-No fueron los excesos los que me trajeron a este punto sin retorno de la vida, que se extingue en mí sin poder hacer más de lo que intento para evitarlo - le dijo -. Fueron las decepciones de los fracasos las que arrastraron mi alma por la amargura y la vergüenza hasta conducirla por la senda del abandono, donde, con cada trago, con cada bocanada de humo, creí comprar el bálsamo para aliviar mi pena.
Sembré errores y sólo fracaso obtuve por cosecha. Nada que comienza torcido resulta derecho.
No conozco el sabor dulce de la victoria, ya que en todo perdí. Se bien de lo amargo de la derrota que fue constante en mi vida, pues hasta mis retoños crecieron torcidos; como no podía ser de otro modo en árbol mal formado y abandonado en la maleza.
Me refugié en los recuerdos de lo que creí ser y abandoné los sueños necesarios, que dicen que aportan siempre una razón por la que sobrevivir cada mañana. Y así me negué al mundo, en lucha permanente conmigo mismo hasta perder para siempre la dignidad que pretendía.
No comprendí entonces que la amargura del desengaño envenenaba mi sangre con cada derrota y ahora es demasiado tarde, la copa de la vida rebosa llena de odio por el mundo y amargura, y mi cuerpo no puede soportarlo más.
Todo está perdido, nada que se pueda hacer, estoy llegando al final. No me queda tiempo para rectificar, para saldar las cuentas que dejo y que harán que no descanse en paz. He aprendido que se muere igual que se vive, por eso no ansió el final, aunque se que sólo él aliviará para siempre mi dolor.
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