Preguntaron las palabras al sentir por la riqueza y la pobreza, por la soberbia y la humildad del ser. Y el sentir se reveló:
-Se equivoca quien afirma que la riqueza reside en la acumulación y posesión de bienes materiales. La verdadera riqueza se encuentra en el interior de cada ser y es un valor único y necesario que nace para ser compartido. Crece en la medida que así lo posibilita con otros, pues en ello encuentra su mayor satisfacción.
El afán de posesión de valores materiales surge de la inseguridad del ser por los propios, los cuales trata de suplir con otros. De este modo no comparte, sino que acumula, no hallando nunca la satisfacción deseada; como un niño que juega solo, rodeado por juguetes inmóviles que en vano esperan su turno para ser animados. La auténtica riqueza se contiene en la felicidad que proporciona compartirla.
Hay quien nace en la abundancia de bienes materiales y sin embargo es pobre, pues no ha aprendido a compartir los innatos y su alma siempre es presa de la soledad. Los hay que nacen en la escasez y sacan fuerzas de flaqueza para compartir lo único que tienen, su ser. Son seres que no conocen soledad, que son ricos en felicidad porque comparten de muchos sus valores, riqueza de la que disponen en cada momento.
La humildad del ser camina de la mano del reconocimiento de los valores propios y de la admiración y el respeto de todos aquellos que le faltan, que precisa compartir de otros para hacer posible su existencia.
La humildad está reñida con la pobreza del ser que se aferra a sí mismo creyéndose más importante, y que se niega a compartir despreciando a los demás. En su alma crece vigorosa la soberbia, que un día acabará con todas sus pretensiones para sumirle en la más absoluta de las amarguras.