He comprobado cómo las buenas intenciones favorecen al mal. ¿Es que el mundo se ha vuelto del revés?
¿Cómo puede ser que tratando de darnos lo mejor todo se vuelva contra nosotros?
¿Por qué nuestros hijos no aprenden de nuestros errores - como tarde nosotros reconocimos - y se empeñan en continuar las debilidades que nos han consumido?
Y el sentir se reveló:
- La violencia tiene su origen en la propia naturaleza de las cosas. La misma naturaleza es violenta.
El lenguaje de la "no violencia", convertido hoy en un lenguaje de acción más que de aptitud personal, conduce a la confrontación, pues no es utilizado para defender derechos fundamentales, sino para proteger privilegios adquiridos, para otros impensables.
La "no violencia" no deja de ser una acción, y como tal pretende y consigue una respuesta que no siempre es positiva.
No sucede así cuando no se actúa. La "no-acción" no motiva violencia; es acomodaticia y se adapta al transcurrir de los acontecimientos sin alterarlos, sin precipitarlos.
La "no acción" es la puerta de salida del huracán de nuestras decisiones, en su mayoría equivocadas y sin retorno, pues hemos querido actuar sobre todo y todo hemos dejado de hacer. Cuando elegimos descartamos, y a más elecciones, más descartes.
Decían los sabios más antiguos:
"Quien no actúa no deja de actuar, pues se acomoda en cada caso al curso de los acontecimientos, y nada deja de hacer".
Miras a tu hijo en la jaula de algodones que has construido para que juegue en libertad con los juguetes que le has dado, para que si se cae no se golpee y se haga daño, seguro de todo mal; pero no logras comprender porqué llora si tiene lo mejor que has podido darle para que mantenga su tranquilidad.
Tal vez estés haciendo mal adelantándote a sus intenciones, a sus deseos, a sus necesidades; protegiéndolo demasiado, evitando que conozca por sí mismo el peligro.
Sabemos que nos atrae lo que no tenemos, y dándole a nuestros hijos todo lo que podemos, hacemos que aprendan a despreciar lo que en verdad se posee de cada momento para buscar más de lo que realmente hay; ansia imposible de saciar.
Nuestra actitud no violenta frente a sus reacciones - por nosotros inducidas - se torna permisiva y falta de respuesta; respuesta que espera su reacción, y que necesita para cesar en ella, por lo que en vez de aplacar su excitación acrecienta la violencia de sus expresiones, que buscan solución a sus querencias.
Cuando crecen, lo hacen en un clima de violencia inducido por un lenguaje de "no violencia" injustificable, que sólo trata de reprimir sus iras incompresibles.
La falta de conocimiento del peligro los hace peligrosos. El exceso de protección los vuelve soberbios, y el serlo, los conduce a la violencia para imponerse sobre los otros.
Deja a tu hijo, no impidas que se caiga porque no sepa andar todavía. Ayúdale a levantarse, pero sólo después de que él lo haya intentado sin lograrlo, de otro modo aprenderá tarde a levantarse y a caminar por sí mismo. Inseguro siempre, mirará desconfiado a su espalda antes de hacerlo, y eso le restará el tiempo necesario para conseguir lo que necesita para salvarse.
Aguanta sin actuar mientras no sea necesario, mientras no haya causa que lo motive, y así estarás preparado para el momento oportuno, para la acción necesaria.
La "no acción" es la puerta de salida del huracán de nuestras decisiones, en su mayoría equivocadas y sin retorno, pues hemos querido actuar sobre todo y todo hemos dejado de hacer. Cuando elegimos descartamos, y a más elecciones, más descartes.
Decían los sabios más antiguos:
"Quien no actúa no deja de actuar, pues se acomoda en cada caso al curso de los acontecimientos, y nada deja de hacer".
Miras a tu hijo en la jaula de algodones que has construido para que juegue en libertad con los juguetes que le has dado, para que si se cae no se golpee y se haga daño, seguro de todo mal; pero no logras comprender porqué llora si tiene lo mejor que has podido darle para que mantenga su tranquilidad.
Tal vez estés haciendo mal adelantándote a sus intenciones, a sus deseos, a sus necesidades; protegiéndolo demasiado, evitando que conozca por sí mismo el peligro.
Sabemos que nos atrae lo que no tenemos, y dándole a nuestros hijos todo lo que podemos, hacemos que aprendan a despreciar lo que en verdad se posee de cada momento para buscar más de lo que realmente hay; ansia imposible de saciar.
Nuestra actitud no violenta frente a sus reacciones - por nosotros inducidas - se torna permisiva y falta de respuesta; respuesta que espera su reacción, y que necesita para cesar en ella, por lo que en vez de aplacar su excitación acrecienta la violencia de sus expresiones, que buscan solución a sus querencias.
Cuando crecen, lo hacen en un clima de violencia inducido por un lenguaje de "no violencia" injustificable, que sólo trata de reprimir sus iras incompresibles.
La falta de conocimiento del peligro los hace peligrosos. El exceso de protección los vuelve soberbios, y el serlo, los conduce a la violencia para imponerse sobre los otros.
Deja a tu hijo, no impidas que se caiga porque no sepa andar todavía. Ayúdale a levantarse, pero sólo después de que él lo haya intentado sin lograrlo, de otro modo aprenderá tarde a levantarse y a caminar por sí mismo. Inseguro siempre, mirará desconfiado a su espalda antes de hacerlo, y eso le restará el tiempo necesario para conseguir lo que necesita para salvarse.
Aguanta sin actuar mientras no sea necesario, mientras no haya causa que lo motive, y así estarás preparado para el momento oportuno, para la acción necesaria.