Nunca antes aprendimos tanto ni tan deprisa:
nuestros ojos han crecido y miran más allá de las estrellas. Y su mirada es tan penetrante, que ni el más pequeño de los átomos escapa a su observación.
A través de una lente espiamos el discurrir de la vida y jugamos a recrearla. Analizamos su complejidad con el único fin de poder controlarla, y hasta llegamos a creernos Dios. Pero a pesar de los triunfos no tenemos el control.
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