Levantó la cabeza de la tarea en la que estaba ocupado para mirarle, y tras dar una vuelta más de tenaza y apretar el alambre hasta cortarlo, le preguntó:
-Entonces, ¿de verdad crees como estos en la reencarnación?
Se refería a dos operarios de origen subsahariano y piel negra como el betún, que colocaban los dispositivos de seguridad y protección en el perímetro de la obra y en todo el espacio donde se desarrollaba el trabajo. En ese momento colocaban redes anticaídas en los huecos de la planta hormigonada el día anterior, en la que se encontraba él amarrando armazones de hierro para encofrar los pilares de la planta siguiente. Eran musulmanes, y la conversación que había iniciado con ellos estaba relacionada con la importancia de su labor, que se suponía era imprescindible para evitar accidentes. Uno de ellos había contestado a la demanda que les había formulado para que protegieran el espacio donde trabajaba, diciéndole que no se preocupara, que si era creyente - lo que no sucedía en su caso -, y moría al precipitarse por algún hueco, se reencarnaría para vivir eternamente en el paraíso.
Sugestionado por la pregunta del compañero, se paró un momento sin dejar de mirar el brazo de la torre-grúa con la que operaba en obra. Que rasgaba sin cesar el cielo de la ciudad en su movimiento circular, transportando armazones de hierro que rápidamente eran injertados en la estructura del edificio en construcción.
-Creo en la eternidad. En el movimiento que facilita las transformaciones necesarias para que no existan principio ni final definitivos, sino cambios. Sólo permanentes cambios de sitio, de forma, de estado.
Afirmó mientras se volvía para mirarle tras sus gafas oscuras, que como su barba blanca, imperfectamente recortada, y el casco de protección individual que venía grande a su cabeza, parecían parte de un disfraz que ocultaba su rostro excesivamente delgado.
-¿Te parece poco el movimiento que tenemos aquí? - Replicó el otro -. Pues yo lo pararía ahora mismo si pudiera. Hace un calor asfixiante, y eso que aún no es mediodía. Me iría a tomar unas cervezas bien frescas.
Y levantando el lomo del tajo hasta echar para atrás su cuerpo grande y joven, fornido por décadas de duro trabajo en el oficio de encofrador, ensanchó su amplia sonrisa, casi permanente en su rostro afable. Una sonrisa que se convertía en mueca cómica cuando la acentuaba y dejaba que permaneciera en su cara unos instantes. Era como si pidiera aceptación por no estar seguro de su gracia, y aquello la hacía contagiosa en la mayoría de los casos.
-Precisamente, ya ves - le contestó entre sonrisas de complicidad -. Nuestro movimiento frenético está cambiando de nuevo el rostro de la ciudad. Después vendrá más gente a vivir aquí impulsada por el mismo movimiento. Y habrá tiendas, negocios y bares nuevos, y los destinos se cruzarán a diario en las calles produciendo nuevos cambios.
El movimiento es el impulso vital del universo, resultado del aliento sobrenatural contenido en cada ser, en cada cosa. Tan imposible de ser percibido por nuestro tacto, como de ser desterrado para siempre del pensamiento.
-Pues yo no veo nada de sobrenatural en todo ello - le replicó -. Y menos en el trabajo que realizamos. Creo que nuestro movimiento es consecuencia del esfuerzo que derrochamos por satisfacer las necesidades de supervivencia impuestas por la naturaleza, donde sólo el lugar que ocupamos como especie nos diferencia de los demás animales. Y que un día, como le sucedió a los dinosaurios, desapareceremos también. Debido a nuestra estupidez, seguramente. Para entonces, quienes contemplen nuestro rastro en el pasado se preguntarán cómo fue posible que llegáramos a ser tan estúpidos de creernos inmortales, superiores al resto de los seres y de las cosas.
¡Pero espera, ven aquí! Lo de estúpido no iba por ti. Es una forma de hablar.
-Tranquilo, lo se. Pero ahora necesitamos más hierro. Voy a acercar el otro paquete de pilares que queda por subir. Ahora vuelvo.
Y mientras se dirigía al vuelo del suelo de la planta donde se encontraban para poder ver el suelo y recoger el material que necesitaban, se preguntó si aquellos comentarios, aquel debate que acababan de iniciar, no era más propio en otros lugares y de otros oficios. Pero terminó de situar el brazo de la grúa (Pluma) sobre el punto de recogida, bajó el gancho con las cadenas de amarre y se concentró en el enganche de la carga que efectuaba abajo otro operario. En breves instantes le indicó elevar, lo que hizo inmediatamente. Después cambio de marchas rápidamente hasta alcanzar la máxima velocidad de elevación, mientras hacía girar la pluma lentamente, dando tiempo a la carga a superar la altura de la estructura en construcción.
-Por lo que aprecio eres creyente-. Volvió el otro a la conversación.
-Bueno, si te refieres a ser consciente de que pertenecemos a algo superior, de lo que formamos parte y que conformamos activamente mientras dura nuestra consciencia, pues sí, soy creyente.
-¡A ver, a ver! Explícate que yo me entere.
