El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Un hombre que amaba los animales. Cap. 10



-Alférez, debe transmitir valor y carácter de sacrificio a nuestros hombres en mi ausencia - dijo el teniente al mando de la guarnición de Los Llanos -. Me ausentaré para hablar personalmente con quien esté al mando en Quijorna. La situación aquí no podremos soportarla mucho más tiempo, se nos están acabando los víveres y las reservas de agua. Empieza también a escasear la munición, y el número de bajas es demasiado elevado. Estamos muy mermados en fuerzas. Debemos buscar una salida, o moriremos todos.

-Mi teniente, disculpe - replicó José -. Con todo mi respeto por su decisión, pero, ¿qué salida? En Quijorna resisten como nosotros, con idénticas dificultades. Resisten esperando refuerzos y están tan solos como lo estamos todos. Los refuerzos no llegarán si no somos capaces de resistir. Usted quiere partir para que alguien le de una solución y me pide a mí que de valor y fuerza de sacrificio a unos hombres de los cuales se aleja. Creo, con todo respeto señor, que está confundido.

-¿Pretende, alférez, decirme lo que debo hacer?

-No, señor. Como usted dijo, esta situación no puede durar demasiado, por lo que no hace falta acelerar su final. No debemos retirarnos antes de agotar nuestra capacidad de resistencia, y para ello no sólo cuentan las balas, como acaba de mencionar, sino ese valor y sacrificio que me pide transmita a estos hombres. Ahora es el momento en que los soldados deben ver cohesión y unión fraternal, puede que mueran todos juntos. En esta situación un sólo hombre es algo muy importante y necesario, y usted lo es, mi teniente. No defraude la moral de sus hombres abandonándolos. Yo me quedaré aquí, a su lado, igual que si usted se va. Aguantaremos durante todo el día si es posible y organizaremos la retirada para la noche, siempre sera más fácil alcanzar la carretera de Quijorna a Navalagamella que durante el día.
-Alonso, es usted un buen soldado y creo que tiene razón. No dejaré solos a mis hombres, a quienes no serviría de nada rendirse, los matarían igualmente a todos. El odio que sienten los republicanos hacia ellos es tan fuerte como el terror que les producen. Están sedientos, al límite sus fuerzas, pero ahí están, luchando sin desánimo por un país que no es el suyo.

Las fuerzas africanas del ejército colonial español que combatieron a favor del bando nacional eran consideradas por los republicanos como saqueadores, violadores y asesinos de viejos y niños. Producían terror en la población republicana, cuya propaganda de guerra los catalogaba poco menos que de monstruos. Pero como en todas las guerras, las violaciones de los derechos humanos y los asesinatos sucedían en ambos lados de la contienda. Del mismo modo, la propaganda nacional destacaba los crímenes en la zona republicana.

-Señor, estos hombres obedecerán hasta el último momento sus órdenes. Aguantaremos hasta el anochecer y nos iremos retirando progresivamente.

-Bien alférez, quiero que coordine la acción de los morteros y las dos lineas de tiradores. Si aún disponemos de ese antitanque, cierre bien la linea hacia Quijorna, debemos evitar que nos envuelvan definitivamente. El Campesino tratará de romper con sus tanques ese ala y profundizar hasta Quijorna. Disponga en ese punto todo el fuego posible.

Aguantaron bien los ataques aéreos, pero la artillería castigaba fuertemente su retaguardia. No había salida, sólo seguir repeliendo las oleadas frenéticas de la infantería republicana, que luchaba con bravura sin importarles sus bajas. Bajas producidas por un puñado de hombres que se resistían a una muerte segura y cuya disciplina férrea los impulsaba a seguir peleando de forma estoica y a mantener una defensa pétrea. Aún así los combatientes republicanos estaban a punto de desbordarlos por la enorme diferencia de fuerzas.

-¡Huertas! - Le ordenó José.- Quiero que cambie aquella escuadra de morteros para reforzar el fuego en el otro lado, apoyando la acción del antitanque. Primero sitúe esa
ametralladora en su ala y concentre allí más tiradores.

-Señor, estamos al límite de nuestras posibilidades. ¿Cuando llegarán los refuerzos?

-No habrá refuerzos. Lo seguiremos conteniendo hasta que llegue la noche para intentar sacar de aquí a todos los hombres.

