El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

miércoles, 31 de agosto de 2016

UN COMBATE EN LA ÚLTIMA GUERRA. (Part.I)








Por muchas razones, solemos otorgar más importancia al final de una narración que a su comienzo. Quizá, porque lo que nos interesa es el resultado de aquello que se nos propone, sin tener en cuenta que antes fue inducido por una trama argumental que partió a su vez de un punto determinado.

Una historia puede tener la oportunidad de resolverse con finales distintos en función de cómo se desenrede el hilo argumental, pero esa misma historia tendrá indudablemente un sinfín de comienzos desde los que partir y que condicionarán, de forma diferente cada uno, el punto de llegada.

Es posible que en la adecuada elección del inicio de la historia se halle el marco apropiado para su narración, pues antes de cualquier comienzo está la concepción artística e intelectual que la ha motivado. Podríamos comparar el principio de una narración con el parto de una vida nueva, que deberá vivirse para poder ser contada.
















RELATO.
(Primera parte.)




-No era la primera vez que tentaba a la suerte. De hecho, era la pauta que me había conducido a aquel momento, el más comprometido desde que cogiera el primer tren expreso, vía Algeciras, buscando embarcar para mi destino en el antiguo "servicio militar obligatorio": Céuta. 
Año lejano en mi memoria, aquel 1983. El caso es, que al "chinche" que se encontraba a mi derecha en la fila - llamábamos así a los reclutas de remplazo - se le cayó una "china" (pequeña bola de resina de hachís) de uno de los bolsos de su "chupita" (camisola militar de campaña), y rodando fue a parar a los pies del teniente Guerrero, que pasaba revisión de avituallamiento antes del embarque de la tropa. Íbamos a participar en unas maniobras militares conjuntas con fuerzas norteamericanas de las bases navales de Rota y Morón de la Frontera, en el Cabo de Gata y el pequeño desierto de Almería.



El incidente no dejaba de tener gracia, aunque yo no estuviera para reírme. En aquellos momentos, la risa era para mí un pasajero ausente, un asiento vacío en el tren en marcha.
El caso es que el "chinche" había terminado de recoger, una a una, las cosas que cargaba en la mochila, la cual había vaciado primero a requerimiento del sargento que participaba en la inspección como asistente del teniente. Fue al agacharse de nuevo para recoger la mochila, cuando la "china" se escurrió de su bolsillo como si tuviera vida propia y le estuviera aconsejando no embarcar con el convoy. Recuerdo que desde la altura que nos separaba miré de reojo a mi colega "Chepu" el vasco, que se encontraba justo a mi izquierda en la fila. Chepu era como un chopo alto y grande. Él apenas movió la cabeza para intercambiar una mirada de complicidad. Un número más allá se encontraba el inseparable "Botijo", (lo llamábamos así por sus formas redondas y lo fresco de su carácter) un cordobés que, en gracia y sabiduría, nada que envidiar tenía al ilustre compañero del de la triste figura, quien tantas glorias trajera al solar patrio. Botijo era el "lazarillo", el "buscón", la picaresca española entera. Y sí, él sí miró de reojo.

Mientras dos "cabos primera" se llevaban al recluta a "Prevención", donde pasaría arrestado al menos el tiempo que durasen las maniobras, el teniente Guerrero se acercó a mí y en tono guasón, con su voz ronca y apagada, quemada por el alcohol, me preguntó:

-¡Soldado! ¿Que lleva en su saco de dormir?

-Nada importante mi teniente... - tuve fuerzas para contestar -. Chepu no pestañeaba, parecía convertido en estatua de sal, blanco y pétreo.

- ¡Sargento! - Le ordenó el teniente -. Compruebe qué lleva en el saco de dormir.

El sargento cogió el saco, y después de desatar el cordón que cerraba su funda, metió la mano en su interior y extrajo una botella de Johnnie Walker sin empezar, la cual enseño al teniente.

- ¡Vaya. Uno de los míos! - Dijo.

El teniente Guerrero era además bebedor profesional. Ninguno de nosotros, que conocíamos la descomunal belleza de mujer que poseía, eramos capaces de entender qué existía entre los dos, pues el teniente, que aún era joven, se había convertido en una ruina inflamada por los éteres alcohólicos que su cuerpo destilaba de la mañana a la noche. Siempre acudía a filas después de pasar por el bar de oficiales para tomarse unas copas.

-¿Lleva más, soldado? - Me preguntó el sargento.

- No, mi sargento -. Respondí.

