El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

domingo, 3 de octubre de 2010

Un hombre que amaba los animales. Cap. 25





- Violaré a tu hermana y después la puta de tu madre morirá de pena, porque te mataré y los grajos te sacarán los ojos en alguna viña -. Gritó "Fortu" a Alfredo mientras que dos hombres lo sujetaban por los brazos apretándolo con fuerza contra la pared. 

-Nunca he aceptado un no por respuesta. Micaela será mía o de nadie más, no lo olvides; y tu serás el primero en caer si no obtengo por las buenas mi deseo. Sobráis todos los de tu calaña.

-  ¡ Ahora dejarlo ! Esta noche tenemos otro trabajo. Y tú, futuro compadre - continuó -, no olvides lo que te he dicho; por la cuenta que te tiene.

El amanecer del día siguiente descubrió los cuerpos acribillados a balazos de una familia de pequeños propietarios de tierras de labranza, bañados por el rocío de la mañana. Un matrimonio joven, con dos hijos ya mozos que trabajaban duro para sostener la pequeña hacienda familiar que les servía de sustento. Sus tierras, como las de otros tantos, muertos para saciar la avaricia de sus asesinos, pasarían a manos de éstos de un modo u otro.
No hacía demasiado tiempo, durante el llamado "bienio negro" ( noviembre 1933 - diciembre 1935), años de gobiernos de la CEDA, el padre del Fortu desde el ayuntamiento y como alcalde, se había enfrentado con aquella familia por unos terrenos anexos al casco urbano que lindaban con otro suyo, y que pretendía enajenar  para su urbanización. El abuelo de la familia se negó desde el principio a la indemnización, lo cuál propicio un enfrentamiento personal que los llevó a tribunales. Ahora en periodo de guerra el abuelo estaba desaparecido, nadie sabía nada de su paradero y se rumoreaba que se encontraba escondido no muy lejos, en la casa de alguno de sus familiares. Sus hijos habían muerto, tal vez, por no descubrirlo.


- Hola Micaela, no esperaba encontrarte tan seria - le dijo el Fortu -. Te traigo un poco de vajilla y una cubertería. Son nuevas, mira.


- Te he dicho que no me traigas cosas, no las quiero.


- Pero son nuevas, me han costado unos "duros", son buenas.


- Me da igual, no las quiero -. Respondió Micaela con sequedad.


- ¿ Pero qué te pasa ? Deberías estar orgullosa de tener el amor de un hombre importante en estos momentos.


- No quiero tener el amor de alguien como tú, a quien todos odian y temen. Que intenta coger todo aquello con lo que se encapricha sin importarle el mal que origina.


- No te das cuenta de lo que dices - dijo Fortu -. Esta guerra decidirá quien mandará en adelante y por mucho tiempo. No habrá piedad con los perdedores, que serán los que, de un lado y de otro, esperan sin moverse a que todo se decida. Los hombres como yo no esperamos que las cosas vengan a nosotros, las conquistamos por nuestros medios.


- ¿ Y crees que con tus regalos y presionando a mi primo para verme contigo conquistarás mi amor ? Eres un ingenuo si piensas que algún día olvidaré a José.


- Las cosas cambian querida, el frente es un matadero. Tú si que eres una ingenua si piensas que tu valiente capitán tendrá tiempo para rescatarte.


- Eres despreciable, nunca te amaré -. Le saltó con desdén ella.


- Pues es una lástima, y quizás no me importe demasiado cuando vengas a suplicarme ayuda. Hasta ahora os he protegido a ti y a toda tu familia. En adelante deberéis valeros sin mi ayuda. Entonces recapacitarás y me verás de otro modo, aunque puede que sea demasiado tarde.


- No te suplicaré -. Contestó con rabia Micaela. - Jamás buscaré tu ayuda. Nunca enloqueceré lo suficiente para olvidar que eres la causa de mi mal. Me valdré por mi misma -. Micaela apretó con fuerza el cuchillo con el que mondaba patatas, mirando con fijeza a los ojos del Fortu.
 - Y si pretendes algo más tendrás que matarme, porque iré a por ti.









