No se había despedido, estaba segura de que la comprendería. Había tomado el último tren y el suyo era un viaje sin retorno. Su salud decrépita iba en aquel tren, a caballo sobre la enfermedad galopante. Él fue su refugio en los últimos años, le había elegido para que diera claridad a su soledad pues había encontrado luz en sus palabras, luz que necesitaba para luchar contra el tiempo que corría veloz en su contra.
No, no se había despedido, llevaba haciéndolo mucho tiempo, casi un año desde que le pidiera comunicarse por teléfono a través de wasap; su internamiento permanente en el hospital la había apartado de las redes sociales.
Se habían conocido unos años atrás, a través de facebook, y desde el primer momento intimaron como amigos, quizás sin que ninguno de los dos llegaran a imaginar cómo el tiempo les uniría en una relación tan especial.
-Siempre estaré ahí, cada mañana hasta que salgas del hospital. Te lo prometo.
-No será un día ni dos, cariño. Ya llevo seis meses aquí dentro y me temo que va para largo.
-El tiempo es como queramos mirarlo. No se me hará largo a tu lado. Sé que lo conseguirás y eso compensará mi compromiso, no te preocupes.
-Que bueno eres, me alegra saber que siempre estás ahí.
-No es nada. Somos buenos amigos, ¿no?
-Me gustaría conocerte en persona. Se que no has podido venir a verme.
-Hay tiempo para todo y estoy seguro de que un día podremos darnos un abrazo.
-No así, amigo. No estoy para recibir a nadie. De cuatro días, tres estoy mal y uno medio bien. Cada vez me siento más agotada, apenas me reconozco en el espejo.
-Bueno, pero eso no impedirá que te sobrepongas, siempre lo has hecho, eres una mujer muy fuerte. No se que hubiera hecho yo, que nunca me faltó salud, en tu lugar. Estaré a tu lado, la distancia física no podrá separar nuestro sentimiento.
-Tengo que dejarte, campeón. Las enfermeras no tardarán en venir para llevarme a rehabilitación. Un beso fuerte y disfruta del día.
-Igualmente, amiga. Hasta mañana.
Se emocionaba cuando él le decía aquellas cosas y tenía que dejar el teléfono. Había tardado en sincerarse con él sobre su dolencia, sólo después de mucho tiempo de relación por la red pudo confesarle que padecía una enfermedad degenerativa que obstruía sus arterias atentando constantemente contra su corazón, cada vez más debilitado. Una enfermedad cruel y dolorosa que había mermado su físico y minado su intimidad y su vida privada, reducidas quizás a la compasión y al deber humanitario de quienes compartían su vida más íntima. Él fue posiblemente el único ser que mantuvo viva su dignidad, algo que con el paso de los años, con la progresión de la enfermedad, le negó la vida real al lado de los suyos. Aquella realidad virtual, una relación no menos real por ello, hizo que abriera su corazón como nunca lo había hecho antes con un desconocido. Su carácter fuerte, rebelde e independiente, doblegado por el mal se convirtió en insoportable para quienes la amaban y estaban a su lado, aunque con él se mostrara dulce y discreto. Sólo aquel día en el que confesó su desesperanza, su debilidad ante el dolor, él pudo comprender su verdadero estado, su enorme necesidad de consuelo. Admitió que había perdido los papeles con la doctora que la atendía recriminándole que le negara la morfina para sus dolores. Que había tirado descorazonada la toalla, pues aunque no era la primera vez que la enfermedad la vencía, nunca antes se había llevado su esperanza. Que sentía como si todo aquel tiempo se hubiera estado engañando, que se encontraba hundida en el infierno que suponía la espera de lo peor.
Fue entonces cuando el apoyo incondicional de él se hizo fundamental para sobrellevar el último estadio de su enfermedad. En sus palabras encontraba siempre comprensión sincera, sin artificios innecesarios, sin lástima, y un pilar fuerte donde amarrar el aliento de su esperanza maltrecha, casi inexistente. Los dos eran personas adultas que habían vivido lo suficiente para saber como limita el dolor a los seres haciéndolos pequeños y e indefensos ante su acoso.
-Buenos días Princesa. Despierta, perezosa, el sol ya escala el cielo. Venga, los perros regresan babeantes del paseo.
-Buenos días campeón. Disfruta del paseo. Por aquí también hace un día muy bueno. Pronto empezará a hacer calor, pero a mí el calor no me molesta. Tenía ganas de que pasará el mal tiempo, he pasado mucho frío este invierno.
-¿Y cómo estás hoy?
-Bien, parece que me acompañan las fuerzas. Ayer tuve un día desastroso.
-¿Ves? Cada día es distinto. Siempre debemos confiar en lo bueno que nos trae cada mañana. Aunque sólo sea un instante compensará nuestro sufrimiento y nos dará fuerza para recomponernos. Los malos ratos también pasan y todo vuelve a empezar. Venga, pasa un buen día, estoy llegando a casa y estos quieren beber. Un beso fuerte.
-Soy más fuerte que los dolores, ya lo sabes, si no aquí ya no estaría. Gracias campeón, que tengas un gran día.
Y así, de la mañana a la noche en el momento más oportuno que encontraban, día tras día durante ocho meses hasta que ella se fue, se mantuvieron en contacto directo por medio de sus comunicaciones de wasap. Ella nunca quiso hablar por el auricular a pesar de que él lo intentara en repetidas ocasiones. Una vez le mandó un mensaje de voz para que ella la reconociera, pero nunca respondió. Su relación era puramente epistolar y breve, sólo ceñida a la actividad diaria. Sólo pretendía sentir que aún importaba a alguien más, que su mermada y dolorosa vida tenía sentido aunque sólo fuera por aquella amistad limitada en el tiempo y el espacio, un tiempo que se agotaba sin dejar posibilidad de nada más, y un espacio inabarcable que los separaba físicamente y que impedía otro contacto. Nunca podrían mirarse a los ojos y darse un abrazo. Los recuerdos serían fotografías a pie de post en facebook.
Durante todo aquel tiempo ella había estado ausente varias veces debido a las crisis de su enfermedad, pero siempre le echaba la culpa a su tarifa telefónica para no alarmarle. Contestaba en cuanto podía a sus mensajes, le preocupaba que él lo estuviera por ella. Y por fin llegó la ausencia definitiva. El día anterior habían intercambiado los que serían sus últimos wasaps, donde sólo hablaron del tórrido día que había amanecido. Él quedó profundamente afectado cuando se enteró de su muerte por un comentario de otro amigo en facebook. De sus ojos brotaron grandes lágrimas. Eran la primeras y serían las últimas que por ella vertiera, pero fueron sinceras como lo había sido su compromiso. Tomó el teléfono y en su wasap escribió sus condolencias a quien fuera compañero de su amiga en los últimos años, a quien sólo conocía por las referencias que ella le había dado y con quien jamás guardó relación. Luego salió con los perros para dar el paseo diario. Mientras caminaba rezó una oración en su recuerdo, dejando que sus pulmones compungidos tomaran el aire fresco del nuevo día, aire que necesitaba para contener su emoción.