El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

jueves, 26 de febrero de 2009

El adiestrador de mandriles. "La nueva Babel".




























Y continuó el sentir revelándose, sin dar respiro a las palabras que como un torrente de agua pura, que brota de la roca, surgían de su garganta.

-¡Cómo pesan mis palabras¡ -dijo el profeta-. Pesan como la losa que sepulta a alguien que entierran en vida y que apenas puede respirar. ¡Cómo pesan en los hombres, en los niños ¡ Afanados hombres sin tiempo; inconscientes niños que aún no saben que lo derrochan. ¡ Y cómo pesan en mi, después de comprobar que en ellas se encuentra la verdad ¡
He estado en la nueva Babel; de allí vengo. No me creyeron cuando llegué, y reconociéndola, se la anuncié. No me creyeron. Por pobre incauto me tuvieron. Por loco soñador, que además de servir a sus manos compensaba sus almas aturdidas.





Vengo de la nueva Babel y he visto muchas cosas allí. He visto a hombres arrastrándose para llegar más alto y a otros descendiendo de las alturas hasta estrellarse en el asfalto, impulsados todos por la misma fuerza. Y he visto esa fuerza como una bestia grotesca que devoraba sus corazones frenéticos, atormentados; alimentados por la llama del dinero, que al final, como todo lo que arde se convierte en humo. En humo que asciende para disiparse en el aire.
He visto como se confundían las lenguas, cómo se hablaba por señas en la nueva Babel. Acudían desde cualquier punto, como hormigas, hombres de todas las clases y condiciones ambicionando llegar más lejos en la nueva Babel. Seres mandados únicamente por su propio egoísmo construyeron sin descanso, dejaron aparte sus vidas para entregarlas en pos de Babel; y creyendo que no tendría fin, subieron más y más cada vez, sordos y ciegos a la razón. Sintieron el cielo más cerca y más se afanaron para llegar a él. Se elevaron tanto, que los de arriba ya no veían a los de abajo; les daba igual, y mirarlos les provocaba vértigo, así que empujados por el miedo a caer continuaron ascendiendo. Traicionaron para ello sus principios y abandonaron los lazos que los unían para conseguir su trozo en la nueva ciudad; independientes desde su altura. Por encima de otros en su vista aérea de la nueva Babel. Y ésta fue su única estrategia, su modelo a seguir: cualquiera podía intentar subir más alto, aunque sólo fuera para suicidarse mejor; escalar el cielo sin más lógica que la de aprovechar el momento y seguir ascendiendo. Subían cargados para no retornar a ser posible, pero siempre volvían con las manos vacías como mayor recompensa, pues arriba el espacio era más estrecho y estaba mucho más competido. Lo normal era caerse si no se tenían apoyos. Arriba sólo se desafiaba la ley de la gravedad. No producía más que la necesidad de hombres y materiales necesarios para mantener el desafío de llegar más alto, lo que elevaba los costes en la misma medida. Vendiendo cara su posición a los de abajo seguían ascendiendo. Y el egoísmo, la soberbia y la ambición de los hombres subió ese precio por encima de las nubes. Todos querían vivir más alto, en la nueva torre, costase lo que costase. El objetivo era seguir subiendo; caer, bajar o parar era el vértigo que podía producir la hecatombe; y aún conscientes de la estrechez que imponía la altura con su inevitable fin, no pusieron medios para detener la locura. Y el coste se elevó hasta lo impagable, cambiando de pronto el lenguaje que todos habían utilizado. Y hablaron sus necesidades y se confundieron las lenguas, los oídos y los millones de ojos que acudieron a Babel, clamando por un dolor desgarrador, pues todo lo dejaron en pos de ella. He visto como se hablaba por señas, como se confundían las lenguas en la nueva Babel.


martes, 24 de febrero de 2009

UN SABIO DE VERDAD.






















-La búsqueda del conocimiento no debe convertirse en un fin en sí mismo, sino en vehículo para encontrar la armonía con todo lo que nos rodea. Desde la comprensión de las causas y las fuerzas que influyen en nuestras reacciones, nuestro fin único debe buscar la felicidad de nuestras almas, lo cuál conseguiremos en la medida en que nos acoplemos positivamente a las circunstancias, sin tratar de esquivarlas.

