- ¡ Ja ! - sonrió socarronamente el Fortu -. Te crees segura a la sombra de tu valiente capitán, pero aquí no pinta nada. Nunca ha sido nadie, y quizás la guerra me quite un trabajo extra.


- No lo metas en esto, no sabe nada - replicó Micaela -; ya soporta demasiado horror, no quiero que se involucre en nada que tenga que ver contigo.


- Eso mismo es lo que yo pretendía - siguió el Fortu -, pero creo que él ya lo ha hecho y ahora tendré que matarlo. 


- ¡ Vete ! - Gritó Micaela levantando el cuchillo y  apuntándole con él. - No quiero verte más en mi casa; eres un ser miserable y ruin. No olvides llevarte tus regalos.


- ¡ Vale, vale ! Ya me voy, pero volveremos a vernos. ¡ Ah ! Dile a tu primo Alfredo que se cuide, últimamente le veo cojear demasiado -. Cogió el paquete con la vajilla y salió riéndose de la cocina.


- Maldito puerco, nunca me tendrás. Por más que el mundo sucumba a tus pies yo seré tu conquista imposible -. Masculló entre dientes Micaela, maldiciendo haber crecido al lado de un asesino tan cruel como lo era José Luis, el hijo del herrero.




José se mantenía lejos de aquella otra guerra que desde la distancia incendiaba a veces su corazón, y que recorría su cuerpo con premonitorios escalofríos cuando volvían a su mente los recuerdos de su pueblo, de Micaela y de los suyos. Pensaba que no muy tarde tendría que plantar cara al cobarde que acosaba a su novia y algo apretaba su estómago dejándolo sin respiración un instante. Sabía que no sería fácil, que no tendría otra opción más que matarlo, y en esa creencia fue creciendo su obsesión por ello. Sólo ansiaba poder regresar unos días de permiso a casa, y la espera se le hacía más angustiosa con el transcurrir de los días. Además, todas las noticias apuntaban una gran ofensiva del ejército popular en Aragón para detener los planes de Franco sobre Madrid, intentando romper el saliente de Teruel, que suponía la punta de lanza desde donde el ejército nacional pretendía abrirse paso hacia el Mediterráneo cortando en dos la zona republicana.
Teruel se convertiría así en el objetivo de la batalla más cruel, dura y desesperada de toda la guerra civil española. Cruel, porque se emplearían las más modernas tácticas de guerra con todo su potencial destructivo - artillería, tanques y aviación - de forma masiva, pasando a la lucha calle por calle hasta llegar a la bayoneta calada en algunos momentos cruciales. Porque la población civil sufriría un elevado número de bajas y los muertos se exhibirían como trofeos al finalizar la batalla.
Dura, pues las condiciones climatológicas de aquel invierno de finales de 1937 y principios de 1938 serían especialmente extremas, con temperaturas por debajo de cero que alcanzarían más de 20º, además de tener que superar la ciudad dos asedios consecutivos y enconados que aumentarían el padecimiento de sus habitantes.
Y desesperada, porque para el ejército republicano suponía una prueba de fuego que determinaría su supervivencia. Una victoria rotunda se hacía necesaria para conseguir credibilidad en el exterior y para relanzar el optimismo que se necesitaba en el recién creado Ejército Popular.
Pero Teruel se iba a convertir en la herida más desgarradora y sangrante, que tocaría de muerte al ejército republicano arrastrando a la República hacia su final.









































El otoño trajo las primeras escarchas, que auguraban un invierno largo y crudo. José mantenía la costumbre de pasear a Berta por el campo abierto siempre que podía. Aquella mañana fría lo acompañaba su inseparable amigo Sergio, con quien mantenía una animada conversación surgida al calor del café y la botella de aguardiente. El vaho de sus alientos apenas se distinguía de las bocanadas de humo de sus cigarros, y abrigados desde la nuca a la barbilla, seguían el ritmo que Berta les marcaba en su deambular tras los olores, los aromas cálidos que rezumaban sobre la atmósfera helada.


- ¿ Tienes idea de cuál será nuestra próxima misión ? - le preguntó Sergio -.


