Desde niños aprendemos sin comprender. La inmensidad creciente de datos, de conocimientos a los que somos sometidos, ocultan las verdaderas razones y la utilidad real de los mismos y nos sumen en una nueva ignorancia; aquella que se genera en las mentes cuando no tienen el tiempo necesario para clasificar y procesar el caudal desbordado de información aparentemente desarticulada, aparentemente inconexa, aparentemente gratuita, lo que impide una elección adecuada de los conocimientos autenticamente necesarios para nuestra subsistencia en cada momento.
El bombardeo sistemático de datos sobre las conciencias produce en ellas hastío y pereza, predisponiendo a las mentes a la comodidad de no hacerse preguntas, sólo abstraídas en busca de respuestas a los impulsos instintivos.
La libertad de pensamiento no es tal por existir libertad de criterio. Si no se sigue una norma que sirva de referente a todos, es fácil perderse en el libre albedrío de las interpretaciones.
Todo lo que vemos, lo que conocemos de la vida, está conectado entre sí pues forma parte de una misma estructura, surge de un mismo núcleo y sufre las mismas alteraciones y metamorfosis; por ello nuestro criterio debería contar con esta norma, de otro modo, sin su referente, la libertad de pensamiento sólo es un espejismo.
El bombardeo sistemático de datos sobre las conciencias produce en ellas hastío y pereza, predisponiendo a las mentes a la comodidad de no hacerse preguntas, sólo abstraídas en busca de respuestas a los impulsos instintivos.
La libertad de pensamiento no es tal por existir libertad de criterio. Si no se sigue una norma que sirva de referente a todos, es fácil perderse en el libre albedrío de las interpretaciones.
Todo lo que vemos, lo que conocemos de la vida, está conectado entre sí pues forma parte de una misma estructura, surge de un mismo núcleo y sufre las mismas alteraciones y metamorfosis; por ello nuestro criterio debería contar con esta norma, de otro modo, sin su referente, la libertad de pensamiento sólo es un espejismo.