El teniente dirigió sus pasos hacia Chepu, que parecía haber recuperado algo el color humano, aunque aún permanecía en "firmes" con la barbilla levantando la mirada. Mas, con gran alivio sacó también otra botella de la mochila cuando el teniente le preguntó qué llevaba, contestando con voz entrecortada: - Sólo una mi teniente.















Embarcamos rumbo a Almería al atardecer. Un ferry completo para nosotros. A la entrada del pasillo de embarque sólo esperaba la policía militar con un par de parejas para facilitar el tránsito de soldados.
Era una tarde luminosa, suavemente cálida. El mar un remanso de tranquilidad y la atmósfera pacífica, cordial, aunque, al menos en mí, aún perduraba el sobresalto de por la mañana en formación, con el incidente de la "revista".

Con el equipamiento al completo y el fusil a cuestas no se disfrutan igual las vistas en un crucero. El cansancio de todo un día de "formación", la comida penosa y la tensión de la espera había hecho mella en mí. Necesitaba descansar, descargarme del equipo para poder aliviar mi malestar de todo un día interminable.
Chapu, Botijo y yo, buscando un sitio tranquilo y seguro bajamos a los hangares del barco, donde, perfectamente alineados, se encontraban aparcados todos los vehículos blindados y de transporte de tropas que aportaba el destacamento. Fuimos hacía proa, al fondo casi del pasillo izquierdo, hasta que encontramos el sitio que nos pareció el apropiado en una fila de Land Rover. En uno de ellos nos sentamos al fin.

- ¡Joder, ya no podía más. Menudo día! - Logre decir al fin, tras desabrocharme la mochila y dejarla junto al CETME (fusil de asalto del ejército español de la época) sobre el asiento trasero del todo terreno.

- Yo ya no sabía como estar - dijo Chepu - no siento ya si tengo pies o no. Voy a quitarme las putas botas, no las aguanto más.

- Bueno, aquí estamos como dios - soltó botijo esbozando una sonrisa -. Ahora me preparo un "peta" (cigarrillo de tabaco y hachís) y nos lo fumamos tranquilamente. Aquí no hay problema. Nadie va a vernos. Desde donde estamos, controlamos nosotros antes el percal.

-¿Estás seguro? - Le dije. Pues, a pesar de la angustiosa ansiedad que me poseía, necesitaba exhalar el humo de un cigarro de aquellos y sentir de nuevo sus efectos relajantes. Quizás, nunca como en aquel momento había sentido una angustia tan grande. Mis músculos se mantenían en tensión constante, y mis ojos, inflamados por el duermevela de los últimos dos días, se negaban a cerrarse en sueño reparador.



-Está cojonudo este "chocolate" ( hachís), la verdad. ¡Joder, vaya movida esta mañana con el "chinche"! Por un momento creí que sería más gordo. ¿Qué creéis que le pasará? - Pregunto Chepu.

-¡Na! - Dijo con su gracejo andaluz Botijo -. ¿Qué le va a pasar? Pues na. ¡Si no era na lo que llevaba, hombre! Unos días arrestado en prevención, seguro que ayudando en la barra del bar de suboficiales. No creo que entre en el calabozo siquiera.

-Menudo susto, tíos. Pudimos habernos metido en un lío cojonudo, de darse de otro modo las cosas - afirmé -. Menos mal que nos tocó el teniente Guerrero. Con el "Guti", lo mismo habríamos corrido otra suerte.

- No digo yo que igual - intervino Botijo -, pero sí muy parecida. Menudo pez debe estar hecho el teniente Guti.¿Sabéis que regenta un Puti-Club en Jadú el muy cabronazo?

-La verdad es que tiene pinta de putero el tío. Yo no me fiaría para nada, la verdad - afirmó Chepu -. Hemos tenido suerte.

Desde popa oímos entonces el rumor de unos pasos y alguien que venía hablando hacia nosotros.

- Tíos, viene gente - exclamó Chepu -.

-¡Joder, es verdad! Parece el teniente Guerrero con el sargento y un cabo primera. No tenemos tiempo para salir de aquí y escondernos. - Continuó Botijo.

- Yo no me muevo de aquí. Me tiraré bajo los asientos -. Confié en que no me hubieran visto. Alguna vez más me había funcionado. Sabía mantenerme inmóvil y contener el aliento en el silencio más estricto. 

-¡Joder! ¿Y nosotros? - preguntó de nuevo impaciente Chepu.

-No podemos hacer nada - dijo Botijo -. Hemos acabado el "porro" ¿no? Pues tranquilos.

-¿Qué hacen aquí soldados? - Preguntó el suboficial a mis compañeros, que se encontraban sentados en la parte delantera del Land Rover y que descendieron de él de inmediato.

-Estábamos descansando un poco, mi sargento - contestó Botijo -. Arriba el barco está lleno y hay poco sitio para acomodarnos. Pensamos que aquí estaríamos más cómodos y que no molestaríamos a nadie, por eso hemos bajado. Pero subiremos enseguida si lo desea, señor.

Botijo sabía como manejarse en aquellas situaciones. Lo hacía todo natural, algo que daba confianza a cualquier interlocutor.

-¿Estos son, sargento, los soldados de esta mañana?

-Sí mi teniente. Siempre andan juntos. Me los encuentro en todos los lados.

-Bien, soldados: pueden quedarse - les dijo el teniente Guerrero -; pero no quiero que nadie pase de aquí hasta el fondo del convoy sin mi conocimiento. Y no me importa la graduación a la que tengan que enfrentarse. Quiero saber si alguien pasa más allá de mi viejo Jepp.

-A sus órdenes, mi teniente - exclamaron los dos mientras se mantenían en posición de firmes, con el brazo levantado haciendo el saludo marcial.
La comitiva de estrellas y galones se dio media vuelta para marchar por donde habían venido, dejándonos de nuevo llenos de desasosiego y preocupación.

¡Joder que susto tíos! No salimos de una y ya estamos en otra - afirmé -. Menos mal que no me han visto. Sí, pues vosotros, no habéis tenido suerte ni nada...

-El teniente Guerrero es un tipo cojonudo, pero ¿por qué nos habrá dicho que no quiere que nadie pase de aquí? - Lanzó Chepu la duda.

-Vete a saber con estos cabrones, que movidas se traerán entre las manos. Seguro que nada comparable a lo nuestro - dijo Botijo-. Y estoy seguro de que ahí delante guardan algo gordo.

-Lo mismo, uno de esos camiones va cargado de hachís hasta arriba - me atreví a aventurar -.

- ¡No jodas tío, vaya pasada! - dijo Chepu -. No estaría mal...

-Joder, pues es una coña estar aquí y no enterarnos, ¿no? Yo creo que debíamos echar un vistazo por ahí. Seríamos unos tontos rematados si custodiáramos algo gordo y no supiéramos el qué. Estaríamos implicados igual - insistió Botijo -. Venga, no seáis cortaos tíos. Vamos a acercarnos a ver.

Uno tras otro fuimos superando vehículos hasta llegar al Jeep del teniente Guerrero. A partir de aquel comenzaba una fila de camiones de transporte. Nos acercamos al primer camión y levantamos la lona trasera para mirar. Tuvimos que encender los encendedores para ver algo. Eran cajas y cajas, perfectamente apiladas, de Johnie Walker. Y así uno, dos, tres, y hasta cuatro camiones a rebosar.

-Joder con la guasa que tiene el cachondo del teniente - exclamó Botijo -. "Y no me importa la graduación a la que tengáis que enfrentaros", decía.


















jueves, 18 de agosto de 2016

EL LÍMITE DE LA SABIDURÍA.






-¿Cuál es el objetivo final de la sabiduría? - Preguntaron las palabras -. ¿Cuándo es posible considerar que es suficiente el conocimiento, que un hombre es sabio?

Y el sentir se reveló:

-El fin supremo que pretende la sabiduría es la felicidad. Los conocimientos van destinados a la comprensión de la vida y sirven para sentirla en plenitud. No hay sabiduría en quien acumula conocimientos pero se siente infeliz, culpable de no ser comprendido por quien desafía su convencimiento. El hombre sabio regala su conocimiento y nunca trata de imponerlo, por eso evita la infelicidad que provocan las contrariedades.
El hombre sabio no desprecia a su oponente, aunque éste acumule menos conocimientos, pues es de su oponente de quien obtiene relación de su propia medida.
No pretende enseñar, pero tampoco oculta su verdadera naturaleza ni su forma de actuar. Siempre se comporta de igual modo allá donde va y no hace distinciones entre seres.
El hombre sabio nunca termina de serlo, pero es consciente de que la sabiduría no se alcanza en una vida entera, no se contiene en un ser, porque es infinita y eterna.
Y teniendo en cuenta este principio se acomoda a las cosas para evitar ser infeliz en sus limitaciones.