El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

jueves, 31 de mayo de 2012

UN PASEO POR EL CORAZÓN DE LA TIERRA DEL PAN.




La belleza de los elementos no es comparable con la perspectiva humana, y sólo la luz hace posible su grandeza y nuestro disfrute desde la contemplación.




Y los caminos nos llevan sólo a donde vamos, se detienen cuando nosotros lo hacemos y permanecen mientras los andamos.
Somos parte del paisaje y él se crea a imagen nuestra porque lo transformamos con nuestras manos.

Nos conjugamos con los elementos, el tiempo y el espacio para ser algo más grande, algo que sólo se aprecia fuera de nuestra escala, por encima de nuestra altura y del resto de las cosas.




Y todo se mezcla en perfecta simbiosis para hacerse natural con el resto, pues de otro modo no perduraría como no perduran los sueños que no realizamos.







Al calor de la luz se dorarán los panes que garantizan nuestro sustento; y tras su cosecha morirá todo aquello que no hayamos tomado abrasado por la luz estival, que de este modo devolverá a la tierra la virginidad necesaria para procrear de nuevo.








Nada comparable con la creación del hombre en perfecta unión con la naturaleza que lo rodea. Acción transformadora y complementaria, necesaria para la continuación de la vida e imprescindible para su evolución positiva.
Tanto nos esforzamos en construir como en lo contrario, pero de las cenizas de nuestra misma destrucción renacemos para perpetuar la vida, igual que los campos en primavera, que aunque saben serán sacrificados por la luz implacable, disfrutan su momento de frescura sin importarles más que eso, disfrutar del ser que se renueva constantemente para perpetuarse.





miércoles, 30 de mayo de 2012

JUEGOS DE AMOR ASESINO.



Todos aquellos días de primavera, desde su ventana, le había visto llegar y sentarse en el banco con las piernas metidas por el espacio que dejaba el respaldo y los codos apoyados en él, mirando al horizonte de espaldas al paseo.

Venía andando cabizbajo, como obsesionado por sus pensamientos, pero de vez en cuando volvía atrás su cabeza para mirar de soslayo y percatarse de que se encontraba solo. Después alzaba la vista por encima de la muralla y perdía su mirada en los campos, convertidos en un mar verde donde los pueblos surgían como islas lejanas que se perdían en la linea horizontal, allí donde se encontraba con el cielo azul salpicado de nubarrones blancos.

Ella corría los visillos y acercaba su mirada a los cristales. Estaba segura de su adolescencia, a pesar de que su vista cegada de cataratas le negara reconocer su rostro.
Desde allí no podía ver los ojos verdes ni las mejillas sonrosadas del joven, pero sí distinguía el color dorado de sus cabellos volados al viento, que se enredaba en ellos como si pretendiese llevárselo lejos de allí.

Le parecía que sufría, y que todas las horas que allí pasaba cada día hasta que empezaban a concurrir por el paseo los primeros viandantes, y él partía, eran para ocultar por un tiempo su dolor. Y aquel dolor ella lo identificó como propio, pues sabía que era por amor, un amor quizás tan imposible como supondría respirar sin él.


Conocía bien aquella angustia, pues alguien había sufrido por ella de igual modo en otro tiempo; y tras las cortinas de su ventana, con la misma edad del que ahora contemplaba, vio morir el amor de quien creyó ser merecedor del suyo y para el cuál, fatalmente, el tiempo resultó ser su asesino.

Ahora, cuando apenas podía incorporarse de su postura en la silla de ruedas, sabía como nadie lo peligroso que puede resultar el juego del amor cuando éste es fuerte y el alma débil y joven, y reconocía que la soledad que aquel muchacho se imponía no era el resultado de una curiosidad, sino que algo más fuerte que su voluntad lo conducía cada tarde allí para estar a solas con ello.



Una pena enorme inundó su corazón cuando le vio partir aquella tarde, pues sintió que nunca regresaría, que algo más desaparecería para siempre de su vida igual que su amor primero. Y en su anciana conciencia no cabía explicación: ¿Que hacía en aquel mundo una vieja incapaz de valerse sola, mientras jóvenes como aquel perecían asfixiados por las dudas de la vida? ¿Qué sentido tenía, que a pesar de todas las limitaciones físicas y afectivas a las que el testarudo tiempo la había condenado, siguiera sintiendo el suficiente amor por la vida como para esperar un día después mejor, mientras otro ser al que todos los caminos le esperaban para ser recorridos deseara tal vez morir?

No había querido preguntar hasta entonces, pero la angustia que sintió en su corazón fue más fuerte que la curiosidad, y aunque sabía que no le hacían demasiado caso, pues su cabeza ya no coordinaba bien debido a su sordera, quiso saber de aquel joven, a quien estaba segura de no volver a ver más.

- ¡Oye Josito! - llamó a su nieto, que llenaba de migas el pañito de ganchillo de la mesa camilla del salón, mientras devoraba un bocadillo de crema de chocolate y contemplaba absorto los dibujos animados que emitía en aquel momento la televisión. - Ven aquí; quiero preguntarte una cosa. Pero ven corre, que se me pasa.

- Mira, ¿ves a ese chico que se aleja por las escaleras de la muralla hacia el arrabal?

- ¿Quien abuela, yo no veo a nadie?

-Ese, allí; ¿no le ves?

- Allí no hay nadie abuela, es un pequeño abeto que ha crecido junto a la escalinata y que se mueve con el viento.

- No, has llegado tarde y no le has visto, pero bajaba por ahí; seguro que lo has visto otras veces. 

- Abuela, no he visto nunca a nadie.

- Pero es porque estás en la escuela. Pregúntale a tu madre, ella seguro que lo ha visto.

- ¡Mamá, mamá! ¡Dice la abuela que vengas!

¿Y que quiere ahora la abuela? - se escuchó al fondo del pasillo contiguo al salón?

- Qué vengas "jolines", que me tiene harto y no me deja ver los "dibus".


- A ver, a ver - decía mientras su voz se acercaba por el pasillo -. A ver ahora qué pasa.

- Es la abuela, que no se qué quiere saber.

- ¡A ver abuela, que dice! - Dijo la madre cuando llegó.

- ¿Quien es el chico que se sienta todas las tardes ahí?

-¿Qué chico mamá?

- Ese, que viene todas las tardes y se sienta ahí, junto a aquel árbol.

- Madre, será cualquier chico que sube hasta aquí para escaparse de clase y coger arriba el autobús. Nunca me he fijado, pero ahora no veo a nadie.

Tonta - dijo la anciana -, ya se fue.

- Bueno, no tiene importancia mamá. Sea quien sea, seguro que otro día volverá.

- No, no volverá - dijo la abuela -. No volverá más.

- Mama, deja de torturarte de una vez; aquello paso hace mucho tiempo y no siempre ha de ser igual. Pasó hace mucho tiempo mamá.


Se quedó de nueva sola mirando tras los visillos, intentando retener en su mente el banco, el pequeño sauce y la muralla, vacíos ahora del sentido que hasta entonces habían tenido para ella, y que apenas se dibujaban en sus ancianas retinas.

Y transcurrieron los últimos días de primavera cargados de calor sofocante y de luz cegadora. El parque y la muralla quedaban desiertos hasta que el sol se inclinaba sobre ella, mas el joven no volvería a sentarse en aquel banco esperando que cayera la tarde. No correría más para subirse a la cornisa de la muralla y caminar por allí para luego descansar sobre ella con las piernas colgando por fuera.

Uno de esos días calurosos que anunciaban los rigores por llegar del verano, mientras cenaban, oyó algo de lo que no estaba muy segura pero por lo que no quiso preguntar, haciéndose más la sorda para que no desviaran la conversación a otro tema debido a su curiosidad. Hablaban de un joven alumno del instituto que se había suicidado poniéndose al tren. Creían que no les oía, y que de todos modos, no sabría de quien, ni entendería de qué estaban hablando. Pero ella, mientras comía muy despacito el filete que su hija le había partido en trocitos, dejo caer sobre su mejilla una lagrima que todos pudieron ver y ante la cuál callaron.




miércoles, 23 de mayo de 2012

SÓLO EL AMOR PUDO LIBRARME.





- Descubrí lo nuevo en lo antiguo y vi caduco lo actual sobre sí mismo, nada más pasajero.


Comprobé que no existen las posibilidades, pues "todo" tiene su espacio en el tiempo de un hombre y sólo es cuestión de calcularlo para que no le sorprenda. La vida del hombre es como un pelo de fina, pero a la vez es extensa como un océano; sólo la frontera de la muerte hace la distinción.




- No creí desperdiciar mi vida por sacrificar por otros un tiempo de ella, y me condené con una sentencia indefinida de renuncia y entrega hasta el final, cuando mi juventud me exigía ser feliz dándome sólo a mis deseos.
Y no sólo logré convencerme a mi mismo, sino que también lo conseguí de quien necesitaba más para ello, quien de verdad me amaba, pues mi creencia descansa en la vida que discurre y que no se detiene en edades. Podemos elegir un camino, pero no podemos evitar cruzarnos con otros. Podemos elegir que hacer ahora, pero no nos librará de lo que no hayamos elegido, pues todo debe cumplirse.


- Cerré la puerta a mis sueños para hacer posibles los sueños de quienes me precedieron, e hipotequé mi tiempo por ellos pues los consideré míos, sin importarme el tener que envejecer a su lado.
Y lo hice por amor, como no podía ser de otro modo para sobrellevar carga tan grande, aunque el resto del mundo no me creyera  y arrojara sobre mi conciencia las sombras de las dudas.
Sólo el amor verdadero me libró de las garras de la soberbia, de la ambición ciega y de la locura, pues me mantuvo firme ante el azote de la indiferencia y de la ira, de quienes conociéndome, no me comprendieron.