Invocaron de nuevo las palabras al sentir, para que revelara su verdad sobre los padres y los hijos; y el sentir se reveló:
- Aprendemos a ser hijos cuando nos convertimos en padres, pues ya en ese mismo momento nos reconocemos en ellos tal como somos, con toda nuestra carga emocional, nuestras necesidades e ilusiones, inquietudes y debilidades, en las que ellos también se fijarán desde el primer día.
El hijo es la huella del padre, como éste su calzado. La misma senda conducirá a los dos aunque no caminen juntos.
Cualquier cosa que damos o quitamos a nuestros hijos, nos la damos o quitamos a nosotros mismos. Muchas veces damos por lo que nos quitaron, nos negaron; otras veces quitamos o negamos por lo que nos dieron, o nos permitieron. Lo estamos haciendo también por nosotros.
Los hijos son el resultado lógico de vivir, por eso no nos pertenecen; aunque sí el derecho y la obligación de velar por ellos, pues son nuestra prolongación, nuestra propia existencia y el siguiente eslabón de enlace que perpetúa la vida, para que sea eterna.
Somos verdaderamente padres cuando llegamos a comprender que el respeto no tiene edad, que la experiencia sólo es más tiempo vivido y que todo está por aprender, por hacer; que para ello cuentan igual los conocimientos como las fuerzas necesarias.
Somos hijos
verdaderos cuando nuestro sentir corre parejo a su sentir, nuestro afán y compromiso son los suyos, y a pesar de todas las contrariedades e impedimentos que lleva nuestro subsistir, no les abandonamos, como ellos tampoco lo hicieron con nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario