El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

sábado, 31 de julio de 2010

Un hombre que amaba los animales. Cap 23





La estrategia estaba definida: burlarse del enemigo. Eso tenía más posibilidades que cruzar sus lineas, fuertemente defendidas por el V Cuerpo de Eército Republicano desplegado a lo largo del frente. Las barricadas, los nidos de ametralladoras y las fortificaciones no formaban una linea continua de trincheras, aparecían y desaparecían aprovechando las dificultades del terreno. Sería relativamente fácil evitar al enemigo la mayor parte del trayecto, pero cruzar por Roden suponía esquivar aquella maldita cota 260 que les cerraba el paso.
José estaba seguro de que la táctica que emplearía daría resultado; además, debía creer en ello, porque en el envite iban las vidas de sus hombres. En Fuentes de Ebro se necesitaban refuerzos urgentes para contener la penetración de los tanques rusos de Walter.

 Era la primera vez en la historia que los tanques se usaban para transportar tropas de apoyo, aunque la verdad, no estaban preparados para ello; sus estructuras no disponían de asideros ni de espacio suficientes y los hombres subieron sin aligerar su equipo, lo que redujo aún mas las posibilidades. Aún así salieron dejando atrás las barricadas de la XV Brigada, una vez desaprovechado el factor sorpresa por una preparación aérea y artillera mal coordinada y tardía que puso en alerta a los nacionales, fuertemente pertrechados en el pueblo. De todos modos, una vez iniciado el avance, éste fue vertiginoso y sorprendió en principio a los defensores, que no estaban acostumbrados a enfrentarse a tal cantidad de tanques - 50, la mayor concentración en toda la guerra - ni a la trepidante rapidez con la que éstos iniciaron el ataque, lo que propició también que la mayoría de sus tropas de asalto, que marchaban a pie, quedasen rezagadas en mitad de la tierra de nadie. 


El frente se abría al sur del pueblo a lo ancho de más de tres kilómetros, y tan sólo quinientos metros los separaban de las trincheras de los defensores, constituidos en tres compañías de infantería del Regimiento 17 de Navarra, una Centuria de la Falange y una Batería del 10º Regimiento de Artillería Ligera.

Acompañando al regimiento de carros, la XV Brigada Internacional dispuso de tres batallones de infantería: los "Británicos", acompañados por los "Lincons", ocupaban el ala izquierda desde el río Ebro hasta la carretera general, donde el terreno se levantaba desde el cauce del río hasta Fuentes preñado de espesa vegetación. En el otro lado de la carretera estaba un regimiento canadiense, los "Mac- Paps", apoyados por la 15 Batería Antitanque. Estos se encontraban delante de una llanura despoblada de vegetación, que terminaba en un abrupto barranco; tras él, una meseta se alzaba por encima del pueblo.
El impetuoso avance de los tanques los quedó al descubierto en medio de la llanura, que aún tendrían que superar para ganar posiciones, y su falta de experiencia en combate provocó que su tesón por avanzar en terreno desprotegido les causara importantes bajas, teniendo que regresar a sus antiguas posiciones sin que la 15 Batería - inexplicablemente - hubiese disparado un sólo tiro. Tenían órdenes de no alertar con su fuego al enemigo y cuando se les ordenó adelantar sus cañones ya era demasiado tarde. Los tanques, a su vez, quedaron empantanados entre la abundante vegetación de los cultivos, sin apenas visibilidad y al desamparo de las baterías enemigas y sus improvisadas bombas incendiarias. La única referencia de tiro era la torre de la iglesia del pueblo, que se levantaba a novecientos metros de distancia. Algunos carros consiguieron atravesar las alambradas nacionales y entrar en el pueblo, pero sus calles estrechas les impidieron maniobrar; además, fueron muy pocos los hombres del 24 Batallón que consiguieron sobrevivir a la travesía, por lo que quedaron encerrados tras las lineas enemigas. Sin poder retroceder, los tanques fueron incendiados y los hombres que trataron de regresar a sus posiciones fueron muertos por no querer rendirse.
Así estaba la situación en Fuentes de Ebro cuando José y sus hombres se dirigían allí para reforzar las posiciones. La 15 Brigada se encontraba varada en medio de la tierra de nadie.

La misma noche que seguía a aquel fatídico día, la compañía de fusileros regulares que dirigía José zigzagueaba el macizo calcáreo, evitando las posiciones enemigas. Los hombres marchaban en absoluto silencio sin sentir cansancio. Sus piernas agradecían la caminata después de las semanas de estancamiento en la foz y sus corazones ardían en ganas de socorrer a sus compañeros en Fuentes.
Como ordenara José, los grupos elegidos iban recogiendo a su paso todo tipo de material combustible, que convertían en manojos fácilmente transportables. Ningún imprevisto surgió a su paso y en pocas horas distinguieron a lo lejos las fortificaciones de la cota 260.


































