capacidad para la organización y el mando. Fracasó y fue encarcelado durante algo más de un año, hasta el triunfo electoral del Frente Popular.
Al comenzar la guerra se incorporó a las milicias populares, iniciando la carrera más meteórica de todo el ejército republicano. Aún falto de experiencia táctica, sin formación técnica alguna y con un nivel cultural bajo, dispone de una energía y determinación en el combate que lo catapultan directamente al mando de tropas.
Su físico corpulento y fornido, su perilla recortada y su pelo engominado, enmarcaban una ancha y franca sonrisa y una mirada vibrante, expectante. Todo ello junto a un carácter bravucón,  fantasioso - que tanto Lister como Modesto detestaban - y a su metralleta - el "Espanzaburros" la llamaba -, pronto se convertiría en leyenda que la República  explotaría convirtiéndola en uno de sus principales iconos.


Pero ahora alguien debería cargar con la responsabilidad del desastre de Teruel y él tenía todos los puntos. Su temperamento inestable y caprichoso, que hacía que pasase de los momentos mas heroicos a otros de extrema crueldad y cobardía - tampoco dudaba en fusilar de inmediato por cualquier motivo de in-subordinación, como otras veces actuaba de perdonavidas -,  lo mantenía permanentemente en broncas y discusiones con sus mandos superiores e inferiores. Sus soldados sabían de sus "prontos" repentinos y le temían. Era un tipo problemático que se había ganado a pulso sus enemigos y que ahora se encontraba encerrado en la ciudad, abandonado por los suyos después de haber sido su división quien retomara Teruel en los momentos más delicados, defendiéndola con bravura hasta el último instante.
Y no quiso resignarse, no aceptaba que otro le diera la solución cuando fuera demasiado tarde, y ordenó la retirada.


Dicen que apareció en la plaza del Torico subido en un carro de ametralladoras, maldiciendo, echando juramentos por la boca. En los rostros de los soldados, petrificados por el terror, se leía la desolación de sus almas; más bien parecían muertos resucitados, sin voluntad, con la única esperanza de que la muerte o la vida los llevara de allí para siempre. Después de tantos días de lucha, del frío y el hambre, cuando todo se había vuelto contra ellos, los heridos yacían por doquier abandonados y en las cartucheras apenas quedaban balas, la imagen del barbudo grandón voceando, dando órdenes a todo el mundo desde la torreta del carro y maldiciendo por todo y en todas las direcciones, fue un revulsivo para la 101 Brigada que permanecía anclada en el corazón de la ciudad, obedientes a las ordenes de resistir de quien ahora les mandaba lo contrario mientras que maldecía al comisario de la 209 por haber actuado por su cuenta.


Vicente Rojo sería el único que defendería la actuación de Valentín González en su escapada de Teruel, algo que haría tras comunicar a Indalecio Prieto los motivos de la retirada y poner su cargo a disposición de éste.
Para Modesto y Lister había sido un acto de cobardía y de traición, pero Rojo sabía que a pesar de los muertos y los prisioneros que quedaron encerrados en la ciudad, el "Campesino" había conseguido salvar más hombres que de ningún otro modo. La 101 brigada consiguió abrirse paso a través de la vega del Turia sorteando las partidas de Requetés y soldados Regulares moros, aunque sólo uno de cada diez hombres consiguieron sobrevivir.


-¿No me reconoces? ¡Vamos Fortu, soy yo camarada, Ramiro Puig; estuvimos juntos en lo de Barcelona y en Algairén...

El soldado, al que sus andrajos le quitaban la categoría que por mando le correspondía, desarmado y con las manos en alto, se había adelantado del grupo que componían otros seis soldados y que permanecían apoyados de espalda contra el mostrador de la cafetería en ruinas, donde habían sido detenidos por los hombres de Fortu. Sin esperar la reacción de éste, confiado en que le reconocería, se acercó más; pero Fortu, sin inmutarse lo más mínimo, desenfundó su pistola y extendiendo el brazo se la colocó en la sien.


-Lo siento, pero no nos conocemos de nada -. Y apretó el gatillo.

-Matadlos -. Dijo a sus hombres mientras lanzaba una mirada fría, glauca, a sus víctimas.

- ¡Alto, quietos, no disparéis! - Gritó José pistola en mano, que apuntaba a Fortu desde el portal de la cafetería, alumbrado por el resplandor de las llamas de un carro incendiado por los republicanos en su retirada y abandonado en mitad de la noche.







martes, 12 de abril de 2011

El adiestrador de mandriles.



- ¿ Deberemos renacer de nuevo de las cenizas de nuestra propia destrucción para inventar el mundo otra vez ? 
- preguntaron las palabras - ¿ Será posible otra solución sin echar abajo lo viejo, para construir algo distinto sobre lo que basar nuestro modo de vida ?


Y el sentir se reveló:

-Siempre intentamos cambiar lo viejo, porque es la huella del tiempo y nos da miedo morir como muere todo a su paso. Pero olvidamos que antes fuimos niños y que seremos viejos que tampoco desearemos morir; en tan alta estima tenemos a la vida que se contiene en nosotros.
Debemos por tanto preservar lo viejo, que antes fue nuevo y nos sirvió, ganándose un espacio en nuestro tiempo y en nuestro corazón para siempre.
Somos hombres, y como tales, intentamos comprender el orden natural sabiendo que a su vez la naturaleza no nos comprende, no es ese su objetivo.
La naturaleza tiene sus reglas, y no precisamente morales; por eso cuanto más se empeña el hombre en imitarla más se aleja de si mismo y se acerca a la autodestrucción.
El hombre ha evolucionado en permanente lucha con el medio natural, de esa constante ha resultado su progreso; cada vez que el hombre se destruye a si mismo retorna a su estado más primitivo, más natural; y no es necesario.


La guerra no es una destrucción natural que sigue su albedrío, es una devastación planificada que devuelve al ser humano a las reglas naturales y se convierte en un paso atrás en su evolución como especie dirigente y creadora.
Sólo la naturaleza es irresponsable de su evolución, no así el hombre.






Saquemos vida del árbol viejo si no podemos plantar uno nuevo, pues bien podado siempre retoña, y aunque sólo nos de sombra, mitigaremos en ella nuestro cansancio y nos refugiaremos del sol que nos devora.  

viernes, 1 de abril de 2011

Un hombre que amaba los animales. Cap. 37



La torrencial lluvia de bombas que caía sobre las trincheras enemigas, estaba machacando también las posiciones que ocupaban los hombres de José por el ala izquierda, a pesar de la precisión con la que los Junkers 87 alemanes  (Stukas") y los Savoia-Marchetti italianos - "los malditos Jorobados" les llamaban - hacían su trabajo de demolición. Pero inevitablemente, la estrecha franja que dibujaba el río Turia en aquel punto a su paso por la ciudad, la oscuridad de la noche y la proximidad entre las lineas, hacían imposible una mayor selectividad de los bombardeos en aquel sector, provocando serios daños colaterales.


José ordena entonces retrasar sus lineas en aquel lado y apoyar con los morteros el otro, reforzando así el fuego contra el nido de ametralladoras que les cierra el paso por el puente.


-"Los fuertes bombardeos han dejado fuera de combate al tanque y a la pieza anticarro, es la hora de entrar en contacto directo con el adversario - piensa -; hay que saltar al otro lado a través del puente, cueste lo que cueste, de otro modo los hombres perecerán inútilmente intentando cruzar el río helado."-


Y lanza a sus hombres tras él corriendo por el puente sin dejar de disparar. Las balas enemigas se estrellan en las grandes celosías de hierro de su estructura, algo que beneficia su avance en la oscuridad, pero que no logra impedir que se produzca un buen número de bajas, pues los republicanos han colocado una "Maxim" en la misma boca de salida que no para de escupir plomo y que los mantiene atrapados a medio camino del trayecto, entre el fuego cruzado procedente ahora de tres direcciones distintas.


Una sección entera permanece atrapada en el estrecho puente, desangrándose poco a poco por las balas republicanas que mantienen a raya su avance. Pero en aquel fatídico momento, cuando ya es evidente la hecatombe, un tanque de la 62 División de Muñoz Grandes aparece a sus espaldas abriendo fuego por encima de sus cabezas y avanzando mientras cubre a la tropa que le sigue detrás.
José respira aliviado cuando los falangistas de la Décima Bandera aparecen tras el tanque, aunque hubiese preferido que fuesen otros quienes le apoyaran en la maniobra; habían llegado tarde como siempre, y eso les había causado bajas innecesarias.


