El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Un hombre que amaba los animales. Cap. 46




La ofensiva sobre Valencia diseñada por el estado mayor del ejército nacional, se parecía demasiado a una jugada de ajedrez en la que se entrega la reina al adversario para llevar a su rey al jaque mate en la siguiente jugada. Tal vez no se trataba tanto de debilitar al ejército republicano en Levante como de hacer que se moviera, lo que luego sucedería, pero parecía una estrategia suicida para el ejército nacional, que entregaba fuerzas al enemigo en terreno difícil en su camino hacia Valencia. 
Quizás el empeño de Franco de presionar sobre aquella zona contra todo pronóstico no era el resultado de un capricho personal, sino de una estrategia ampliamente meditada. Los republicanos habían fallado en su táctica ofensiva, pero habían demostrado sobradamente su capacidad defensiva en la batalla por Madrid, y la fuerza y bravura de sus contraataques en Guadalajara. Franco estaba convencido de que ahora las mejores fuerzas republicanas se concentraban allí y que estaban dispuestas para afrontar cualquier embestida del ejército nacional. Pero, de igual modo, sabía que Valencia no recibiría ayuda como la obtuvo por su parte Madrid, que aún se mantenía asediada; y que tampoco Cataluña podría ayudarla, pues el cierre de la frontera francesa y la amenaza de los ejércitos nacionales en su territorio lo impedían. Era cuestión de tiempo - y el tiempo corría a su favor como los acontecimientos en Europa -  que la presión de su ejército hiciera mover pieza a los republicanos, y para ello insistiría en su posición aunque aquello significase perder hombres en el movimiento y regalar al enemigo una inyección de moral que revolvería sus intestinos haciéndolo saltar de su sitio.

Valencia era la ciudad mejor defendida de España. Disponía de un sistema defensivo que aprovechaba las ventajas que ofrecía el relieve de las sierras agrestes que la bordean por el norte y por el noroeste, para construir en profundidad una enmarañada red de trincheras, refugios excavados y blocaos, que contenían nidos de ametralladoras, piezas antiaéreas y de artillería, rodeadas de alambre de espino en alturas imposibles de asaltar por la infantería, o sobre desniveles donde no llegaban los tanques. Fortines de difícil localización desde el aire y que por su disposición hacían imposible su bombardeo selectivo sin producir serios daños colaterales. Era la llamada "Linea Matallana o XYZ, que partiendo de Nules, pueblo cercano a la costa entre Burriana y Moncofa, atravesaba zigzagueando las sierras del Maestrazgo hasta llegar a tierras de Cuenca, en Santa Cruz de Moya.



La primavera de aquel año jugó en contra de los hombres de Varela. Las fuertes lluvias que azotaron toda la sierra del Maestrazgo produjeron en ellos grandes penurias y enormes bajas cuando trataban de hacerse con el control de un terreno que se deshacía en sus botas, frente a rocas inexpugnables que vomitaban fuego y cañones y desfiladeros que se convertían en trampas mortales. El Ejército Popular en Levante, dirigido por el general Miaja y con el general Manuel Matallana al mando de las operaciones, se revolvía con la voluntad de un gigante arrollando cada embestida de las divisiones nacionales, las cuales avanzaban con enormes dificultades a pesar de la superioridad de su artillería, que batía constantemente las lineas republicanas sin conseguir quebrantar sus posiciones.
El cuerpo de ejército del Maestrazgo dirigido por García Valiño reforzó por el centro a las divisiones castellanas de Varela y a las navarras del general Solchaga, mientras Aranda dirigía sus ataques contra Castellón de la Plana. La capital cayó el día 14 de junio tras cruentos combates en los suburbios.  José llegaría con sus hombres al centro de la ciudad la tarde de ese mismo día.

- ¡Malditos hijos de puta! - Dejó escapar Vázquez -. Se marchan siempre dejando su huella. 

Lo decía por las represalias que, sobre prisioneros y militantes políticos de derechas, habían ejercido las fuerzas republicanas antes de su retirada, y con las que se habían ido encontrando mientras tomaban la ciudad.

- Es una constante en todas las guerras - replicó Sergio -. El odio se transforma en barbarie cuando no puede resarcirse y los muertos no ejercen acusaciones. Nadie quiere dejar tras de sí al enemigo que un día pueda reconocerlo y acusarlo por sus crímenes.

