El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

martes, 23 de marzo de 2010

Un hombre que amaba los animales. Cap. 18































José sacó una pequeña navaja de uno de los bolsillos de su pantalón y cortó con cuidado el cordel que ataba el paquete. Fue desprendiendo el envoltorio sin dejar de mirar a la compañía que lentamente se deshacía en dos columnas, una a cada lado de la calle, y que dejaba atrás, en la plaza, el eco ruidoso de los hombres marcando el mismo paso sobre la calle adoquinada.
Miró de nuevo a sus manos, que soportaban el peso desnudo de una caja de hojalata que abrió con extremo cuidado. En su interior se encontraba un rosario de plata que precedía a una biblia con cubierta de cuero y bellas filigranas serigrafiadas en su pasta, perfectamente encajonada. Tuvo que poner boca abajo la lata para poder sacarla. Un sobre pesado que contenía algo más que una carta apareció encima del libro. Guardó el sobre sellado en el bolso derecho de su camisa y abrió el libro por el principio. En la primera hoja en blanco, antes del índice, leyó una dedicatoria:


- "Para Piedad; mi querida y dulce hermana.
Que nunca nos separe nuestro sentir".


Levantando la vista de la escritura, José giró la cintura para mirar atrás por última vez. Y sus ojos buscaron por un momento en el contorno de los soportales, en sus balcones y ventanas, para encontrar otra vez unos ojos que jamás se borrarían de su recuerdo. Mas, en vano contempló por un tiempo la plaza desierta al lado de Berta, que lo miraba curiosa. Metió de nuevo en la lata la biblia y el rosario de Piedad, y dando una palmada en el costado de Berta, le dijo:

-Bueno Berta, otro sitio que hemos conocido juntos. Ahora tenemos que irnos. 

Y ambos comenzaron a andar siguiendo a la tropa que desaparecía calle abajo.


-Mi capitán - le preguntó el teniente Vázquez -, los hombres quieren saber donde nos dirigimos. Están desconcertados por el relevo. Pensaban que serían ellos quienes se quedarían a defender la plaza.

-Teniente, parece usted nuevo - le reprendió José -. Ya debería saber que nuestra compañía se menea más que la compresa de una coja. ¿O acaso piensa usted que los frentes se mueven por el sólo hecho de esperar a que lo hagan?

-Perdone mi capitán - insistió Vázquez -, alguien tiene también que defender; existe la retaguardia.

-Vázquez, creo que no ha aprendido aún: en nuestra zona sólo están en la retaguardia quienes no pueden pegar tiros. El resto somos vanguardia, aunque como es lógico, también tengamos que defendernos.

-¿Quiere decir Capitán que me faltan arrojos? - Saltó el teniente un tanto desconcertado.

-Quiero decir que tiene su hoja de ruta y que con eso le basta. Acostúmbrese a obedecer sin  rechistar; así demostrará más nobleza, que es lo primero que en nuestra profesión se nos pide. El destino sigue siendo Belchite, teniente, y aunque dudo mucho de que lleguemos a tiempo para ayudarles, quiero que nuestros hombres estén preparados para el enfrentamiento en cualquier momento. Ni que decir tiene que alentar conjeturas equívocas no es bueno para nuestra tropa, y somos nosotros quienes debemos infundirles valor. ¡Ah! Otra cosa teniente, no se sienta mal, recuerde lo que un día dijo CarlosV : "Desde que se inventaron las armas de fuego no existen hombres valientes".


Sergio, que estaba detrás de José, esbozó una sonrisa que apenas pudo contener; y con una mirada de complicidad miró a José, quien permanecía serio, como si se creyera lo que acababa de decir.


-Lo siento mi capitán - argumentó el teniente Vázquez - pero no era mi intención que pensara que era por mí por quien preguntaba. Creían que iríamos al norte, a Huesca, pero este cambio imprevisto de planes les ha desconcertado. Los hombres comentan cosas que ni siquiera saben, y lo único que pretendía era tranquilizarles. 

-Haciéndoles suponer mejores expectativas no les ayudará - le replicó José -. Nuestros hombres necesitan cohesión y creer en sus posibilidades. No debe transmitirles debilidad, sino entusiasmo; y el entusiasmo se consigue inculcándoles fe en la victoria, en que sobrevivirán a cualquier situación. 
Quiero que aprenda bien esta lección teniente y que deje de importunarme con sus preguntas. Todo sucederá cuando llegue su hora.




José y Sergio se quedaron solos marchando al frente de la tropa. El teniente Vázquez volvió a la altura de su sección.


-Cómo crees que resultará lo de Belchite -. Preguntó Sergio.

- No lo se - dijo José -. Creo que estamos aprovechando el entretenimiento en el que están envueltos los republicanos en Belchite para reforzar todo el frente de Aragón con nuevas divisiones. Nosotros y la 150 de Saenz de Buruaga nos estamos desplegando por el centro y el flanco sur, mientras que nuevas divisiones navarras procedentes de Santander y Bilbao cubren el flanco norte. El contraataque es inminente si pretendemos detener su avance. De una manera u otra entraremos en combate. La suerte de Belchite puede estar echada por el momento, pero es importante estabilizar la linea del frente.  Zaragoza es vital, y mantener el frente alejado es el objetivo prioritario.




La Foz de Zafrané pertenece a un conjunto de barrancos que a lo largo de catorce kilómetros entre Fuendetodos y La Puebla de Albortón suponen una especie de frontera natural al noroeste de las tierras de Belchite, Cabeza de Partido en una comarca compuesta por un puñado de pueblos pequeños que dominan terrenos yermos y esteparios, junto a campos de secano sembrados de cereal con sus oasis de olivos, vides y almendros.
Justamente estas" foces" o "focinos se abren rompiendo el macizo calcáreo y salitroso de las zonas esteparias, como gargantas en el terreno que preceden los campos de cultivo que rodean los pueblos, enclavados en cursos de ríos escasos como el Aguasvivas, que pasa también por Belchite irrigando sus olivares gracias al sistema hidráulico de pequeños embalses y acequias que romanos y árabes construyeran siglos atrás.
El termino "foz" se corresponde con "hoz" en castellano; en este caso barranco, desfiladero.
La Foz de Zafrané, cuyo nombre evoca el perfume y el color intensos de los campos cultivados de azafrán mucho tiempo atrás, quizás cuando la foz tomó su nombre, desemboca en término de La Puebla de Albortón. 
Y precisamente el objetivo que José y sus hombres buscaban se encontraba allí.
 El puente minero de Utrillas era un eslabón de enlace de importancia estratégica de primer orden, pues a través de él se podía acceder desde las tierras bajas de Aragón a Zaragoza capital. Ambos ejércitos pretendían su control, que se disputaban desde cada uno de sus extremos. Además el desfiladero podía suponer una vía de escape para los defensores de Belchite, atrincherados tras las lineas enemigas y con pocas alternativas de romper el frente sin una ayuda coordinada desde el exterior.
El puente se asentaba sobre un pilar central enclavado en en el fondo del barranco, construido con la piedra extraída al norte de la foz y que se levantaba a más de cincuenta metros del suelo. El desfiladero era controlado durante el día desde arriba, y por la noche con incursiones de pequeñas patrullas que trataban de impedir cualquier tipo de tránsito o asentamiento, no pudiendo evitarse a veces el enfrentamiento directo entre ambas facciones.


En Belchite se combatía ferozmente desde hacía diez días. Las fuerzas republicanas habían conseguido entrar en el pueblo, pero éste, como sus defensores, se resistían a caer en sus manos. Las calles se convirtieron en el campo de batalla, y tras cada esquina, cada portal, cada ventana, se encontraba un tirador esperando, impasibles a la lluvia de proyectiles y bombas que ponían armonía y ritmo a una melodía de sangre y destrucción.
El fuego constante de los morteros y el silbido de los obuses antes de impactar provocaban síncopes de terror en los combatientes, que buscaban un sitio mejor donde protegerse pegando su cuerpo a la tierra y tapando sus oídos mientras impactaban los proyectiles que provocaban lluvias de escombros y nubes de polvo, aprovechadas  para desplazarse de un lado a otro entre la confusión y el terror.
































Los republicanos tenían que conquistar casa por casa, fuertemente defendidas y comunicadas unas con otras, donde cada habitación podía resultar una trampa mortal y cada patio un corredor abierto al cielo de la muerte. Los escombros se convertían en aliados de los defensores, conocedores del terreno, de cada palmo y rincón del pueblo y de sus salidas al exterior.
La lucha se enconó en Belchite de una forma absurda para los republicanos, incapaces de asimilar la gran capacidad de resistencia de una fuerza tan pequeña que hería en lo más hondo el orgullo de su ejército, y que hubiera caído por su propio peso tras sus lineas sin haberle dedicado tropas tan necesarias para el avance del frente hacia Zaragoza.


José llegó con su compañía para reforzar el lado norte de la foz, pero con una misión especial: abrir un corredor de escape para las fuerzas defensoras de Belchite y volar el puente minero de Utrillas. Ambas cosas eran importantes, mas la voladura del puente era un objetivo ineludible, dado el claro empuje que desde Quinto y Codo venían ejerciendo las divisiones del recién creado Ejército Popular del Este, dirigido por el general Pozas desde su cuartel general de Bujaraloz, que esperaba que las divisiones de Belchite se unieran con las procedentes del este de Aragón.


Aún era de día cuando llegaron a la Foz de Zafrané. José desplegó la compañía en la cima norte de ésta, a lo largo de cuatrocientos metros hacia el puente.  Los soldados entraron en contacto con los hombres que defendían el puente, cortado en su entrada por una fuerte barricada de piedras y sacos de tierra. Se produjo entre ellos un momento de fraternidad, pues tanto en los defensores como en los hombres de la compañía de refuerzo se sentía la necesidad de protección. Fueron mezclándose unos con otros mientras se intercambiaban saludos y cosas que unos tenían y que los otros llevaban: brandy, vino, tabaco, revistas y raciones de comida.
El sol se retiró del horizonte y las sombras del atardecer comenzaron a imponerse sobre el terreno. José buscó su aposento en la cota más destacada de la trinchera, a pocos metros de la entrada del puente. Allí, junto a Sergio y su perra Berta, vigilaba el otro lado de la foz y podía ver con sus prismáticos el movimiento en las trincheras republicanas.


-¿Cuando empezaremos el trabajo José? - preguntó Sergio.

- Esperaremos algo más, mientras examinamos el terreno y ultimamos los detalles - contestó José -. La luna nueva nos favorece, y pasado mañana es luna nueva. Aprovecharemos la noche oscura para colocar las cargas sobre el pilar central. Tendremos que tener todo bien planeado, no podemos fallar. Tienes que seleccionar un comando para que encuentren un acceso seguro al barranco durante el día y varios puestos de observación de todos los movimientos que se produzcan al otro lado: la situación de sus tiradores, que coordenadas controlan y cuales los puntos libres de fuego.
Ten a punto la dinamita y los detonadores. Bajaremos con cinco hombres; quiero los mejores, los más letales y silenciosos; que manejen bien el cuchillo y sean capaces de morir sin quejarse.
































-De acuerdo José. Dispondré las cosas según me dices - dijo Sergio, que sacaba la cafetera de las ascuas de una pequeña lumbre apenas humeante, para servirse un café caliente.




- ¿Quieres un poco? - Preguntó a José.

-¿Queda algo de brandy? - contestó éste.

-Si, algo siempre queda - siguió Sergio, que cogiendo una taza de metal sirvió café caliente a su amigo. Después sacó de uno de sus bolsos una pequeña petaca metálica, la desenroscó y sirvió en ambos vasos unas gotas del licor espirituoso.

-Salud y suerte para mantenerla - dijo -.

-Salud - contestó José.

-A propósito - continuó Sergio -; no quisiera entrometerme, pero siento curiosidad por saber que contenía el paquete que dejó para ti esa mujer.

José cayó entonces en la cuenta de que aún no había abierto el sobre que guardaba en su camisa.

- Es curioso, no me acordaba ya - en aquel instante pasó por su mente la imagen de Micaela, su novia -. Esta puta guerra me está absorbiendo el pensamiento.

Se movió un poco para coger de detrás de su espalda la mochila de cuero, donde guardaba sus pertenencias mas íntimas; y sacó de ella la caja de lata con la biblia, que puso en las manos de Sergio. Y mientras éste la abría y extraía el libro, José desabrochó el ojal del bolso de su camisa y cogió el sobre cerrado. Contenía una carta manuscrita a mano, una fotografía de un grupo de milicianos en campaña y una lámina fina de oro con el sello de la CNT impreso. La carta se expresaba en los siguientes términos:


 Estimado capitán:


Espero que cuando lea esta carta perdure en usted el hombre que conocí. En ello pongo toda mi esperanza. Me demostró usted ser humano en medio de esta locura que nos ha invadido, y firme en sus convencimientos. He querido que conozca toda la verdad sobre este caso para que me ayude si usted puede y así lo desea.
Entre los hombres que aparecen en la fotografía destaca en primer plano mi hermano mayor, abrazado por el hombro con otro miliciano. Éste hombre fue quien lo delató, y además de haber sido la mano ejecutora en los fusilamientos de la gente de derechas del pueblo, se fugó con parte del oro que las colectividades habían transformado para comprar armas en el mercado negro.
Vino de Barcelona junto a mi hermano. Había sido liberado de la cárcel, como otros muchos asesinos y gente de mal vivir los primeros días del levantamiento. Participó en la revolución social, pero realmente era un esquirol, un activista de las JONS que milagrosamente se había salvado de la quema en Barcelona y que encontró en la revolución social que luego aconteció, el medio propicio para camuflarse primero y enriquecerse después gracias a la traición.
Señor, usted está en ese lado, de donde él nunca debería haber salido pues no es aragonés ni catalán, sino de tierra de Castilla. Debe encontrarlo capitán; y hacer justicia si en algo recuerda mi dolor. El día que lo haga no hará falta que me lo comunique, pues estoy segura que cuando así sea, sentiré que mi pena ha cesado .
Gracias por todo capitán. Hasta siempre.


Piedad.


Tanto el rosario como la biblia me los regaló mi hermano hace algún tiempo. He creído que debería usted tenerlos. Le van a hacer más falta que a mí.




José, descreído, observó con atención la fotografía y clavó sus ojos en el rostro del hombre que con su brazo por encima del hombro abrazaba al otro que aparecía junto a él, adelantado del resto del grupo. No podía creerlo. Miró una y otra vez aquella cara con barba cerrada, medio canosa, y en el fulgor de su mirada identificó a alguien que conocía suficientemente y de quien sentía ahora haberse olvidado: era el mismísimo José Luis, el hijo del herrero y sobrino del Chino.
-¿Pero cómo puede ser? - Pensó. 
Suponía que sus andanzas le habrían llevado lejos, pero aquello le resultaba realmente absurdo, surrealista. No podía imaginarse como había podido sobrevivir en medio de los anarquistas a los que combatía.
Un escalofrío recorrió por dentro su cuerpo, y el sudor frío que afloró para sofocar su frente calenturienta lo quedó helado. Pensaba desesperadamente en Micaela y se reprochaba haber dejado de hacerlo por un momento siquiera. Ese hombre era un asesino y pretendía ahora lo que era más sagrado para él.


-¿Qué pasa? - le dijo Sergio -. Te has quedado mudo ¿o qué? Me quieres decir que pone esa puñetera carta.

José le dio la carta para que la leyese y también la lámina de oro para que la examinara.

-Joder, ¿qué coños quiere decir todo esto? No pretenderás jugar ahora a policías justicieros.

-No lo entiendes Sergio, como yo en tu caso no lo entendería tampoco; pero se da el hecho, que ese hombre de la fotografía es paisano mío y pretende en estos momentos a mi novia.

-Lo entiendo José, lo entiendo - le dijo Sergio -. Si es verdad lo que cuenta esa mujer en la carta y ese hombre es quien dices realmente, tienes un problema serio. No dudará en emplear todos los métodos si pretende a tu novia y más se empecinará cuanto menos lo consiga. Y si está bien relacionado en las esferas del movimiento, lo tienes duro compañero. Además estamos demasiado alejados de casa y sólo si caes gravemente herido conseguirás un permiso.
De todas formas debemos descansar ahora. Mañana nos espera un día duro y largo.

-Sí, será lo mejor. Pasa un trago de eso que guardas con tanto celo, intentaré relajarme y dormir un poco.


La noche cayó del todo extendiendo su manto oscuro, haciendo desaparecer los campos lejanos de la llanura, donde sólo el destello de alguna luz, como una estrella surgida del suelo, recordaba la posición de cualquier pueblo lejano. Y las pequeñas fogatas de las trincheras creaban una linea delgada de resplandores débiles y discontinuos que hacía más tenebroso y oscuro el abismo de la foz.      


1 comentario:

Unknown dijo...

Caro amigo! Agradeço a sua visita ao meu blog.Parabéns pelo seu blog, vou continuar a segui-lo. Um abraço. António José