El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

miércoles, 29 de enero de 2020

RECONSTRUCCIÓN.








Salí del ensimismamiento de la relajación buscada y observé mi cuerpo encorvado sobre el asiento, frente a la ventana tapada por la cortina traslúcida. Me incorporé un momento para derrumbarme otra vez al poco tiempo, esta vez sobre mis codos, los cuales apoyé en las rodillas para contener con las manos el peso de la cabeza plomiza. Luego miré las piernas desde aquella perspectiva, habían adelgazado hasta el punto de parecerme infantiles, ridículas.
Me incorporé apoyando mis manos doloridas y deformadas - como el resto del cuerpo por la enfermedad incipiente del paso del tiempo -, y me pregunté sorprendido cómo después de lo experimentado en carnes propias me había dejado conducir hasta aquel estado de decadencia física.

Una voz apareció en mi pensamiento confuso:
-Recuerda: "Cuando la mente sufre el cuerpo pide auxilio."

Me había dejado llevar hasta el punto de olvidar la vieja metáfora del cuerpo y el alma, del templo y el espíritu que en él habita. Apostando otra vez lo que tenía, la salud, en la enésima batalla contra el mundo, contra mí mismo, contra el tiempo escaso.
Reconstruir los muros tras la batalla, la cubierta que protege al templo de la intemperie, sería el objetivo vital; sin tener en cuenta el tiempo y dejando descansar la mente abochornada; sabiendo que sin espíritu estable (en permanente conflicto) el templo se derrumba en su vacío; y que del templo abandonado el espíritu huye.
Recompondría mi cuerpo de nuevo, mi templo, que había resistido el asedio del mundo y los excesos de la entrega de mi alma en su lucha contra él.
    






























lunes, 6 de enero de 2020

LO QUE TODOS APRECIAN Y NINGUNO COMPRENDE.



























-Siempre he creído que la memoria es un valor imprescindible para la supervivencia del individuo, capacidad de la que he presumido como un necio. Jamás consideré que esa misma cualidad pudiera convertirse en auténtica esclavitud para el alma que intenta escapar de la insatisfacción del momento, que se refugia en la soledad buscando serenidad para obtener respuestas que apaguen el volcán de preguntas que la consume-. Dijeron las palabras.

Y el sentir reveló:

-La memoria nos conduce siempre al tiempo pasado, del que parte y al que se debe. Por eso no es bueno hacerla compañera de nuestra soledad. No se puede vivir demasiado tiempo en el recuerdo del pasado sin ser arrollados por la incomprensión propia y ajena.
La memoria sirve para conducirnos en el presente, no para vivir de nuevo o experimentar de forma diferente el pasado, intentando repetir aciertos, corregir errores. Los errores y los aciertos obtenidos de nuestra experimentación vital sólo pueden encauzarse en el presente sin exigir nada al futuro inmediato. De otro modo los recuerdos se convierten en un laberinto de sentimientos que conduce a la locura que todos aprecian y ninguno comprende.