El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

viernes, 31 de mayo de 2019

POLVO DISUELTO EN EL VIENTO.


















Me sentí olvidado como un juguete roto en el baúl del tiempo. Vivo, pero abandonado a mi suerte. Mas, no me doblegué a la monotonía del paso de las noches y los días cual preso que cumple condena, sino que comencé a construir una vida nueva con los restos del último naufragio. Me había salvado y vivir era mi obligación.

Y cuando superé su desidia creí tenerlo en mis manos para decidir al fin mi destino - dijeron las palabras -, más el tiempo me demostró que sólo él era señor del porvenir, y que yo no escaparía a sus designios.

Y el sentir reveló:

Somos presos del tiempo que todo lo trae y todo lo lleva, y que no sabemos esperar por la impaciencia de nuestras pretensiones, ni tampoco disfrutar cuando se nos regala. Todo lo que deseamos juega la suerte del ciego, condenado a ir de la mano de otro siempre, y nuestro compañero es el tiempo. Por eso todo parte y regresa con él, incluso aquello que dimos por perdido un día. Él es quien todo germina y madura, que hace finitos al dolor y al gozo, que se lleva las ilusiones como viento de otoño y retoña las esperanzas como sol de primavera. Es el tiempo, prueba del amor eterno, principio y final de todas las cosas.
Tiempo que esperamos con impaciencia, que sentimos con intensidad, que deseamos apasionadamente. Tiempo para vivir y experimentar, pero también para dejarse llevar por sus designios sin pesar, pues un día, en él sólo seremos polvo, polvo disuelto en el viento.







jueves, 2 de mayo de 2019

CONOCERNOS.









-Dime por qué, nos resulta más fácil dar consejos que aceptarlos. Por qué, acostumbramos a ver antes la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio. Por qué, nos cuesta menos decidir por los demás que por nosotros mismos -. Imploraron las palabras.

Y el sentir reveló:

-Cierra tus ojos y dime que ves. Ábrelos, y dime si es lo mismo.
Definimos mejor lo que vemos que lo que percibimos, pero nuestros ojos miran al mundo, no a nuestro interior. Esto nos permite vislumbrar antes en otros lo que existe en nosotros también, por ello creemos estar seguros de qué hacer en cada caso, aunque en el nuestro nos invadan las dudas deteniendo la decisión.

Nuestra vida se concibe en la oscuridad, pero sólo cuando abrimos los ojos a la luz comienza nuestra existencia. Y primero vemos a otros, de los que luego aprendemos qué somos, pues son ellos quienes ciertamente nos contemplan y pueden definirnos mejor. Y por la misma razón creemos conocerlos más que a nosotros mismos. 

Es posible que la primera vez que el ser humano viera su rostro fuera reflejado en el agua cristalina, mientras saciaba la sed. Puede que lo lavara del sudor y del polvo del camino y que contemplara maravillado cómo su imagen se distorsionaba por las ondas en el agua y se recomponía después, cuando cesaban. Quizás cerrase los ojos un instante para retener la imagen en la oscuridad primigenia de su mente y distinguirla para siempre de otros rostros que conocía antes que el suyo, y con los cuales se había identificado.
Desde entonces busca espejos para mirarse e intenta descubrir en sí mismo lo que ven otros primero. Olvida que sus palabras, el lenguaje de su cuerpo al expresar sus sentimientos, la forma de interaccionar con los demás y las cosas, emanan de la parte oscura de su ser, aquella que no pueden mirar sus ojos.