Desconsoladas, llenas de amargura y vacías de contenido regresaron las palabras; mudas, por no encontrar eco en el corazón que pretendían sanar de su decepción.
Su discurso de vida parecía resultar doloroso para quien perdía un pedazo de la suya lentamente, arrebatado por la enfermedad precursora de la muerte. Habían recogido el testigo de aquel dolor con el compromiso de ser constantes, de no abandonar a pesar de cada derrota y llegar al final no pretendido, pero innegable. Y se sentían fracasadas, huecas, ridículas ante la contraria realidad. ¿De qué servían si no podían sanar la enfermedad implacable, si eran inútiles frente a la muerte sinuosa? Sólo ingenuos deseos de felicidad inexistente, de fe infantil e inconsistente, que a pesar de su lealtad entregada y franca parecían revelarse como cumplimientos lastimosos desprovistos de piedad.
Entonces, el sentir se reveló.
-La vida y la muerte no se pueden retener, sólo acompañar desde la consciencia y la clarividencia verdadera, que es la que comprende y acepta a su vez las limitaciones propias y ajenas.
La compasión es el principio del amor a la vida y se realiza primero en cada ser. Nadie es compasivo si antes no lo es consigo mismo.
Entregar la compasión que se tiene puede que no sane la enfermedad, pero si es pura, aliviará el dolor del corazón atenazado.
Y quien da lo que tiene no puede hacer mayor entrega de honestidad. Hay quien puede portar siempre la sonrisa, pues es natural en su corazón, pero no todos esconder tras ella su tristeza. Sin embargo todo tiene cabida en el alma cada vez más necesitada, cada vez más mermada de fuerzas y que libra guerra incruenta en soledad. Detrás de cada derrota volverá a la tregua necesaria para rearmarse ante la próxima batalla inevitable; y lo hará con todo aquello que de verdadero existe y obtiene de los corazones que la acompañan. Hasta el final, cuando agotado el último cartucho ya no le queden más fuerzas.
Entonces, el sentir se reveló.
-La vida y la muerte no se pueden retener, sólo acompañar desde la consciencia y la clarividencia verdadera, que es la que comprende y acepta a su vez las limitaciones propias y ajenas.
La compasión es el principio del amor a la vida y se realiza primero en cada ser. Nadie es compasivo si antes no lo es consigo mismo.
Entregar la compasión que se tiene puede que no sane la enfermedad, pero si es pura, aliviará el dolor del corazón atenazado.
Y quien da lo que tiene no puede hacer mayor entrega de honestidad. Hay quien puede portar siempre la sonrisa, pues es natural en su corazón, pero no todos esconder tras ella su tristeza. Sin embargo todo tiene cabida en el alma cada vez más necesitada, cada vez más mermada de fuerzas y que libra guerra incruenta en soledad. Detrás de cada derrota volverá a la tregua necesaria para rearmarse ante la próxima batalla inevitable; y lo hará con todo aquello que de verdadero existe y obtiene de los corazones que la acompañan. Hasta el final, cuando agotado el último cartucho ya no le queden más fuerzas.
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