El pensamiento economicista ha usurpado todas las ideologías negando cualquier creencia y supeditando a su criterio las aspiraciones sociales.
Ha transformado en números los conceptos de libertad y de felicidad personal actuando como un látigo que fustiga a los individuos para que compitan entre ellos. De este modo perpetúa su orden, pues genera una sociedad huérfana en valores morales sobre los que asentar cimientos sólidos de convivencia en términos de felicidad personal y contribución al bienestar social. Los seres humanos sufren por ello ansiedades imposibles de saciar que favorecen el consumo desaforado de bienes no recuperables para el ciclo vital, para lo que se transforma constantemente la materia hasta convertirla en estéril y contaminante.
Los números son estructuras invariables sobre las que resulta imposible enmarcar la fluctuación de resultados derivados de la diversidad de caracteres humanos, sus peculiaridades vocacionales y cognitivas, por lo que sólo desde una forma puramente económica es imposible resolver las demandas sociales, cuyos contenidos se estructuran a partir de factores existenciales, sentimentales y espirituales, que no se pueden definir ni controlar numéricamente.
La competencia entre los seres por la obtención de bienes materiales y productos de consumo con los que realizar sus aspiraciones espirituales propicia contravalores sociales como la falta de solidaridad, la corrupción, la ostentación y el abuso de autoridad, que acentúan las desigualdades y empujan a los individuos al vacío de la desesperanza.
Los números nos enseñan a distinguir las cosas desde el conocimiento exacto de su cuantía, su grandeza o pequeñez, ayudándonos a relativizar el medio en el que nos desenvolvemos y las consecuencias derivadas de nuestros errores de cálculo. Pero los individuos no se desarrollan exclusivamente de forma material cuantificable, actúan motivados también por su carácter emocional, espiritual. Y cuando sus pautas de comportamiento son condicionadas por el concepto económico, revierten en él los factores humanos más perniciosos hasta llegar a adulterar la naturaleza de los números para que se adapten a sus necesidades particulares.
Esto pervierte el orden establecido creando enormes distensiones sociales que no encuentran cauce a los sentimientos contradictorios derivados de la insatisfacción de los deseos de tantas individualidades.
La economía puede ser guía pero nunca camino a seguir.
El ser humano necesita de proyectos sociales basados en sus aspiraciones y creencias, no sólo individuales, sino también colectivas, donde la contribución de los individuos a su desarrollo revierta directamente en su concepto de felicidad, de libertad individual y de creatividad personal, para sentirse plenos en la realización de sus iniciativas. La pura contribución económica de los individuos para la realización de proyectos beneficiosos para la colectividad nunca resulta proporcional, por lo que siempre es repudiada. Los más pudientes la burlan tratando de evitar que se conozcan sus beneficios reales, y los más desfavorecidos porque les supone una carga añadida, imposible de llevar en la mayoría de los casos sin ser su esclavo.
Los números son estructuras invariables sobre las que resulta imposible enmarcar la fluctuación de resultados derivados de la diversidad de caracteres humanos, sus peculiaridades vocacionales y cognitivas, por lo que sólo desde una forma puramente económica es imposible resolver las demandas sociales, cuyos contenidos se estructuran a partir de factores existenciales, sentimentales y espirituales, que no se pueden definir ni controlar numéricamente.
La competencia entre los seres por la obtención de bienes materiales y productos de consumo con los que realizar sus aspiraciones espirituales propicia contravalores sociales como la falta de solidaridad, la corrupción, la ostentación y el abuso de autoridad, que acentúan las desigualdades y empujan a los individuos al vacío de la desesperanza.
Los números nos enseñan a distinguir las cosas desde el conocimiento exacto de su cuantía, su grandeza o pequeñez, ayudándonos a relativizar el medio en el que nos desenvolvemos y las consecuencias derivadas de nuestros errores de cálculo. Pero los individuos no se desarrollan exclusivamente de forma material cuantificable, actúan motivados también por su carácter emocional, espiritual. Y cuando sus pautas de comportamiento son condicionadas por el concepto económico, revierten en él los factores humanos más perniciosos hasta llegar a adulterar la naturaleza de los números para que se adapten a sus necesidades particulares.
Esto pervierte el orden establecido creando enormes distensiones sociales que no encuentran cauce a los sentimientos contradictorios derivados de la insatisfacción de los deseos de tantas individualidades.
La economía puede ser guía pero nunca camino a seguir.
El ser humano necesita de proyectos sociales basados en sus aspiraciones y creencias, no sólo individuales, sino también colectivas, donde la contribución de los individuos a su desarrollo revierta directamente en su concepto de felicidad, de libertad individual y de creatividad personal, para sentirse plenos en la realización de sus iniciativas. La pura contribución económica de los individuos para la realización de proyectos beneficiosos para la colectividad nunca resulta proporcional, por lo que siempre es repudiada. Los más pudientes la burlan tratando de evitar que se conozcan sus beneficios reales, y los más desfavorecidos porque les supone una carga añadida, imposible de llevar en la mayoría de los casos sin ser su esclavo.
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