No me alegro por haber presentido la tempestad que todo lo arrastró al fondo de lo incierto y haberme salvado yo de su furia, tal vez podía ver mejor que otros la destrucción que se avecinaba. Ésa fue mi única suerte, el haberme alejado antes del vendaval que comenzaba a formarse, del que me apartó mi rebeldía; cuando comprometí mi palabra y tuve que sentir escalofríos de muerte y dolor para poder cumplirla. No, no me siento orgulloso, pues mi éxito es el principio de un nuevo descenso a las dudas del porvenir.
La vida es fuerte y mi amor grande, pero mi destino pende de un hilo como todos los destinos, que poco a poco son cortados por el péndulo afilado de la muerte en su interminable oscilación. Sólo la corriente que crea a su paso me ha apartado de su corte, tal vez por ser mi existencia tan frágil, tan insignificante, que juega conmigo en su vaivén.
Mas fui leal a mi palabra y creí con fuerza en mi compromiso; con más fuerza, cada vez que sentía ganas de romperlo, de tomar un atajo, de escapar hacia adelante como el resto de la corriente; de rebelarme de nuevo, esta vez contra mi propia rebeldía, la que me apartaba de aquella corriente impetuosa que se desbordaría sobre el llano en la primera tormenta.
No, no me siento orgulloso, pues mis ojos no pudieron reprimir el caudal de las lágrimas de mis sentimientos cuando el mundo celebraba ser feliz, y ahora que estoy a salvo, no puedo sentir alegría ante el dolor que me rodea.
Pero estoy agradecido, pues la vida me ha tratado bien; y salvo que yo lo pierda, nadie podrá quitarme el amor que he ganado.
Pero estoy agradecido, pues la vida me ha tratado bien; y salvo que yo lo pierda, nadie podrá quitarme el amor que he ganado.
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