Se esforzaba el sabio por sobresalir entre el común de los mortales, pero cuanto más lo intentaba, menos reconocimiento recogía. Creía haber desterrado de sí el amor propio, y como un niño que descubre algo por primera vez, alzaba su voz sobre la multitud para proclamar su conocimiento; mas la multitud, sorda e ignorante, le contestaba con desconfianza y se disolvía bulliciosa quedando al sabio desconcertado y caviloso. Pensaba entonces que realmente no fuera un sabio: -No se encuentra solo entre los hombres el sabio- se decía-; al contrario estos suelen rendirle sus cuentas para pedirle consejos, y generalmente acatan sus opiniones. No es discutido el sabio. El sabio no tiene de qué discutir; y como pez en el agua favorecido por una buena corriente, así se desenvuelve entre los hombres...

Y de esta manera, perdido en tales pensamientos, le llegó la tristeza y el sabor del propio fracaso. La contradicción en estado puro. Y no pudo resistirlo. Como una cucaracha que no sabe para donde correr cuando se ve sorprendida entre pies humanos, con la seguridad de la repulsión que causa, así se sentía.

Decidió entonces ocultarse, alejarse lo máximo posible del contacto con los demás y cambiar por discreción su prédica; aprendiendo a saborear en intimidad el conocimiento de cada cosa en cada momento; sin exaltaciones, sin propósito último. Y como gotas de lluvia que caen en cántaro lleno de leche blanquísima, recién ordeñada, aprendió a mezclarse en el mundo sin dar ni pedir demasiado a éste. Podía estar ausente sin tener que alejarse , y sin esconderse pasar desapercibido entre los demás. Era parte ahora de las cosas y estas le pertenecían también. Ya no era la voz disonante que disgustaba a la armonía común y le sobraba tiempo para pensar en sí mismo sin esperar nada de los hombres. Y lo hacía sin ocuparse en ello demasiado y sin preocupación alguna. Perdió la percepción de su saber, y no se planteaba nada que no fuera parte que resolver en el momento. Y así se adaptaba a cada cambio que los tiempos producían en su devenir.



domingo, 22 de febrero de 2009

EL GERMEN DE LA VENGANZA.

























Y de nuevo invocaron las palabras al sentir para preguntarle por la envidia y por la venganza. Y el sentir reveló :


-Se entrecruzan y se enlazan, ambas son terminaciones de una misma pieza.
La envidia promueve venganzas, y estas a su vez, envidia suscitan.
Si avasallamos, en quienes lo hagamos provocaremos envidia, y sobre otros más débiles descargarán su ira. Pero no conseguiremos otra cosa sino engendrar en ellos el germen de la venganza.






























- ¿Cuándo nos resarce la venganza y cuánto nos esclaviza la envidia  ? Tal vez nunca podamos vengarnos, aunque haya sido esa nuestra obsesión. Así como jamás nos abandonará la envidia; por más que nos denigre y la detestemos, será fiel amante. Viviremos mezquinamente subyugados por el querer y no poder de lo que no tenemos, alimentando así las venganzas que seguramente no llegaremos a consumar; hundiéndonos más en la envidia, que nos mirará con rostro de burlona risa cada vez que en el espejo nos reflejemos.

Y el resto, tal vez locura en la noche espesa, negra del alma.







viernes, 20 de febrero de 2009

El adiestrador de mandriles.












- Y nuestro dolor por los demás: ¿Que sentido tiene si no aprecia gratitud?
Si la ira nace del odio y la ternura del amor, ¿cómo puede la ternura parir al amor y la ira abortar el odio?- Y el sentir se reveló:

Si nuestro dolor por los demás surge de un compromiso, no deberíamos pedir gratitud. Si nace de nosotros mismos, tampoco, pues moriría en el primer intento y resultaría luego interesado.
La ira y el odio surgen de la separación de lo que se ama y de la unión con lo que no se desea, y por eso producen dolor.







La ternura existe si hay amor, y de ella el amor se nutre. Pero nunca el odio fue primero, sino el amor. Y amor es consuelo, pues por él empiezan las cosas y nunca por él terminan.-

miércoles, 18 de febrero de 2009

TRES SABIOS PARA UNA LECCIÓN.

































Tres sabios debatieron durante largo tiempo sobre la mejor forma de vida. 
El primero era un viajero apasionado, conocedor del mundo palmo a palmo. Otro, un estudioso erudito, alejado siempre del mundo exterior en su exilio elegido. Y el tercero, un maestro en las pasiones humanas, volcado en vivir intensamente todos los placeres disponibles hasta la extenuación.