Tras derrumbarse el frente en el norte de Teruel, la ciudad quedó defendida por la 46 División del Campesino, que desde el día diecisiete de febrero fue duramente castigada por la aviación nacionalista con bombardeos ininterrumpidos durante el día y la noche, que provocaron que sus unidades se dispersaran.
Antes, el día 10, el XIII Cuerpo de Ejército republicano había sido diezmado por las fuerzas de Yagüe y Aranda. 



Tras perder Sierra Palomera y el pueblo de Alfambra, Rojo intentó frenar el ataque nacional reorganizando su ejército y relevando al XX Cuerpo con la 47 División de Valencia y algunas otras unidades, al mando de Galán, pero las divisiones nacionales rompieron el frente por Moltalbán consiguiendo una penetración de treinta kilómetros sobre Teruel. Desesperadamente, Vicente Rojo ordenó cubrir el hueco abierto con el XXI cuerpo de ejército, a cargo de Juan Perea, que se incorporó desde Lérida e inició un contraataque por Segura de Baños apoyado con tanques y un buen número de baterías de artillería. En principio se consiguió recuperar un corredor de más de quince kilómetros, pero la superioridad aplastante de las fuerzas de Yagüe - siempre apoyadas por una cobertura aérea superior - logró restablecer el control el día 18 mientras las maltrechas fuerzas republicanas se replegaban sobre la ciudad.
Aranda había conseguido también atravesar el Alfambra cerrando la maniobra de envolvimiento, en contra de los esfuerzos de Rojo por taponar su penetración hacia la carretera de Valencia con la 28 División procedente de Cataluña y la 35 Internacional de Walter, mas el empuje de las divisiones de Aranda consiguió arrollarlos. 
La 66 de Barrón cruza el río Alfambra el día 17 por el molino de Villalba Baja, penetrando más de cuatro kilómetros en la sierra y controlando varias cotas de importancia, y la 150 consigue por fin cruzar el río Turia en un ataque nocturno el día dieciocho. Después, ambas divisiones serán tomadas por Barrón para cubrir las espaldas a la 83 y la 84 Divisiones de Aranda, del movimiento envolvente de la 25 División republicana al mando de Vivancos, lo que posibilitará que la 84 tome Valdecebro el día 20 con ataques de caballería y la fuerza de sus tanques.


Un doble cerco sobre Teruel se instaura de nuevo, ahora son las tropas republicanas quienes se ven sitiadas. Los combates son fuertes a las afueras de la ciudad, donde los soldados republicanos luchan encarnizadamente por mantener el control de los arrabales. En el Mansuelo, Santa Bárbara y el Cementerio resisten los de la 46 del Campesino, aunque Rojo sabe que la plaza está perdida y que el tiempo para salvar Teruel desde el exterior se ha terminado. Ya no le quedan reservas, por lo que ordena a las fuerzas que aún combaten que se replieguen hacia el sur de la ciudad.


Sólo un milagro, o la posibilidad de romper el cerco desde dentro, pueden salvar de una muerte segura a los más de 2000 hombres que aún combaten sin reservas ni suministros en una ciudad muerta, que se ha convertido en una ratonera mortal donde muchos de ellos deambulaban como fantasmas, como si sus almas les hubiesen abandonado igual que sus fuerzas, exhaustas por la lucha, el frío y el hambre; al borde mismo de la locura.


Aquella noche del 21 de febrero, tras perderse las últimas defensas exteriores de la ciudad, se combate ya desde el extrarradio hacia el centro, calle por calle y casa por casa del arrabal. Los de la 101 Brigada republicana son también empujados hacia el interior desde el Viaducto por las divisiones navarras de Varela; la 10 Brigada queda atrapada a las afueras, al norte de la ciudad, entre el doble anillo de tropas nacionales que la rodea, y la 209 se bate en el sector donde José lucha con sus hombres.


-Bueno José, te debía una.- Le dijo el Fortu, que cruzaba tras sus soldados el puente y que se detuvo ante José cuando éste trataba aún de reorganizar la sección después de un breve recuento de bajas -. Quedan saldadas nuestras cuentas. - Y sonrió maliciosamente.


-Por ahora - replicó José con frialdad, sin dejar de mirar el brillo de los ojos verdes del Fortu  -.

-José, no me digas que aún me guardas rencor...Lo pasado pasado, ¿no?






-No.- Le contestó José -. El pasado existe mientras quedan cuentas por saldar; y tienes demasiadas, nunca te librarás de él.
-No se de que cuentas me hablas, creo que te estás confundiendo. Yo no debo nada a nadie; y nadie me reclamará nada jamás.
-¡Yo te estoy reclamando ya! ¿Qué ha pasado? ¿Tu reloj lleva otra hora que el mío, o es que piensas que mis hombres están aquí para servirte a ti de alfombra? - Aplomado firme frente a Fortu, casi le escupió las palabras a la cara.

-Oye, oye - le contestó el Fortu separándose un poco -, estamos en guerra y no somos Dios, que está al mismo tiempo en todas partes -.

-Dios no es cobarde, ni aparece siempre en el último momento disparando por la espalda.

-Me estás llamando muchas cosas además de cobarde y aquí no podremos resolver el asunto, pero si lo que quieres es una satisfacción tendremos tiempo después de la batalla; si sobrevives claro.

-Eres un canalla y un miserable - le dijo enfurecido y casi fuera de sí José -; pues claro que sobreviviré, aunque nada más sea para ver como desapareces. Y algo te quede claro: si vuelves a poner a mis hombres en peligro iré a por ti y te mataré.

-No te tengo miedo José; te estaré esperando -. Le dedicó una sonrisa maliciosa otra vez, y dando media vuelta se perdió al momento entre las sombras del puente.


"Hijo de puta, ¿que se habrá creído?; aquí no existen los favoritismos - se decía José -; aquí hay que ganarse los honores con sudor y sangre, pagando los errores con la misma moneda y asumiendo la responsabilidad con dos cojones. Aquí no, no se podrá escapar más".


Un mismo conflicto había arrastrado a la guerra a los dos hombres, aunque de muy distinta manera. Uno tuvo que alistarse para sobrevivir al futuro y el otro para escapar de su pasado. Luchaban juntos, mas por distintas causas, y tanto para uno como para el otro esas causas derivaban de sus propias naturalezas, que eran incompatibles. La guerra había cruzado sus caminos y era inevitable un desenlace fatal, un choque frontal que les afectaría para siempre.


José meditaba ahora y comprendía cosas que antes le velaba su sentimiento, cómo que quienes pierden siempre y pagan, son aquellos que como él nunca se ponen de parte de nada, que les gusta vivir y dejar vivir y sólo le entretienen el trabajo y la vida familiar. Nunca se definió políticamente, no se identificaba con nada que supusiese el menor enfrentamiento. Ni siquiera había votado en las últimas elecciones de junio del 36. Tampoco estaba afiliado a partido político alguno, algo que en aquellos años abrazaron muchos jóvenes como él.


-"Entiendo ahora porqué la mayoría de las gentes se decantan hacia un extremo u otro - se decía mientras las ideas corrían vertiginosas por su mente -. Buscan una sombra, un cobijo, una protección, algo que les ampare. Y son fieles siempre a esa idea como lo son a su parroquia, al club que frecuentan o a su torero favorito, que tenga buena tarde o no, representa sus anhelos, aspiraciones y debilidades. Por lo cuál es peligroso quedarse fuera de juego. Unos y otros desconfían de sus adversarios porque en el fondo se sienten inseguros de sí mismos, de todo el género humano; y como no, de cualquier in-definición, por lo que ésta se convierte siempre en el chivo expiatorio, en el motivo de discordia. Nunca somos favorecidos por nadie quienes nos mantenemos al margen; siempre estaremos condenados a conseguir las cosas sin ayuda, con el único medio de que disponemos, nuestra capacidad de trabajo. Somos para ellos como simples bestias, o como máquinas que se utilizan y se desechan después de usarlas, cuando se les ha sacado el beneficio. Sólo si somos necesarios a sus intereses nos tienen en cuenta, y pronto se olvidan de que les fuimos útiles cuando logran sus objetivos."


-¿Te pasa algo José? Vamos, crucemos el puente - le dijo Sergio mientras lo agarraba por el brazo -, no podemos detenernos aquí.
-¡Ah sí, Sergio! Crucemos, no se que me ha pasado. ¿Dónde está Vázquez con los morteros? 
-Han cruzado ya. Pero no te detengas, tenemos que salir inmediatamente del puente.






Los dos hombres se adentraron juntos en la refriega que se libraba al otro lado del río, ocultándose en la oscuridad interrumpida sin cesar por los resplandores de la batalla y de los edificios en llamas, que trasmitían sus sombras fantasmagóricas sobre las calles repletas de escombros, de máquinas abandonadas, desarmadas, destrozadas; y de hombres muertos, demasiados.