- Paro por un momento en mi azarosa carrera por el tiempo que respiro y trato de contenerlo en mi aliento un instante nada más. Entonces miro a mi alrededor y veo la desigualdad que condena a los seres humanos a su infelicidad, separando a unos de los otros por el reparto de las riquezas. Y a un lado y al otro de la linea imaginaria que aparta la miseria de la opulencia, advierto el mismo reparto injusto que corrompe el corazón de los hombres. Unos son condenados indefinidamente a repartirse su miseria, mientras los otros, como incontinentes avaros, se reparten el beneficio de aquello que acumulan con voracidad y que no les corresponde por innecesario, vendiéndolo a un altísimo interés a los mismos a quienes antes expropiaron su parte.
Mas no consiguen la serenidad necesaria, el sosiego que permite la calma, porque obsesionados en conservar sus tesoros son invadidos por la inseguridad que les impide descansar su sueño, que desconfía de cada movimiento que perturba el silencio de sus noches.
¡ Y mis pies parecen cautivos del círculo que describo con la mirada de mis ojos impotentes, incrédulos y decepcionados !
Y el sentir se reveló:
- El mal que comporta la desigualdad proviene del reparto. No existe reparto justo. Cualquier reparto, por equitativo que sea, es momentáneo, inconsistente y fugaz; bastaría ponerlo en práctica hoy para comprobar mañana que no se adapta a nuestras expectativas, pues pronto los intereses individuales, fomentados por las debilidades humanas, romperán el compromiso.
- El mal que comporta la desigualdad proviene del reparto. No existe reparto justo. Cualquier reparto, por equitativo que sea, es momentáneo, inconsistente y fugaz; bastaría ponerlo en práctica hoy para comprobar mañana que no se adapta a nuestras expectativas, pues pronto los intereses individuales, fomentados por las debilidades humanas, romperán el compromiso.
El ser humano, por su carácter especial, se resiste a compartir. Compartir es la ley natural por la que se rigen las demás especies; hasta los buitres comparten la carroña: cada uno toma sólo lo propio y necesario. Pero el ser humano es un inadaptado del medio natural que lo contiene y alberga. Necesita acumular para construir su mundo particular, artificial, por él creado, pues desea perdurar, no ser substituido. Y por ello busca espacio vital que habrá de conquistar y adaptar a sí mismo, para lo que emplea su fuerza en transformar el medio que le rodea generando inevitablemente conflictos y transformaciones no calculadas, no deseadas demasiadas veces.
- Quizás la especie humana no sea aún consciente de su transcendencia, y mucho menos, de los orígenes que la hicieron distinguirse del resto como especie creadora.
Todavía se esfuerza inútilmente en repartir incluso lo que no termina nunca de crecer, lo que no se puede dividir, lo que no ha sucedido todavía.
Y sin reconocer sus capacidades no crea, sino que transforma, acapara y no comparte; y en esto está el origen de todos sus males.
Todavía se esfuerza inútilmente en repartir incluso lo que no termina nunca de crecer, lo que no se puede dividir, lo que no ha sucedido todavía.
Y sin reconocer sus capacidades no crea, sino que transforma, acapara y no comparte; y en esto está el origen de todos sus males.
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