Se conjugan los elementos para que todo empiece de nuevo.
El cielo se refleja en el suelo tiñendo de azul la luz crepuscular, y la nieve actúa como prodigiosa membrana que permite que se mezclen la tierra y el aire.
Terminará el enlace cuando la nieve al deshacerse fecunde con su agua la unión indisoluble, produciendo el milagro de nuevo.
Y así es nuestra vida.
En nosotros se conjugan a cada instante los elementos, que se transforman constantemente en nuestro interior posibilitando que todo recomience sin cesar.
A veces, como el clima que no acompaña, dificultamos las transformaciones de los elementos provocando carencias de unos y sobrecargas de otros, lo cuál nos desequilibra física y psíquicamente, nos produce dolor y hace que envejezcamos.
Hacemos esto porque no somos neutrales, tomamos parte por las cosas y empleamos más esfuerzos, más elementos, para unas que para otras. De esta manera alteramos el equilibrio necesario que permite mantener disponibles los elementos, sin pre-valencias que los hagan incompatibles entre ellos.
Cuando los elementos no pueden transformarse en nuestro interior, morimos inevitablemente para la vida que conocemos.
Debemos despojarnos de nuestros deseos, pues vienen cargados de necesidades que habremos de remediar, y para lo cuál emplearemos los elementos que nos hacen falta para perdurar.
La vida de los deseos es tan corta en el hombre, como éste en el tiempo del espacio que le rodea.
Hagamos posible con nuestra predisposición en el universo que contenemos, el equilibrio perfecto que permite formar moléculas nuevas a partir de lo mismo, que se transformarán a su vez para volver al principio de lo que fueron y empezar de nuevo. Dejemos fluir en nuestro interior los elementos sin disponer de ninguno, sin prescindir de ninguno, y las transformaciones se producirán naturalmente regenerando nuestras vidas.
El cielo se refleja en el suelo tiñendo de azul la luz crepuscular, y la nieve actúa como prodigiosa membrana que permite que se mezclen la tierra y el aire.
Terminará el enlace cuando la nieve al deshacerse fecunde con su agua la unión indisoluble, produciendo el milagro de nuevo.
Y así es nuestra vida.
En nosotros se conjugan a cada instante los elementos, que se transforman constantemente en nuestro interior posibilitando que todo recomience sin cesar.
A veces, como el clima que no acompaña, dificultamos las transformaciones de los elementos provocando carencias de unos y sobrecargas de otros, lo cuál nos desequilibra física y psíquicamente, nos produce dolor y hace que envejezcamos.
Hacemos esto porque no somos neutrales, tomamos parte por las cosas y empleamos más esfuerzos, más elementos, para unas que para otras. De esta manera alteramos el equilibrio necesario que permite mantener disponibles los elementos, sin pre-valencias que los hagan incompatibles entre ellos.
Cuando los elementos no pueden transformarse en nuestro interior, morimos inevitablemente para la vida que conocemos.
Debemos despojarnos de nuestros deseos, pues vienen cargados de necesidades que habremos de remediar, y para lo cuál emplearemos los elementos que nos hacen falta para perdurar.
La vida de los deseos es tan corta en el hombre, como éste en el tiempo del espacio que le rodea.
Hagamos posible con nuestra predisposición en el universo que contenemos, el equilibrio perfecto que permite formar moléculas nuevas a partir de lo mismo, que se transformarán a su vez para volver al principio de lo que fueron y empezar de nuevo. Dejemos fluir en nuestro interior los elementos sin disponer de ninguno, sin prescindir de ninguno, y las transformaciones se producirán naturalmente regenerando nuestras vidas.
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