¿Qué es más fuerte y perdura en nosotros? - Preguntaron las palabras. - ¿La fe, o el conocimiento?
El sentir se reveló:
- Nuestra fe puede no tener límites, de igual modo que nuestro conocimiento siempre estará condicionado por la capacidad de observación que seamos capaces de aportar al microscópico campo visual del que estamos dotados.
Sin embargo, es más perdurable en nosotros el conocimiento, el cuál transmitimos a otros expandiéndolo cada vez que lo hacemos.
Mas sin la fe el conocimiento no progresa, pues es aquella la que aporta la fuerza para el nuevo descubrimiento necesario.
- Puedo estar convencido de mi método - continuó el sentir -, seguro de mis cálculos, pero habré de ponerlos en práctica y cruzar el ancho y desconocido espacio que me separa del mundo que seguro descubriré; y sin la fe, el convencimiento necesario ante las dudas que se presentarán, no consumaré la hazaña que el conocimiento me reclama.
- Y es por esto que el conocimiento y la fe están unidos en lo más profundo, y ambos se impulsan y dan sentido.
La fe necesita una aspiración, algo que la motive, y ese algo es la necesidad de conocer lo que percibimos y que no podemos determinar; pero se vuelve acomodaticia cuando ha conseguido su objetivo y si no existe nueva motivación se resquebraja y termina perdiéndose, lo cuál detiene el progreso del conocimiento.
- La falta de fe conduce a la decadencia, y ésta, al caos que permite la concepción de nuevas respuestas que habrá que demostrar a pesar de todos los impedimentos y contratiempos que sobrevendrán, para lo cuál la fe acudirá presta a emprender los retos que deberemos afrontar.
No es bueno separar fe de conocimiento, pues ambas forman parte de la misma ciencia, que no es más que la comprensión de lo que nos rodea y hacia lo que nos encontramos atraídos, lo que nos diferencia como especie pensante.
- Nuestra existencia se contiene en variados planos y dimensiones, de ahí nuestros sentidos diferentes.
Podemos oler una flor y apreciar con nuestro tacto su delicada textura, aunque no podamos verla; y hasta oír el murmullo del suave viento que la mece en nuestra mano, mas sólo el conjunto de nuestros sentidos intactos puede hacernos comprender su belleza.
El conocimiento tiende a la comprensión de nuestras sensaciones, y es alimentado por nuestra fe de que es real lo que sentimos.
El conocimiento no niega, sino que reconoce y confirma lo que realmente percibimos.
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