Hablaron intensamente, con pasión, como nunca lo habían hecho antes, intentando convencer a los otros de las razones de su saber. Pero eran demasiadas las cosas que los separaban. Coincidían en el mismo punto pero no partían de él, y era inevitable que se cruzaran. Intentaron buscar un término medio, pero aquello les alejaba aún mas de sus posiciones, lo que no era compatible con sus modos de vida; y no pudieron ponerse de acuerdo. Decidieron entonces separarse y vivir cada cuál según su convencimiento. Y así lo hicieron a lo largo de sus días, guiados por la experiencia de lo vivido y la confianza del saber, más con la duda también de los otros, a quienes no convencieron de su método.


















Al final de su tiempo, cuando les llegó la muerte, ésa que está ahí siempre esperando y que se presenta sin avisar, los tres comprendieron que de sus cuerpos muertos quizás brotara vida nueva, y que ésta fuese tan importante y necesaria como habían sido las suyas.


El viajero decidió morir en el último lugar donde sus pies le dejaran, donando su cuerpo al mundo para que de él nutriera su vida. Su viaje final le llevó a la sabana africana, donde sirvió de pasto a los leones.

El estudioso erudito quiso que su cuerpo fuera enterrado en la abadía donde había vivido retirado; bajo el saúco del jardín que se abría tras la ventana de la celda en que había convertido su habitación.

Y el vividor optó por ser quemado en una ceremonia fastuosa, como había sido su vida, y que el fuego purificador transformara su materia en esencias que el humo llevaría al aire para que pudieran respirarlas quienes le amaron.


jueves, 12 de febrero de 2009

El adiestrador de mandriles.


-Si la vida no nos pertenece- dijeron las palabras -¿por qué sobre ella decidimos?¿Por qué, si la muerte se nos escapa, aún intentamos contenerla?¿Quien puede decidir sobre quien vive y quien no; como y cuando nacer y morir?- Y el sentir reveló:

-La vida realmente es un don, algo no ganado y por lo que nacemos. Por tanto no tenemos derecho sobre ella. Otra cosa es que tengamos capacidad de decisión; pero esto no altera la continuidad de la vida, sino la forma en que se muestre en adelante.











Si un hombre mata a otro lo consideramos homicidio, asesinato. Si alguien se mata a sí mismo lo llamamos suicidio. Al primero no reconocemos derecho, y para el segundo, la incomprensión al final se impone. No encontramos razones suficientes que justifiquen la actitud de ambos para anular la vida. Sin embargo, dudamos cuando una vida imprevista llama a nuestra puerta, decidiendo a veces no dejarla entrar. Y no dudamos en conservar la muerte - aunque sea en un frasco de cristal - con el pretexto de recuperar la vida, cuando en realidad ya la hemos perdido. Y si el paso del tiempo demuestra nuestro fracaso, queremos leyes que nos saquen airosos de nuestra decisión equivocada, responsabilizando a otros de nuestra incapacidad e indecisión final.

Podemos imponer instancias para nacer y sentencias para morir, pero nunca dependerán de nosotros la vida y la muerte, ya que de ellas resultamos.

Somos libres al decidir y cualquiera puede hacerlo, pues si nuestra vida somos capaces de negar, cuanto más la de otros. Pero la pregunta era otra; y no, no tenemos ningún derecho.







viernes, 6 de febrero de 2009

El adiestrador de mandriles.





Preguntaron las palabras al sentir por los vicios y por la virtud. Y el sentir reveló:

- No hay hombre sin vicio, ni hombre que lo sea si no domina el propio. La virtud radica en la contención y el control de los impulsos.
Los impulsos son perpetuados por las costumbres, que nos guían en el tiempo y que por el tiempo se deforman, convirtiéndose en vicios; respuestas a nuestros impulsos deformados por las costumbres. Estas nacen de la repetición y a ella se deben; mientras, los impulsos quedan supeditados- pues son espontáneos - siendo los vicios los que ocupan su lugar.






La contención de los impulsos evita caer en las costumbres dosificando la repetición a merced propia, de forma reflexiva en cada situación; sin envejecer al lado de la costumbre que al final por fuerza se degenera.



Poder contener los impulsos nos ha distinguido de cualquier especie animal, dominadas siempre por la fuerza de los instintos.