El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

LECCIÓN DE VIDA.






Se alejó de la ventana cuando vio pasar el cortejo fúnebre. Cayó en la cuenta de que había regresado a la calle del adiós.
Creció en otro lugar, en una calle como aquella; viendo a otros realizar su último viaje hacia el sol de poniente tras los visillos, escondido en las sombras de su habitación. Así aprendió a contar el tiempo en quienes partían, el mismo tiempo que parecía devolverle al principio de su consciencia en aquel instante. 
Las experiencias vividas le enseñaron a encontrar una causa detrás de cada coincidencia, pero ésta lo había dejado sorprendido, era duro reconocer el significado que susurraba a su entendimiento: se estaba haciendo viejo, y como antes de niño aprendió a sumar, ahora tendría que restar años a su existencia.
Le pareció como si el tiempo viajara sobre las cosas y los seres, y no éstos sobre él. Pensó entonces que su vida estaba forjada a golpes del destino, que como el viento a una pluma, lo mecía a su capricho. Sus acciones sólo respondían a la necesidad de adaptarse al movimiento cambiante del tiempo tirano, que jamás contó con sus deseos, que siempre puso en jaque a su esperanza.
Después de dudar un momento, mientras miraba de nuevo tras los cristales para ver como se alejaba la comitiva encapotada de paraguas, recordó que su amor por la vida, más fuerte que el temor de la muerte, había mantenido intacta la fe en sí mismo, en lo que había decidido creer libremente, y que aquel sentimiento había superado siempre cualquier decepción.
Quizás fuera el momento de regocijarse, pues la señal de aquella coincidencia no era otra cosa más, que un amable tirón de orejas de la vida, que le recordaba que aún debería seguir contándola. 









jueves, 10 de septiembre de 2015

ALMA Y VIRTUD.





Tomaron forma las palabras en la boca del sabio para decir: - "La virtud del hombre joven es la rebeldía. La del viejo, la resignación."

-Fui rebelde, como el ímpetu de mi juventud exigía ante lo caduco a su tiempo. Y mi rebeldía luchó por abrirse paso a contrapié en un mundo que marchaba demasiado lento, pues mi anhelo era volar.
Luché por preservar mi esencia de quienes, marchando delante, me imponían su paso para sentirse seguros frente a su horizonte cercano, demasiado lejos para mí. Y no quise marchitarme en la espera que contamina el espíritu puro con recuerdos y sueños de realización lejanos.
Las cicatrices de las derrotas quedaron grabadas en mi ser, pero de ellas saqué las fuerzas y la rabia necesaria para emprender nueva batalla. Y de la lucha contra lo que cerraba puertas a mi paso labré mi existencia, sostenida por lo único que poseía: mi joven vida que se esforzaba por dar valor a su pasión.
Mas, el tiempo ha pasado y he de aceptar que otros adelantan mi paso, ya no tan rápido; lastrado por la carga vital que me acompaña, y que por propia, no puedo abandonar.
Ahora mi vida es prudencia, serenidad y aceptación de mi ser finito. Las pruebas que me quedan por superar se baten con resignación, pues como antes las derrotas, cualquier triunfo será pasajero; la guerra está perdida de antemano.    
Ya no lucho contra los elementos. Mi joven pasión no ha cambiado en mi alma, quizás hoy más segura, más consciente; pero en el tiempo me voy desgastando como un meteoro que entra en atmósfera para disolverse y alcanzar el fin de su movimiento, y sólo hago que adaptarme para que no sea fugaz mi estela. Luz que mantengo encendida con fervor juvenil, pues aún hay quien sigue mis pasos para prender la suya y no he de mostrarme lejano.