-No encuentro al ser humano libre, sino esclavo de sí mismo - dijeron las palabras -; amarrado con cadenas invisibles que dificultan su progreso. No colabora, no comparte, sino que intercambia; aún sigue vendiendo su esfuerzo a otros iguales para sobrevivir.
Olvida que nació desnudo, del todo necesitado, llorando de manera desgarrada como muestra de rechazo a un medio hostil para el que no estaba preparado. Y que todo le fue dado, por lo que debería entregar su valor sin contrapartida a la existencia de los demás.
Y el sentir se reveló:
-El reparto del esfuerzo necesario del individuo a la colectividad, que lo acoge y le da sentido, ha estado y estará siempre en la base de la organización social. Pero hasta ahora el ser humano considera su esfuerzo a la sostenibilidad de la sociedad como un castigo por haber nacido desnudo, sin más propiedad que la piel que contiene su ser; asumiendo de antemano haber contraído una deuda por la que deberá pagar mientras dure su existencia. Con esta conciencia, el reparto del esfuerzo se vuelve malicioso por interesado y la contribución individual se convierte en trabajo, algo obligado y penoso para la mayoría, que sólo encuentra en él la forma de subsistir, pues limita su libertad y con ella su capacidad innata de creatividad.
La especie humana es creativa, en ello se destaca por encima de las demás. Su capacidad para crear la aporta su esencia, compuesta básicamente de libertad, y en la libertad para crear encuentra su máxima expresión. Pero los individuos no son formados para descubrir sus verdaderas cualidades creativas, sino para sostener el sistema de sociedad impuesto, que destina los esfuerzos individuales a la obtención de recursos para su mantenimiento, primando al sistema frente a los individuos que le dan forma; sin tener en cuenta sus particularidades creativas. Esto los empuja a actividades para las que no están mejor preparados y que cualquier otro puede realizar, y los convierte en seres sustituibles, incapaces de realización personal plena e infelices por ello.
Los seres humanos son esclavos de su tiempo, al cual ponen precio como medida de intercambio cerrando las puertas a cualquier tipo de colaboración, a cualquier modo de compartir que no sea estrictamente familiar, lo que reduce las posibilidades de progreso y realización individual y social.
En una civilización donde las herramientas humanas pueden realizar el esfuerzo de mantenimiento del sistema, se necesita primar por encima de éste a las individualidades, para que sus contribuciones al modelo social sean libres y voluntarias, conscientes de que sus particularidades son conexiones imprescindibles en un tejido social sano, que evoluciona dando respuestas positivas a las aspiraciones de su especie.