José mandó detener entonces la compañía y dispuso que un número reducido de hombres se acercara hacia la cota por su cara sur con todo el material recogido en el camino; para producir un foco de luz en la noche oscura que atrajese la atención del enemigo en ese punto y les impidiese ver a sus hombres, que rodearían la cota para pasar junto a su cara norte sin ser detectados.
Delante de las hogueras, con el fin de que las llamas extendieran sus sombras, los hombres dispusieron unos parapetos simulando baterías camufladas, tal como les indicara José.
Y la estrategia funcionó. Nada más prender los manojos la noche se encendió en aquel punto para reducir la visibilidad en el resto del terreno; fue entonces cuando las ametralladoras comenzaron a escupir fuego ininterrumpido sobre la cota. Los defensores fueron sorprendidos y empujados a concentrar su respuesta sobre aquel punto, mientras que José y sus hombres pasaban a la mayor velocidad bordeando la cota sin ser vistos. Fue todo un éxito, y los hombres se abrazaron con alegría tras dejar a sus enemigos a la espalda.

Llegaron a Fuentes de Ebro antes del amanecer. Las compañías apostadas en el pueblo mantenían sus posiciones en tanto que la noche daba una tregua a la batalla.
José presentó su compañía al teniente-coronel Pascual Rey - encargado de la defensa de la plaza - para recibir órdenes de ubicación y combate. Fueron mandados a reforzar el ala oeste del frente, donde se encontraban empantanados los batallones Lincons y Británicos.
Pero la batalla había acabado prácticamente, los tanques consiguieron retroceder a sus antiguas posiciones al caer la noche y los hombres se replegaron al amparo de ellos, cavando hoyos en el terreno en posiciones más retrasadas.
La 15 Brigada perdió no menos de 19 tanques, dieciséis de los cuales quedaron en posesión del ejército nacional, que consiguió reparar algunos de ellos y que más tarde emplearía en la batalla del Ebro. Los batallones de infantería sufrieron importantes bajas, y todo ello llevaría a una reunión urgente del Estado Mayor del V Cuerpo de Ejército Republicano para analizar las causas del desastre. La versión oficial fue que la 15 brigada había sufrido un sabotaje por parte de algunos de sus oficiales, pero los soldados atribuían el fracaso a una mala planificación.
La pérdida de un número tan elevado de tanques en un sólo día provocó un duro enfrentamiento entre Juan Modesto Guilloto, del V Cuerpo de Ejército, y Enrique Lister, de la 11ª División. La guerra estaba resquebrajando lentamente la unidad del estamento republicano, que desde el primer momento actuó como un tumor que afectó de muerte a su ejército, el cuál se movía sin dirección única, según los estímulos de los generales que lo dirigían.


La 15 Brigada se mantendría en el frente de Fuentes de Ebro otros diez días. La 6ª Brigada Mixta atacaría de nuevo el día 17 de octubre, pero sin apoyo de los tanques y artillería, fracasando de nuevo en el intento. Las bajas en el bando nacional fueron mínimas, considerando las pérdidas republicanas. José no perdió a uno sólo de sus hombres mientras duró la defensa y fue felicitado por sus superiores por la hazaña de la noche del 13 de octubre, cuando consiguió burlar a las fuerzas republicanas que le cortaban el paso hacia Fuentes. Se encontraba en un buen momento cuando recibió una carta de Alfredo, su amigo del pueblo.


Espero que cuando recibas ésta te encuentres bien - decía -:
                                                                                                            
he esperado todo este tiempo sin más noticias tuyas que los recuerdos que me mandaste en la carta a Micaela. Siento tener que decirte que por aquí las cosas no marchan demasiado bien, por lo que me he decidido a escribirte sin más demora. Quiero que sepas que mi prima está atravesando por un mal momento, y que tal vez por eso aún no haya respondido a tu carta.
Sabrás que hace un tiempo que ha regresado del frente el hijo del herrero, José Luis. Es un verdadero asesino y está implantando el terror en toda la comarca. Ayer entró con sus sicarios en el pueblo de tu madre y tras detener a todos los afiliados a las gestoras socialistas, unos treinta, los fusilaron en la casa del pueblo, prendiéndola después hasta reducirla a cenizas. Lleva un tiempo acosando a Micaela, que se mantiene fiel a ti, aunque no se por cuanto tiempo más podrá resistir, pues tienen amenazada a toda la familia, incluso a mí. Quiere casarse con ella y pretende chantajearla haciéndose pasar por su salvador.
Ella está en un sin vivir, ha perdido peso y casi ha dejado de comer. Yo le digo que sea fuerte, que pronto volverás, que contigo no podrán meterse, pero ella siente miedo por sus hermanos y por mí, contra quien dice, van más en serio. Yo no estoy preocupado, no tengo miedo a morir, al fin y al cabo soy un pobre tullido y nada depende de mi; pero estoy muy preocupado por su estado de salud, que se deteriora de día en día. Ese mal nacido no la deja en paz y ella no sabe como defenderse.
Comprendo que para ti, que tan lejos te encuentras ahora, y debido a tus obligaciones, que supongo serán de la máxima importancia, te sea difícil todo esto; pero si no haces algo pronto, no se lo que será de nosotros de ahora en adelante.
Perdóname si te intranquilizo, ella no ha querido hacerlo, te quiere demasiado para hacerte sufrir; pero ese hombre está loco y no parará hasta conseguir lo que quiere si no se lo impide antes alguien, y creo que ese alguien, amigo, nada más puedes ser tú. Sabes que nosotros nos hemos mantenido siempre al margen de estas cosas, pero ellos no quieren neutrales sino gente que colabore con su causa; el no hacerlo significa ser sus enemigos y no tiemblan cuando de matar se trata.
Quiero desearte suerte al despedirme de ti y decirte que tus padres están bien. Me han dicho que te mande recuerdos y que no te preocupes por ellos, de momento no tienen problemas. 

Recibe un fuerte abrazo de tu amigo Alfredo.

José leyó la carta sin apenas parpadear, en su estado de ánimo algo cambió repentinamente y los fantasmas aparecieron de nuevo en su alma sobresaltada.La incomprensión de tanta crueldad le hizo recordar lo que su padre le decía tantas veces: "- Hay hombres que no pueden dormir sin planear antes todo el mal que harán al día siguiente."
Joder - se dijo -, no sólo luchamos en un frente contra otros, combatimos en una guerra sin reglas ni cuartel donde sus fronteras somos nosotros mismos. ¿Cómo luchar por tu alma, por lo que más quieres, cuando tu cuerpo y tu mente están tan lejos luchando por lo que no quieres? Es absurdo, la guerra es inútil y aún así nos envuelve, nos sobrepasa; saca de nosotros los más bajos instintos y nos devora por dentro. Tendré también que matarlo y me convertiré así en otro asesino. Es increíble tanta locura. ¿Era necesaria esta sangría para poder vivir mejor? No, no lo creo. No creo que esto nos saque de la mediocridad, sólo nos traerá más hambre y menos libertad aún. No se ha manejado la cultura y la inteligencia para ello, sino el analfabetismo y la degradación moral para conseguirlo, y no nos traerá buenas consecuencias; a nadie, ni siquiera a los vencedores cuando esto acabe. Al contrario seremos peores, pues no sobrevivirán los mejores, los buenos - ellos son los primeros en caer -, sino los asesinos, los crueles y sin escrúpulos, los que somos capaces de olvidar pronto los muertos a nuestras manos mientras podamos seguir matando.
Y yo soy igual, me siento igual que ellos. No quería alistarme, nunca me gustaron las armas, y sin embargo, eme aquí, convertido en un capitán que lava su conciencia con la responsabilidad por sus hombres. Me siento ahora indigno y maldigo el día en que nací para esto. Amaba los animales, el campo, el olor de las mieses y del heno recién segado, y ahora sólo huelo pólvora y sangre derramada secándose al sol mientras los cuerpos fermentan y se descomponen. Quisiera ser caballo, buey o mula de carga, cualquier cosa que me diferenciara del género al que pertenezco. Dice mi padre que "todo bicho viviente del hombre huye", y yo quisiera ser ahora ese bicho que se escapa, que se aleja hasta donde el hombre no puede atraparlo.

Y salió deprisa; abandonó las trincheras buscando la ranchería, pues quería emborracharse hasta perder el sentido, disponer de una tregua para olvidarse de todo durante un tiempo antes de librar la siguiente y más dura de las batallas, la batalla contra sí mismo.
Cuando llegó le pidió a Ángel una botella de vino y que le permitiera esconderse allí para no ser visto. Le dijo que si alguien preguntaba por él, respondiera que se encontraba indispuesto, que había pasado una mala tarde y que tras un buen "carajillo" de brandy se había quedado dormido después de la cena.
No le bastó con una botella, sino que tuvo que repetir para perder la consciencia. Cuando Sergio lo despertó por la mañana, una tremenda jaqueca producida por la resaca le destrozaba la cabeza. Su amigo le preguntó que había pasado, y él le contestó que se había dejado llevar por el vino y que se había quedado dormido.

-¿Todo en orden?¿Ha preguntado alguien por mí?

-Todo en orden y sin novedades -. Decididamente, Sergio era su ángel de la guardia. 

-Pero tienes que incorporarte a tu puesto ya, los hombres están intranquilos, son demasiadas horas sin verte; no quieren otro capitán si no lo eres tú.

-Pues van a tener que ir acostumbrándose.

-¿Qué dices amigo? El vino no ha dejado muy bien tu cabeza.
-No Sergio, lo digo en serio; puede que hoy no sea mi día, pero no quiero seguir con esto.

-Pero, ¿se puede saber que te ha pasado?

-Nada de tu incumbencia Sergio; problemas personales.

-No se lo que estará pasando por tu cabeza, pero tiene que ser algo muy gordo. Creía que éramos amigos, que no habría secretos entre nosotros.

-No amigo, no es eso, solo que tú no puedes hacer nada; ni siquiera yo se como arreglarlo.

-¿Y qué tiene que ver con tu vida aquí?

-Todo Sergio, tiene todo que ver. Estoy muy lejos de casa y me necesitan, allí también estoy en guerra.

-¡Ah, ya se! Es tu novia ¿verdad?

-Sí, me está afectando demasiado; la impotencia que siento está minando mi ánimo y no creo que eso sea bueno para dirigir a nuestros hombres.

-No José, tú siempre sacas fuerzas de los peores momentos, lo se. No te hundas ahora, te necesitamos.

-Primero está mi familia.

-Todos los que estamos aquí también tenemos familias; luchamos por ellas, por nuestro modo de vida, ¿o es que has olvidado qué nos condujo hasta aquí?

-No, no lo he olvidado. Tuve que alistarme para que no me mataran y lo mismo me hubiera dado estar en el otro lado, yo no quería luchar. Ahora siento peligrar lo que más amo, aquello que me hace soportar este trance, y son los mismos para los que lucho y dejo mi vida quienes lo amenazan. Tengo que hacer algo, y si ello supone desertar, lo haré.

-Estás loco, no sabes lo que dices, eso no puede ser, cavarías tu propia tumba.

-Seguro, pero al menos moriré por lo que quiero, no por lo que el destino me depare.

-Es el destino quien te ha traído aquí, ¿no lo comprendes?. El mismo destino que ha hecho de ti un hombre querido y respetado por todos. ¿Cómo puedes suponer que habiendo salvado la vida de tantos hombres no vayas a salvar la tuya y la de quienes tanto amas? Estás siendo injusto contigo amigo, y eso no te hará bien. Tienes carisma y categoría reconocida por tus superiores, aprovéchala. Al fin y al cavo tus enemigos están en tu mismo bando y eso te da ventaja. Habla con el coronel, el sabrá que hacer en estos casos; siempre aceptará mejor un compromiso que una renuncia. Entiéndelo, es la mejor solución, tú tienes un mando y eso significa mucho, no se meterán con los tuyos si te das a valer; pero si lo desprecias, si reniegas de lo que has conseguido ¿qué puedes hacer?

-Tal vez tengas razón amigo, porque de verdad lo eres. Hablaré con el coronel, aunque creo que ya tiene demasiados problemas como para preocuparse por mí.
































-Por quien va a preocuparse, sino por sus hombres. Tu haces lo mismo, es nuestro código de honor. No lo olvides nunca.

-Sí Sergio, lo haré, hablaré con él. Pero si no consigo nada...

-Estate seguro de que lo conseguirás. Y ahora, anda, aséate un poco, con esa pinta es mejor que no te vea nadie. Yo me adelantaré para diana, iré disponiendo a los hombres para tu llegada. Todo estará preparado como siempre.

-Gracias, muchas gracias amigo.

Sergio salió de la tienda improvisada como cocina. José se lavó mientras rezaba un "padre nuestro". Desde que dejara de ser niño no había vuelto a hacerlo. Nunca creyó demasiado en ello, pero entonces dio gracias a Dios por no estar sólo, por tener un gran amigo a su lado, ya que ahora Sergio lo era todo para él. La visita de su amigo había hecho tanto por su resaca, como el agua tibia en aquella mañana de otoño. Era veintiocho de octubre, día de San Judas Tadeo, santo de los casos difíciles y de las causas desesperadas.     


          

martes, 13 de julio de 2010

El adiestrador de mandriles. ( El hueco. )



Sonó el teléfono en el momento justo que cerraba la puerta tras de sí. Giró de nuevo la llave, abrió y entró corriendo para descolgar el teléfono antes de que dejase de sonar.


- Sí, soy yo; dime.
-  Soy "Chuspi": Te llamo para decirte que en la empresa donde trabajabas están cogiendo personal para una obra nueva en la ciudad - dijo una voz al otro lado del auricular -. Creo que la dirige tu antiguo jefe de obra; ¿ no te ha llamado ?
- No, es la primera noticia que tengo de ello.
- Pues no pierdas el tiempo y pásate por allí cuanto antes. Es fácil que ahora pueda hacerte un hueco.
- ¿ Dónde tienen la obra ? ¿ Hay instalada allí oficina ?
- Se que la obra está en la ronda sur, pero no se si tendrán oficina montada todavía.
- Gracias "Chuspi". Iba a salir ahora mismo para la ciudad, tengo consulta con el dentista. Intentaré localizar la obra y hablar con el jefe. Ahora tengo que colgar; espero verte pronto para tomarnos unas cañas y contarte cómo me ha ido.
- A ver si tienes suerte.
- Gracias de nuevo amigo. Pasaré pronto por el barrio para verte.


Se quedó un instante pensando en ello mientras colgaba el teléfono inconscientemente.  La llamada parecía haberle transportado a un sueño, después de tanto tiempo sin que nadie conocido se acordara de su situación. Verdaderamente hacía mucho tiempo que no veía a Chuspi. Se habían conocido en la última obra que realizó como operador de grúas, antes de caer en paro; de eso hacía poco menos de dos años.
Le resultaba extraño que Gonzalo iniciara una edificación sin contar con él y apenas tres meses después de contactar por última vez. La cita con el dentista lo impulsaba a salir, por lo que apartó a un lado - aunque no del todo - sus pensamientos, cerró de nuevo con llave la puerta y bajó las escaleras del portal casi corriendo. 
Cuando arrancó el coche cayó en la cuenta de que era ideal que las cosas coincidieran de forma tan favorable, aunque no solía ser muy habitual que terminaran como habían empezado. Pero pensó de igual modo, que casi todo lo que se espera aparece de improviso sorprendiéndonos siempre un poco. Se dijo que sería una buena forma de aprovechar el viaje. 

Llegó a la ciudad entre un tráfico enorme, por lo que le costó encontrar aparcamiento. Tras dar un par de vueltas a la manzana donde se encontraba la clínica, debió abandonarla pues no pudo aparcar. Consiguió hacerlo en otra zona más alejada y que no conocía muy bien. 
Apremiado por el tiempo decidió dejar el coche en el primer sitio que encontró. Intentó memorizar el nombre de la calle, que al cabo de un rato olvidaría. Recordaría después que se encontraba en la barriada de "La Marina". 

Comenzó a caminar deprisa, excitado primero por el teléfono y después por el tráfico. No quería perder más que el tiempo necesario con el dentista, necesitaba disponer del suficiente para localizar la obra antes del medio día. Necesitaba ese empleo con urgencia, sus recursos económicos se estaban acabando. Pronto dejaría de percibir el subsidio de desempleo y por ello llevaba una temporada preocupado, a pesar de que solía tomarse aquellas cosas con tranquilidad; pero, inconscientemente, su mente retenía dormida la obsesión por encontrar un empleo, contenida también por la frialdad que mostraba su carácter.

Llegaba tarde a la cita y le impacientaba cada vez más la enorme cantidad de gente caminando por las calles, que frenaba su ritmo frenético y le hacía perder más tiempo. Fatigado y nervioso, llegó al fin.




La visita al especialista resultó algo más larga de lo pensado, pues el doctor decidió intervenir a otro paciente en el tiempo que duró su ausencia, y le tocó esperar. Cuando salió de la clínica quedaba poco más de media hora para el mediodía, por lo que decidió entrar en una cafetería para tomar un café.
Al entrar se dio de cara con un antiguo amigo de juventud, Ángel. Se extrañó de verle por allí, ya que vivía en otra ciudad donde trabajaba como funcionario en alguna administración que desconocía, y hacía casi diez años - desde el velatorio por la muerte de su padre - que no se veían. Casi no pudo creerlo cuando le dijo que había fichado como administrativo para una multinacional de la construcción que iba a realizar una obra en la ciudad,  y le aseguró que a partir de entonces podrían verse más a menudo, ya que entre semana se encontraría allí.
Le invitó a quedarse con él un rato mientras tomaban un café, pero su amigo le dijo que ya había tomado el suyo y que tenía mucha prisa pues lo esperaban en la oficina. Le preguntó entonces donde la tenían y quien llevaba la obra.


- El jefe de obra se llama Gonzalo - le dijo su amigo -; un chico joven, alto y con gafas. La empresa es[...] y la oficina no está muy lejos de aquí, en una calle cercana a la estación de trenes.
- Es que estoy buscando trabajo - no podía creer lo que su amigo le contaba - y para esa empresa he trabajado yo los últimos años. Dices que se llama Gonzalo el jefe de la obra,¿Gonzalo Fernández?
- Sí, el mismo. ¿Pero le conoces?
- Ha sido mi jefe durante los tres últimos años de trabajo en la construcción.
- Pues está cogiendo gente ahora. ¿Por qué no te pasas por allí? Seguro que tendrá un hueco para ti.
- Sí, creo que pasaré. Tomaré antes un café. Acabo de salir del dentista y tengo algo raro el estómago. Estoy de pruebas y radiografías para arreglarme la dentadura, que ya va algo necesitada de atención. Bueno, si no quieres nada te dejo libre. Me pasaré por allí, así podré verte de nuevo. Me alegro mucho de haberme encontrado contigo. Por cierto, ¿te casaste?¿Tienes familia?
- Tengo un chaval de quince años, pero no, no me he casado - le contestó su amigo -. María y yo seguimos juntos; ella no ha querido volver a dar el paso y a mi no me importa.
- Bueno, todo sirve si hay respeto y os queréis - dijo -. Eso es lo importante.
- Venga, nos vemos - contestó el amigo -. No te olvides, pásate pronto.
- Sí, sí; hoy seguramente. Si no tuvieses demasiada prisa me iría contigo, pero no quiero entretenerte ni que te sientas comprometido.





Entró en el bar y pidió café. Su cabeza no estaba despejada, como si no hubiera dormido bien; además la llamada de Chuspi, y ahora el encuentro con Ángel, más le parecía un sueño que la realidad, pues tras dos años en paro sin que nadie diera señales de vida, ahora de golpe todo aquello le parecía irreal. Vino entonces a su cabeza aquello de que "Dios aprieta pero no ahoga", y creyó que tal vez Dios empezaba a soltar sus manos.
Contento apuró el último sorbo de café y pidió al camarero un "chupito" de ginebra sin hielo, en vaso frío; necesitaba calentar su espíritu, que aún parecía aletargado ante la posibilidad que se le presentaba.
Pero cuando salió de nuevo a la calle era como si todo hubiese cambiado, no recordaba donde le había dicho su amigo que se encontraban las oficinas. Sacó de su bolso el teléfono móvil y marcó el número de Gonzalo, su antiguo jefe de obra, mas la llamada se repetía inútilmente sin que nadie respondiera al otro lado. Insistió de nuevo pero fue en vano. Le resultó extraño, ya que nunca había rechazado una llamada suya. Miró su reloj y se sorprendió de que fuera tan tarde. El sol estaba en todo lo alto y el calor era horroroso. Pensó que Gonzalo estaría comiendo y que por cualquier razón no quería coger el teléfono a esas horas. Después se dijo que no, que parecía un hombre pegado a un teléfono, que algo raro estaba pasando. Decidió entonces recorrer las calles de la manzana para buscar la oficina, y sin pensar que no había comido y que pronto pasaría la hora comenzó a deambular por la zona fijándose en cada portal, en sus placas y letreros, en cada escaparate y en los anuncios de neón, que interminables llenaban las calles.
Caminar se había convertido en una obsesión para él; se le escapaba el tiempo y era incapaz de acordarse de la dirección y encontrar las oficinas. Buscó un banco en la sombra de las acacias de una pequeña plaza y se sentó sofocado. Volvió a marcar otra vez el número de Gonzalo y el teléfono repitió cadencioso la señal sin encontrar respuesta.
Sudaba, y un estado de agitación e impaciencia lo sofocaba. Al tiempo se dio cuenta de que las calles se habían quedado prácticamente vacías, todo el mundo se ocultaba del sol en esas horas centrales del día. Se sintió absurdo, solo en aquella plaza desierta, donde la única compañía eran los pájaros que alocadamente revoloteaban en los árboles. Se tendió de espaldas en el banco mirando sus copas y el juego de las pequeñas aves, que despreocupadas jugaban libres a esas horas de la tarde.
Sin querer se quedó dormido, y cuando despertó de nuevo el bullicio había regresado a las calles. Los coches iban y venían de un lado para otro, y las gentes, como hormigas minuciosas, fluían de todos los lados hacia todas las direcciones. Levantándose del banco como un vagabundo que ignora al mundo envuelto en sus pensamientos, sin importarle que todo el mundo le observa, comenzó de nuevo a caminar sin una dirección predeterminada. Eran las cinco de la tarde, por lo que decidió dejar para otro día la búsqueda de las oficinas de su antigua empresa e ir a por su coche, que no recordaba muy bien donde lo había dejado. Antes de regresar a casa quería pasarse por las obras del nuevo tendido ferroviario que se construían a las afueras de la ciudad, y donde pretendía encontrar algún trabajo.




Aceleró el paso tratando de llegar a la barriada donde dejara el coche; pero sorpresa, cuando llegó allí no fue capaz de encontrarlo. No recordaba la calle que buscaba, y todas, que partían en cuadrícula exacta, le parecían iguales. La ansiedad le hacía caminar más deprisa y empezó a sentir cansancio; no haber comido nada le producía cierta debilidad y su cabeza comenzaba a sentirse confusa. Decidió olvidarse por el momento del coche y siguió caminando hacia las afueras de la ciudad con la esperanza de llegar antes de que cerraran las obras del ferrocarril. Estaba sumamente cansado, pero la necesidad imperiosa de conseguir algún resultado positivo en aquel día que empezara prometiendo tanto y que tan poco le había dado, lo impulsaba a seguir sin detenerse.

Por fin, tras una larga caminata, dejó a sus espaldas la urbe y distinguió a lo lejos las obras que buscaba. Enormes grúas se levantaban sobre las vías. Su ánimo pareció superar el cansancio de todo un día caminando sin nada en el estómago. Cuando llegó, unos descomunales pórticos sustentaban las gigantescas estructuras de las torres de acero de las grúas. Todavía estaban trabajando los ferrallistas y los encofradores; los materiales se acumulaban descargados a ambos lados del tendido y las máquinas y camiones continuaban su ritmo vertiginoso. Pronto vio aparecer un hombre con casco blanco y una carpeta debajo del brazo que supervisaba los trabajos. Se acercó a él:


- Por favor, ¿es usted el jefe de obra o encargado? - le preguntó -.
- Sí, soy el jefe de obra. ¿Qué desea?
- Me llamo [...] y soy operador de grúas torre, conductor de camiones, y dispongo de la tarjeta profesional de la construcción. Estoy buscando empleo y había pensado que tal vez aquí...
- Pues sí, vamos a necesitar "gruistas". Creo que podré hacerle un hueco. Venga conmigo.


Le llevó hacia otra parte de la obra donde se encontraban distintos tipos de almacenes y algunos talleres. Casi al llegar se encontraron con dos mujeres, también con cascos blancos y sendas carpetas debajo de los brazos.


- Miriam, Raquel, un momento - les llamó el jefe de obra -. Mirar, este hombre es gruista y está buscando trabajo. Le he dicho que tal vez hubiera un hueco para él -. Una de ellas, la más baja, abrió su carpeta y extendió sobre la pared unos planos del trazado:
- Bueno, aquí tenemos una grúa y aquí otra, y entre medias sí, aquí hay un hueco. Colocaremos en breve otra. Bueno, nosotras ahora tenemos que irnos, nos espera el director gerente para unas consultas. Nos vemos.


De nuevo se quedó sólo con el jefe de obra, que pareció un tanto sorprendido por el encuentro.


- No te preocupes, veremos al encargado y haré que él te encuentre un hueco mientras montan la grúa.
- Gracias, no tengo problema de hacer otras cosa mientras tanto. 

Estaba esperanzado, contento después de un día de tanto trajinar; orgulloso de que su afán estuviera dando resultado. Ya no se acordaba del cansancio que su cuerpo acumulaba.


- Pedro, ven un momento - llamó el jefe de obra a otro de casco blanco que estaba entretenido dando órdenes a una cuadrilla -. Quiero que busques un hueco para este hombre. Es gruista y camionero, necesita trabajar.
Bien, le dejo con nuestro encargado. Mucho gusto por conocerle, hasta otro momento. 

Se alejó dejándolo con el encargado.





- Venga conmigo, le llevaré a nuestro taller de tornería y mantenimiento; a ver si puedo encontrar un hueco para usted.


Entraron en unas naves antiguas habilitadas a tal efecto donde trabajaban no más de una docena de personas, cada una distante de las otras en puestos muy diferentes. El local chorreaba aceites y olía a carburantes y grasas industriales. Parecía un taller improvisado donde fabricaban piezas especiales para sus máquinas y herramientas. Lo condujo hacia una prensa hidráulica que doblaba en su troquel piezas de hierro, dándoles una forma determinada. Comenzó explicándole el procedimiento pero al momento se paró diciendo:
- No, no creo que este sea un buen puesto para ti, aunque algo tendrás que hacer mientras...
- Haré lo que sea, no me importa. Comprendo estas situaciones, y se que de alguna manera hay que comenzar . 

Pero aquella situación, aquel pasar de unas manos a otras sin concretar nada, sin hablar de otra cosa que no fuera el maldito "hueco", le empezaba a mosquear. No era normal que aún no hubiesen hablado de condiciones de trabajo, horarios, salario y demás cosas. El malestar por tal situación, unido al cansancio que de nuevo sentía, comenzaban a irritarle, y se conocía demasiado como para suponer que aquello pudiese soportarlo demasiado tiempo.


- Bueno - le dijo el encargado -, mientras lo pienso podíamos tomarnos un café, tenemos máquina en las casetas de obra; es la hora del cambio de turno y aún disponemos de un rato de tiempo. Venga, le explicaré como funciona esta empresa. 

Se dejó conducir por el encargado hacia la caseta habilitada como comedor y que a esa hora ocupaban los trabajadores del turno entrante aprovechando el momento para tomar un refrigerio antes de incorporarse a sus puestos. Fueron a sentarse a una mesa donde se encontraban las dos mujeres de los planos y los cascos blancos, que hablaban mientras tomaban un café con el jefe de obra sin hacer el más mínimo caso a quienes a su lado se sentaban, como si no se conociesen. Aquello no gustó nada a nuestro hombre, que lo consideró como una descortesía y una muestra de soberbia y prepotencia por su parte. Su estado de ánimo comenzó a incendiarse y el tuteo con el que comenzaba su explicación el encargado le estaba sacando de sus casillas:


- Te explico; bueno, es un poco difícil porque ésta no es una empresa normal y corriente, aunque estoy seguro de que tú lo comprenderás perfectamente, pareces un tipo inteligente - aquello acabó por hacerle perder los nervios -. Aquí es algo complicado hacerse un hueco...
Se levantó entonces de la mesa, y con rotundidad y en un tono desafiante le dijo:
- He venido aquí buscando trabajo y esperaba que tuvierais algo para mi. Estoy harto de tanto hueco y tanta monserga. Soy un profesional y mi experiencia me avala. Dime si tienes trabajo y no me hagas perder más el tiempo, no me sobra.

El encargado quedó como mudo, sin respuesta, desconcertado, casi sin habla. Contestó tras una ligera pausa:

- No; de eso no tenemos por aquí.
- Pues entonces a que tanto hueco de los cojones. Vas a reírte de tu puta madre -. Y dándose media vuelta abandonó la caseta.


Cuando salió le temblaban las piernas, más por su nerviosismo incontrolado que por el cansancio que acumulaban.
- !Joder! - se dijo -. ¡Vaya día de mierda! Y ahora sin coche, a más de una hora de camino andando y la noche para caer dentro de poco. Pero no, esta vez cogeré el bus, estoy harto de andar.

Cogió la salida hacia la carretera general que conducía a la ciudad, y después de un paso a nivel sin barreras llegó al cruce con la carretera. Allí mismo, a un lado, había una parada de bus.
Estuvo un buen rato esperando sin que parara ninguno. Apenas pasaban coches, sólo al cabo de un buen rato una viejecita se acercó a él caminando lentamente, apoyada en un bastón y con una pesada bolsa de la mano. Cuando llegó a su altura le preguntó:

- Perdone señora, ¿para aquí el autobús que lleva a la ciudad?
- Sí, sí, para aquí, pero hoy no pasa.
- Entonces tendré que irme andando si no quiero que se me haga de noche antes de llegar a la ciudad. ¿Vive muy lejos señora ? Permita que le lleve su bolsa, debe pesar mucho.
- Vivo ahí mismo en esas casas; allí delante. Gracias hijo, las personas como yo no tenemos quien nos ayude. Mis hijas viven en la ciudad y apenas vienen a verme. Claro, están ahora tan atareadas con sus hijos y el trabajo, que casi no se acuerdan de una. Pareces buen muchacho, ¿que te trajo por aquí?
- He estado buscando trabajo.
- ¿Y qué, has tenido suerte?
- Están las cosas muy mal señora.







































- Siempre han estado mal para la gente humilde, para los que sólo tienen su vida para responder por ella. Pero no te desanimes, la vida continúa a pesar de todas las dificultades. Ya me ves a mi, que aquí estoy; y he visto mucho hijo. Mas lo que se, es que debo seguir tirando por la pella pues nadie lo hará por mi; y no puedo desanimarme, en nada me ayudaría.
- Gracias por sus sabios consejos señora. ¿Es aquí verdad?
- Sí hijo sí, aquí es. Gracias por tu amabilidad y que tengas mucha, mucha suerte.


Siguió rumbo a la ciudad acusando cada vez más el cansancio acumulado a lo largo del día, caminando sin parar y sin haber metido bocado. El sol se ocultaba tras los tejados a lo lejos y la ansiedad por llegar y recoger el coche agrandaba su cansancio.
Era de noche cuando llegó y apenas reconocía la ciudad, todo estaba cambiado, donde no debía estar, incluso algunos edificios resultaban totalmente nuevos y extraños para él. Aquella no parecía ser su ciudad, la que conocía de siempre; estaba totalmente desorientado.
 Al entrar por una calle larga y oscura, sin coches ni aparcamientos, casi rendido, vio pasar a un individuo corriendo como alguien que persiguieran, mirando hacia atrás de vez en cuando con los ojos casi fuera de sus órbitas. Fue un instante, como una exhalación que dejó tras de sí el sonido de otros pasos que se acercaban también corriendo. Miró a sus espaldas y vio unas sombras que avanzaban con rapidez deslizándose sobre la pared y que aumentando vertiginosamente se le echaban encima. Alguien lo agarró por el cuello y lo apretó contra la pared poniendo una navaja en su garganta; mientras, otros dos dejaban atrás sus sombras corriendo calle abajo con palos y cuchillos tras los pasos de quien antes viera huir.
- Vamos, dime ¿por dónde se ha ido? Dímelo si no quieres que te mate.
- No lo se; sólo he visto correr a alguien calle abajo.
- ¡ Bah! No voy a perder el tiempo contigo -. Y le soltó, emprendiendo rápido la carrera tras las pisadas de los otros.
Quedó un momento apoyado en la pared sin reaccionar, consternado por el incidente. Casi se desploma sobre sus piernas, que temblaban como varas verdes. Prácticamente sin recuperarse trato de cruzar la calle al otro lado, pero en ese mismo instante una luz lo cegó y cayó al suelo al tiempo que sentía la frenada de un coche de policía y el zumbido de sus sirenas de colores.


En ese momento se levantó sobresaltado, con un tembleque que recorría todo su cuerpo mientras sus manos se agarraban con fuerza al colchón de la cama. Eran apenas las seis de la mañana y su mujer dormía a su lado. Estaba empapado en sudor y resquebrajado por el desasosiego. Había estado soñando. Se levantó y se dirigió al salón para levantar con ansiedad la persiana. Allí estaba su coche. Era cierto, sólo había sido una pesadilla. Pero el cansancio de sus piernas no había desaparecido después del sueño, más al contrario, ahora le dolían y todo su cuerpo le pedía descanso.