- ¡No me jodas, había que cortar los cojones a todos esos cabrones! - insistió Vázquez -.

- Que mal hablas para lo bien que vistes - intervino José -. Sergio tiene razón, las guerras son como son, ésa es su naturaleza. No distinguen entre civiles y militares, entre niños y viejos, entre solteras, casadas y viudas; todos pueden ser enemigos y todos corren y llevan el mismo peligro. Sobrevivir no es fácil; no se trata de parte de quien estés, sino de dónde te encuentres en el momento decisivo.

- El abuso de poder genera odio en todas las épocas - continuó Sergio -, y en tiempos de guerra quienes mandan abusan de aquellos que de algún modo los manejaron a ellos antes; y ese abuso llega a ser denigrante y criminal hasta tal punto, que cuando ven todo perdido tratan de cubrir sus espaldas haciendo desaparecer a quien conoce los hechos.

- Pero no te preocupes Vázquez - prosiguió José -, la guerra no dejará impune sus crímenes y atropellos en la memoria de las nuevas generaciones, porque aquellos que vienen detrás tendrán que luchar para sobrevivir sin padre, sin madre y sin hermanos, por el único valor diario que aporten sus manos inexpertas; porque todo tendrán que aprenderlo y por ello deberán pagar mientras consuman sus vidas ajetreadas.

- Me da igual, pero yo les cortaría los "güevos" a todos si estuvieran en mis manos; no dejaría uno -insistió Vázquez-.
- Estoy seguro de que sí  - dijo José -, y de que ellos piensan y harían lo mismo con nosotros.



- Sí, ya lo se; ya se que ellos manejan mejor la propaganda que nosotros - afirmó Vázquez -. La nuestra es una propaganda indefinida y rancia, que conjuga valores exclusivamente españoles aunque se empeñen en identificarnos con los fascistas italianos, o con esos orgullosos y prepotentes alemanes de Hitler. Ya se que la suya es una propaganda más internacional, que no distingue entre nacionalidades, que trasciende más allá de cualquier frontera abanderando la lucha de clases hasta conseguir una clase social única. Sus objetivos son claros y están bien definidos y su tendencia es extenderse, crecer cada vez más hasta dominar el último rincón. ¿Pero acaso sus postulados no han partido de una misma base ideológica?¿No llevan incluso su mismo nombre todavía los principales partidos europeos, aún siendo tan antagónicos? ¿No persiguen todos un modelo de sociedad única, universal y sobre todo atea, regida por un partido único que organizará la sociedad bajo la consigna de: con el hombre, por el hombre y para el hombre. Nada por encima del hombre? ¿Es que acaso controlaremos nuestro destino, nuestras enfermedades, nuestras ambiciones y deseos? Por encima del hombre existen otras fuerzas y tenemos la obligación de reconocerlas y aceptarlas.

- Creo que te estás poniendo demasiado trascendente camarada - continuó José cuando terminó -. Las cosas son más sencillas, más espontáneas de lo que a veces parecen; nosotros sólo nos encontramos con ellas, en la gran mayoría de los casos no las buscamos. Hemos visto ya bastante como para dejarnos sorprender ahora. Esos hombres que has encontrado tiroteados en el camarote del barco cumplieron tal vez su destino, que está como dices por encima de los deseos humanos; y quienes les han dado muerte cumplirán también el suyo forjando a su vez otros.

-¿Nunca antes habíais visto una cárcel flotante? - preguntó Sergio -. Yo he visto unas cuantas, no son agradables, pero para mí será difícil de olvidar el cuadro del camarote de enfermería,  me siento también impresionado.



- No somos superhombres - advirtió José, que trataba de llevar a otro punto la conversación - y son cosas que un hombre corriente sólo puede llegar a ver una vez en su vida, por lo que nunca pagaría. Viene bien que hablemos estas cosas entre nosotros, es la manera de ahuyentar nuestros miedos. Ningún ser humano nace sin estar preparado para lo que ha de soportar, pero a veces ese trance consigue doblegar su voluntad y anular su instinto. Debemos hacernos inmunes primero al dolor de los demás para poder sobrevivir al nuestro. Todos tenemos un límite respecto a los demás, y ese límite es el de la propia supervivencia; habremos de asegurar la nuestra antes de intentar garantizar la de otros.

- Nadie contaba con que allí hubiera alguien vivo, y menos ese puto rojo asesino... - advirtió Vázquez -.