-¿Existe una posibilidad de llegar a Quijorna o a Navalagamella? No me haga reír mi alférez, dudo mucho que podamos aguantar más de una hora sin morir.

-Sargento, desde el primer momento confié en usted. Creo que tiene poca o nula fe en sus posibilidades. Y ahora mismo éso es lo que se necesita. ¿Cómo está tan seguro de que morirá? Aún le queda toda la sangre en sus venas y necesita perderla para morir. Lucharemos hasta la última gota, esas son las órdenes. Y ahora cumpla rápidamente las instrucciones que le he dado.

-Sí mi alférez, a sus órdenes. 

Haciendo el saludo marcial se perdió entre los escombros de las trincheras, el humo y el polvo provocado por la refriega, e impartiendo órdenes a los soldados fue cumpliendo las instrucciones dadas por José.




El sofocante calor, excesivo incluso en aquella época del año, provocaba que el sudor se fundiera con las lágrimas y que la sed volviera locos a los hombres, pues no podían dejar de luchar ni para recuperar fuerzas. La furia se confundía con la desesperación en sus ojos inyectados en sangre, con los párpados inflamados por el duermevela de los últimos días. José corrió agazapado por la trinchera hasta llegar al puesto de ametralladoras en el ala izquierda, que apoyada por dos escuadras de morteros concentraba su barrido de disparo en aquel sentido tan importante. Controlar el emplazamiento por aquella zona era vital para impedir el paso hacia el río Perales.
Comprobó personalmente la munición, el estado de distribución de los efectivos y los estragos que la refriega estaba provocando en aquellos hombres a punto de derrumbarse, de entregarse para la rendición al borde de sus posibilidades físicas y mentales. José les alentó con su presencia ayudando en algunas tareas de reorganización y suministro de munición, poniéndose en la zona de los tiradores en primera linea y reorientando sus lineas de disparo. De allí partió hacia el ala contraria para ver la penetración del ataque republicano por aquel flanco y supervisar la efectividad de la combinación del antitanque y la ametralladora allí situados. Escaseaban los obuses, pues los tanques del Campesino empezaban a abrirse paso y en aquella pieza residía la capacidad de contención del avance republicano. Sólo una escuadra de morteros apoyaba su fuego. Lo único que les favorecía era que el Campesino dividía sus fuerzas en un intento por controlar también Quijorna, lo que hacía que descargase peso en esa zona. Pero la munición se agotaba y era importante hacer más selectivo el fuego. Precisamente esas fueron las instrucciones que José dio a sus hombres.

Recorría las lineas una y otra vez comprobando las bajas y dando aliento a los soldados, disparando con ellos y ayudando a retirar los muertos de los vivos mientras continuaban luchando. En uno de esos momentos recibió un disparo que pasó rozando su sien y que le arrancó parte de su oreja derecha. Al tiempo, una granada de mano cayó dentro de la trinchera donde él estaba matando a dos soldados. La metralla impactó en uno de sus ojos quedándole ciego unos instantes y derribándole para atrás. Un universo de luz envuelto en una nube de polvo y calor excitante lo dejó inmóvil, como muerto, y aunque sus ojos apenas se habían recuperado del fogonazo, tras disiparse la nube de polvo logró apreciar que permanecía sin cubrir el hueco abierto por la granada. Haciendo un esfuerzo sobrehumano se levantó, cogió un arma automática de las manos de uno de los compañeros caídos y se situó en el hueco disparando ráfagas sin parar, sin apenas apuntar, tratando de crear una cortina de fuego en aquel hueco. Y lo consiguió, no sin grandes esfuerzos y dificultades, pues la sangre manaba en su rostro mezclándose con el sudor dificultando sobremanera su visión. Un soldado republicano saltó a la trinchera bayoneta en mano mientras José reponía munición, pero su cuello fue ha encontrarse con la bayoneta del sargento Huertas que corría en ayuda de José. Fue providencial, de otro modo José habría muerto seguramente.




-Gracias Huertas, le debo una. No me equivocaba cuando puse mi confianza en usted.

-No se preocupe señor, es normal, estamos en guerra.

