El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

domingo, 26 de junio de 2016

SÓLO UNA PREGUNTA.





Levantó la mirada y quedó pensativo. Hasta aquel momento no había reparado en lo que significaba tener un mundo en sus manos. Miles y miles de seres dependían de sus decisiones para vivir y para morir. 
Nada especial lo había conducido hasta aquella posición, sólo el destino, que le obligaba a ejercer su papel de forma implacable. De él dependía la continuidad de aquel universo y no cabía mostrar piedad o remordimiento, el plan necesario exigía la muerte de unos pocos para la supervivencia del resto. Él era el brazo ejecutor y la mano portadora de vida, tarea arduo difícil de asumir si no se consideraba la muerte como un hecho necesario, indispensable para el ciclo vital. 
Por ello no perdonaba a los que quedaban rezagados, a los débiles y enfermos que no cumplían en el tiempo con las expectativas deseadas, programadas. A los que, por cualquier razón, resultaban distintos. La uniformidad era norma de garantía para la supervivencia de la colectividad.
Todo diseñado, encauzado en leyes de estricto cumplimiento que nada dejaban a la suerte del libre albedrío, precursor de la catástrofe. Precisamente era la falta de libertad, de ilimitado movimiento, lo que aseguraba la vida de tantos seres, que por ser la única que conocían creían amarla, lo que les impedía revelarse contra la arbitrariedad de quien decidía por ellos.

Pensó en la crueldad del sistema, que hacía posible que otros como él mantuvieran su estatus, su existencia privilegiada; que, comparada con la de aquellos a quienes asistía, pudiera parecer que se aproximaba a la idea de un dios todo poderoso, dueño y señor de los destinos.
Mas, él también estaba sujeto a normas y condiciones a las que debía su existencia. Por eso su hacer, por eso el compromiso inquebrantable, que a pesar de su fe en otros mundos posibles mantenía unido el suyo al destino de aquellos seres.  La razón había ganado a la moral en la batalla por la supervivencia, en una cadena de vida y muerte sin fin para perpetuarse.

Despachó las tareas que le quedaban y se dispuso a marcharse, pero antes de cerrar la puerta tras de sí examinó de nuevo todos los sistemas para comprobar que los mecanismos funcionaban con normalidad. La temperatura y la humedad se mantenían en los niveles programados, la ventilación era la adecuada. Todo dentro de la normalidad que se pretendía. Sería una buena crianza.

Miró a su alrededor y sin éxito intentó ver algo que el ser humano no hubiese transformado. 
El horizonte contenía un universo de pequeños mundos artificiales a la medida de sus necesidades. Se preguntó entonces quien controlaba a su género, cuál la razón de su existencia.
Echó el candado y comenzó a caminar sin hacerse más preguntas.