- Si no tenemos cuidado - dijo José -, y damos por controlados todos los factores antes de haber acabado nuestra acción, podemos tener sorpresas fatales. Formamos un buen equipo y espero que sólo el final de la guerra nos separe; y que sea para regresar al fin salvos con los nuestros.

La escena en el enorme camarote de enfermería del barco, que ejercía de prisión amarrado al muelle en el puerto y del  cual ellos habían tomado control, resultó especialmente dura y tardaría en alejarse de sus memorias. El ambiente cargado y la luz mortecina, sucia y amarillenta; los  cuerpos ensangrentados de los enfermos acribillados a balazos en sus camas, rematados otros en el suelo en medio de un gran charco oscuro que parecía surgir de las paredes salpicadas de sangre, habían centrado demasiado tiempo la atención de Sergio y Vázquez, que podían haber muerto en ese instante de no ser porque el arma de quien esperaba oculto en las sombras se encasquilló dos veces, lo que les dio tiempo para reaccionar. Después comprobaron como otros muchos camarotes individuales de presos contenían cuerpos fusilados, ahorcados algunos. Parecían suicidios inducidos por el temor de ser muertos a manos de sus verdugos, pues tenían las manos libres y mantenían las cabezas descubiertas. Contaron más de cincuenta presos muertos, entre militares y civiles.




- No está resultando como esperábamos después de lo de Teruel - observó Sergio -. Se defienden con uñas y dientes y están bien organizados. En esta ofensiva estamos perdiendo demasiados hombres.
- Era de esperar Sergio, pero el testarudo gallego no quiere molestar a nuestros vecinos franceses. ¡Cómo si aquí no pasara nada! - puntualizó Vázquez-. Mucho me temo que lo de Valencia va a ser peliagudo.

- No temas Vázquez, no será peor que Teruel - intervino José -. Aunque cualquier tontería puede hacer que no lleguemos al final de nuestro viaje. Y después, todo habrá sido inútil para nosotros.

- Deja de reprochármelo de una vez joder - reaccionó airado Vázquez -. Me dejé llevar, no me esperaba nada parecido y la sensación nubló el resto de mis percepciones. No volverá a pasar.

José echó una mirada a Sergio mientras Vázquez se volvía airado.



- Bueno vale - le dijo José - pero recuerda: podía haberos cogido a los dos si no estoy por detrás para evitarlo. Debemos estar pendientes cada uno de los otros, todo el tiempo, sin bajar la guardia. Lo sabes Vázquez, formamos un equipo.

- De acuerdo, de acuerdo, no volverá a pasar...

- No, no sucederá más - afirmó Sergio - yo también tuve la culpa.

- Vázquez responde por ti, es superior en el rango. De él depende tu seguridad - se afirmó José, que acto seguido cambió de tema -. Y como os iba diciendo, en Valencia no será peor que en Teruel porque entre otras razones no estaremos allí.

- ¿Cómo? - preguntó sorprendido Vázquez - ¡Al fin buenas noticias!

- No se si serán buenas o malas. De momento nos quedamos aquí.

Y así fue hasta el día 25 de Julio, cuando Valencia dejó de sufrir los ataques de las divisiones nacionales que la acosaban desde el día cinco sin haber logrado quebrantar su magnífica línea defensiva. Valencia se salvaría por ello y por la voluntad de las fuerzas republicanas que combatieron y que demostraron un arrojo y un valor inigualables. Las divisiones de Durán, Romero, Francisco Ciutat, Leopoldo Menéndez, Ernesto Güemes, Joaquín Vidal y Juan Ibarrola Orueta, contuvieron las feroces embestidas del ejército nacional produciendo veinte mil bajas en sus filas.
Pero esa misma noche, el Ejercito Popular Republicano  reorganizado por Vicente Rojo en Cataluña tras su retirada de la campaña en Aragón, y convertido ahora en el Ejército del Ebro, cruzaría el río en barcazas y pontones construidos para tal fin, con el objetivo de ocupar la franja que mantenía separado el territorio republicano. La operación resultaba un desafío, pues la intención suponía no tener que volver sobre sus pasos, cruzar el Ebro de nuevo significaría que la guerra se habría perdido. 
Pero contra todo pronóstico, demostrando una audacia extraordinaria, el ejército republicano a las órdenes de Juan Guilloto León (Modesto) cruzó el río Ebro con dos cuerpos de ejército a cargo de Manuel Tagüeña y Enrique Líster, quienes pasarían con sus divisiones apoyadas por doscientas piezas de artillería y más de cien tanques y otros vehículos blindados. Otros doscientos aviones, la mayoría de reciente adquisición y procedentes de Rusia, apoyarían por el aire la ofensiva republicana.



