- Millones de seres creen y asumen lo que otros pensamos desterrado de nuestra sociedad. Pero aunque rechazamos el sistema de castas, alimentamos y mantenemos una sociedad clasista que nos contiene sujetos a un destino de antemano preconcebido. Nuestra ciencia avanza en el descubrimiento de las causas aumentando nuestro conocimiento, pero no doblega nuestro instinto animal, lo cual nos impide utilizarla adecuadamente para salvar los obstáculos que imposibilitan el total desarrollo de la evolución humana. Y es así, que los avances sociales se producen siempre de una forma lenta y dolorosa en el transcurrir de los tiempos y nunca suceden globalmente, lo que supone una herida abierta que no termina de curar, por donde supuran todos los detritos de nuestra mal llamada, sociedad avanzada.
Pero, ¿como podemos evitarlo?¿Existe de verdad una fórmula que a todos nos iguale?
Y el sentir se reveló:
-¿Puede un gato dejar de serlo y de perseguir ratones? ¿Puede un perro dejar de serlo y no matar gatos?
¿Puede el hombre escapar a su destino para ser otra cosa?
No es lo mismo ser un gato de las calles que lucha cada momento por sobrevivir, que un gato bien nacido en casa rica, que se adormece despreocupado entre telas y cariños. Pero ambos deberán enfrentarse en cualquier momento al perro del vecino, y aunque gatos los dos, no igualmente preparados.
Lo mismo le sucede al hombre: desnudos todos somos iguales, mas, nuestras ropas nos distinguen según la clase, según la "casta".
Todos tenemos la suerte de nacer, pero no todos nacemos con la misma suerte, porque ni el tiempo, el espacio y las condiciones existenciales son las mismas. Así la supremacía juega su baza eligiendo primero, mas dejando abierta la puerta a otras posibilidades que la perpetúen, convirtiéndola en evolución.
La naturaleza contiene en su código genético la constante de la supremacía de unas especies sobre otras, y tal vez, esta constante no termine en el hombre. Puede que no seamos el último y definitivo eslabón de la cadena evolutiva.
De este modo, todavía no somos dueños de nuestro destino, pues estamos sometidos a una fuerza superior que nos domina.
Queremos cambiar de escalón, de clase, de situación, dejando para ello de ser lo que somos. No puede un rey dejar de serlo por más que se desprenda de sus trajes y sus galas para mezclarse con el pueblo, pues rey será siempre, aunque sea rey muerto.
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