Me sentí olvidado como un juguete roto en el baúl del tiempo. Vivo, pero abandonado a mi suerte. Mas, no me doblegué a la monotonía del paso de las noches y los días cual preso que cumple condena, sino que comencé a construir una vida nueva con los restos del último naufragio. Me había salvado y vivir era mi obligación.
Y cuando superé su desidia creí tenerlo en mis manos para decidir al fin mi destino - dijeron las palabras -, más el tiempo me demostró que sólo él era señor del porvenir, y que yo no escaparía a sus designios.
Y el sentir reveló:
Somos presos del tiempo que todo lo trae y todo lo lleva, y que no sabemos esperar por la impaciencia de nuestras pretensiones, ni tampoco disfrutar cuando se nos regala. Todo lo que deseamos juega la suerte del ciego, condenado a ir de la mano de otro siempre, y nuestro compañero es el tiempo. Por eso todo parte y regresa con él, incluso aquello que dimos por perdido un día. Él es quien todo germina y madura, que hace finitos al dolor y al gozo, que se lleva las ilusiones como viento de otoño y retoña las esperanzas como sol de primavera. Es el tiempo, prueba del amor eterno, principio y final de todas las cosas.
Tiempo que esperamos con impaciencia, que sentimos con intensidad, que deseamos apasionadamente. Tiempo para vivir y experimentar, pero también para dejarse llevar por sus designios sin pesar, pues un día, en él sólo seremos polvo, polvo disuelto en el viento.
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