El ejército del Ebro era el resultado de la reorganización de las fuerzas republicanas que se habían salvado de la quema en Teruel. Las más bregadas, las más profesionales del EPR, pero que debido a su confinamiento en tierras catalanas tras la ofensiva nacionalista en Aragón, debieron nutrirse de jóvenes catalanes inexpertos, la llamada"quinta del biberón" o reemplazo de 1941, que suponía un lastre necesario, una desigualdad en la calidad de fuerzas que jugó un papel importante en el posterior desarrollo de la batalla.









viernes, 2 de septiembre de 2011

Un hombre que amaba los animales. Cap. 45



-Vamos brigada - le dijo José -, no pretenderá decirme que la encontró en el suelo -. Y le enseñó la placa de oro que Vázquez le había dejado para la ocasión.

-La gané en otra partida - respondió - y no me preocupé de donde venía. Hay cosas que es mejor no preguntar.

-Contaba conque me respondería así, pero espero ahora que me diga donde la ganó y a quien.

-Eso no le importa capitán.

-Puede que me importe lo mismo que a usted brigada; puede que más o puede que menos, pero no me iré sin estar seguro de cómo y cuándo llegó a sus manos.

-Creo capitán que está sobrepasándose. No tengo porqué darle explicaciones.

-Claro que no, pero pienso obtenerlas de todos modos. Alguien ha matado por ello y ha hecho matar a otros para ocultar un crimen, y espero que usted no esté implicado. Esto hace ya un tiempo que se conoce fuera de nuestro ámbito, brigada, y alguien más que yo sigue la misma pista. Es posible que esta maldita guerra entoñe muchas cosas, pero esto saldrá más tarde o más temprano a la luz y nadie que esté involucrado podrá escapar. Sólo quiero saber la verdad.

-Mire capitán, como le dije antes fue el resultado de otra noche de juego. Se la gané a un oficial de Falange después de lo de Teruel. Sólo puedo decirle eso, no se nada más del asunto. Era un capitán y pertenecía a la 1ª Bandera de Castilla, creo. Coincidimos en Alcañiz tras la liberación de la plaza.
-¿Lo ha visto de nuevo desde entonces? ¿Sabe donde destinaron a su compañía? - insistió José.

-Ya le dije que no se nada más; y si lo supiera , ¿por qué piensa usted que le diría algo?

-No, no me diría nada brigada, pero para entonces ya habría hallado la verdad en su mirada.

-¿Y cree usted que ha encontrado la respuesta?
-Sólo en parte... - Y aquel sólo retumbó rotundo y decisivo en el silencio de su cabeza, pues sólo dos hombres sabían (él y el Fortu) que no había más traidores, que no había más culpables. 

-Pero para mí es suficiente - continuó José -; aunque no lo crea, brigada, me ha dicho mucho más de lo que podía esperar, y por ello doy gracias a Dios primero y luego a usted por no estar involucrado, de otro modo tal vez hubiera tenido que matarlo.

-Me resulta gracioso capitán, además de un tanto molesto - le dijo el legionario - que se haya presentado aquí en plan justiciero y matón sin atender otras consideraciones, pero no dejo de reconocer su arrojo y valentía, pues no creo que pensara que soy de los que se achantan ante la voz de otro oficial y que se dejan sorprender fácilmente a pesar de la hombría que aparentan. Ahora, óigame una cosa: le conocí la otra noche, no le había olvidado capitán; puede que sea un hombre preocupado y celoso por lo suyo, de los suyos, pero creo que por encima de todo ello hay algo que lo rebasa, algo que le resulta muy difícil controlar y que puede ponerlo en peligro; a usted el primero y después a otros que no tengan nada que ver; y creo que lo que acabo de decirle no es desconocido para usted, lo que resulta aún más peligroso. Debería preocuparse sólo de sobrevivir, de usted depende un buen número de hombres, y de no enfrentarse a cada momento con la muerte como creo que lo hace; este encuentro no me sugiere otra cosa. Ahora capitán le pido que abandone mi tienda, no hace falta que se disculpe, he palpado su dolor y le compadezco. Su carácter parece ser de buena madera y no dudo de que es un hombre de honor, pero no podría asegurar que su camino no se torcerá de pronto. Yo no tendré en cuenta su ofensa, capitán, y lucharé con arrojo a su lado si llega el caso, pero ahora debe irse.



José salió de la tienda sin decir nada. Ahora le parecía que la corpulencia y el aspecto bravo de aquel legionario se correspondían perfectamente con el temperamento templado y experimentado de los hombres que nada tienen que  demostrar ni que ocultar. Vázquez no iba a encontrar problema alguno para cobrarse su deuda, pues aquel era un tipo que no faltaba a su palabra.

Levantó su vista de la arena tras recomponerse la gorra y la guerrera, y con su vara de caña bajo el sobaco y Berta a su lado fue caminando entre el interminable destacamento de tropas que se extendía a lo largo de la costa y junto a la playa.
José presentía que aquella ofensiva sobre Valencia era inminente después de que Franco pasara revista a las tropas el día anterior, pero en su cabeza no bullía otra idea que no fuera conocer el destino de su paisano, algo que había retornado a su espíritu desde la noche de la partida de cartas de Vázquez.
Se detuvo por un momento mirando el panorama a su alrededor, mientras sacaba de su bolso la pipa de espuma de mar con la que Vázquez había obsequiado su amistad, y que comenzó a cargar con tabaco en la petaca.
Miró hacia el mar a la par que encendía la pipa lentamente, dejando escapar la nube de humo dulzón entre sus dientes y por la nariz para respirar después el aire húmedo y fresco proveniente de la masa de agua. Nunca antes el tabaco produjo en él un deleite tan grande. Los sentidos del gusto y el olfato habían sido colmados en aquellas primeras bocanadas de humo, donde los sabores dulces y terrosos, suavemente amargos, se mezclaban en su boca y salían por la nariz convertidos en aromas exóticos, algo picantes, que eran depurados por las sales marinas que contenía el aire.
No se trataba de aspirar el humo y llevarlo hasta lo más profundo de los bronquios para calmar la ansiedad que un estómago parado y un diafragma contraído propician, no; era un ejercicio de respiración, de relajación total que permitía participar del momento sin ninguna otra distracción, acomodándose al ritmo natural de las cosas.
  



Meditó entonces sobre las últimas palabras que le dirigiera el legionario y convino en que estaban cargadas de razón. Si continuaba con aquella obsesión, que a nadie más que a él parecía importar, puede que aquello le acarreara graves consecuencias y entonces sólo él sería el responsable de lo que a partir de ese momento sucediese.
Se concentró en temas más domésticos y comenzó a pensar en sus hombres y en como devendrían los acontecimientos. Se sentía un tanto preocupado por la ofensiva que de forma inminente se produciría. Todo parecía demasiado sencillo, demasiado fácil para ser real. A pesar de la retirada republicana en Aragón presentía que el final de la guerra tardaría aún en llegar y que su camino sería duro, sacrificado y penoso. La República no iba a vender su piel a cualquier precio, quienes la defendían lucharían hasta el final con bravura.

Al llegar al destacamento del regimiento donde descansaba su compañía, se encontró como siempre a Sergio esperando para darle nuevas. Éste, después de saludarlo, le entregó las órdenes llegadas en el tiempo de su ausencia. Todo estaba decidido: cuatro cuerpos de ejército partirían rumbo a Valencia. El de Castilla al mando de Varela, que iniciaría el ataque abriéndose paso a través de las sierras del Maestrazgo; el de Navarra de José Solchaga, el de Galicia de Aranda (donde se encontraban encuadrados los de José), y el recién creado Cuerpo de Ejército del Maestrazgo, a cargo de García Valiño. Intervendrían también el Cuerpo de Tropas Voluntarias del ejército Italiano, además de fuerzas aéreas de la Aviación Legionaria y de la Legión Cóndor.
Al tiempo que leía el informe general de operaciones y las órdenes concretas que afectaban a su compañía, llegó un correo que le dejó una carta, era de Micaela. José abandonó la primera lectura para abrir el sobre que contenía la carta:

Hola José, querido:

