- Pinté de negro el lienzo de mi vida para tapar los errores del pasado. Después comprendí que no había aprendido a componer sobre el blanco inmaculado, y que nadie más que el maestro experimentado, de la luz puede crear vida en las sombras. Que quien no sobrevive a la intensidad de la luz, perece en el olvido de la oscuridad.
Mas el negro había sepultado los colores de mi ilusión pasada, aquella que nunca podría borrar del todo, pues sus pinceladas perdurarían sobre la textura de la tela para siempre, visibles a contraluz.
Y decidí, que el viejo lienzo pintado de negro se quedase así, adornando el rincón oscuro de mi refugio. Mi necesidad de componer un cuadro nuevo, lleno de vida, no pasaba por el negro, el negro no es un color. Tenía que aprender todo aquello que antes había dejado de lado, para deshilachar el haz de luz hasta convertirlo en arco iris.
- Luces y sombras componen la física del carácter humano. Luces que creemos sólo nuestras, y sombras que desterramos como impropias.
Perseguimos deslumbrar con nuestra luz para que todos reconozcan el valor que creemos poseer, mas a menudo sucede, que quedamos cegados por su estela por no volver la vista para descansar en las sombras que nos persiguen; aquellas que nos permiten descubrir en otros la luz que desvela las suyas.
Detrás de las sombras existe toda una vida que abandonamos buscando brillar y que iluminan con su luz quienes nos siguen.
- Niebla en la mente y frío en el corazón. Como en invierno, cuando todo muere por un momento bajo el mandato del tiempo oscuro.
No sobreviví a la luz cegadora para sucumbir también como todo lo efímero y por tanto caduco a mi tiempo, aunque el alma recobre las brumas del mañana incierto, angustiada por la espera imprescindible.
- El árbol sano y erguido se tala antes de que madure su vida. El que crece raquítico y torcido se salva por su inutilidad - dice el sabio.
Acaso mi vida se deba a la inutilidad, pero mi supervivencia servirá de cobijo para otros; como aquellos a quienes la tradición reúne en fiesta en el buen tiempo, bajo el árbol centenario que ha crecido solo y olvidado en la llanura arrancada al bosque.
Fuerza, viento y marea, golpean mi voluntad de mostrarme como soy, como siento, como amo. Venceré a los elementos que azotan mi ánimo, pues bajo mi muralla hay cimientos sólidos y otros que me aman hacen contrafuertes imposibles de derribar.
Cederán en su afán los elementos con su carga de deseos estrellados en el muro de mi firme decisión, de la fuerza de mi amor.
- Busco en la naturaleza el silencio necesario para escuchar la voz que grita desde mi interior ahogada por la insatisfacción de la rutina y el ajetreo diario; atrapada por la multitud de voces que rodean mi soledad y sin las cuales tampoco sabría vivir.
Me pierdo entonces en el murmullo de los árboles que se mecen perezosos por la brisa del atardecer, y que se lleva sus hojas caducas en pequeños remolinos. Levanto mi mirar al cielo, que vislumbro azul etéreo entre sus copas, pues cientos de pajarillos se elevan en armoniosa bandada hasta desaparecer en el claro como una fragancia diáfana que se disuelve a su paso.
Respiro con fuerza el aire puro, impregnado del aroma de la tamuja mojada, y libero al fin mis pulmones encogidos por la congoja que provoca la tensión en la espera del porvenir.
- He dejado escapar el aire entre mis labios despacio, como si no quisiera perderlo, pues comprendo que es lo único que necesito para sentir cada momento; como éste que ahora aprecio íntimo e irrepetible en mi consciencia.
Y se ha esfumado la voz que contrariaba mi paciencia bloqueando la decisión de cada momento, como todas indispensable, vital.
¿Dónde quedó su furia, su ansia voraz, su inconformismo asesino, ahora que el silencio de la calma se ha instalado en mi alma?
¿Por qué calla y se esconde?¿Acaso no he venido hasta aquí para reconocerla y escucharla en soledad?
- He recobrado el aliento que retenía mi respiración entrecortada, contenida por la desorientación que provoca el desánimo, y regreso limpio de espíritu oyendo únicamente la voz que nace de mi interior y que brota en los labios cuando recito en voz alta una oración; aquella que se gravó en mi inconsciencia de niño y que sólo ahora soy capaz de comprender.