Despertó de sus sueños de niño y vio el mundo convertido en campo de batalla, y a los hombres librar lucha sin cuartel en una guerra interminable contra ellos mismos por sus sentimientos y pasiones, entregando al combate lo mejor y lo peor de sus condiciones.
Abrió de nuevo sus ojos para no negarse la realidad que imperaba por encima de sus deseos y sintió la fría mordida del miedo en su espalda. Se creyó pequeño e indefenso en medio de tanta contradicción, pero armado de valor se volvió para comprobar que no podría escapar, pues la guerra lo envolvía todo y él se encontraba en medio de su fragor.
Mas, ¿por qué luchar? ¿Eran suficientes las razones? Quienes combatían sin piedad eran los mismos seres que amaba y que en su lucha encarnizada por los suyos habían conseguido que él perdiera la fe en su valor.
Comprendió entonces que aquella guerra era contra sí mismo primero, pues sería lo que otros quisieran si no luchaba por lo que amaba, si no defendía aquello en lo que siempre creyó con fuerza y que veía consumirse en la hoguera de las vanidades humanas. No quería perecer rendido ante las imposiciones que moldeaban la realidad. Realidad nunca soñada, nunca aceptada como legítima por su corazón.
Decidió entregarse al combate y demostrar su valor, para ello nada mejor que ponerse en primera linea aún a riesgo de morir en el intento. Sus armas serían la compasión y la rectitud, en lucha permanente contra la la doblez y el engaño.
Su creencia firme en un mundo mejor no moriría en balde en el desengaño por el ser humano y la desesperanza en su porvenir, pues, demasiado joven aún, había conocido el infierno en la soledad de la frustración, que inunda el alma de infelicidad, y había sobrevivido a él para descubrir que la gloria también existe.
Su fe inalterable en otro modo de vida era la energía que necesitaba para afirmarse, para luchar contra corriente y decir al mundo que en él sí existía, que también era real. Que sólo lo que negamos a nuestra fe es imposible, pues la fe surge de la consciencia, incluso de aquello que no podemos ver ni tocar, y que son más estas cosas por descubrir que las que detectan nuestros sentidos. Que las soluciones a nuestras conductas equivocadas no se encuentran en las cosas materiales, sino en el reconocimiento de nuestros sentimientos, nuestras percepciones, casi siempre contradictorias, equívocas, por determinar y definir en nuestra razón.
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