- No, ni idea. De momento las órdenes son permanecer aquí, consolidando nuestra presencia en la plaza y evitando otra nueva incursión. Los movimientos de tropas enemigas presuponen un gran reagrupamiento en torno a Teruel, pero aún no se sabe nada con certeza. Mientras tanto permaneceremos aquí -. Le contestó José.


- Tal vez tengas suerte y llegue a tiempo el permiso que esperas -. Comentó Sergio. - ¿ Estás preocupado ?


- Hombre sí, claro que lo estoy. No saldré de aquí para ir a otro sitio mejor. Ya, ya se que veré a mi familia y a mi novia, pero las circunstancias no son las más apropiadas y no podré permanecer mucho tiempo. Lo que debo hacer me angustia y sólo puedo pensar que sabré resolverlo, pues no
tengo claro como habré de afrontarlo. Tengo una cuenta pendiente con mi paisano que no puedo dejar en otras manos, y eso me compromete.


- No debes implicarte -. Le advirtió Sergio. - Si el coronel te ha dicho que moverá el asunto, no necesitas más. Buscar otra salida es peligroso.


- Sergio, no puedo dejar en otras manos lo que a mi me corresponde. Son tiempos de guerra donde la política y el asesinato van de la mano y son insondables, se protegen a si mismos. Nada podrá la buena intención de un coronel tan lejano de una guerra que se libra al cubierto de la noche de forma sumergida, prepotente e impune. Debo matarlo con mis propias manos, así acabará la amenaza para los que quiero.


- ¿ Y cómo lo conseguirás ? -. Insistió el amigo.


- Matar es fácil, es cuestión de resolución y oportunidad -. Le replicó José.


- Lo se, pero alguien así no suele andar por ahí solo, y menos por las noches.


- Le tenderé un cebo que le será imposible rechazar. Vendrá a mí, no seré yo quien vaya a buscarlo.


- No se José, pero no me parece un buen asunto. Mejor sería seguir la vía administrativa y esperar que diera sus frutos.


- ¿ Esperar dices ? - Contestó con aspereza. - ¿Esperar a qué?¿A que termine la guerra para recoger nuestros muertos tras haber matado a otros ? ¿No lo entiendes ? La guerra no espera y es total. Es nuestro deber salvar lo que podamos de la destrucción que estamos provocando; es lo que quedará de bueno para nuestro futuro.


- Lo entiendo - dijo Sergio -; pero debes aceptar la realidad: sólo podemos hacer lo que realmente nos permite la física de las cosas, no aquello que nuestro deseo nos induce. Estás a más de quinientos kilómetros de casa y eres un oficial destacado, metido hasta el tuétano en el desarrollo bélico.


- Se que parecerá algo absurdo suponer que conseguiré un permiso para volver a casa en un momento como éste - le contestó con vehemencia José -, y que llevaré a cabo mis planes a pesar de los riesgos que conlleva una idea tan desesperada, pero eso es lo que ansío. Es posible que no consiga ese permiso, con ello cuento; pero si aparece la posibilidad no desperdiciaré mis sueños de ahora.


- Mira José, mira; parece que Berta ha cogido algo, un pollo de perdiz tal vez. ¿ Qué dices eh ?


- Si, parece un pollo de perdiz. Ven Berta, ven aquí bonita; aquí, tráelo.
La perra se le acercó con la presa en la boca y la dejó a sus pies. José la recogió observando que apenas acababa de morir. Berta la había soltado con delicadeza mientras aflojaba su mordida lentamente, al tiempo que el cuerpo de su víctima se suspendía inerte en su boca cesando toda resistencia.


- ¿ Lo ves Sergio ? De haberla visto nosotros antes, tal vez nuestros movimientos la hubiesen alertado y habría podido salvarse. Pero Berta la descubrió primero y no lo vimos. Es una asesina, una depredadora que ha hecho algo para lo que estaba preparada; en su instinto, la fuerza por sobrevivir la impulsa a matar y nosotros no hemos sabido, mejor dicho, no hemos querido evitarlo. Lo mismo que Berta es buena porque caza para mi, ese hijo de perra es bueno para quienes caza. Pero eso no impedirá que alcance mi objetivo antes o después.












  

No hay comentarios: