- Busco en la naturaleza el silencio necesario para escuchar la voz que grita desde mi interior ahogada por la insatisfacción de la rutina y el ajetreo diario; atrapada por la multitud de voces que rodean mi soledad y sin las cuales tampoco sabría vivir.
Me pierdo entonces en el murmullo de los árboles que se mecen perezosos por la brisa del atardecer, y que se lleva sus hojas caducas en pequeños remolinos. Levanto mi mirar al cielo, que vislumbro azul etéreo entre sus copas, pues cientos de pajarillos se elevan en armoniosa bandada hasta desaparecer en el claro como una fragancia diáfana que se disuelve a su paso.
Respiro con fuerza el aire puro, impregnado del aroma de la tamuja mojada, y libero al fin mis pulmones encogidos por la congoja que provoca la tensión en la espera del porvenir.
- He dejado escapar el aire entre mis labios despacio, como si no quisiera perderlo, pues comprendo que es lo único que necesito para sentir cada momento; como éste que ahora aprecio íntimo e irrepetible en mi consciencia.
Y se ha esfumado la voz que contrariaba mi paciencia bloqueando la decisión de cada momento, como todas indispensable, vital.
¿Dónde quedó su furia, su ansia voraz, su inconformismo asesino, ahora que el silencio de la calma se ha instalado en mi alma?
¿Por qué calla y se esconde?¿Acaso no he venido hasta aquí para reconocerla y escucharla en soledad?
- He recobrado el aliento que retenía mi respiración entrecortada, contenida por la desorientación que provoca el desánimo, y regreso limpio de espíritu oyendo únicamente la voz que nace de mi interior y que brota en los labios cuando recito en voz alta una oración; aquella que se gravó en mi inconsciencia de niño y que sólo ahora soy capaz de comprender.
Me pierdo entonces en el murmullo de los árboles que se mecen perezosos por la brisa del atardecer, y que se lleva sus hojas caducas en pequeños remolinos. Levanto mi mirar al cielo, que vislumbro azul etéreo entre sus copas, pues cientos de pajarillos se elevan en armoniosa bandada hasta desaparecer en el claro como una fragancia diáfana que se disuelve a su paso.
Respiro con fuerza el aire puro, impregnado del aroma de la tamuja mojada, y libero al fin mis pulmones encogidos por la congoja que provoca la tensión en la espera del porvenir.
- He dejado escapar el aire entre mis labios despacio, como si no quisiera perderlo, pues comprendo que es lo único que necesito para sentir cada momento; como éste que ahora aprecio íntimo e irrepetible en mi consciencia.
Y se ha esfumado la voz que contrariaba mi paciencia bloqueando la decisión de cada momento, como todas indispensable, vital.
¿Dónde quedó su furia, su ansia voraz, su inconformismo asesino, ahora que el silencio de la calma se ha instalado en mi alma?
¿Por qué calla y se esconde?¿Acaso no he venido hasta aquí para reconocerla y escucharla en soledad?
- He recobrado el aliento que retenía mi respiración entrecortada, contenida por la desorientación que provoca el desánimo, y regreso limpio de espíritu oyendo únicamente la voz que nace de mi interior y que brota en los labios cuando recito en voz alta una oración; aquella que se gravó en mi inconsciencia de niño y que sólo ahora soy capaz de comprender.
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