-Siempre he creído que la memoria es un valor imprescindible para la supervivencia del individuo, capacidad de la que he presumido como un necio. Jamás consideré que esa misma cualidad pudiera convertirse en auténtica esclavitud para el alma que intenta escapar de la insatisfacción del momento, que se refugia en la soledad buscando serenidad para obtener respuestas que apaguen el volcán de preguntas que la consume-. Dijeron las palabras.
Y el sentir reveló:
-La memoria nos conduce siempre al tiempo pasado, del que parte y al que se debe. Por eso no es bueno hacerla compañera de nuestra soledad. No se puede vivir demasiado tiempo en el recuerdo del pasado sin ser arrollados por la incomprensión propia y ajena.
La memoria sirve para conducirnos en el presente, no para vivir de nuevo o experimentar de forma diferente el pasado, intentando repetir aciertos, corregir errores. Los errores y los aciertos obtenidos de nuestra experimentación vital sólo pueden encauzarse en el presente sin exigir nada al futuro inmediato. De otro modo los recuerdos se convierten en un laberinto de sentimientos que conduce a la locura que todos aprecian y ninguno comprende.
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