- Mi vida alcanzó su otoño. De ocre y amarillo se tiñe el tiempo mientras contemplo su paso en mi piel.
Un día más y un día menos. Un día que sumar a los vividos y un día que restar a los que aún viviré.
La locura del suicida acude como tantas otras cosas al alma desilusionada que no acaba de comprender, que no termina de ser comprendida. A pesar de lo vivido, a pesar de lo mostrado, a pesar de haber cambiado tras cada equívoco, tras cada decepción y arrepentimiento.
- La desilusión es el suicidio del alma que olvida sus sueños, que se resiste a fijar nuevas metas, retos que superar; que pone de antemano un punto y final a su existencia, más por falta de afirmación personal que por pereza, esto viene después.
No tenemos motivos para desilusionarnos; todo recomienza cada mañana abriéndonos la puerta a las diversas posibilidades del ser. Y nada se altera - en la naturaleza caben todas las alteraciones -, todo es como es, posible; sólo nuestra percepción realiza distinciones.
El tiempo, o mejor dicho, la percepción del transcurrir de nuestra existencia, es sencillamente eso, una percepción que se dimensiona en nuestros cerebros en función de nuestro estado emocional, psicosomático. De ahí que unas veces nos resulte tan rápido su transcurrir y otras tan corto.
No tenemos motivos para desilusionarnos; todo recomienza cada mañana abriéndonos la puerta a las diversas posibilidades del ser. Y nada se altera - en la naturaleza caben todas las alteraciones -, todo es como es, posible; sólo nuestra percepción realiza distinciones.
El tiempo, o mejor dicho, la percepción del transcurrir de nuestra existencia, es sencillamente eso, una percepción que se dimensiona en nuestros cerebros en función de nuestro estado emocional, psicosomático. De ahí que unas veces nos resulte tan rápido su transcurrir y otras tan corto.
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