-Creo que podremos resistir hasta la noche, la tarde está dando su fin. Haga un recuento de munición y de efectivos. Yo iré a comunicarme con el Teniente Álvarez; regresaré con nuevas instrucciones. No lo olvide sargento: aguantar hasta el final es la orden por el momento.

-Si mi alférez, a sus órdenes. 
José se dirigió al puesto del teniente Álvarez para darle nuevas sobre la situación en el otro lado.

-¿Que ha pasado alférez, parece usted un fantasma? Debería curarse.

-Si señor, entre todo a eso vengo, prácticamente no veo. Sólo quiero trasmitirle que el ala izquierda resiste con furia a pesar de que las bajas cada vez son mayores.

-¿Cree alférez que podrán resistir hasta la noche?

-Seguro señor. Los republicanos están distrayendo demasiadas fuerzas sobre Quijorna, por lo que podremos aguantar.

-Bien alférez, quiero que le curen inmediatamente. Es usted indispensable en la próxima misión. Esta tarde preparará todos los efectivos que pueda sacar hacia Quijorna. Yo personalmente me quedaré aquí cubriéndoles el paso.

-Pero mi teniente, esa misión es demasiado importante para delegar en mí. Creo que debería usted partir con esos hombres.

-No discuta mis órdenes Alonso. No voy a hacer lo que el capitán " Araña", que embarcó a la tropa y él se quedó en tierra. Yo moriré al lado de estos hombres si es necesario, pues mi misión es salvar la vida de cuantos me sea posible. Permaneceré aquí cubriéndoles las espaldas mientras ustedes se salvan. Nosotros trataremos de cruzar el río y llegar a Navalagamella.

La tarde fue dando paso a las sombras sin que los combates dejaran de sucederse. Más al contrario se intensificaron de nuevo, sólo para dejarlos respirar luego por un tiempo; como un dolor de muelas que aprieta en la mandíbula como una tenaza y que cede unos segundos para ayudar al cuerpo a recuperarse y volver con más fuerza después.
José dispuso la mitad de los efectivos para retirarlos a Quijorna, mientras la otra mitad quedarían resistiendo las escaramuzas y los bombardeos nocturnos. Tratarían de llegar a la carretera de Navalagamella - Quijorna. Sólo les separaban unos pocos kilómetros, pero deberían tener mucho cuidado para no ser detectados por las patrullas de información milicianas.
La noche favoreció la retirada como habían previsto. La intensidad de los combates se redujo significativamente, y aunque las baterías republicanas seguían castigando sus posiciones, consiguieron alcanzar la carretera hacia Quijorna sin demasiadas dificultades. Llegaron al pueblo sobre las doce de la noche. Se presentaron a la patrulla de guardia y José fue directamente a dar noticias al capitán sobre la situación en los Llanos.

-Mi capitán, a sus órdenes. Acabamos de llegar del frente Los Llanos. Hemos podido escapar unos ochenta hombres. El resto no aguantará el amanecer. Están sin agua, víveres y municiones. Tratarán de escapar hacia Navalagamella, aunque no creo que lo consigan, están demasiado mermados de fuerzas.

-De acuerdo alférez. Me alegra verle de nuevo. Aprecio que la batalla ha dejado en usted la primera huella. Tiene suerte amigo, piense en ello. Otro hubiese muerto. Pero no, la muerte no consiguió cogerle, y eso se llama suerte. Nos hacen falta hombres con suerte como usted. Nuestra situación no es muy distinta de la de ustedes allí arriba, y aunque podamos aguantar algo, tendremos que preparar un plan de retirada. Resistiremos todo el día de hoy, es fundamental para dar tiempo a que lleguen los refuerzos del norte. Después nos retiraremos a Navalagamella y a Sevilla la Nueva por el camino de Villanueva de Perales.
Ahora conduzca a sus hombres para que beban y coman algo antes de incorporarles a sus posiciones. Repongan munición y material e incorpórese rápidamente.


-A su órdenes mi capitán.