Espero que mi carta te llegue en el momento más propicio. Después del tiempo pasado sin saber nada de ti, tan siquiera si vives o has muerto, nada más me queda la esperanza de que ésta que lees, no retorne si no es por ti a mis manos.
Por aquí todo está más tranquilo, parece que los peores momentos han pasado ya, aunque el temor y el miedo no nos han abandonado. Hay demasiados desaparecidos, demasiados muertos, demasiadas familias afectadas; con padres, hijos y hermanos luchando en los frentes.  Quiero decirte que los nuestros están bien y creo tener buenas razones para pensar que mi primo también lo está, aunque de momento no sea libre. Pero supongo que cuando esto pase de una vez, nos veremos todos de nuevo como si nada hubiera ocurrido; al menos es lo que deseo con toda mi alma.
Estoy un poco enfadada contigo por el olvido que me muestras, y deseo tenerte cerca para decírtelo a la cara. No te imaginas como me duele que no me tengas en cuenta y que siempre estés encerrado en esa estúpida guerra que está acabando con todo lo bueno que tenemos. Yo no puedo apartarte de mi memoria, a cada momento te recuerdo; y sí, estoy preocupada por ti. ¡Pero como no voy a estarlo, si soy una boba que después de tu frialdad todavía estoy enamorada! (José dibujó en su boca una sonrisa inconfundible, que era ya una mueca, una firma en su rostro que no dejaba a nadie indiferente.)
Quiero que me escribas pronto, que me digas por qué no has podido venir de permiso y por qué no has escrito antes; y si te dignas... cuales son tus planes, nos tienes a todos en ascuas.
Te mando también recuerdos de Daniel, "quien me dijo te dijera", que no te preocupes por nada que no sea sobrevivir para regresar. Que no te olvides que hay una ley:
"A tu tierra, Grulla, aunque sea con una pata menos" . 
(José rió de nuevo, esta vez dejando escapar un sonido espontáneo e inocente por la forma de expresarse de Micaela.)
No voy a aburrirte con nuestras cosas de por aquí, que seguro que no serán peores que las vuestras, aunque supongo que vosotros no sufriréis las escaseces que cada vez son más grandes aquí, escaseces de casi todo que nos están obligando a vivir y a ser de otro modo; nunca antes había costado tanto llevar un pan a la mesa. 
Y el problema es que dinero no hay, todo está siendo racionado y controlado. Va a ser un año fatal.
Bueno, como te decía, te lo repito ahora: haz el favor de escribir, todos estamos preocupados; tus padres como es lógico, los amigos que dejaste y yo, naturalmente. Pero no te preocupes, de mi no te escaparás.

Muchos besos y siempre tuya,

Micaela.

Después de leer la carta se sintió reconfortado plenamente, y lamentando el tiempo perdido sin tener comunicación con su amor, ansió el momento de poder estar a solas con Berta para poder escribir a Micaela. Pensaba que no podía haber sido más iluso, desperdiciando toda su atención en un juego tan peligroso como la misma guerra.

-Sergio, tenemos que levantar el culo. Es necesario estar preparados para la movilización, que puede ser ordenada en cualquier  momento - le dijo José -. Ocúpate en ayudar a Vázquez a reorganizar la compañía. Que todos tengan preparado su equipo. No permitáis deficiencias en el avituallamiento de víveres y munición. Mantened ocupados a los hombres el mayor tiempo posible, los quiero bien despiertos y preparados para el próximo combate; mas dejadles también que descansen, se lo tienen merecido. Haber llegado hasta aquí desde tan lejos es todo un mérito.



Y era cierto. Muchos de aquellos hombres habían sido transportados desde el norte de África a principios de la guerra, en el verano de 1936. Fueron dejando atrás Sevilla, Badajoz, Toledo, y combatieron por Madrid en Guadalajara y Brunete, perdiendo allí su sangre como lo hicieran luego en Belchite y Teruel; con la misma bravura, con igual sacrificio que quienes lo hacían por su tierra, por sus hermanos. Verdaderos soldados, que a esa altura de la guerra eran temidos por sus enemigos republicanos y odiados por sus compañeros españoles, pero a quienes sus mandos admiraban y respetaban por la entrega que derrochaban en la lucha. 
José estaba orgulloso de sus hombres, curtidos en tantas campañas, con gran capacidad de sufrimiento y una obediencia ciega. No necesitaba más para sentirse seguro en los peores momentos del combate, pues sabía que a sus órdenes responderían fielmente hasta la muerte.

Se sintió bien, como no sabía desde cuándo por última vez; quizás en aquella ocasión en la que se vio al borde del precipicio junto a "Lustroso", el precioso y loco caballo árabe que no volvería a montar.