-Creo que lo que reconocemos, lo que aceptamos que existe, incluidos nosotros mismos, es parte de un todo inteligente y sensible, de un cuerpo físico y sentimental, indescriptible por el alcance limitado de nuestra percepción, por así decirlo. Concibo a los seres vivos como células activas de ese cuerpo superior que nos engloba, al que damos forma mientras dura nuestra existencia y en el que dejamos huella segura cuando concluye.
Creo que somos representaciones exactas de ese cuerpo a una escala infinitamente pequeña, casi imperceptibles a su grandeza. Como lo son para nosotros las células que dan forma a los tejidos del nuestro, y que los ojos no pueden ver por sí mismos.
-Eso es como decir que formamos parte de ese ser superior al que llamamos Dios. Casi como afirmar que también somos Dios.
-Visto de esa manera, así es.
-En otro sitio podrían matarte por decir eso.
-Sí, en cualquier sitio donde el fanatismo y la desesperación imperen. Algo tan extendido en el mundo por la voracidad de los hombres, que no se detiene frente a sus iguales. Dicen que hace mucho tiempo, en un contexto parecido al actual, alguien murió crucificado por decir que era Dios, hijo de Dios.
-Entonces, ¿cómo es posible que Dios se devore a sí mismo? Ahora, con esta guerra que se desarrolla a las puertas de nuestro mundo... No lo entiendo.
-Dios no se devora a sí mismo, va en contra de su naturaleza creativa, regeneradora. Y la muerte es condición imprescindible. Mas en él se contienen todas las cosas, también aquellas que se niegan a morir para que sea eterno. Como mueren las células de la piel, que caen al suelo convertidas en escamas dejando sitio a otras nuevas que continuarán su regeneración.
-Me estás quedando asombrado. ¿Cómo un hombre de tales ideas puede hacer compatible su vida con este mundo físico, rudo, tal vez brutal para los tiempos que corren?
Anda, acércame un poco de ese alambre, se me ha acabado. Y explícame eso de que la muerte hace posible la vida.
Se agachó, tomó la mitad de un rollo esférico de alambre cortado por la mitad, y se lo entregó. El otro apartó de él un manojo de hilos que estiró golpeándolos con energía sobre la superficie hormigonada y que después, tras doblarlo perfectamente a la mitad, se colocó en la cintura bajo el cinturón de su herramienta. Reanudó luego su tarea con el nuevo armazón que aún permanecía colgado de la grúa, injertado en posición vertical sobre los arranques de hierro que sobresalían del suelo de la planta.
-Es fácil de entender - le dijo -. Hoy sabemos que cada una de las células de nuestro cuerpo mantienen en su código genético la condición de auto inmolación, que se pone en marcha cuando enferman por cualquier razón, evitando de ese modo contagiar su enfermedad a sus hermanas sanas. Y sabemos también, por los estudios realizados para entender el funcionamiento del Cáncer, que son las células enfermas que se niegan a morir las responsables de la metástasis que conduce a la muerte del cuerpo que habitan. En él se produce una lucha, una guerra que las conducirá finalmente a una muerte segura. Cuando hayan librado su última batalla y acabado con la vida que se negaban a abandonar. La guerra y la muerte forman parte de un ciclo regenerativo donde el amor es el elemento imprescindible, y el egoísmo el factor desencadenante.
-¡Joder, macho. Me dejas de piedra! Jamás me había pasado algo así por la cabeza. Ahora, hablando en serio. ¿De verdad crees en esas cosas de las que hablas? Deberías escribirlas en lugar de estar aquí, con una grúa. Lo has explicado de maravilla.
-Lo cierto es que de algo hay que ganarse la vida, y escribir es oficio poco productivo para alguien como yo, cuya titulación consiste en un carnet profesional de maquinista.
Además, el trabajo físico y el intelectual son difícilmente compatibles. Para escribir se necesita mucho tiempo. No es cuestión de saber lo que decir, sino, de cómo decirlo de manera que llegue a quien va dirigido.
-Ya, pero esto que me cuentas es importante.
-Sí, quizás lo sea ahora para nosotros dos, no para un mundo ajetreado que necesita sobrevivir a sus contradicciones. Sin demasiado tiempo para la reflexión. Un mundo oprimido por las necesidades creadas artificialmente por la especulación egoísta, y angustiado por la incertidumbre del porvenir incierto. Un mundo de héroes necesarios forjados a golpes de pánico y desesperación.
-Pues yo compraré tu historia si un día la escribes. Lo prometo. Y mira que lo mío no es leer demasiado, pero puede que no volvamos a vernos en mucho tiempo, que no podamos hablar de cosas como lo hacemos ahora. Prométeme que me mandarás firmado un ejemplar.
-Venga, lo prometo.
-¡Joder, vaya mierda de alambre que nos han traído esta vez!
-¿Por qué? Parece bueno.
- No, si bueno será, pero no para mi mano. Me la tiene rota, es demasiado dura. Está muy acerada. Pero ya sabes, pasa con todo, piensan más en los costes que en nosotros.
-Sí, ése es otro tema. Esta tarde tendremos que hormigonar estos pilares. Creo que el hormigón está pedido para las tres. Esperemos que no se retrase demasiado y nos haga la puñeta como de costumbre.
-Cuando terminemos con éstos, tendrás que comenzar a subir moldes para pincharlos. El rato se pasa rápidamente y pronto llegará la hora de comer.