José condujo a los soldados cruzando el pueblo por calles llenas de escombros y muertos, casas humeantes y en llamas aún, hasta llegar a un viejo salón de baile que servía de enfermería y "cocina - comedor" al mismo tiempo. El local estaba dividido en dos, de forma que por la misma puerta entraban soldados hambrientos y otros heridos, algunos prácticamente muertos. Cuerpos reventados, sangrantes, sobre camillas desgarradas y polvorientas. Los vivos se cruzaban con los moribundos agonizantes, mientras otros, aullaban retorciéndose en los camastros. Los hombres escondían sus miradas pavorosas cabizbajos, esperando su ración de comida y su cantimplora de agua casi en silencio, mientras los cuerpos de los muertos eran sacados a la calle.
Allí oyeron a un soldado, que había logrado escapar a la ocupación de Brunete por Lister, relatar cómo habían detenido a dos mujeres a quienes acusaban de colaborar con los oficiales nacionales. Dos de ellos trataron de protegerlas del acoso de los soldados republicanos, pues sus pretensiones eran violarlas, y fueron muertos a tiros al instante. Tuvieron sus más y sus menos entre ellos, y al final, el comandante decidió mandarlas a retaguardia. 

Los asesinatos se sucedieron en ambos bandos durante el tiempo que se desarrolló la guerra aquel terrible trienio 1936 - 1939. Pero en el bando republicano éstos acontecimientos se vivían en un ambiente revolucionario y la expresión de la violencia tenía carácter social, mientras que en el bando nacional la represión era ejercida por el ejército y las fuerzas paramilitares. Aún así el resultado era el mismo: saqueos, expolios y crímenes de todo tipo, que incendiaron el país por todo su territorio y que dejaron sus campos y ciudades sembrados de muertos, viudas y huérfanos.

Modesto, el prestigio general de la República, estaba decidido a tomar a toda costa Quijorna. El avance del XVIII cuerpo de ejército republicano, incapaz de maniobrar, se había detenido.
Los Llanos caerían finalmente el amanecer del día ocho. Los pocos hombres que aún combatían, desquiciados por la sed y el cansancio agotador, ya no parecían personas sino fantasmas. Los pocos que pudieron escapar por la noche consiguieron llegar a la carretera de Navalagamella y reincorporarse a sus posiciones allí. El resto murió entre los pinos y las encinas, perseguidos por los milicianos que fueron dándoles muerte, uno a uno.

Esa misma mañana del ocho de Julio se reiniciaron los bombardeos contra Quijorna. Primero la aviación demoliendo el pueblo a su paso y después la artillería terminando el derribo. Seguidos entraron en acción los tanques apoyando a la infantería que saltaba a bayoneta calada sobre las trincheras. El choque fue brutal, los muertos se contaban por centenares. Las defensas nacionales tuvieron que retroceder para reorganizándose en la zona del cementerio. Pero Modesto, dirigiendo personalmente las operaciones sobre el terreno de combate, dio un impulso nuevo a la batalla poniendo en juego la caballería, que remató la penetración en las lineas nacionales. Los combates se prolongaron todo el día ocho con una intensidad espantosa, sin agua, a más de 37º centígrados bajo un sol abrasador y hasta bien entrada la noche, cuando los defensores consiguieron abrirse paso entre dos divisiones mixtas republicanas, la X y la XI, hasta alcanzar la carretera de Navalagamella y retornar a sus antiguas posiciones. El pueblo de Navalagamella nunca sería rebasado por las fuerzas republicanas.
El ansiado pueblo de Quijorna por fin había sucumbido a la ofensiva republicana, que aún seguiría penetrando en el territorio nacional los dos días siguientes, mas había significado un heroico esfuerzo de resistencia que permitió al ejército nacionalista reorganizarse, reforzándose fuertemente con las tropas transportadas desde el norte.
Franco movilizó dos divisiones navarras desde el frente de Santander - cuya toma tuvo que esperar un mes más - que reforzaron a la XIII división de Barrón, la llamada "Mano Negra" del cuerpo de ejército del general Yagüe; la recién creada XII división del general Asensio Cabanillas y la 150 de Saénz de Buruaga, formando el cuerpo de ejército provisional de Brunete al mando del general Varela. Además de la "legión Cóndor", unidad de la "Luftwaffe" alemana cedida por Hitler y dotada con los más modernos aviones de la época, los rapidísimos cazas "Messerschmitt - 109", más los bombarderos "Heinkel - 111. Fue una fuerza fundamental que hizo posible el control del medio aéreo, decisivo en el desarrollo de la batalla.

























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