El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

jueves, 28 de septiembre de 2017

PERDER EL MUNDO.






-Tus ojos sufren cansancio y han perdido el brillo de la ilusión que siempre han mostrado. En su mirada se refleja impotente el dolor de la amargura que sufre tu alma. ¿Qué preocupa tanto a tu mente que ha secuestrado su entendimiento y mantiene cautiva la fe de tu sentir?

-Estoy hastiado de vencer tras cosechar primero derrotas. De perder para ganar, pues tampoco la victoria de mi voluntad, despojada de armonía por la violencia del enfrentamiento constante, consigue la serenidad que pretende. Y la paz ansiada resulta pequeña, apenas significante para el esfuerzo por ella derrochado. 

-¿Cómo puede un hombre obtener paz mientras lucha? La paz se obtiene en la calma, en ella descansa la armonía que permite la serenidad, puerta de la felicidad buscada.
Pero la guerra que dices librar, acaso no sea contra el mundo sino contra ti mismo, y por ello cada victoria que crees conseguir se convierte en una nueva derrota. Quizás piensas que el mundo no comprende tu forma de mostrarte y de actuar y por eso libras cruenta lucha contra él, pero no corresponde al mundo comprenderte, sino a ti.
Ganar a tu oponente no significa derrotarlo, sino persuadirlo para tu causa. Nada de aquello que destruimos podemos recuperar después, como la amistad que por un tiempo disfrutamos. Todo lo que logramos imponer en la creencia de que hacemos lo correcto sólo satisface por un instante a nuestro ego insaciable, que pronto se vuelve en contra de nuestros intereses causándonos dolor e infelicidad. No podemos imponer al mundo nuestras reglas sin sentir su rigor.
Sólo desde la salud que vence al dolor podemos partir en busca de la felicidad. Cuando entregamos nuestra vida a la confrontación rompemos la armonía de nuestro interior con el mundo, y el coste de cada batalla se mide en bajas de salud; salud que poco a poco se aleja dejando sitio al dolor; dolor que un día vencerá a nuestra voluntad de ser felices para ponernos a disposición de la muerte. Entonces sí, entonces perderemos al fin la última batalla y la lucha que mantenemos dejará de tener sentido. Entonces habremos perdido el mundo que quisimos ganar.